Lo sabemos todo, de nada

Esta mañana, unos muchachitos, supongo, en la radio, hablaban de los grandes enigmas del ser humano, los famosos ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? Y ¿a dónde vamos?.

Lo primero que me ha llamado la atención ha sido lo vacío de sus argumentos que destilaban esa improvisación engreída del ignorante que se cree sabio.

No pienso enumerar las barbaridades que entre “creo y creo”, junto a “yo lo veo así” y aderezados con gotas “es que no puede ser de otra manera”, han ido desgranando los presentadores, jóvenes por el sonido de sus voces, hasta que me he cansado y he vuelto a sufrir a los voceros de los políticos.

Y es que no hay salida, que uno va teniendo cada día más clara la idea de que hemos perdido el norte a la hora de formar a las personas, que ya no vamos por ese camino, que lo que “fabricamos” me temo que son solamente especialistas, esos que mientras su foco de conocimiento no quede obsoleto, lo saben todo del algoritmo que acelera el proceso de cocción del cachelo gallego, y nada más.

Y ahí viene lo malo, que te han dicho que lo sabes todo de algo, y te crees que lo sabes todo de todo, con lo que abres la bocaza a destiempo sentando una cátedra que no es la tuya.

Y así vamos, que el camino que gentes así formadas, en su soberbia titulada, podrán ser llevados por donde quiera el que quiera, a su antojo. Es cada día más fácil ganar adeptos, es cada día más fácil engañar a la tropa mal formada, y más engreída.

Lo que nunca se enseña a los que vienen es el concepto de silencio, el concepto de escuchar, lo que significan la prudencia, la paciencia y la introspección. Y así nos va, y así los escuchamos en la Carrera de San Jerónimo, la razón no existe, solo la letanía, el mantra, y se expresa a gritos las más de las veces.

Seguramente son los signos de nuestro tiempo, y en ellos hay que nadar, que es la exigencia de los axiomas de la ecología, lo que no quiere decir que me guste.

La vida en titulares, no hay más, que eso de profundizar es algo que no se encuentra, me dicen, ni en las tesis doctorales, que la vida es un corta y pega, y eso de leer un texto no lo hacemos ni aunque nos lo pongan delante para que lo firmemos.

Es el triunfo de la ignorancia, que hasta las condiciones legales del internet ese nos negamos a leer aunque en ello nos vaya la intimidad. Cosas de los tiempos, parece.

Me dicen que los buscadores del internet ese andan a ver quien definitivamente se carga eso de las letras que hay que leer, y empiezan a funcionar de forma general todos los sistemas de reconocimiento de voz a la hora de preguntar donde está Sebastopol, que una cosa es cantar la canción con la tuna, y otra muy diferente es ponerlo en el mapa, ¡perdón!, en el Google maps.

Y así andamos, eso sí, desde nuestro entorno global, escondidos tras nuestros auriculares, creyendo que tenemos el mundo en nuestras manos, que es lo que nos dicen, y la verdad es que apenas tenemos en nuestras manos los cuatro “me gusta” de nuestra cuenta en la red social de turno, que se nos conceden en general gracias a una foto, a un video, a un audio. Casi nunca a un escrito fundamentado, o a una idea bien estructurada.

Es también el triunfo del cortoplacismo, el que nos enseña a gritos Tito Trump, que no es capaz de ver más allá de un trimestre, como si tuviera que dar cuentas a un grupo de analistas de mercado, esos que hacen que suba o baje la acción de las Matildes. Arreglo las cifras del trimestre con una patada a seguir, como esas del rugbi, y si vienen dramas en el futuro, pues ya veremos, o mejor aún ya verán. Necesito el dedito arriba del “me gusta” para mantener mi ego intacto.

