El fin del mundo, tal y como lo conocemos

Es el título de un interesante libro de Doña Marta García Aller, en el que nos describe qué va a ser de este maldito mundo que conocemos dentro de menos tiempo del que nos imaginamos, por el aquel de las nuevas tecnologías que se van desarrollando a velocidad de vértigo en nuestra sociedad del siglo XXI.
Y claro leyéndolo, uno no puede por menos que recordar las cosas que mis amigos transhumanistas me vienen subrayando desde ya hace un buen saco de lunas.
Así que empiezo a temerme que entre unos y otros van a tener razón, que el mundo se está acabando, que las profecías de principios de siglo, esas que son tildadas de milenaristas van a cumplirse aunque sea de una forma totalmente diferente a lo que nos imaginamos, que siempre, (al menos yo), cuando me hablan de estas cosas pienso en cataclismos de esos de las pelis de Hollywood, y no, aquí no hay cataclismo de esos de matar dinosaurios, y ciudades en ruinas con monos a caballo o el habitante solitario.
La cosa, ciertamente, como afirma la autora, empieza por preguntar si alguien realmente recuerda el mundo sin Internet. Y ciertamente, so que soy talludito, me acuerdo vagamente, que no tenía la cosa mucho interés aparte del profesional, y acababas consultando el ordenador de una biblioteca y a paso de tortuga ibas descargando páginas entre bastante y muy especializadas. Me acuerdo vagamente, es más me acuerdo, incluso, cuando en mi compañía instalamos el primer router para enviar datos de ordenador a ordenador, o lo que significó el correo electrónico, que se cargó el telex, el fax, y no sé cuántas cosas más.
La señora García Aller nos recuerda que la llegada de Internet a nuestros bolsillos ya está suponiendo un cambio extraordinario en las relaciones entre las personas, en la expansión de los negocios gracias al tratamiento de los “big-data”, que aún perdemos el tiempo en cosas como pulsar, como yo ahora un teclado o tocar una pantalla para que ocurran cosas.
Bien dice Doña Marta que esto se acaba, que lo siguiente de la lista es muerte a los teclados, muerte a las pantallas táctiles, (que por cierto bien poco han durado vivas), que nos acostumbraremos a charlar con nuestros ordenadores, que el coche no necesita ser conducido, que sabe perfectamente que debe hacer.
Pero también lo sabe nuestro frigorífico, y compra automáticamente las cosas que necesito, o el sistema de compras generales de la casa inteligente en la que acabaremos viviendo, que los datos nuestros de ingresos, consumos, insumos, caprichos, reacciones ante acontecimientos están más que controladas, intuyo que hasta nuestras inquietudes intelectuales. Y si aún la cosa es imperfecta, a buen seguro que a la vuelta de la próxima esquina la cosa es más que operativa.
Y puestos a complicar la cosa, podemos empezar a plantearnos la inserción de chips de información/comunicación directamente en nuestro cerebro, que mandarán de forma adecuada los impulsos necesarios para cualquier cosa. Inquietante.
Y eso entronca con la posibilidad de considerar el cuerpo como un accesorio no demasiado útil, que además puede ser cambiable, si el primero se estropea, que transferir los datos de nuestro cerebro a una máquina, es cosa de nada, como desde ese punto de vista poder tener, por ejemplo, varios cuerpos.
Ni la madre que nos parió nos va a reconocer, ni falta que hace, me temo, porque otra de las cosas que se nos acaban es el concepto de trabajo tal y como lo concebimos hoy, afirma Doña Marta, y estoy de acuerdo con ella.
Internet por sí sola, no es nada, es un cable inerte, y los robots, la Inteligencia artificial, y mandangas del mismo pelaje, poco tienen que hacer en esa historia, sin eso que hemos dado en llamar contenidos, es decir, la creatividad humana, que ciertamente no es universal, y quien no sea creativo, a lo mejor no como, así que ojito.
Porque todo lo que sea mecánico, no nos necesita, los paquetes, si es que se necesitan, vendrán en alas de drones elegantísimos, y las máquinas se fabricarán a ellas mismas. Sin duda.
Hasta el dinero físico, el papel moneda, es algo que realmente deberá desaparecer a corto, muy corto plazo, de la misma forma que las tarjetas de crédito, las máquinas podrán, de hecho ya lo hacen, con un somero análisis biométrico, saber quienes somos y si tenemos derecho a poseer tal o cual bien.
Digamos que son herramientas que han perdido su utilidad al ser superadas por la tecnología.
Y en el fondo, como afirma la autora, cuántas toneladas de plástico nos vamos a ahorrar, como toneladas de papel ahorramos ahora, hasta que no se use.
El poco espacio que nos queda al ser humano va a estar ligado a la creatividad, y cierto, creo que es muy poco, con esos mimbres la cesta que sale es pequeña, con lo que al haber llegado hasta ese fin del mundo en el que estamos inmersos, un enorme vacío habrá que rellenar.
Y a lo mejor Malthus llevaba razón, y esta vaca que es la tierra, va a defenderse del ser humano, apoyando una sociedad en la que solo habrá unas élites creativas y poco más.
No los sé pero apechusca, apechusca sobre todo por la velocidad con la que este fin del mundo está llegando, en un momento en que los valores morales están tambaleándose, o han dejado de tener importancia, en la que el ser humano, no creativo puede ser contemplado como un residuo a eliminar, eliminación que pueden hacer la máquinas de forma quirúrgica, sin necesidad de grandes bombardeos, ni cosas por el estilo, no sé cómo pero buena parte de la humanidad será vista como un elemento inútil, no rentable, obsoleto también, como el ejemplo del dinero.
Ya verán las futuras generaciones de inmortales, de hombres mitad humanos mitad máquinas, cerebros funcionando desde vitrinas, que serán la nueva especie, el cúlmen de Darwin, el hombre cibernético.
Por un lado me alegro de no ver ese escenario, aunque debo reconocer que la curiosidad me domina, y a lo mejor si alguien se descuida, pego un saltito, y la lío parda.
Ya veremos, o no.

