Cartas desde mi molino

Por una de esas cosas de la vida, hoy ha caído de nuevo en mis manos un ejemplar de “Lettres de mon Moulin” un precioso libro de cuentos de Alphonse Daudet.
No me voy a poner en plan Wilkipedia, ni de broma, solo recordar por encima que Daudet era un escritor provenzal que escribió este texto con veintimuchos años, y que de alguna forma significó poner en la literatura, hacia la mitad del siglo XIX, la Provenza francesa, que es una de las tierras más bellas del mundo.
Algo he paseado por allí, no tanto como se merece, y mucho menos de lo que me hubiese gustado, así que tampoco puedo entrar en detalles de lo que esos pequeños pueblos ofrecen al viajero y mucho menos al residente.
Sin embargo, releer ahora alguno de sus cuentos, no solo me retrotrae a cuando de adolescente con el bozo incipiente, mi profesor del instituto, Don Ildefonso Grande, intentaba que me entrara la lengua de Molière en el cabezo, si no a los momentos que tantas y tantas veces han significado un placer inmenso al sumergirme en sus páginas.
Los cuentos de las cartas desde mi molino, son casi para niños, y están sobre todo construidos sobre los campos de lavandas provenzales, sobre los caminos que seguramente Daudet siguió entre pueblo y pueblo, para visitar a un amigo, o para ir a una de esas fiestas que siempre tienen un elemento (como no podía ser de otra forma), pagano.
Quiero recordar la historia de Blanchette, la cabrita blanca del buen Monsieur Seguin, que valiente peleó con el lobo toda la noche, hasta que el lobo se la comió, como a todas las cabras del buen Monsieur Seguin….pero lo bonito del cuento es que nos recuerda cierta trashumancia, como en nuestra Soria, a donde llegaban los ganados cuando el calor apretaba en las tierras extremeñas. Aquí los ganados dejaban la Provenza y escapaban hacia los Alpes, esos que estaban allí cerca protegiéndolos y con hierba que llegaba hasta el vientre de las bestias. El cuento al final tiene algo de cutre, y es intentar decir que la libertad, al final, conduce a la muerte, que las ansias de los jóvenes de cortar sus cuerdas, o de saltar por la ventana, difícilmente acaban en la libertad soñada. Siempre hay un lobo acechando.
O cuando el buen subprefecto, que iba de gira, e intentaba hacer un bonito discurso….y no le salía.—Mosieurs et cheres administrés….que el olor de las flores de primavera que entraban en carruaje de la subprefectura, no le dejaban pensar. Daudet nos lleva hasta un bosque donde al final el subprefecto, en vez de preparar discursos, hacía versos.
Son una tras otra las pequeñas historias como la de aquel buen M. Martin, el cura de Cucugnan, que estaba desesperado porque ningún feligrés iba a su parroquia, y como los hace volver al rebaño. El bueno de Daudet, usa ese cuento para contarnos un poco y por encima los defectos de sus paisanos, sus oficios…sus miedos.
Y así historia tras historia, que hasta los papas de Avignon aparecen por ahí junto a los ejemplos de rencor eclesiástico de la mula del Papa, que guardó su venganza en forma de coz, más de siete años. No te fíes de ese provenzal, que es más vengativo que la mula del Papa, nos recuerda Daudet.
Hasta la llegada de la tecnología en forma de molino de vapor, tiene cabida en sus páginas, y el efecto desolador que produce, no solo en las gentes, sino en el paisaje, pero también despierta esa solidaridad que a M. Cornille le devuelve la ilusión por vivir que le habían robado los nuevos tiempos.
Pues sí, bonitos recuerdos, como digo, no solo de aquellos años en los que desde el Juan de Austria, el instituto donde intentaban desasnarme, mi bozo casi pasa a bigote, si no de esa tierra provenzal, la del poeta Frèdèric Mistral que quiso recuperar la lengua local, y darle una literatura que la hiciese universal.
No sé muy bien, que movió a este hombre a reivindicar no solo una lengua sino la búsqueda de un cierto estatus de independencia a La Provenza, pero sus estudios lingüísticos y sobre todo su poema Mireille, le llevaron a la obtención del premio Nobel en 1904, junto a nuestro Echegaray.