Son, sin duda los nuevos tiempos, los que nos avisaron al comienzo de la famosa era Acuario, que los hippies de los sesenta cantaban en las comedias musicales hechas para recordar que necesitábamos paz en el mundo, que estábamos hasta los mismísimos cojones de la guerra de Vietnam, que había que hacer el amor y no la guerra, las flores, las drogas… Manson, la ropa de la India, esa que se fabricaba para los activistas pacíficos de Berkeley, de San Francisco, de nuestro Londres europeo o lo que sea, por esclavos de la India, del Nepal.

No era este el resultado esperado, en el que hemos vendido nuestra alma por unos espejitos de colores, espejitos que nos hablan, que nos lanzan imágenes y nos dicen que somos la más bella del reino, hasta que aparece Blancanieves.

“Me gusta”, al final nuestra pobreza intelectual ha reducido el mundo a la popularidad del instituto donde se crían los adolescentes, y ella tiene que ser la más esbelta, la más rubia, y él el mejor deportista en la liga de baloncesto o rugbi interescolar.

El que intenta la vía de la introspección, del esfuerzo por aprender es el rarito, el friki, el que no se va a reproducir porque no es rubia ni esbelta, ni tiene una tableta de chocolate en los abdominales.

Aún, me temo, seguimos con el concepto que el cabestro de Bismark introdujo en los sistemas educativos, que no es más que producir en las escuelas y en las universidades lo que la sociedad necesita, lo que la industria, la administración, y la producción de servicios básicos exige.

No está mal, salvo que las sociedades son cambiantes, y el ritmo de cambio es cada vez más rápido, con lo que no hacemos más que crear especialistas en diseño de fotocopiadoras de papel a dos caras, sin tener en cuenta que a lo único que nos tienen que enseñar es a pensar, a crear, a entender nuestro entorno, a planificar, y por supuesto a entender que no somos más que parte de un organismo superior que se llama sociedad.

Buenas noches y buena suerte

 

 

Otra vez por aquí

Tengo que reconocer que el curso no está empezando demasiado bien, y todo a base de que las cosas parece que siguen igual, nada cambia, y consecuentemente todo es aburrido.

Pongo un podcast, que acostumbro a no fijarme en lo que pongo, dentro obviamnente de mi selección previa, y me sale ese Péndulo de Alan Poe, una verdadera excrecencia residual de la leyenda negra española, en manos de un yanqui borrachuzo y drogata. Siempre he pensado que debería haber transpuesto la acción de Toledo a Münich o Gèneve para aumentar la sensación de realidad, y eso porque aún no conocía Guantánamo….cosas de la literatura, digo yo.

Tito Trump sigue dando la lata, y parece que ya nadie toma en serio sus acciones. ¿Qué le vamos a hacer?. Si el sube los aranceles a los chinos, los chinos devalúan la moneda y todos tranquilos. Mientras los chinos no les devuelvan la deuda pública que tienen no llegará la sangre al río. Y es lo que decían en marzo, y en junio y en…

Todo sigue igual, mis dirigentes buscando formas de trinque aún no descubiertas. Por cierto qué tesis doctorales y tesinas de investigación saldrían explorando esos caminos. Pero es lo mismo, el patio de Monipodio sigue activo, aunque hoy el tal patio se llame UJC. Bueno, también el tal Juan Carlos de alguna forma dirigió el patio nacional de Monipodio, bien extendido por nuestra piel de toro.,

Todo sigue igual, las Matildes ya no son lo que eran, que eso de la competencia es muy mala cosa y le han comido el postre, los turcos con sus cosas, y es que no levantan cabeza desde que Ataturk les dejó de la mano, las guerras en su sitio, el hambre en su sitio, los emigrantes en sus balsas, en sus pateras, y los que nos dedicamos a matar Mandarines de la China, beberemos un buen Bordeaux a su costa, cada uno en su grado y condición, por supuesto.