El gran masturbador

Decían y dicen aún, que los experimentos, mejor en casa y con gaseosa, (no dijeron cava, no lo dijeron, quizás por poner al espumoso de mi tierra más alto que La Casera), pero parece que no aprendemos, que se ha hecho un experimento de esos del profesor Bacterio, el héroe del TBO, o de Mortadelo, que nunca me acuerdo.
Pero de lo que sí me acuerdo es que el profesor Bacterio provocaba una explosión, destrozaba el laboratorio, y el salía con el pelo chamuscado y el culo “colorao”.
Y me despierto esta mañana con la película completa del estallido del laboratorio catalán, que se han ido a hacer puñetas los secuenciadores de áaaaciiidooo des-oxi-rribonucléico, que diría “il Fu” Don Salvador desde la punta de sus bigotes en la platja de Port Lligat.
Muy bonito todo, que no sé si cuando nos presentó al “Gran Masturbador”, ya pensaba en su paisano que venía empujando y que acabaría como el profesor Bacterio.
Pero pensando en don Salvador y el tal Carles, me da que lo primero que hubiese dicho el genio de casi Cadaqués es que eso del flequillo hacia abajo, era cosa de gente hosca, poco dada a pensar, y con mucha retranca campesina.
Desde luego jamás lo hubiese aceptado en su círculo, y me da también que el paso de Don Salvador por la Institución Libre de Enseñanza, me lo hubiese vacunado de cualquier veleidad “indepe”, que don Salvita, otra cosa no tenía pero mundo no le faltaba, y si algo le sobraba eran las fronteras.
Y no son cosas del surrealismo únicamente, quizás sean del genio, o simplemente del más común de los sentidos. Ese que parece quedó desterrado hace demasiado tiempo de demasiados sitios.
Reventó el laboratorio del Doctor Bacterio cuando al final se atrevió a encender la mecha amparado en el secreto, con los ojos tapados por el flequillo, y claro, saltaron las probetas por los aires, el destrozo monumental, y el profesor Bacterio y los auxiliares del laboratorio con el culo “colorao” y tiznados por el hollín han tenido que salir corriendo.
Claro, que el profesor Bacterio había llegado muy lejos con eso del experimento que le iba a conocer la Luz, la piedra filosofal, el Nirvana en la tierra.
Y es que el responsable máximo le dejó, para que no le molestara hacer todo lo que quiso en su laboratorio, y de aquellos polvos nos llegaron estos lodos, que la autonomía de cátedra no dan para tanto Señor Rector.
Una vez publicada la separata que mostraba los trabajos alcanzados, aunque sin firma, los acólitos, parece que están ya revisando los trabajos realizados, con el loable empeño de revisar donde anduvo el error, que no está claro si fue en la adicción de los reactivos, en la calidad de la instrumentación, o en la formación de los becarios, que ya se sabe, con esto de los recortes, cada día vienen peor preparados.
Así, que ahí los tenemos, rebuscando entre los restos del laboratorio aquello que aún pueda ser útil para conseguir al final la tan ansiada Luz, la Piedra Filosofal, la Inmortalidad, el Nirvana.
Espero que esta vez, el Señor Rector se asegure de que el programa de investigación de esa zona de su Universidad no anda jugando más que con gaseosa, o mejor con agua sin gas, que hasta la gaseosa puede provocar una salida espontánea de gases inesperada, con pulverización del contenedor y dispersión aleatoria del contenido, es decir un reventón en toda regla.
Pero no lo sé, que el Señor Rector tiene demasiadas cosas en la cabeza y a lo mejor cuando se dé cuenta ya le han montado otro experimento. Ya veremos.
Don Salvador, desde sus bigotes que asoman por Púbol, o por Figueras, o quizás asoman en la playita de Port Lligat debe estar asombrado al ver como ese movimiento cultural que representa el surrealismo ancló con tanta fuerza en las cabezas gerundenses, esas que están todo el día al albur de la Tramontana, ese viento enloquecedor, a veces, que llega desde las montañas al mar y que tantos naufragios ha provocado en la historia. Pero ancló sin ser entendido, Don Salvador, que todo el mundo sabe para qué bocas no se hizo la miel, que lo suyo siempre fue un mundo semiótico en donde se fundían la escalera de Jacob, y el trenzado del áaaciiidoooo des-oxi-rribonucléico, donde se escondía la simbología que Velázquez plasmó en sus Meninas, que transmitió al Cristo de Port Lligat, que llevo a las horas a la decadencia, a la disolución, al mensaje para los elegidos.
Y que nadie dude que un elegido no es más que un ser humano que llama a una puerta con humildad, y acepta que, con sacrificio propio, se le vaya acompañando hacia la Luz, con cuidado, con cariño, para que no se deslumbre.
Ese elegido sabrá ver lo que hay detrás de los pinceles, de los labios/sofá de Mae West, del gran huevo de la cúpula, pero si el flequillo te lo tapa, crees que estás en un mundo onírico en el que tus sueños pueden cabalgar, extrapolarse, como las pestañas del Gran Masturbador.
Pero a nuestro profesor Bacterio, le perdió el flequillo, que le hizo ver pestañas donde solo había pelajos caídos, creyó que el sueño de esa noche era la realidad, pero su mente de pequeño ignorante, no sabe soñar, sigue el camino que le marcan las orejeras que le pusieron al nacer en su pueblo, aquel que se rebeló contra el Conde –Duque de Olivares, porque era muy caro mantener a las tropas que iban a defenderle del francés.
Bien que pagaron (en Luises de oro) aquella estupidez, y hoy también parece que el error, el inmenso error lleva adosada una factura tremenda a satisfacer.
Todo se verá, que este surrealismo del Profesor Bacterio, ha demostrado ser mostrenco, hijo de las orejeras que lleva el rucio que se venera en ese laboratorio que acaba de reventar, por culpa, claro, del Señor Rector.
Quizás debería haber añadido un lirio a la marmita, como símbolo de pureza, quizás hubiese que añadir el rostro de Gala, como la gran sacerdotisa que siempre fue, pero el campesino del Baix Ampurdá de esas cosas entiende poco, como de casi todas, pero no le importa, siempre habrá alguien a quien seguir, alguien a quien odiar, que verse en el espejo de la realidad es muy duro hasta para el Señor Alcalde que fue de Gerona, la de Álvarez de Castro, que lucho contra el gabacho, por la unidad de España.
Id con Dios

Crónicas desde Boadas

Cuando te sientas en tu rincón de Boadas con el Negroni en la mano, ves el mundo de otra manera, y ahora que los turistas se alejan prudentemente de la ciudad, vuelven los parroquianos de toda la vida a tomar sus sitios.
Y es que los de Costa Cruceros recomiendan a los clientes andar con cuidado por la ciudad, que les puede alcanzar un independientazo en plena cocorota, y eso a lo mejor afecta a la cuenta de resultados de la naviera.
Parece que se te pone la cara de aquel periodista de gabardina que solo sabía inventar una noticia después del cuarto daiquiri, es lo que dan estos tiempos en los que la mediocridad es como la de los últimos siglos, extensa.
Decía el gran Albite, que con el paso del tiempo, los recuerdos van quitando el sitio a la esperanza, y me temo que, como en casi todo, llevaba razón.
La visión de lo que me rodea, cada vez está más influenciada por las cosas que pasaron, se pierde el sentido de los por venir, que además tiende a mirarse con un cierto pesimismo.
Quizás porque empiezas a sentir que tras tantos años de patear el mundo, a la hora de contarte las heridas ya no queda sitio para una más, no crees que valga la pena tomar el riesgo de perseguir un sueño, cuando empiezas a ser consciente de que o no queda tiempo, o no quedan fuerzas, o no quedan ganas.
Parece que ya sabes lo que vas a encontrar en la cumbre de la montaña, y no apetece subir tan alto, ¿para qué?, es como el sentimiento de repetir curso una y otra vez como el cobaya en el cilindro móvil de su jaula. Al final sabes perfectamente a donde estás llegando, pero no sabes para qué subiste, si conocías el paisaje, el paisaje que nunca cambia, o que sin cambiar aparentemente cambia a cada instante. Cosas de los filósofos griegos, ya sabéis.
Y hoy, como ayer, miras las noticias que se abren delante de ti en los periódicos, y ves que la gente sigue en su movimiento continuo, sin ir a ninguna parte, repitiendo las historias que has visto, que has leído desde que tienes memoria, eso sí, con diferente música, que algo es algo.
Habrá que sentarse en el sillón a ver si consigues no dormirte con el hastío que produce la sucesión de acontecimientos, manidos, tristes, aburridos, tanto que te apetece salir a gritar aquello de ¡Yo maté a Kennedy!, con tal de que te dejen en paz, que no se va a poner uno ahora en plan informe Warren, para demostrar que una coalición de los servicios secretos cubanos y la CIA, en el diseño, y una mano ejecutora de la Cosa Nostra, fueron los facedores del entuerto.
Ni eso, ni pensar que Azaña instauró lo del tiro a la barriga, o que el infarto fatal de Maciá, lo heredó Companys, a quien también rompió el corazón el pelotón de fusilamiento.
Pero si miras al movimiento durante más de diez décadas, todo sigue exactamente igual, a lo mejor los coches brillan un poco más, pero a nadie le importa, que apenas queda sitio para la esperanza en nada, tras tantos siglos viviendo lo mismo.
Y Chuchita está diciéndole a Borja Mari cuánto le quiere, pero no le dice a cuantos más se lo está diciendo en ese momento desde su teléfono inteligente, como nadie sabía cuántos billetes llevaba su mucama a cuántos caballeretes.
Pero Borja Mari, tampoco se estaba quieto, y al final o no pasa nada o un poco de orgullo herido, como mucho.
Nuestra sociedad está vieja, los recuerdos le han quitado el sitio a la esperanza, como mucho, alguien tiene algún gramo de esperanza en un décimo de lotería, pero todos saben que es esperanza vana, los recuerdos son los que te lo indican, y dejas de lado a la esperanza, que los recuerdos han llenado el espacio, como dice, o decía, el bueno de Albite.
A lo mejor es que la sociedad va aumentando su presbicia, poco a poco, de forma inexorable, y no ve ni de cerca ni de lejos, simplemente se palpa, y no vale extender los brazos para facilitar la lectura, no vale.
Quizás haya que buscar algún niño de los pocos que nos van naciendo por aquí, de esos que solo tienen recuerdos genéticos, no intelectuales, ¿qué más da?, quizás ellos aún tengan esperanza, la esperanza del que se sube a una patera, de la que se deja violar para cruzar el desierto y saltar con el bebé en brazos las cuchillas de las vallas de Melilla, o del Río Grande, o de cualquier isla mediterránea en las que la esperanza es sustituida por el recuerdo.
Ya sé qué dirá la derecha en el parlamento de acullá, pero también sé qué dirá la izquierda, y los del centro, que se me perderán en recuerdos, que cerrarán la esperanza de tantos y tantos.
Pero a nadie le importa al final lo que hay o lo que viene, que nuestra vida es mitad egoísmo, mitad sueño, y cuando te acercas al entorno, ves que las cosas, las parejas, los amigos, son solamente de dos clases:
Las que te causan remordimientos, y las que te causan rencor, porque nada lleva intrínseca la felicidad de largo recorrido, lo decía aquella bossa nova, “Tristeza nao te fin, felicidade si”.
Y es con lo que tenemos que pasar estos caminos que nos llevan desde la cuna al nicho, pero tampoco es importante, que el problema, a veces, es que no nos damos cuenta que está en cómo nos enfrentamos al hastío, a la rutina, que es lo que decía un amigo mío:
-Deberías tomarte cualquier relación seria como si fuera un ligue de una noche, o de una hora, eso no deja recuerdos, y ahueca espacio para la esperanza, y es que el mayor sueño al que puedes acceder es quizás que cuando estés haciendo el amor tu pareja aunque sea un par de segundos no tenga su cabeza en otra cama.
Así, que deja correr todo, que al final todo esto no es más que un brevísimo orgasmo con dos decimales.
Y que ustedes lo recuerden