Claramente el bueno de Mistral, con ese bello apellido de viento, o de tren, que de todo hay, no consiguió demasiado en el empeño de hacer del provenzal un lenguaje literario, y mucho menos una forma de independencia de su amada Provenza, todo lo que quedó de él, además de su obra, poco conocida fuera de círculos especializados, es una estatua en Arlès en donde a lo mejor una vez se hayan desahogado los pájaros, y pasado la mopa los de la limpieza municipal, alguien lee su nombre y busca a ver de quién hablamos, y que hizo.
Habrá que pensar un poco en qué es lo que queda de aquellas sociedades rurales y si queréis románticas que a duras penas podían sacar adelante los pequeños pueblos de la rica Provenza, esa que huele para mí a lavanda. Hoy queda poco, o nada, que las gentes que lo habitan no piensan si la cabra se escapó buscando la libertad, o si al molino del tal M. Cornille, le llevaban grano a moler, ni siquiera que una lengua tan bella como la de oc, no haya conseguido sobrevivir en la gran literatura, que parece que muere con la Mireille de Mistral.
Hoy están los vencedores del maquinismo, viviendo en aquellas casas como las que pintaba Van Gogh, desde su cuarto en Arles, y tratando de entender para qué sirvió que el subprefecto dejara de escribir discursos para escribir versos, o que el bueno de M. Cornille, muriese con su molino.
Seguramente estarán tratando de comprender, qué hacen ahora en una tierra que no pudo desarrollar su lengua, sus tradiciones, y que quedó como ese decorado de cartón piedra para que el jubilado parisino, que fue allí a buscar no sé qué, se crea que los tomates del mercado de Arlés o de la tienda de Aix, o hasta de Cucugnan, entre Narbonne y Perpignan, salieron de las plantas hace unas horas.
Nos van quedando los decorados de nuestros paisajes, como quedarán los decorados que al final de los tiempos se habrán comido los grandes robots o los ingenios depredadores de cualquier invento que traiga a la humanidad el deseo de sacar el trimestre adelante, y seremos más o menos felices.
Pero los olores de lavanda que tiñó de sangre y amor enfermo Patrick Suskind, seguirán mientras los fabricantes de esencias químicas lo permitan.
Le bon Dieu vous la donne

Amarmotaos

Si la Candelera plora. L’hivern es fora, si la candelera riu, el fred es viu….. tan si plora com si riu, ens anem capa l’estiu.
(Si la Candelaria llora, el invierno se acaba, si la Candelaria rie, el frío se acabó….tanto si llora como si ríe, nos vamos hacie el verano)
Reconozco que me gusta más que esa porquería del día de la marmota, por mucho Hollywood que se meta por en medio, y muy chula que les haya podido salir la metáfora y la consecuente peliculina.
Y hoy es la Candelaria, ese dos de febrero en el que se decide, año tras año, apoyándose en la sabiduría popular de cientos de años, el tipo de acciones que habrán de tomarse en los campos, al menos por esa tierra mía empeñada en romperme el corazón.
Y hoy llueve, pero llueve delante de mis narices, que unos kilómetros más allá, ¡vaya usted a saber!, así que aquí se acabó el invierno, y en Sevilla, por decir algo, les va a seguir nevando hasta que empiece la Feria de abril, por lo menos.
Las cosas del saber popular, del saber ancestral, que entre dos opciones, te ponen un refrán y aciertan el 50% de las veces, y como de saber popular hablamos, es lo mismo que cuando nuestro Don Marianico, sale a la palestra y nos suelta, sin despeinarse, que si sigue lloviendo bajará la luz…o no, y eso que nuestro Don Marianico, tiene retranca gallega, saber popular, y además controla la famosa AEMET, (agencia española de meteorología), o así.
Lo que me aburre de verdad es que seguimos en el día de la marmota, lo digo continuamente, y lo repito hasta la saciedad, que cada mañana cuando te levantas todo sigue en su sitio, en ese sitio repetido, con las mismas noticias en la radio, ahora con el añadido esperpéntico del Tito Donald, pero lo mismo.