Hoy sube la vivienda, sube la energía, pero aún no ha llegado a aquellos máximos que estamos deseando olvidar, a ver si acabamos repitiéndolo. Que esa es la gracia de especular, gana el que se da un chapuzón y sale corriendo, (mientras no se lo lleve una ola que no ha visto llegar), y pierde el que se queda sentado encima de su tesoro. Como en la parábola de los criados y los talentos, que no vale enterrar la moneda en activos seguros, que no vale arriesgarlo todo a una apuesta de la ruleta, que para ser gratos a los ojos del Señor, hay que currárselo.

Ya digo, todo como siempre, y es que como andamos siempre por los caminos del bosque los árboles no nos dejan ver el terreno por el que nos movemos, que si así fuese posiblemente no pararíamos de correr hasta que nos doliesen los pies. Pero nos han formado adecuadamente, estamos dirigidos e indefensos, condenados a creernos lo que leemos, lo que vemos en el móvil, en la tele, condenados a deducir la realidad a través de las sombras del fondo de nuestra caverna. Nada nuevo.

Siempre me podrá decir alguien aquello de lo poco conveniente que es el dejar de pelear, como sugería aquel príncipe de Dinamarca, contra un piélago de adversidades y haciéndoles frente terminar con ellas.

No, a lo mejor no es conveniente tanta pelea, y habrá que ver el fútbol en la tele, que te lo recomiendan los accionistas del tal Movistar, que no saben si van a poder evitar que la acción se les vaya por debajo del euro. Y es que vivir en régimen de monopolio es muy cómodo.

Todo sigue igual, ya os lo digo, es como si el mundo estuviese en una posición de continuo enroque, en un “sostenella y no enmendalla”, que nos advierten que aquella cosa que nos liaron los hermanos Leheman, hace diez años, puede volver a reventar, pero esta vez en forma de burbuja de los bonos que han ido emitiendo las naciones. Es lo mismo, qué importa que sean hipotecas subprime o bonos fruto de las patadas a seguir que van dando los amos del universo. Unos se sientan en el dinero, otros lo van recogiendo.

Pero no me hagan ustedes demasiado caso, que como siempre, parece que las mentiras de siempre a las que hoy se llaman “fake news” en los ambientes enterados y puestos al día, que decir lo de que eso es una trola ya no mola, se extienden como siempre, que si tenemos que decir que los españoles nos hundieron un barco en la bahía de Santiago de Cuba, pues se dice.

Que si hay que decir que lo que le preocupa al yanqui es que los chinos les venden más que ellos a los chinos, pues se dice. La verdad no sé dónde está. Eugenio Bregolat escribe que la cosa es más el miedo al crecimiento chino, y a la imparable fuerza de su innovación que va siguiendo los caminos clásicos de primero copia, luego mejora.

Una gaita, y es que como nada cambia, al Imperio lo que le alarma es que salga un Imperio más grande, más técnico, que dicen que los chinos se forman en Stanford y vuelven a casa con la mejor tecnología del mundo bajo el brazo. Lo de pasarles en PIB, está a la vuelta de la esquina.

Nos arrastraremos otro año, viviendo lo mismo, a la misma hora, aunque parezca que las cosas no hacen más que cambiar, al final parece que el Barça sigue encabezando el campeonato de liga, que las programaciones de los teatros de ópera siguen siendo igual de aburridos, que sigue haciendo el mismo calor que siempre, a pesar del calentamiento global ese que nos aseguran que se desarrolla sobre nuestras cabezas, que los informativos de televisión siguen siendo espacios publicitarios de los partidos políticos que se lo pueden permitir, que ya nadie va al cine, pero todo el mundo ve las pelis, de una forma u otra, quien no llegaba a fin de mes, a fin de mes no llega.

Así, que ánimo, otro curso que empieza, otro año en que las familias serán asaltadas con el precio de los libros, con el precio de las mochilas, de los uniformes.

Pero que nadie se alarme, la vida, dicen, que sigue….igual.