Por el Tibet

Llegar al Tibet era uno de esos sueños que uno no puede dejar de cumplir, siempre que tus condiciones vitales lo permitan.
Y a mí me lo permitieron una vez que dejé atrás los valles del Buthan, volví a encharcarme en el valle de Kathmandu, con tiempo apenas de despedirme, no sabía yo que para siempre, de algunos de los espacios monumentales que me subyugaron en su momento, y que el terremoto que nos robó tanta y tanta maravilla, destrozó apenas cinco meses después de aquellos días.
Los chinos me llevaron a través de los Himalayas, que esta vez se mostraron esquivos, hasta un aeropuerto nuevo bastante alejado de Lhasa, que era donde confiaba en pasar unos días, sobre todo para comprender qué estaba pasando ¡más de cincuenta años después de la invasión china!.
Y como estoy muy mayor, no pienso entrar en esas cosas que son las guerras de cifras, la destrucción de culturas autóctonas ancestrales, se lo dejo a más doctos geoestrategas, de forma que solo diré que mi primera impresión fue la del disgusto que siempre me ha producido el choque con la cultura china.
Y es que donde me encontraba, en ese Lhasa mítico, el del Potala, el centro de la meditación budista, el templo de los templos, el “Palacio real”, de alguna forma, donde el poder religioso y el poder político y administrativo del Tibet, todo eso ya no estaba, quiero decir que lo que quedaba era la carcasa, que el espíritu de la cosa había pasado a mejor vida hacía ya demasiado tiempo.
Decir en China que algo se ha occidentalizado parece que suena a cuento “chino”, pero realmente es así, que llegué a un aeropuerto de provincias muy occidental, viajé por autopistas muy occidentales, crucé una frontera muy occidental, cambié yuanes en un cajero muy occidental, vi líneas férreas muy occidentales, y finalmente me metieron en un hotel chino, regido por chinos guarros como solo ellos saben serlo, pero a precios muy occidentales.
Es creo una de las consecuencias del siglo XXI, estamos rodeados de carcasas vacías del espíritu con que fueron construidas, y nosotros seres vacíos visitamos esos espacios sin la más mínima posibilidad de entender absolutamente nada de lo que realmente quiso significar el Potala, o la catedral de Reims, o incluso el Palacio de invierno de San Petesburgo. Hoy no son más que espacios vacíos llenos de turistas haciéndose auto retratos.

Hasta las interminables colas de peregrinos que llegan al Potala creo que llegan por una inercia de siglos, pero sin saber a qué van, quizás a un lugar de poder, quizás en busca de un consuelo espiritual que esperan encontrar entre las paredes, entre las paredes donde nos mezclamos turistas de todo el mundo, chinos que quieren desarrollarse también como turistas de los de móvil con cámara, auto retratos, cuenco de fideos o de arroz y cerveza, y los peregrinos que serpentean por toda la ciudad en colas kilométricas.
Y el Potala, la parte de la carcasa que me dejaron ver, me emocionó, ya que iba predispuesto a ello, no me había puesto aún el sombrero del escéptico ni del agnóstico, que fue creciendo poco a poco durante la visita.
Y es que como en tantos y tantos centros de poder que he visitado, sobre todo cuando se mezclan ambos, el poder religioso y el administrativo, se crea el espacio idóneo para la esclavización del ser humano.
Y junto al Potala el palacio de verano del Dalai Lama, más poder, más lujo, más oro. En fin, la historia del mundo, así que me quedo con la carcasa, recuerdo las historias del cambio de dueño sangriento que tuvieron los tibetanos, los coches occidentales que circulan por sus calles, con poco orden y menos concierto, así que ya que estoy en medio de una ciudad nueva del siglo XXI, pienso que lo mejor es cruzar la calle, visitar un par de templos “carcasa”, que andan por la ciudad, mirar el mercado, ya occidentalizado, y marchar tranquilamente a cenar a una especie de pub regentado por un holandés que vive aquí desde hace más de cuarenta años, y a saber qué tendría en la cabeza cuando se trasladó.
No pasa nada, te tomas tu hamburguesa de yak, una Heineken, pagas con Santa Visa, procuras que no te escupan por la calle mientras vuelves al hotel, y a otra cosa.
Pues no, técnicamente no está prohibida la religión en el Tibet, no pero su peso se ha reducido enormemente, y ha dejado de ser una forma de vida para muchos tibetanos que pasaban a formar parte de las “nóminas” de los monasterios, esos monasterios que hoy son carcasas vacías, repletas de libros, que posiblemente encierren un saber ancestral, que dudo mucho acabe siendo publicado, no apetece, no hay voluntad en el gobierno chino.
Y lo que se ha hecho desde Beigin, al final, es construir otra sociedad sobre la que existía, y no sé si el nuevo régimen occidentalizado, con valores diferentes mejorará la vida de alguien, la verdad es que tampoco me importa demasiado, salvo por el hecho de que ha sido realizado, al parecer derramando demasiada sangre.
Y hay un progreso material evidente. Nuevas gentes, que quizás puedan ser tachadas de invasoras, quizás nuevas hordas de funcionarios, quizás ratios relativos al bienestar de la ciudadanía se hayan mejorado, quizás formas ancestrales de vida estén llamadas a desaparecer. No voy a juzgarlo, veo una realidad que ni me gusta ni me disgusta, no es para mí, no voy a vivir allí, ni siquiera puedo decir honestamente que me importa, pues al final es cosa de individuos, y los pensamientos individuales se forman en función de la educación, o del adoctrinamiento que reciben, y al final la felicidad es cosa de cada uno.
Ellos verán, lo que yo he visto es un país invadido, una ciudad nueva, un palacio que es como tantos y tantos palacios que he visitado por todo el mundo, carcasas del pasado de las que ignoramos los más de los ciudadanos la razón de ser que tuvieron en su momento, ignoramos los símbolos que querían transmitir, ignoramos si esos símbolos estaban para mejorar las vidas de los más o para que los menos conservaran el poder.
sé si hoy son más felices que ayer, no sé más que si hubo una invasión esta fue cruenta, y eso es inaceptable, como lo fue la revolución de Mao, si hablamos de China, pero como lo han sido las invasiones europeas en América, o las otomanas sobre el imperio romano de oriente.
Hablamos de la historia de la Humanidad, y yo no sé qué decir.
Seguiremos en el Tibet, hablando de montañas, que también existen.