Se me pelean las izquierdas, me roban las derechas….como siempre, que si mis amigos transhumanistas pudiesen resucitar a Gil Robles, en medio de una sesión de Cortes, nada de lo que se dijera allí le iba a sonar extraño. Seguro que le daba un culazo a Don Marianico, y se sentaba en el primer banco azul, como siempre.
Es como si el Príncipe de Salinas gobernase el mundo,
-Hijo, haz que todo cambie, para que todo siga igual…
Parece, dicen los detractores, que Tito Donald amenazó por teléfono a Peña Nieto, con enviarle al ejército, si no paraban las cárteles de enviar droga, que Shinto Abe le quiere dar unas clases de economía, y que el que nuestro Draggi aguante la paridad del Euro, no le sienta bien, que pone las ventas made in Dakota del Sur, en posición de dificultad extrema.
Todo igual, que esta vez no toca invadir Polonia, que con Chihuahua nos conformamos, y total, la cantidad de escopetas que se fabricarán en Detroit para el evento, no tienen parangón, y la Great America, volverá.
Claro que volverá con unos cuantos muchachos esos del I want You, terrorífico debajo de una lona, o sobre el escudo del capitán América, que así no se muere uno en tierra extranjera, y se va al Walhalla celta a beber cerveza y fornicar Valquirias.
La Candelera plora, o riu, que al final, como dice la retranca del refranillo, nos vamos hacia el verano, unos días antes o unos días después, en un día de la marmota eterno, en ese bucle en el que parece que se ha metido hasta el pobre Ibex 35, que no sabe si tomarse bien o mal lo de Brasil, que saca la cabeza, lo de Macri, que parece más sereno que los Kischner, o la coña del pobre peso mexicano que está en un sin vivir con las cosas de producir tornillos en Nebraska, o maíz en Kentucky que se le ha metido en la chola a nuestro amigo.
Y por ponernos, hasta parece que el Atlético de Madrid vuelve a ser el pupas otra vez, en otro de esos ciclos marmóticos a los que esta tierra que gira una y otra vez por los mismos caminos, nos tiene acostumbrados.
Todo cambia pero todo es lo mismo, con machacona insistencia, con esa indolencia de la lluvia suave, esa que deprime a los que les gusta sentir la necesidad de la dopamina que ya han olvidado cómo producir, y es que con dificultad la gente ve resquicios en los que encontrar algo de alegría, o algo que se parezca a un proyecto ilusionante, es como si la humanidad que me rodea hubiese perdido sus pastillas de Soylent Green, esas que se hacían para la masa poblacional incontrolada en su crecimiento, a partir de los mismos seres humanos que eran sacrificados como materia prima. Aunque la publicidad insistiese que estaba hecho del plancton.
Y hoy es lo mismo, el futuro nos está alcanzando, y las masas de seres humanos solo sirven para mantener los privilegios obscenos de los dirigentes, y los de abajo nos mantenemos a base de comernos los unos a los otros, como siempre, como luego.
En cualquier caso, ¿qué le voy a hacer?, ya no me preocupa.Ni Espartaco ni Marx consiguieron que se les subiera el salario a los obreros, ni que comieran algo que no fuese Soylent Green, ni que dejasen de reproducirse para crear más masa humana de esa que se utiliza como materia prima a ser transformada en comida o en lujos para otros.
Y ves a los que en teoría deberían ocuparse de la defensa de esos que somos los alejados de las élites, pelearse por un trozo de poder, que hay que desarrollar el proyecto personal, ¿Podemos, o no Podemos?, que el partido obrero por antonomasia, ve que se vive mejor de empleado de una compañía eléctrica que comiendo Soylent Green.
Y si, llueve, parece que el frío desaparece, pero el frío está todos los días en casa de los que no están sentados encima del poder miserable y avaro, que pone en boca del presidente del BBVA, refiriéndose a ese intento de robo de las cláusulas suelo, que él no es papá Nöel para repartir dinero. Ya sabes entonces a qué atenerte, que el tal don Señor, no quiere ser de los que come Soylent Green.
Así que la próxima vez, le pediré a mis amigos que me resuciten a Lerroux, que parece que el populismo se inventó ayer, y estos de por aquí son solo sus cachorros.
Que les den.