Con su pan (duro) se lo coman

Más Gabón

Recuerdo, hace muchos años, quizás no tantos, paseando por Sudáfrica, me encontré con los famosos guetos en donde la política del apartheid había ubicado a la población autóctona.

Los ví en Ciudad del Cabo, los ví en Johanesbrgo, el famoso Soweto, y no lo vi en Durban, porque hasta allí no llegué.

Eran, y probablemente hoy sigue siendo así la cosa, recintos de chabolas donde una población incontable a mis ojos, se hacinaba en viviendas, mejor dicho en habitáculos de lo más precario, aparentemente sin ningún tipo de higiene, y donde los servicios básicos brillaban por su ausencia.

La ciudad de los blancos, aunque soportaba filtraciones procedentes de esos guetos, digamos que se mantenía de forma no muy lejana a los niveles que se pueden encontrar en el primer mundo. Había zonas comunes donde se encontraban los dos espacios, como los mercados, algunas calles, quizás en los taxis, poco más, y a partir de ahí la vida discurría con sus injusticias al aire libre, los pobres ejerciendo de pobres y los demás a sus quehaceres.

Guetos he visto bastantes en mi vida, de hecho son guetos los que en Palestina se han levantado encerrando a la población autóctona tras muros que casi como el ciprés de Silos a la estrellas casi alcanzan. Intramuros hay una vida, extramuros otra diferente, y las zonas de contacto se limitan al trabajo que los pobres deben hacer para los ricos, así que palestinos los encuentras, ¡cómo no! en los taxis en las tiendas de los bazares, y seguramente en las cocinas y en aquellos servicios en los que los miembros de la invasión europea de la primera mitad del siglo pasado rechacen desde sus elevados niveles de formación.

No voy más que a puntualizar que nuestra sociedad avanzada en este mundo occidental tan puñetero, también crea sus guetos, que no hay más que acercarse a “Can Tunis”, a la famosa Cañada real, o a tantos y tantos otros que a lo largo de nuestra Europa se han ido creando al abrigo de nuestras ciudades.

Pero hay otro tipo de gueto, más llamativo por lo discreto, y la primera vez que fui consciente de su existencia fue en la ciudad de Guatemala.

Y el caso es que quienes estaban dentro de las murallas no eran los desgraciados de Soweto, ni siquiera gente de “Nou Barris”, eran las clases dirigentes, los ricos, vamos que desarrollaban su vida a la sombra de las ametralladoras que sin ningún pudor mostraban los guardias que les protegían desde las garitas de vigilancia. Tremendo.

Ciertamente en nuestro mundo occidental tenemos ejemplos de ese jaez en tantas y tantas urbanizaciones cerradas a cal y canto, pero quizás sin el componente de que si salen los habitantes de allí dentro, pueden secuestrarlos, balearlos, acuchillarlos, cualquier barbaridad, vamos, y tienen que moverse con su guardia pretoriana a cuestas.

Mi impresión, tanto en Libreville como en Franceville, fue el sentir que estaba en uno de esos espacios como los de los guetos de miseria que comentaba al inicio de esta entrada, pero guetos que abarcaban todo el espacio urbano.

Me dice la gente maravillosa con la que contacté, que las cosas se han ido deteriorando en los últimos años, quizás por la caída del precio del petróleo, quizás por la mala administración de su economía, quizás por su mismo sistema político.

Seguramente es así, no lo sé, solo que demasiadas ilusiones se frustran demasiado pronto. Lo único que parece crecer es el número de nacimientos, y consecuentemente la población que parece se incrementa en casi un dos por ciento anual, lo que es una barbaridad en términos occidentales.

Quiero decir con eso, y no es el único país del África en que el crecimiento de la población se mueve en esos términos, que la sensación que me he traído ha sido la de una falta de infraestructuras de sanidad y educación que está destruyendo un potencial humano que quizás permitiese al país recuperarse de la situación en la que lo he visto.