De Kathmandú a Buthan

Cuando uno se sube a las líneas aéreas del Buthan, uno no es consciente del todo de la que le espera.
Yo soy adicto al asiento 2A, desde que he podido pagarlo, claro, y la cosa empieza bien en el aeropuerto medio desvencijado de Kathmandú, que hasta te ponen en una de esas salitas con sillones de gutapercha, en las que te puedes tomar un whisky de garrafón a las siete de la mañana, mientras preparan tu Airbus 319….¡qué pequeño!, piensas, pero todo tiene su explicación.
Monísimo, limpísimo, desayuno a bordo, mientras de nuevo desde la ventanilla acercándome a Paro, vuelvo a ver desfilar al Lothse, al Everest, al Manaslú, el Katchalunga, el Maalú, en Daulaghiri….pues sí señorita, le acepto una copita de champagne, que esto hay que celebrarlo.
Y de pronto, me veo añorando Ranón en día de galerna, o Alvedro en día de niebla….¿pero qué coño hace ese tío que dice pilota el Airbus 319?…
Y es que es uno de los ocho pilotos con licencia para aterrizar en Paro, que tiene que poner el avión casi perpendicular al suelo para pasar entre montañas antes de enfilar la minipista del aeropuerto. Ni en el Cristiano Ronaldo de Madeira es la cosa tan jodida.
Pero has llegado a la Suiza, (guardando las distancias) del Himalaya, un país a 27º de latitud norte, es decir, técnicamente entre los 23º del trópico de cáncer, y los 28º de Tenerife, pero a más de dos mil metros de altitud, y entre montañas.
Esas circunstancias producen un paisaje bellísimo, y su aislamiento físico de la India, de China o de Nepal, han preservado una forma de convivencia aparentemente muy adecuada para el país y sus ciudadanos.
Te confirman que su historia comienza con la llegada de un monje tibetano allá por los albores del siglo XVII, y desde entonces se plantea una dualidad de poderes en el país, entre el religioso y el administrativo. Temporal e intemporal, para ellos, y constato que funciona aún aunque en el siglo XIX, legalmente el sistema quedó abolido.

No son muchos, apenas setecientos mil, y están orgullosos de su país, de sus tradiciones, de una pequeña parte de sus carreteras, (la otra directamente es intransitable), circular por ellas se conoce como el shiatsu buthanes, que juro por los dioses es inolvidable.
Las tradiciones, como su traje de diario, se mantienen, y de hecho estuve para asistir a los festivales de final del monzón. Una maravilla.

Las curiosidades con las que te vas encontrando, y que al final no son más que diferencias culturales, son infinitas, y contaré solo una:
En Thimbu, la capital del reino, están encantados por ser la única capital del mundo que no tiene semáforos.
Las tres razones por las que se rechazaron eran:
-Son feos…..de acuerdo
-Cuestan una pasta…..de acuerdo
-…¡Y es que hay que hacerles caso!.
Los ciudadanos del Buthan, son bilingües, hablan todos inglés y buthanes.
No diré que son todos los ciudadanos exquisitos ex alumnos de Bolonia o de la Sorbona, pero tienen un nivel cultural más que aceptable, y sobre todo, a la hora de indagar un poco en su cultura y sus tradiciones, son capaces de explicarte con mucha coherencia lo que hay detrás de cada paso de danza que se representa en el festival, o el significado que tiene un monasterio para una población aislada entre montañas, cuando hay, por ejemplo, que atender a un enfermo, o ayudar de forma desinteresada a alguna familia que pueda estar en dificultades.
La pobreza no parece estar asentada en el país, al menos yo no encontré mendigos, y debo reconocer, que salvo los coches de la familia real, que por cierto asistían a los recintos donde se celebraban los festivales, todo lo visible era, sobre todo práctico, no lujoso.
Y eso viajando desde Nepal, es mucho decir.
Volviendo a los festivales, que como he dicho se celebran en recintos que admiten hasta veinte o treinta mil personas que pueden pasar el día entero viendo los diferentes grupos de danzantes que se muestran, cada uno con su vestido adecuado a la danza que representan, y cada uno referido a su valle a su pueblo.
En paralelo, los mercados, que tienen sobre todo la oferta de los productos que van a ser utilizados en el invierno, cuando la movilidad se haga difícil o imposible. Así que desde utensilios de cocina, ropa de abrigo, herramientas para el campo, o arreos para las bestias, son los artículos que se ofrecen, independientemente de que en paralelo se ofrezca comida, que hay que pasar el día.
Vas viajando de valle en valle, de Paro a Thimbú, de Thimbú a Punaka, despacio, entre ríos, vegetación frondosa, caminos intransitables, gentes que te miran de la forma más educada posible, pero con cierta curiosidad, que eso de visitantes extranjeros, es algo que no pasa demasiado a menudo.
Los perros, que para mí son un indicativo de la calidad de vida, están, en general, bien alimentados, gordos diría yo. No como en el famélico Nepal, que aquí me da que no se los comen.
Y luego los monasterios, que como todo en esta vida tiene su precio, si como viajero o como turista quieres ver qué es lo que hay, cómo son, o cómo se vive. Habitualmente los encuentras encima de picachos que te cuestan ascensiones en vertical de esas que se hacen a fuerza de piernas, de no menos de cuatrocientos metros, y hasta más de mil que me ha tocado entre subida y bajada, y vuelve a subir.
En general las comunidades como no puede ser de otra manera, viven en meditación pero a su vez son centros de cultura, y de saber, atesorando no solamente tradiciones religiosas que atraen peregrinos, sino conocimientos de medicina, de agricultura, de orfebrería. Centros de meditación donde te pintan tu mandala si se tercia, donde se estudia esa astronomía sin instrumentos de última generación pero de la que se obtienen relaciones interesantes entra las cosas que ocurren en el cielo y las que acontecen en la tierra. “Como abajo es arriba, como arriba es abajo”, principio que se manifiesta en los planos físicos, mentales, y espirituales.


Así que visitar Dzong, el monasterio/fortaleza, Tango, como universidad religiosa, o el Nido del Tigre, con vocación eremita, son imprescindibles para intentar rascar la superficie de la cultura de estos valles del Himalaya.
Pasas de valle a valle por puertos de montaña a más de tres mil metros que te hacen preguntarte el famoso ¿qué coño hago yo por aquí?, pero te respondes rápidamente, cuando llegas a Bumthang, por ejemplo, y te ves cruzando en medio de su festival entre hogueras de cuatro o cinco metros corriendo, como hacen ellos, en una especie de ceremonia de purificación, o de fertilidad, o simplemente lúdica, quizás con sentido como nuestras hogueras mediterráneas, o como las brasas de Medinaceli. Pasan con su ritual de tres veces, siempre el tres, vayas donde vayas.

