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IL “FU” ES QUIEN DECIDE*

 Asistí hace unos días a una conversación entre dos personas de la que aún no me he repuesto, no tanto por lo insólito de la historia, sino por la naturalidad con la que se narró y se aceptó por el oyente. Diremos entonces que contesció en un país del ecuador africano que una mujer joven, digamos que de unos sesenta años falleció por causas naturales, quizás con algo de ayuda por parte de la ineficacia médica que en esa parte del continente caracteriza a las instituciones sanitarias.

Nada especial en el hecho del fallecimiento, algo cotidiano, que es ley de vida y estamos todos obligados a pasar por el trance, incluso tenemos derecho de expresar a nuestros allegados algunos deseos íntimos que deben ser ellos quienes los lleven a cabo, cuando nosotros hayamos realizado el tránsito.

Y es debido conocer que esta señora, tenía sus deseos, expresados claramente a sus familiares y amigos en vida, y que por otra parte no eran nada difícil de cumplir.

Estos eran que deseaba reposar junto a su marido, que ya había fallecido y junto a un chico que sin ser su hijo biológico había querido como a tal, y que también, por desgracia, había fallecido en vida de esta dama.

La familia tenía los medios necesarios para llevar a cabo la voluntad de la difunta, y de hecho, era la opción más razonable, dado que el fallecimiento tuvo lugar en la localidad donde estaban enterrados sus seres queridos.

Para entender el contexto de todo este asunto, hay que conocer algunas de las costumbres locales relativas al rito funerario, que aunque no son demasiado alejadas de nuestra cultura, significan algunas diferencias que en este caso fueron significativas. Y es que cuando una persona fallece, la familia debe despedirse del “FU”, y ello conlleva desplazamientos que sin ser muchas veces excesivos en distancia si lo son en tiempo y en dinero, ya que la familia del “FU” debe correr con los gastos provocados por las miríadas (es una exageración), de familiares y allegados que desean despedirse.

Además, como hasta que no se han despedido todos, no está bien proceder a la inhumación, puede alargarse el funeral varios días, quizás hasta casi dos semanas. En este caso, al parecer, la mayoría de la familia vivía a una distancia considerable y se consideró como solución más razonable, trasladar los restos a la localidad de procedencia del grupo familiar, a unos setecientos kilómetros del lugar del fallecimiento, y del sitio en que la difunta, “IL FU”, quería ser inhumada.

Subieron pues el féretro al tren, junto con otros seis o siete féretros de otras personas que iban a ser enterradas en la localidad de origen de la familia, y donde les esperaban para el funeral.

Quiero también indicar, que en esta parte de la tierra, los funerales y las bodas son ocasiones en las que el clan se junta, se dirimen casi siempre de forma positiva, viejos pleitos, se perdonan muchas ofensas, (las perdonables diría yo), y la fiesta es algo consustancial, de forma que se alarga el proceso un tiempo más que razonable.

De hecho, y a lo mejor no les falta razón, sienten cierta pena por nosotros dada la forma en que nos despedimos de los nuestros cuando se van. Piensan que nos los quitamos de encima, y a lo mejor no están demasiado equivocados.

Pero esa es otra historia. Tenemos a nuestra amiga en el tren, alejándose del sitio en el que deseaba ser enterrada, y a no muchos kilómetros de la salida, un descarrilamiento de otro tren, bloqueó las vías, de forma que era imposible proseguir el viaje.

Tampoco es muy extraño ese tipo de accidentes en esa ruta, que el mantenimiento de las instalaciones no es el más avanzado, de forma que se decide bajar los féretros introducirlos en furgones funerarios para proseguir viaje, esta vez por vía aérea. Pero cuando van a cargar el féretro de esta dama, resulta imposible hacerlo, que entre seis fornidos muchachos no podían moverla para subirla al furgón. En ese momento, la hermana de la difunta, se acerca al ataúd y dirigiéndose a la finada, le dice

-No te pongas en ese plan, si no te quieres mover, no pasa nada, yo me quedo aquí contigo, y te enterrarán por esta zona, que no es lo que tú querías, pero es lo que va a pasar, así que se razonable.

Dicho y hecho, un solo hombre pudo subir al furgón, con toda facilidad el féretro, y se dirigieron al aeropuerto. Se pudo cargar el ataúd en el avión, pero cuando fue a despegar tuvo un fallo mecánico que impidió la salida. Hubo que bajar los féretros, y esperar otro avión, y buscar,  por supuesto zonas de almacenamiento refrigeradas, que los más de treinta grados y los noventa por ciento de humedad no son las condiciones idóneas para conservar los cuerpos.

Y la escena se repitió, al intentar volverla a subir a otro avión que la alejaba del lugar en que esperaba ser enterrada, fue imposible. No se podía mover el cuerpo, ni con un Caterpillar.