Alguien me dijo que el abandono de las zonas rurales comenzó a producirse a finales del siglo pasado con la promesa de que las nuevas industrias ligadas a la extracción de crudo, a la minería del manganeso, y quizás en menor medida de la explotación forestal iban a producir una explosión de oportunidades. Claramente no ha sido el caso.

Consecuentemente, estamos frente a la situación dolorosa de que en un país en el que los niveles de supervivencia en términos de dignidad para la población pudiesen ser más que aceptables, nos encontramos que desgraciadamente no es así, que la mayoría de la población se mueve en términos que consideraríamos en nuestras sociedades occidentales abiertamente inadecuadas e inaceptables.

No quiero echar todas las culpas a los dirigentes que van heredando el cargo, a pesar de que hay mucha sangre según cuentan las crónicas en las manos de esa élites, ya que un fenómeno tremendo se ha filtrado aquí, y en otras sociedades de este llamemos tercer mundo, para entendernos, y es el neocolonialismo, que las potencias europeas, Francia en este caso ejerce sobre estos territorios que en un momento dado dominaron militarmente.

La moneda es el franco, colonial, desde luego,  que parece garantizado por el gobierno francés, ya que tiene un cambio inamovible, y claramente no está cotizado en los mercados monetarios.

La gasolina te la vende Monsieur Total, a pesar de que andan en mini-broncas a cuentas de la extracción del crudo, pero me temo no son más que eso, broncas de enamorados, por un quítame allá esas comisiones.

Me llamó la atención de que el grupo hotelero Accord no anduviese instalado allí, pero para el nivel de turismo y visitantes, parece suficiente que el grupo Radisson les gestione como puede el único hotel medio decente.

Y es que de hecho hablamos de un PIB de algo más de 12.000 millones de dólares, es decir lo que factura Inditex en un mal trimestre. Importa relativamente poco, salvo el supuesto valor estratégico militar que pueda tener el país.

Me pareció notable el gueto que representa la embajada francesa en Libreville, una especie de fortín donde viven, además todos los funcionarios. Espectacular.

Me comentan el interés, como en buena parte del Continente, de los chinos a la hora de comprar tierras realizar infraestructuras, y aparentemente crear riqueza, pero yo no vi chinos, y tampoco carreteras o aeropuertos dignos de llamarse así. Seguramente por mi estancia tan breve, ya iré viendo.

Volveré a hablar de estas tierras que pudieran ser maravillosas y hoy son uno de los lugares del mundo en los que sabes que la injusticia social es evidente, a lomo de tantas y tantas formas de depredación a las que están sometidos sus habitantes.

Mientras seguiré pensando que no estoy viviendo la historia del Mandarín de Queiros.

Con su pan se lo coman

Hacia Franceville

Hacia Franceville

Me dicen que para llegar a Franceville, ciudad al este de Libreville, a unos seiscientos cincuenta kilómetros de distancia hay que coger un tren, el Transgaboniano. Pues bueno, que uno ya subió en el Shangai en su momento, conoce los detalles de aquel sevillano al que según donde, llamaban el catalán, y se ha subido en trenes de todo el mundo, así que este no me iba a asustar.

Me amenazaron con doce o trece horas de viaje, y recordé aquel episodio que nos contaba Javier Reverte del “Air May be” tanzano, creo, así que paciencia, agua y unas galletas, como los marineros del siglo XV, que estas cosas sabe uno como empiezan pero desde luego, no sabe cómo acaban. Lo mejor ir pertrechados.

Siempre he preferido los trenes botijo, ya que al menos podías poner el vino en la ventanilla a refrescar, y de cuando en cuando ir tomando la parte alícuota correspondiente al trayecto a realizar.