Y tienes el templo en la montaña, el santón rezando por ti, y el trabajo en el valle, el complemento de lo de arriba, con su reflejo abajo. Siempre un mantra, siempre una tradición.
Cambias de valle, y ves que la vida depende del monasterio, que los niños caminan diez kilómetros para ir a la escuela, y tan a gusto, que las enfermedades las curan los monjes, que los ciudadanos son su propia policía y su propia justicia, y así siglos y siglos, con las necesidades de casa, educación, espíritu, y alimento cubiertas, con sencillez, pero con seguridad.

La iconografía y la arquitectura del budismo buthanes, quizás requiera la pluma de alguien más versado, pero a ojos de viajero apresurado, ves construcciones de piedra sencillas pero suficientes para ser acogedoras frente al clima, y defensivas en caso de necesidad, con sus guerreros en piedra y sus leones y dragones guardianes, amplias para recibir a la población en caso de necesidad, prácticas, como todo en esta tierra, (excepto las carreteras, claro).
De la corriente budista, de sus creencias, de sus liturgias, no voy a hablar, ni siquiera de la conveniencia o no de su régimen político. No es mi oficio hoy, pero parecen satisfechos con las primeras y tranquilos con su rey. Ellos sabrán qué es lo más conveniente.

Y como escribí en su momento, no creo que vuelva a esas tierras, pero ir valió la pena.
Habrá que ver qué pasa en el Tibet.

Viaje al Himalaya 2014

Regreso al Himalaya
Hay regiones en el mundo a las que hay que volver, siempre que el cuerpo lo permita, y el Himalaya es una de ellas.
Y eso hice hace tres años, lo hice con el tiempo ese que me fue dado a cambio de más de cuarenta años currando, y quería descubrir más el Nepal tropical en primera instancia, que luego ya tendría tiempo, y lo tuve de entrar en el reino perdido del Butan, y en el Tibet, donde me esperaba el Potala. Pero todo a su tiempo.
Llegar a Kathmandú desde el lujo de Qatar, es como retroceder más de cien años en el tiempo, y siempre que lleguemos lo suficientemente alejados del desastre natural de turno, que fue mi caso, ya que a los pocos meses hubo un terrible terremoto que dejó el país aún con más dificultades para la supervivencia de las que habitualmente deben de soportar.

El Nepal, esa maravillosa tierra tan alejada de nuestra cultura por más que nos empeñemos en acosarlos con los reclamos de la sociedad de consumo, está llena de días de fiesta, y yo llegué en plena fiesta.
Se adoraba de forma especial a Kali por aquellos días, siendo esta divinidad hinduista una de las más controvertidas, desde mi punto de vista del elenco de los dioses indios.
Es Kali, la fuerza de Shiva, destructora de los demonios, ( a mí como Lucifer que soy, no sé lo que me hubiera pasado si me pilla), y tiene una cantidad enorme de facetas, desde la de vencedora del hombre, representado en Shiva), hasta la gran madre universal. Una especie de virgen negra, pero en ese charco, por el momento, no voy a meterme, que me lo mezclan con tradiciones egipcias, cristianas, y a saber donde terminamos.

Para mí, miserable viajero occidental, llegar al templo de Dakshin, para admirar no solo el colorido de la mezcla de gente, sino la devoción de los adoradores de Kali que iban a rendirle tributo, ya me curó del paso por el aeropuerto de Doha, en el que se siente uno tratado como un ser de segunda, ya que no soy más que un maldito infiel.
La gente se agolpa en Nepal de todas las formas posibles, y siempre hay excusas para hacerlo, y esta vez en el templo de Kali, en el día de la adoración y los sacrificios, la plaza del templo era un hervidero humano.
La plaza del templo estaba abarrotada, y por supuesto llena de puestos en los que podías comprar el animal que posteriormente fueses a ofrecer a la diosa.
Y todo según tus posibilidades, desde gallinas a corderos o cabras, que se sacrifican mientras los fieles se presentan ante la diosa de seis brazos.
Huele la sangre vertida de los animales, huelen las especias aromáticas que se queman, huele el sudor de la gente, huele la comida que se preparan las familias para disfrutar del día de la diosa, huelen las heces de los animales, las cloacas abiertas, el barro acumulado, huele en definitiva la vida y a mierda, claro.

Pero el espectáculo, el colorido, la devoción de la gente hace que cualquier pensamiento negativo desaparezca como por ensalmo.
Así que mi chofer me lleva a Manakamana, y me deja al pie de un teleférico de esos que tan bien hacen los suizos, pero que en estas manos te pone un poco nervioso, que seguimos con sacrificios de cabras, aquí a la diosa Bhagwati, una Fátima local, que también según la tradición es una imagen aparecida de forma astral…
Más sacrificios de cabras, todo en ambiente festivo, más sangre de animales, más Nepal. Y sobre todo una ceremonia de presentación de los niños a los dioses, ya que se celebra la ceremonia del “Mundan”, o primer corte de pelo a los niños.
Las tradiciones se parecen en todas partes, es como si hubiese un tronco común a todas ellas. Aquí la diosa se presentó como una niña brillante con un león acompañándola.
Pues muy bien, que seguramente es tan cierto como la historia de Fátima o Lourdes, y un día sabremos qué es lo que de verdad esconden esas apariciones.

Pero estas vírgenes sirven para todo, que con la conveniente devoción, ofrenda, y dedicación, garantiza una amplia descendencia a los recién casados. Todos contentos.
Mi viaje debía seguir hacia Lumbini, ya que al parecer, la tradición sitúa el nacimiento de Shiddarta en esas tierras, y quería ver el templo, quería ver el árbol de sus meditaciones, y sobre todo el parque que promocionó la UNESCO,
Así que te acercas al templo Maya Devi, y sientes, siempre y cuando tengas la sensibilidad adecuada, la fuerza del lugar donde el Buda Gautamá ve la luz, y aquí seguramente se mezclan los conceptos de nacimiento natural, y nacimiento al conocimiento.
Puedes sentarte debajo de una higuera sagrada, y creer, si te parece adecuado que la madre del Gautamá Shiddarta se apoyó en sus ramas después del parto. No deja de ser una estupidez más del viajero que se transforma de vez en cuando en turista, y busca sensaciones de parque temático. Me disculpo, la iniciación al camino de la luz no requiere sentarse debajo de una higuera, aunque sea la del Gautama Buda.
Vuelves a Kathmandu, temblando en uno de esos aviones nepalíes que son al menos tan peligrosos como las carreteras, pero ves la línea de los Himalayas, uno a uno, recuerdas tu querido Annapurna, allí a la izquierda, el Katchalunga, el Manaslú, el Sagarmata…ya habrá tiempo de saludarlos más de cerca.
Y en esa capital nepalí, que despierta en mí ese sentimiento de amor/odio, vuelvo a pasear por la plaza Durban, o por Patan, y quedarte de nuevo extasiado con los templos, con la gente que se mezcla contigo, turistas de medio mundo, despistados en busca de un gurú, que de todo hay, el pícaro local, el que vende recuerdos turísticos, el que te ofrece pachuli, el que te ofrece a su hermana pequeña, que ya se sabe, todos los turistas solos somos pederastas, o quien detrás de un uniforme se cree aún miembro de una compañía de gurkas al servicio del Imperio Británico, o de su señor feudal, que a saber cuál es por aquí, la casta de cada uno.
Aún me queda tiempo para visitar Kokhara, una de esas poblaciones del valle de Kathmandu, de pasado no exento de cierto esplendor, y de nuevo ciudad engalanada, que al fin y al cabo, los mozones ya se han acabado, y te ofrecen tantos y tantos templos engalanados, plazas con barro y mierda, gente a sus cosas, que desgraciadamente son pocas, si dejamos a un lado la búsqueda de algo para comer.
Otra vez me siento turista, no soy viajero, no soy capaz de interactuar con la gente, no importa, o sí, ¿qué más dá?.
Este Nepal es pobre, es rural, está dominado por clanes, que han destrozado su economía, que antes donde exportaban arroz, hoy deben importarlo, se malvive del turismo, de la explotación de los qataríes que los utilizan de mano de obra esclava para sus estadios del futuro campeonato del mundo de fútbol, de coser para las marcas internacionales de ropa deportiva.
No sé si volveré, pero lo que si sé es que me llevo una huella intensa de mi paso por esta tierra.
Sigo viaje a Buthan, y a lo mejor cuento algo.
Allez!

