Camino de Shangai

 

 

 

Chucu chucu chu, viaja con nosotros en un día azul…..

A mí me han gustado siempre los trenes, desde enano, quizás desde antes de ser enano, siquiera. Me nacieron en una estación de ferrocarril, que no llegaba a estación, que era apeadero, con nombre rimbombante, y bonita como un San Luis.

Mis padres vivían en la estación, y mientras yo pegaba el primer berreo, mi padre seguro debió dar salida al tren de las tres, (las quince si nos atenemos al casticismo local). Es zona de trenes playeros, pero en diciembre de 1950, no creo que hubiera mucha gente con el bañador y la sombrilla, dispuestos a llegar al siguiente apeadero, Ocata, en el centro del Maresme.

No sé qué tren sería, a lo mejor uno de aquellos de la serie trescientos, que luego con los años dí en llamar los café con leche. Eran feotes, con asientos de plástico, y llevaban segunda y tercera clase, pero no me hagan sus gracias mucho caso en esto, ya que no me voy a poner con la Wilkipedia a ver qué serie de trenes pasaban por allí en aquel tiempo. A lo mejor era un tren de esos con máquina y vagones, de madera, claro, y asientos de tablones en tercera, y gutapercha en segunda.

Seguro que olían a guerra civil, y a estraperlo, pero yo era muy enano y no me enteraba….pero algo debió quedar por ahí pegado. A saber.

Claro, con un padre ferroviario, y habiendo nacido en esas condiciones, las opciones eran escasas, amor u odio a los trenes….escogí amor, y en ello sigo.

Mis abuelos paternos, vivían en Zamora, la que no se tomó en una hora, ni falta que hacía, así que con algo de uso de razón recuerdo mis primeros escarceos con la ruta de la seda española. Barcelona-Zamora en agosto y en tren. Toda una odisea.

Como buen ferroviario, a mi padre le perdía el exceso de confianza en eso de los trenes. Creía que para él y para los suyos siempre habría un asiento en segunda, y de reservar asiento, nada de nada. Tiraba de kilométrico, y hala al expreso nocturno de Madrid.

No había caravasares en el camino, ya que en las estaciones no admitían camellos, pero había estaciones, puentes, túneles, y la emoción del viaje que para mí era total.

El tren salía de la estación de Francia, de la vía doce, en curva, un montón de vagones…bueno siete u ocho, más el furgón de correos, y uno o dos vagoncillos de carga que aguantaban el viaje de milagro.

En esa Barcelona de mi infancia que olía a miseria y a perfume barato, posiblemente en los vagones de primera, iban los “empresaris” a resolver sus cuitas con el gobierno, y de paso a regar el jardín de la querindonga a la que habían puesto un pisito en la calle de Alcalá.

Algún militar de alta graduación, y el señor obispo de algún pueblón del interior, a quien el Primado habría llamado para algún negocio.

En segunda, íbamos de gañote gracias al kilométrico que te daba RENFE por tener explotado al cabeza de familia, también se subían los viajantes de puntillas e hilos a vender en sus rutas los productos de la Fabra y Coats, y alguna reverenda madre acompañada de la correspondiente novicia.

Ya en tercera, iban los emigrantes, que habían llegado a Barcelona en busca de una miseria algo más llevadera que la que encontraban en sus campos manchegos, o en la meseta norte. Allí hacinados y felices, por volver al pueblo, a pasar las vacaciones, y a contar en el bar de las moscas, lo bien que se vivía en las casas del congreso eucarístico, y lo serios y trabajadores que eran los catalanes….tiempos.

También algún soldadito a mitad de su mili de tres años, con permiso, y billete de militar, que salía más baratito, la fauna ibérica, vaya.

No faltaba la fiambrera para la cena….una tortilla de patatas, que parecía el rancho de los tercios de Flandes, los filetes de dudosa procedencia, convenientemente empanados, y alguna bota con algo que podía ser vino, y que andaba como la falsa monea. Un espectáculo.

De Barcelona, salía el tren con una Mikado cojonuda, que en bajada, si la vía lo permitía, y no se le saltaban los ejes a los vagones, podía andar a casi sesenta por hora en las rectas largas.

Luego, ya pusieron las locomotoras eléctricas, las Alsthom de la serie siete mil seiscientos, que primero llegaban hasta Tarragona, y luego hasta Mora de Ebro, que para cruzar el Priorat, venían muy bien.