Pero estos trenes modernos no permiten ciertas gollerías, y rezas para que el aire acondicionado no falle, que si es así lo que te queda es la oración al son del réquiem de Verdi, que no está nada mal tampoco. El problema es cuando la modernidad se queda a medias y cuando con el pretexto de no poder bajar las ventanas por aquello de la seguridad, la climatización y no sé cuantas historias más te dejan sin refrescar el botijo, con el aire acondicionado inadecuado, y con una cara de las de ¿qué cojones hago yo aquí?.

Pero no importa, que uno está bragado y para estas cosas aún le quedan restos de paciencia en ese alma cascarrabias que me acompaña. Que ni mirar por la ventana me dejaron, ya que el viaje fue nocturno a la ida.

¡Cómo desee que el viaje fuera de día y disfrutar del paisaje!. Cierto que a la vuelta los malditos dioses me concedieron el deseo, que me tiré diecisiete horas de viaje….pero no adelantaré acontecimientos.

Los trenes africanos, como las trochitas andinas, como en fin todos esos trenes que atraviesan tierras donde no habita el lujo tienen la importancia de satisfacer las necesidades de comercio locales, con lo que se llenan de las más pintorescas mercancías que acabarán en los mercados alrededor de la línea férrea, hasta animales he visto transportar en el regazo de algún viajero, que hay que vivir, que son tierras duras como aquellas tierras españolas de mitad del siglo pasado, donde el comercio sencillo a pie de tren ayudaba a no pocas economías familiares. Viejos tiempos.

Pero una cierta modernidad ha llegado a este tren, el único del país, y solo se admiten mercancías en el furgón correspondiente, y en las estaciones nadie puede recoger nada, ni siquiera hay puestecitos para atender las necesidades de los viajeros en las estaciones. ¡Aaastooorgaaa, a la rica mantecadaaaa!¡Yemaaasss de Santa Teresaaaa!¡Aguaaa de la sierraaa! Aquí, en el Transgaboniano es fiambrera o muerte, una especie de quiero y no puedo, que no nos importaría tener el TGV, aunque fuera de segunda mano.

Pero un billete de ida y vuelta es más caro que el salario de un mes de muchas personas, con lo que se deduce que no está hecho para el pueblo llano, quizás para los señoritos, que turistas tampoco parece que haya muchos.

La zona este de Gabón, se acerca al Congo Brazza, y en su momento pudo ser una región con producciones agrícolas razonables, pero hoy la cosa no da para mucho, que de la destrucción de los cultivos se han encargado los elefantes con un aterrador empeño. Así que la línea férrea se utiliza para el transporte de madera obtenido de las selvas ecuatoriales que se ven cada día más peladas, y del manganeso, que si deja algo es polvo en los pulmones de la gente de la zona, ese polvo que levantan los camiones que se llevan la riqueza para otras zonas, para otras gentes.

Franceville en ningún momento me dio la sensación de estar en una ciudad, es una estructura deslavazada, una zona de mercado mísera, que parece ha recogido lo que en nuestra Europa sobra, y con productos agrícolas de muy baja calidad. Hay hoteles pero no parece haber urbanismo, hay edificios oficiales, ayuntamiento, ejército, policía, pero lo dicho, no parece haber ciudad, solo aglomeraciones de casas en barrios duros.

En mi tren viajaban políticos, que el próximo seis de octubre tienen elecciones legislativas, con sus todoterreno en la cola del tren, como aquel auto expreso que teníamos por aquí. Parece que tenía que demostrar su poder a lomos de los Toyotas, grandes, enormes, intimidatorios, que había que convencer a los jefes de barrio de la utilidad de votar al poder establecido. Yo pasé vergüenza viendo el espectáculo, luego me di cuenta que dolía la visión. Demasiada gente viviendo con menos de un euro al día.

Ya no se cultiva café, pescar en el río tiene poco sentido, los platanales me dicen que están destrozados, demasiada miseria. Nadie se merece eso.