Paris bien vale una misa

Mucho tiempo que no paseo por Paris, no sé por qué, ya que la última vez que estuve por las orillas del Sena, la cosa no fue mala.
Cierto que no fue una escapada romántica, y tampoco de trabajo, que es lo que parece que reclama Paris, pero no volví satisfecho, ciertamente no.
Había quedado con una pareja de amigos que viven en Suiza, y no les venía mal del todo cenar conmigo en el restaurante del hotel en que acostumbro a alojarme, y es que el bueno de Alain Ducasse me sirve ahora la cena ahí, en el viejo comedor de la Rue Rivoli, y de vez en cuando no me importa fundir la Amex y echar mantequilla a las arterias.
Paris fue Paris, y ahora no sé lo que es, quizás tenga que buscar un hueco para una escapada, que no será de negocios, y que si quiere ser romántica, los condicionamientos son demasiados, que no todo es ir acompañado de hembra placentera, será de colesterol, o de bistrôt del Barrio Latino, por detrás de la Sorbonne, no sé, en cualquier sitio a lo mejor te dan una carne de tercera medio bien condimentada, y con suerte, el patrón ha encontrado un Shiraz de Rhônes medio decente, no lo sabes.
Quizás haya que ir a comprar quesos al Hediard de la Madeleine, o chocolates a Capucines, no lo sé, aunque lo que sí sé es que no me meteré en Bastille por mucho que quieran tentarme con una Carmen, eso no lo haré que uno es un clásico y un sentimental, y La fille du regiment no suena igual que en la Garnier. ¿Qué le vamos a hacer!.
Pero esa última vez Paris me dejó un tufo de sudor de la cola de una atracción de feria (hoy parque temático), y es que la invasión ha llegado a niveles insoportables. Esa masificación turística que tiene cabreados a los ciudadanos de Palma, a los ciudadanos de Barcelona, a los ciudadanos de…hace tiempo que transformó a ese Paris que conocí a mitad del siglo pasado en algo inhabitable para sus ciudadanos, que en la cité solo viven los que no son parisinos, que esos están en los banlieu, que tienen como poco que subirse en la Concorde una buena hora si trabajan de taquillera en el Louvre, o de limpiador en Les Halles, que en el septième no hay quien viva, que es para los árabes a los que sustentamos para llenar el depósito de nuestro utilitario. Solo queda escuchar en la radio del Renault las últimas noticias que nos adoctrinan para poder trasegar sin necesidad de crear otro Dani “el Rojo”, la próxima reforma laboral del Señor Macron.
Bueno, del señor Macron, o de quien sea, que a lo mejor el pobre es solamente el corre, ve, y dile de a saber quién, que duerme ahora en su apartamento de la Avenue Hôche.¿Quién sabe?, que hasta el Paris Saint Germain está en manos de árabes, de infieles, de los que el bueno de Luis IX quería echar de Jerusalén antes de palmarla por unas fiebres allá por Alejandría, o por donde fuera.
Quizás deba hacer como aquella prostituta de Truman Capote, y me quede mirando después del Café au lait en cualquier rincón de la rue Mont Thabor, los diamantes del escaparate de Cartier en Vendôme, no lo sé, como tampoco sé si me iré de tiendas por el Faubourg Saint-Honoré. Probablemente no.
Pero lo que sí sé es que evitaré que las manadas que transportan las compañías de bajo coste, los trenes rápidos que llegan desde media Europa, me pisen y me dejen ese olor a sudor de turista.
Y me temo que no podré saludar a la Victoria de Samotracia, ni siquiera a mi amada Mona Lisa, no lo haré, ni tampoco me acercaré a ver los Degás, los Matisse, los Chagal, ni ese jardín de esculturas del maldito Rodin.
Ya tengo la imagen en mi almario, tomada en su momento, en aquellos momentos en los que te acercabas por Champs Elysées, y podías ver el Novecento de Bertolucci sin que la Brigada político social de Franco anduviese pidiendo carnets a la salida, o el culo de la Schneider, que de todo he visto en Paris, que aquí, las cosas tardaban en llegar.
Y es que ya no está Norma Duval en Pigalle, y en la Place du Tertre, no quepo, no voy a subir a la colina de Montmartre a que me pisotee una turista teutona, por muy bonita que sea la vista desde el Sacré Coeur, no lo haré.
Y a lo mejor la solución es pasear por los Jardines de Louxembourg, aunque no sé si encontraré a los niños jugando con sus veleros en el estanque, y quizás no haya siquiera una mignone con el cochecito del bebé de sus señores con quien pegar la hebra.
Tendría que ponerme a leer Le Monde, o le Canard enchainé, o quizás el Chrlie Hebdo, pero con cuidado, que hoy los pied noirs, ya no son argelinos, que muchos vienen de los banlieus, que saben que les falló la aventura de abandonar sus tierras en Orán, y hoy son otros los árabes que viven la Avenue Klèber. Y es que no se enteraron que los parisinos también habían perdido su ciudad, por lo que se les ha llenado el alma de ese odio a cualquier otro.
No lo sé, no lo sé, quizás vuelva uno de estos días, quizás no, pero si lo hago, intentaré buscar ese Paris escondido que quizás ya no exista, ese Paris que va al teatro a La Comedie, o que pasa horas buscando un libro en los bouquinistes, de esos que no vende Amazon, siempre, claro, que el bouquiniste no haya dejado el negocio de los libros, y ahora venda “souvenirs” para turistas chinos, coreanos, o de Puerto Lápice, por poner un aquel.
Y aunque en ese Quaie de la Tournelle, me lleguen los olores del canetton, y me digan que tengo mi mesa del quinto piso con vistas al ábside de Nôtre Dame, y que tienen un Pomerol de buen año, a lo mejor no soporto el que quizás también se haya transformado en un parque temático, como pasear por Invalides, o bajar desde Trocadero a Les Champs de Marte.
Ya veré, ya veré, y a lo mejor os lo comento, o no, que este es mi territorio, es mi jardín, y por el momento solamente meo yo en él, o al menos es lo que creo.
Por lo demás buscaré en mi discoteca de jazz, ese autumn in Paris, que siempre me ha encantado.
Los americanos para eso son una delicia naïf.
Con su pan se lo coman