Mi madre, con muy buen criterio, nos dejaba a nuestro aire, que no era mucho, en aquellos trenes hacinados. Mi hermano y yo nos asomábamos a las ventanas, con el afán de ver a la máquina echar humo, cuando el tren cogía las curvas, una maravilla, pero acabábamos de carbonilla hasta los entresijos de las entretelas, eso sí,  sin dar la lata más que lo justo.

Chucu Chucu Chu, viaja con nosotros en un día azul.

El expreso de Madrid, hacía lo que podía, era la joya de la RENFE, y a toda velocidad a las seis o siete horas de haber salido de Barcelona, entre la modorra que se nos había venido encima, el humo en los túneles, y la madre que los parió, atisbábamos la bonita estación de Zaragoza Campo del Sepulcro.

A mí eso del sepulcro, y del campo me dio siempre muy mal rollo, pero, en fin, la cosa era poco grave, porque deprisa la Mikado pegaba un tirón, y hacia la capital del reino.

De la segunda parte del viaje hasta Madrid, mis recuerdos son más confusos, el sonido de Calatayud, de Alhama de Aragón, Espinosa de Henares (ahí no paraba, seguro), y ya Guadalajara, Complutum, y al rato, las barracas de Vallecas y Entrevías…..Madrid.

Habían sido trece horas de magnífico viaje, y la caravana estaba en Estambul, eran las once de la mañana, se imponía un café por los alrededores de Atocha, y hasta las tres y media deambular por la ciudad, amén de atravesarla, que la otra caravana salía de Príncipe Pío…(por cierto, sigo sin saber quién era el tal pollo, y duermo tan tranquilo).

En alguno de esos viajes, seguro que entramos en el Prado, en el Botánico, para que no nos deshidratáramos los enanos, ya que la sequedad del clima capitalino, a los trientaymuchos grados que nos encontrábamos un año sí, y otro también, sin calentamiento global, claro, mermaban nuestra resistencia.

Me acuerdo de parar a comer en la Cuesta de San Vicente, en el bar TAF, (Tren Automotor Fiat, pero de eso otro día hablaremos) cocido del día….papá ¿vas a pedir gaseosa?

Las tres y media, vía dos, el rápido de Valladolid estacionado al sol, como cumple, y pa dentro, que luego es tarde.

¡Niñoooossss! Mirad el Escorial, salid al pasillo del departamento, ahí Felipe segundo, y el monte Abantos, y la Sierra qué bonita…..

Chucu chucu chu viaja con nosotros en un día azul.

La máquina, eléctrica ella, una Oerlikon de la serie 7200 por lo menos, era necesaria para cruzar la sierra, y como la alegría dura poco en la casa del pobre, en Avila, nos esperaba la Mikado, para proseguir viaje.

El tren llegaba como podía a Medina del Campo, y nos esperaba el enlace a las nueve de la noche, que en algún momento nos depositaría en Zamora.

Recuerdo en ese tren los campos castellanos ya segados, y el cielo que siempre me sugirió imágenes fantásticas. Recuerdo los atardeceres de esos viajes, como las cosas más bonitas que he visto. Pero debíamos los componentes de la caravana estar ya literalmente descojonados…y faltaba lo bueno.

Coge niños, maletas, echa a correr en la estación de Medina por los pasos subterráneos, que olían a meados de soldado, que el zamorano está pitando, y solo nos falta perderlo.

El zamorano, era un mixto, quiero decir, un tren de mercancías al que se le habían añadido dos o tres vagoncillos de pasajeros e iba dejando y cogiendo vagones por las estaciones del recorrido.

En cuatro o cinco horitas nos depositaba en Zamora, la que no se tomó en una hora, ni puñetera falta que hacía.

Mi abuelo Miguel, ferroviario él también, creo que jubilado anticipadamente por aquellos tiempos, venía a buscarnos, y era el fin del viaje. No recuerdo si antes de acostarnos, nos daban algo de cenar, si nos desmugraban, o la cosa quedaba para mejor ocasión.

Continuará…..

4 comentarios sobre “Camino de Shangai”

  1. He disfrutado del viaje, maravillosamente relatado, enhora buena Luis Miguel, ha sido encantador.

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