Y de lejos, si te subes a una colina, el paisaje, el que no ha sido quemado para la recolección de madera, o para vaya usted a saber qué, es bellísimo, pero me temo que a la vez es hostil para quien quiere sobrevivir allí y no es de la cuerda de la gente del poder.

Me dolió Franceville, que te recibe con un estadio de futbol moderno, totalmente fuera de lugar que demasiadas cosas necesita aquella gente para el tal dispendio. Pero son las cosas de las dictaduras, que no las cosas de África como se empeñaban en comentarme mis amigos locales.

Ya hablaré en otra entrada de los detalles de mi visita y mi interacción con la gente, que ahora con comentar someramente el regreso a Libreville, la cosa queda cumplida.

El tren de regreso se me llenó de políticos, y lo que es peor de sus guardias pretorianas secretas, bien armados de fusiles, pistolas y lo que no pude ver. En mi vagón, lleno por cierto, no éramos más de diez ciudadanos normales, y el único blanco el que sus escribe. Tremendo.

Y la gente que debe estar cansada del dictador de turno, el que manda a sus acólitos a soltar dinero a los jefes de barrio para ganar las elecciones, decidió en cada una de las estaciones en las que se detenía el convoy, bloquear las vías, con el consiguiente aumento del nerviosismo de los matones de a bordo.

Diecisiete horas esperando que ocurriese algo, o al menos que el viaje acabase, que lo que menos importaba es que el paisaje fuera más o menos frondoso.

Llegar a Libreville fue constatar que la miseria de las casas del recorrido no diferían de las que había encontrado en Franceville, ni de las que en la capital abundaban. Demasiados niños correteando entre las vías del tren, demasiada miseria para tan bella tierra.

Con su pan se lo coman

 

Paseando por Libreville

Me andan diciendo que la cosa en un país no anda bien cuando su divisa se cotiza a más de quinientos pelotines locales por dólar americano.

Y tiene su sentido, ya que eso permite a la psiche del populacho creerse millonario muy deprisa, que no entienda a la primera que está viviendo con un dólar americano o menos, cuando da un pomposo y raido billete de mil cacharrines a cambio de unos cuantos plátanos al caer la tarde, y ver qué se cena esta noche.

Mil boñigos una carrera de taxi, eso si, un cacharro destartalado, de los que nuestra Carmena, ¡Ay Carmena!, no dejaría ni aparcar en casa aunque estuviera la mansión en Torrelodones. Es la muerte de los Toyotas que ya habían muerto hace mucho tiempo, en Europa y esperan ser enterrados en África

Pero tampoco se puede pedir mucho más, que al fin y al cabo hay que ir a uno de esos barrios de Libreville, a donde solo las cabras y el viejo Corolla se atreven a pasar, que hay polvo o barro hasta cansarse, donde hay baches que se comen el coche, donde la gasolina, en un país productor de petróleo, se vende como en Ciudad Real, como poco.

Si después de haber visitado la ciudad alguien me pregunta opinión, me veré obligado a contestar que jamás vi tanta pobreza pero tampoco ví mayor dignidad en los ojos de las personas que por allí sobreviven,

No lo sé, pero a la que empiezo a ver las estadísticas que publican por ahí gentes de diferentes agencias de la ONU, me echo a temblar, que por aquí la gente en el intervalo de edad entre los quince y los veinte se mueren en primer lugar por el SIDA, y en segundo lugar por la Tuberculosis, tremendo.

Luego parece que vienen cosas como el paludismo, accidentes…pero ya no importa, el país se desangra, y eso que escuchas a los que son poderosos hablar del paraíso gabonés, que tiene una renta per capita de ocho mil dólares más o menos.

Pero yo he visto a demasiada gente vivir con un dólar o menos al día, con una dignidad que no encuentro en la mesa del ministro de cualquier cosa. Difícil eso de hacer la retina a la visión que la realidad te pone delante de las narices, muy difícil.