El árbol diferente

Los albinos, en África, parece que desde hace relativamente pocos años se han convertido en objetivo de chamanes, iluminados, curadores, fanáticos, y no sé cuántas cosas más.
En definitiva, parece que la diferencia, lo diferente, es peligroso, muy peligroso.
Y digo esto, que intuía, por esas cosas que se te quedan en el fondo del cajón del cerebro, que campanas me habían llegado, que había leído, que había escuchado, aquí, allá, de forma deslavazada, que se cometían atrocidades con las personas que se distinguían por esa diferencia genética de los otros conciudadanos.
Pero parece que la cosa, que ya me temía grave, lo es mucho más de lo que me podía imaginar, ya que al parecer los chamanes de Tanzania, que fueron los que empezaron con la brutal persecución extendieron la falacia de que no eran seres humanos, que se les podía cazar, que se les podía despedazar, que se les podía vender por trozos, es decir, a ti una oreja, a ti una pierna, a ti…y así te curabas de esto o aquello, mejorabas alguno de tus sentidos, y seguramente tu suerte en el juego, en el sexo, en…aumentaría, que al fin y al cabo habías pagado por ello.
Sí, a nosotros los pulcros europeos esto nos aterra, o nos da asco, o pábulo para emitir uno de esos juicios que nos hacen sentir superiores a esos desgraciados de las tribus del continente africano.
Ya el albino en un clima como el africano tiene sus problemas, que papeletas para un melanoma, las tienen todas, que esas cosas de cremas de protección frente a los rayos solares es algo que no parece estar al alcance de muchos africanos, así que las pocas soluciones que quedan son las de gorro y manga larga.
Para más datos sugiero escuchar el audio de “Espacio en Blanco” de Rne, emitido el pasado ocho de octubre, y que lleva por título, “Hombres negros de piel blanca”.
Sírvame todo esto para poder hablar de la diferencia, estos días en los que están surgiendo noticias relacionadas con el hecho de ser diferentes a los más de la tribu en la que vives, que parece hay que ser mass media, que hay que quedar dentro de la puñetera campana de Gaüss, que si te escapas por alguno de sus extremos, digamos que vas jodido.
Que parece que los niños que salen superdotados son los que sufren acoso escolar, que eso de entender a la primera el teorema de Tales, es muy mal llevado por los compañeros.
Claro que aquí no se los comen, pero les hacen la vida imposible, y es otra forma de canibalismo, el que produce el miedo a no saber las calidades que puede presentar otra persona, y lo peor no sabes cómo esas cualidades pueden a medio, corto, o largo plazo, afectarte a ti también.
Y la última que me ha llegado en esto de la diferencia, ya no afecta a una pequeña parte de la población, (un dos por ciento de superdotados en España, o uno por veinte mil en el caso del albinismo en África), me llega desde Cataluña, desde mi tierra, y supongo que será como todo, verdad a medias, que estamos en campaña de ver quién es más malote, si el gobierno central o el periférico.
Así que se plantea la estadística de que debido a la inmersión lingüística en la educación, aquellos niños que no tienen el idioma catalán como lengua materna, sufren de discriminación a la hora de aprobar las asignaturas que en su recorrido escolar deben realizar.
Y tiene una lógica aplastante y unas consecuencias tremendas a la hora de discriminar al ciudadano que no tiene los ocho apellidos catalanes.
No llegarán a la Universidad en las mismas condiciones que sus compañeros catalano parlantes, con lo que se asegura que las élites que ocuparán los puestos de mayor responsabilidad tendrán una procedencia “segura” para los objetivos del proyecto de la Gran Nación Catalana. Se ha publicado hoy en la prensa un estudio, que de ser cierto es realmente demoledor, y a los discriminados se les prepara para una vida peor que a la de un albino en África, sin exagerar.
Y todo al final es lo mismo, parece que no estamos dispuestos a admitir la diferencia, y lo que desde mi punto de vista lo que se esconde es miedo.
Permitimos en las sociedades desarrolladas que todas esta conductas proliferen sin prácticamente hacer nada para evitarlas, es más, en demasiadas ocasiones se fomentan desde el poder, o desde las partes tribales de nuestras acomodadas tribus.
Seguramente nuestros atavismos son los que nos dirigen, sin darnos cuenta que al final es el albino africano, o el niño hispanohablante de Cataluña, o ese superdotado del colegio al que andan todos sus compañeros metiendo los dedos en los ojos quienes hacen que nuestra sociedad cambie, avance, tome esos caminos que nadie ha osado explorar, por el miedo simple a lo desconocido, por miedo a intentar comprender lo diferente, por miedo a dejar nuestra zona de confort.
Yo no voy a comprar el hígado de un albino para comerlo en el sueño de que adquiera cualquier característica de la que a buen seguro carezco, pero reconozco que cuando he intentado transitar el camino que debe abrirse a golpe de machete, la tribu que me envolvía en ese momento se ha removido inquieta en sus sillones de orejas. No hay mucha confianza en eso de despertar supuestamente monstruos incontrolables, te dicen.
Desde estas líneas hoy pido que luchemos en estos frentes de discriminación de lo diferente, y que aprendamos, yo el primero que lo que no sé, es lo que debo aprender, siempre, sin excusas, que será la única forma de alcanzar la libertad que ofrece la sabiduría.
Y pido también, a quien corresponda, que nos facilite los caminos para la integración de otras sensibilidades, de otras visiones, que será una buena vía para que nos desarrollemos como sociedad y como individos.
Con su pan se lo coman

Luchas rituales

La naturaleza, siempre sabia ha desarrollado para protección de la vida individual, y en algunos casos para la preservación de alguna especie, mecanismos que impiden la lucha a muerte, mecanismos que por lo menos le dan a los individuos la posibilidad de valorar las fuerzas de su contrincante y dejarse de hacer tonterías si la cosa no iba a ir bien parada.
No sé, quizás los cuernos más grandes y con ramificaciones de los ciervos, les permiten en su lucha por las hembras darse unos empujoncitos, pegar unos berridos y dejar claro quien se va a dejar la piel a tiras cubriendo a todas las hembras de la manada.
O a lo mejor los hipopótamos que abren la boca a ver quien la tiene más grande, aunque de vez en cuando se les vaya uno colmillo y dejen mal parado al otro. En definitiva estamos rodeados de ejemplos en los que un enfrentamiento físico menor, es lo que decide algo tan importante en la naturaleza como es el hecho de la transmisión del ADN.
Hay incluso especies que tienen su enfrentamiento de forma ritual, es decir que no se necesita contacto físico para dirimir el problema, y por supuesto, si la cosa no funciona, se pasa a mayores y a cascarla que diría mi amigo aragonés.
En nuestra especie la cosa va por barrios, que en el mío, de chaval, la cosa era a ver quién meaba más lejos, que no está nada mal, aunque falto de cierta precisión si de lo que se trataba era de demostrar mayores o menores habilidades a la hora de transmitir el ADN.
Y ahí andamos los humanos, que somos muy nuestros, y que en demasiadas ocasiones parece que se nos va la mano, y en vez de ver quien mea más lejos, le meamos el “tuxedo” al novio de la parienta y la cosa acaba más que mal, ¿qué le vamos a hacer?, somos así, que dicen por ahí los que saben, que somos seres racionales.
La cosa de todas formas, y eso teniendo en cuenta de que nos seguimos matando como locos en esta malditas guerras del siglo XXI, que es casi como nos decía Orwell, guerras lejanas de continente a continente, en las que un rato gana uno, otro rato gana otro, pierde siempre el mismo, y los yates y las villas en Lugano, son siempre de los mismos.
Pero hay que ver quien mea más lejos, que nos sale el gordito coreano, exhibiendo pilila, y diciendo que mea en parábola hasta Guam, por lo menos, (en tiro tenso, no lo menciona), y Tito Trump, dice que a salivazos llega a Pionyang, y el Comité Central del Partido Comunista Chino, dice que tiene una bayeta que le ha diseñado Tito Putin que lo deja todo libre de excrecencias.
Y así nos andamos, siendo lo más divertido de todo que nos creemos la película, que llueve muy lejos de nosotros, y ya se sabe, hasta aquí no llegan los huracanes, y mucho menos los tifones.
Es como ir a contemplar una buena berrea desde un observatorio de naturaleza de esos que te preparan los biólogos de Doñana. Y fíjate bien, que a lo mejor hay un accidente y hasta ves sangre, que solo escuchar el entrechoque de las astas y cuatro berridos de machos cabreados tiene gracia, pero menos.
Lo que me preocupa de todo esto, es que estos meones certificados, de vez en cuando actúan como los leones, que se creen ellos muy bravos, y ya se sabe, al viejo macho a lo mejor no lo matan, pero a los cachorros desde luego, que no están los leones para cuidar a la futura competencia, y mucho menos a esperar que las hembras desteten y se pongan en plan fértil.
Y a lo mejor en esas estamos, que los dientes y los chorros de orina, los miden los grandes machos, y así ellos no se hacen demasiado daño, pero la factura la pagan al final los débiles de la camada, los que no se pueden escapar, los que no se pueden defender.
De forma que si tenemos que ponernos en plan defendamos al pueblo, habrá que recordar al pueblo,(concepto que todo el mundo menciona y nadie sabe definir con la precisión requerida), que a lo mejor hay que empezar seriamente a defenderse de ciertas reinas y ciertos zánganos de colmena y hormiguero, que si hay que ponerse un pelín jacobino, va y se pone uno, que no pasa nada, y si pasa se le saluda.
Y que nadie olvide que al pueblo se le puede diezmar, y quedan noventa donde había cien, pero a la reina y al zángano, no se les puede diezmar, aunque se les puede eliminar, emborrachas a las hormigas guerreras, y te plantas en la cámara real, que tampoco es tan difícil.
Por lo demás, miraré a ver cómo van los partidos por esas guerras orwellianas que andan dando de comer a las fábricas de escopetas, y a lo mejor vemos que algún árbitro pita penalti injusto al que yaya ganando el partido, garantizando el espectáculo más rato, por lo menos hasta presentar los resultados del trimestre.
En cualquier caso, la próxima reencarnación que me toque, voy a solicitar al ejecutivo de la Tyrell Corporation, que no me suelte con el código de barras que corresponda a un cachorro de león, que me mola más cualquier otra cosa más segura, vamos que si hay que ponerse chulo, que me ponga encima de un buen tanque que ya decidiré yo si cañoneo o no, que esto de ser pacifista está muy bien (como error), en esta reencarnación, pero en la próxima, tabla rasa, y si retraso mi llegada a la luz definitiva, pues mala suerte, aunque no creo.
Y es que a lo mejor, esa cosa que llamamos pueblo, y que nadie sabe definir, aunque todo el mundo habla de ello, está formado por los malotes de otras épocas que al reencarnarse están pagando pecadillos pasados. A saber, pero tiene su lógica.
Pediré por tanto a los leones que quieren hoy pelearse en mi tierra, que se dejen de dentelladas y miren a ver quien mea más lejos, o más alto, o más rato, que se me da una higa, pero que dejen ya de tocarnos los cojones a todos.
Con su pan se lo coman

