Como lágrimas en la lluvia

Pues sí, como no podía ser de otra forma, no pude resistir la tentación de ir al cine después de tanto tiempo, para ver cómo había evolucionado la visión que de la idea de Philip K. Dick nos dio del mundo de la robótica y de la inteligencia artificial, pero no voy a hablar de la película, que para eso hay plumas profesionales infinitamente mejores que la mía.
Así, que a comprar entradas el que quiera ver la peli, que yo no estoy aquí para destripar argumentos.
Si hay algo que me gustó de la película de Ridley Scott, la del 82, fue el concepto del enfrentamiento entre el replicante y su creador.
Al final es uno de esos enigmas que a mí, como ser humano/replicante que soy, siempre me hubiese gustado poder hacer, y que me perdone el Diablo, poder hablar con mi Creador y plantearle el por qué tengo fecha de caducidad.
El tema es apasionante, sobre todo cuando vemos que nosotros, los humanos replicantes que somos, llevamos toda nuestra historia luchando contra ese chip de obsolescencia con el que nuestro Creador nos ha dotado.
Ciertamente llevamos una lucha soterrada para que nuestra vida se alargue, y ahora, con avances tecnológicos de este maldito siglo XXI, ya empiezan a surgir Mesias que nos garantizan una nueva eternidad al ser humano sobre la Tierra.
Si hablamos de la parte mecánica, es decir de los elementos que hacen funcionar nuestro cuerpo, seguramente se conseguirán muchas cosas, que al fin y al cabo somos nada más que la acumulación de miles de millones de seres vivos que viven en simbiosis dentro de cada uno de nosotros, el resultado se llama Pepe, se llama María, y ese equilibrio de tantos seres vivos que nos conforman es el que nos da la sensación de estar vivos. No está mal.
Es como el hormiguero, que de alguna forma puede considerarse como un individuo, a pesar de que esté formado por gran cantidad de seres vivos con funcionalidades dentro de la colonia perfectamente delimitadas, sin las cuales el hormiguero no tendría razón de ser.
Y aquí es lo mismo, que hasta la reproducción interna de los elementos vivos que nos conforman llevan vías y secuencias diferentes, que no es lo mismo la reproducción del conjunto del ser humano, que de sus células epiteliales, o de las bacterias intestinales, por ejemplo.
Pero fuera de esos tecnicismos, al final nuestro Creador incluyó el chip de obsolescencia, y nunca nos dio la razón del por qué, y además nunca pudimos preguntárselo.
La Tyrell Corporation, por lo menos esgrimió el miedo del Creador a un producto que podría superar en todo al ser humano que lo había creado, y que partiendo de la circunstancia de que esas cualidades podrían ser económicamente útiles, no interesaba que pudieran desarrollar la capacidad de obtener poder.
Pues ya tenemos una de las motivaciones que desde el punto de vista del más agudo de los antropocentrismos podríamos achacar al Creador, que nos tuviera miedo. No está mal, que todos los que en algún momento hemos creado algo (no alguien), de alguna forma en el proceso creativo, se nos ha aparecido el fantasma de que esa nueva criatura podría dominarnos.
Lo he oído a escritores, a actores de teatro, a músicos, a científicos, a infinidad de gentes que se afanan en desarrollar una idea, en crear algo nuevo, y ven que esa nueva forma acaba por absorber parte o todo el ser que él, como Creador aportaba antes de que su obra se materializase.
Pero cuando hablamos de ese chip de obsolescencia, no sé si nos damos cuenta de que aunque el conjunto de nuestro cuerpo desaparezca, quizás nuestra obra (siempre que haya alguna) realmente pueda continuar de forma indefinida, como ese Mesias de Haendel que estoy escuchando mientras me peleo con este teclado.
Pero claro, al bueno de Haendel le importa una breva que esté ahora yo aquí sentado haciendo el imbécil, mientras aporreo el teclado escuchando una creación suya. Pero es a su cuerpo y a sus sentidos, así, que no sé yo, que a lo mejor debería preguntarle al gran patrón de la Tyrell Corporation por qué permite que algunas obras, algunas ideas sigan vivas, sigan adelante por mucho tiempo.
Quizás sea el fallo del sistema, quizás sea una característica innata del diseño original, que matamos a Van Gog de hambre, y sin embargo lo mantenemos vivo varios siglos a través de su obra.
Porque a mí, mi Creador no me recibe, así que me quedo con las ganas de hacer la pregunta, de entender al final el porqué de mi existencia, el porqué del tiempo que se me ha concedido, el para qué se me ha concedido, y desde luego no tengo la posibilidad del replicante de Dick, de discutir con él, de inculcarle el reto de crear uno sin ese chip, y que sea lo que ¿Dios? Quiera, vamos de hacer una Reichel que pueda parir, y que se muera como los humanos.
Cambiar un chip por otro, al final, que si no anduviésemos en esas, y mientras se van poniendo los físicos de acuerdo, me da que las cosas son finitas, que parece que a lo mejor hay un principio y un final de las cosas por más que manejemos magnitudes difícilmente asimilables por nuestro modesto cerebro actual.
Aunque si hablamos de Universos paralelos, o de espacios cerrados y esféricos, a lo mejor estamos en la rueda del hámster, y lo finito no es más que una forma coloquial de lo infinito para nuestros sentidos.
Que si alguien nos ve desde fuera lo mismo se desternilla de la risa, contemplando a los humanos dando vueltas en su rueda de “Guinea pig”. Enternecedor.
Y como todo esto me hace repensar en lo inane de todo lo que nos rodea, que nos han diseñado sin permiso y para corregir la gran chapuza, no sé si ni siquiera los Transhumanistas van a ser capaces, aunque el intento no es malo.
Mientras tanto, creo que voy a buscar en la bodega algún caldo de esos que hacen que te sientas creador, aunque solo sea de sensaciones propias.
Y ustedes que lo vean.