Las limousinas a lo New York aquí se transforman en caravanas de todo terrenos precedidas por motos de la policía, o del ejército. Por mi finca paseo solo, que solo me faltaría una raya en mi Cayenne producida por el Toyota del taxista.

Todos a un lado en el Boulevard Nice, a orillas del Atlántico que mira hacia tierras americanas, hacia los lençoes maranheses de los brasileiros. El culo brasileño que encaja en el vientre de África.

Está pasando el sátrapa, o uno de los suyos, a nadie le importa. En la playa los chicos juegan al futbol descalzos, los viejos van cogiendo frutos pacientemente para ver si al venderlos pueden cenar algo esa noche.

Las cloacas vierten en la arena, las mareas dejan pequeñas charcas, con peces a veces, que nadan entre el mar recién llegado y los detritus de la ciudad.

Siempre hay quien los captura, siempre hay quien los vende, siempre hay quien los come, porque como seguramente dijo también Javier Reverte, aquí no se tira nada, todo son recursos, todo ayuda a que la muerte no te llegue hoy.

Y nadie sabe cuanta gente vive por aquí, que solo se registran los que nacen en algún centro sanitario, o al menos los que un médico certifica, pero no importa. Son demasiados los ciudadanos que no existen para el Estado, para su Estado. Nacen en la pobreza, no producen nada, nunca producirán nada, bueno si, quizás más compatriotas, y el Estado no quiere saber que existen. Es más barato, de forma que no se paga la educación de los nuevos ciudadanos, esos que no tienen ni un dólar al día para comer, y claro, tampoco vamos a destinar recursos para curar las enfermedades de ciudadanos que no existen. Si desaparecen un posible opositor menos.

Que los hijos de los que pueden, se educan en Europa, van a hospitales de lujo locales, viven junto a la embajada de Arabia Saudita o en la “Citè de la Democratie”.

Y me recordó a Guatemala, cuando me enseñaron el barrio donde vivían los poderosos, protegidos por muros de diez metros con torretas que cobijaban soldados armados. El populacho, ese que no existe es muy incómodo.

Y de vez en cuando si el hijo del señor ministro de la cosa salía del recinto a comprar un pito o una pelota, podían secuestrarlo, y la historia de Guzmán el Bueno, ya está servida de nuevo.

Pero la gente, ese pueblo que según me cuentan no ha dejado de ver como su país se deterioraba es digna, es pacífica, (temed la ira de los mansos, dijo alguien en algún sitio) pero todo tiene su límite, todo tiene el punto de no retorno del hartazgo.

Parece que les dicen que el precio del petróleo ha caído, y no llega la pasta para nada. Bueno, para nada más que para guardarla fuera del país, que si hay que comprarse un pisito en París, siempre es más seguro y más chic que hacerlo en las playas del sur o en la punta de la bahía de la capital.

Y es que parece que nadie cree en esa tierra, solo vale extraer la riqueza y transportarla lejos, como en aquella España del final de Franco, como en esta España de los impuestos confiscatorios a las clases medias.

Estoy cansado, demasiada miseria, vuelvo al Radisson, pulcro de lujo provinciano, y veo que está la guardia presidencial, que están los almirantes de la Marina, los jefes del ejército, entregando despachos a los que suben, a los hijos de ellos mismos, los encargados de procurar que nada cambie, o que las cosas cambien lo menos posible.

Algunos se formaron en España, otros en el Imperio, quizás algunos en China, esa China que quiere hacer caminos en el país, que quiere comprar tierras para producir comida, para producir quizás hasta sobornos. No se sabe, solo se intuye, pero los gorros militares recuerdan al que tengo en la memoria sobre la cabeza de De Gaulle.

Llenaré el coche en la gasolinera de Total y llamaré por teléfono desde Airtel, subiré al vuelo de Air France, y alguien me dirá que la época del colonialismo se acabó en 1960 y la esclavitud mucho antes.

Pues será verdad.

Con su pan se lo coman