Un soneto me manda hacer Violante

La importancia que tiene el lavado de cerebro o el agobio informativo que nos acosa, hace muy difícil que al sentarse enfrente del teclado, o a la hora de coger la pluma, no se te vayan los ojos y los dedos directamente al lío que nos están montando en mi tierra.
Es quizás por esa razón por la que quiero escapar de ese puñetero círculo vicioso, que me tienen literalmente hasta los pelos, y claro, cuando uno se pone a revisar los posibles temas que le vienen al cacumen, me quedo asombrado de hasta donde tengo colonizado el cerebro.
Y es que de “jumbor” no me apetece, que para eso están los sabios de taberna, lo del cambio climático, (que ya va a climaterio), me lo quitó un pollo muy gore, que con la pasta que invirtió en el asunto, le salió una verdad (la suya, claro) de lo más incómoda.
La influencia rusa en la política mundial me la ha metido esa prensa que creí que no leía, pero mira tú por donde sí leo, y además aparca en la trastienda de mi coco, así que tampoco.
La corrupción política, diremos que está “sub iudice”, y así no molestamos ni al poder político, ni provocamos murmullos de togas, que para tal se bastan y se sobran.
Claro que de la corrupción del currito, o de la sociedad en general, o incluso de que si todos vivimos en la cultura de la corrupción, pues tampoco me voy a poner, que menos aquel día que no pedí factura con IVA en la tienda de los tiramisú y confieso, las otras corrupciones personales, son secreto de confesión.
Podríamos hablar de la evolución de la economía “post crisis”, pero la verdad es que no tengo ideas propias, que todo son inoculaciones, y aquí incluyo cualquier posición y su contraria, y si se trata de decir que la macroeconomía va bien, diremos que la micro está hecha unos zorros, o que el señor Draghi se chotea de nosotros, o que la señora Yellen se chotea de Tito Trump, y que ambos están mirando al Comité Central del Partido Comunista Chino, que cada día les viene más grande.
Y si la conferencia que me dá el taxista, que de buena tinta sabe, pues tampoco me voy a poner exquisito, que ¡a saber si no está asueldo de Moscú…o de Venezuela que últimamente tal y como está el patio, todo es posible.
¿Por cierto le ha dejado al final Putin los siete mil quinientos milloncejos a Maduro?, es que no me han dicho nada en la peluquería, y estoy hecho un lío.
Y Pepe, el parado de la escalera, anda muy jodido el pobre, que me dice que no sabe si le llega la ayuda no contributiva, y tampoco sabe qué hacer para que le baje el recibo de la luz.
Pero eso es lo que dicen, que de verdad yo no tengo ni idea de lo que hay, porque si miro a esa cosa tan moderna de la geoestrategia, de la geopolítica, y de la geoeconomía, pues ¿qué queréis que os diga?, que no sé yo si las fuentes de inoculación cerebral que me he buscado o que me han encontrado (tampoco estoy muy seguro), son las adecuadas, o son filtraciones interesadas del foro de Davos para que me ponga a comprar Matildes de forma compulsiva, que hay un pollo en la radio que me sugiere entran en un ETF de esos que invierte en armas informáticas, y en sistemas de seguridad. No sé, que lo único que quiero es comprarme la hogaza para la semana. Que me decía siempre mi abuela que eso de pan tierno es cosa de casa de mal gobierno.
De la última peli, ya os dí la tabarra el otro día, pero tampoco nada nuevo bajo el sol, que si el Creador, que si la obsolescencia, que si parecemos electrodomésticos coreanos, ¡yo qué sé!.
Y como me he negado a ir a ver la Carmen que trae el Bieito al Real, que nos saca a escena a la Legión, y a Merimèe le da un pasmo si lo ve, que Bizet tenía tendencias más suicidas, y no estaba para legionarios. Así que no me podré cabrear con eso.
Y en el teatro, desde que Carlos Lemos no está para presentarnos un buen Casona, la cosa ya no es lo mismo, y estoy muy mayor.
Que te levantas por la mañana, y ves que hace sol otra vez, y te parece aburrido, y crees que vas a ser de lo más original al decir que el anticiclón de las Azores…por ahí tampoco
Mientras escribo me envían mensajes mis amigos, los amigos de los amigos, que están todos con lo de lo que yo creía que era mi tierra, y ahora no lo sé, y lo dicho me aburre, me desconcentra, y no hago más que darle vueltas al hecho de a quién interesan estas cosas.
A quién interesa que haya cambio climático o que no lo haya, a quién interesa, que el reino Unido de la Gran Bretaña se vaya de un club al que voluntariamente accedió en su momento, o que se quede.
A mí que me expliquen dónde están las motivaciones verdaderas de tantos y tantos acontecimientos que van ocurriendo en este puñetero mundo, y es que no lo sé, y nadie que lo sepa de verdad está dispuesto a explicarlo.
Pero no, que alguien estará pensando ahora que me he puesto conspiranoico a ver si me fichan los de la revista “Enigmas”, no es eso, la verdad es que no lo sé, no lo sabemos, y al final cuando hablamos, cuando opinamos, cuando creemos que estamos bien informados, al final lo que ocurre es que estamos contaminados por esta o aquella tendencia, que no podemos comprobar toda la información que nos llega.
Y así, la que más brilla, la que nos coge desprevenidos, la que ha sido diseñada con más habilidad, la que ha ido siendo sembrada con paciencia es la que anida y hace que nos formemos una opinión, que si la edulcoras te hace parecer el más docto, el más sabio de la escalera.
Por lo tanto, la verdad, no sé de qué escribir, que no encuentro nada en mi almario que reconozca como propio, que al final son todo injertos, unos que han crecido, otros que andan medio enquistados
“Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
Que voy los trece versos acabando;
Contad si son catorce, y está hecho.