No es difícil imaginar la desazón de la familia, que a setecientos kilómetros de allí estaba esperando a su familiar para despedirse de ella, según sus tradiciones, además con un gasto de dinero casi inasumible, que cada día crecía más, y por supuesto los sentimientos de todos por no poder despedirse como debían de su ser querido. Finalmente se toma la decisión de hacer caso a “IL FU”, y le dicen que tranquila, que la van a enterrar donde ella quería, momento en el que todo vuelve a ir como una seda, acaba el sepelio, y hasta hoy.

La familia vuelve a casa, y ya está, ya está menos la cara que se me puso a mí cuando, estando yo de testigo, oí narrar esta historia, y a la persona a la que se lo contaban le parecía de lo más lógico toda la peripecia

. -¡Pero,¿ cómo se os ocurrió no hacer caso de la voluntad de la difunta?! .¡Menos mal que al final le dijísteis que la ibais a enterrar donde ella quería!.

Pienso, después de oír esta historia, lo que este mundo industrial y tecnológico ha hecho que perdamos en cuanto a nuestras capacidades de comprensión del mundo que nos rodea, especialmente lo relativo a las sensibilidades intangibles, a la incomprensión de planos diferentes al nuestro, fuera del racionalismo más duro. Alguien me dijo que hemos perdido la mitad de nuestra conciencia y de nuestra capacidad de comunicación, ya que se inscribe únicamente al plano físico en el que nos movemos. ¡Nos vemos!

*En Italia, es el que fue, es decir el difunto. Lean “IL FU Mattia Pascal” de Luigi Pirandello. Deliciosa novela.

Mi productividad anda por los suelos

Ayer en la oficina no daba pie con bola. Tremendo, ni con el drive, ni con el wetch, ni con el putt. Un desastre.

Y me dediqué durante toda la jornada a despotricar contra el campo. Que si las calles estaban secas, o quizás demasiado regadas, que si los greens estaban picados y ya iba siendo hora de que los segaran.

Y mi socio de gabinete, yendo recto como una “patena” que diría il fu Gil, aprochando casi bien, y pateando decente. Yo a lo mío, no analizaba mis acciones, las decisiones que tomé fueron erróneas en su mayoría, con lo que no hubo forma de obtener una jornada productiva, no como mi socio que consiguió cumplir ampliamente sus objetivos.

Y la razón, en obvia ausencia de una dismenorrea que todo o casi todo puede justificar a casi la mitad del género humano, me vi forzado a buscarlo en otras latitudes.

Y es que me vino a la cocorota eso de que en Brasil, uno de esos países en los que tanta pobreza he visto, un pollo que comparte piso con doña Le Pin, no ha salido presidente a la primera de cambio por los pelos.

Me dicen que la razón hay que buscarla en el hecho de que los de izquierdas, los que defienden a los trabajadores están en chirona…por haber, posiblemente, metido la mano en la caja. No pasa nada, que al final es la perta que se ha abierto en este mundo global en el que las clases medias han pasado a ser clases mitad de cuarto, a lomos de la ambición desmedida de ese uno o dos por ciento que se dedica de forma obscena al almacenamiento de recursos y dinero.

Y claro me viene al coleto que la consecuencia de eso que hemos dado en llamar crisis, no ha sido más que un expolio descarado de esa mass media que empezaba a soñar en un mundo en el que el futuro de las familias estuviese más o menos asegurado. Y no, que parece que todo lo que a través de décadas de lucha se pudo conseguir, se ha diluido como un azucarillo.

Nuevos charlatanes asoman al panorama político, lo hizo Tito Trump en el Imperio, lo han hecho en Italia, lo han hecho en el Reino Unido, que la gente ya no quiere el discurso de la señora Lagarde, ni de los chicos del MIT, o de Harvard.

Ha salido muy caro a la mayoría de los ciudadanos, el hecho de haber soportado políticos corruptos, aquí, allá, y un poco más lejos, unos más burdos que otros, que hasta me han mandado n vídeo en el que el voto en un país africano, se pagaba a 15 euros. Una bicoca.

Y uno, que es como ese Mr. Chance de “from my garden”, recuerda haber leído, o escuchado que el partido nazi subió al poder cuando al pueblo alemán, la codicia de los aliados que habían vencido en la contienda 14-18, empobreció tanto a las clases medias que escucharon los cantos de sirenas de quien, al final, se convirtió en uno de los mayores genocidas que nos ha legado la historia.

Con diferentes estilos, me temo que estamos siguiendo la misma senda, pero de forma global, y van apareciendo, poco a poco, aquí y allí, nuevos grupos, que al grito de arreglarlo todo y volver a los logros del “New deal” arremeten sin posibilidad de resolver nada, contra las pocas cosas lógicas que quedan en el sistema que actualmente más o menos, aún rigen nuestras vidas.

Así que ahora tocan los nacionalismos, tocan los extremismos a los que nos han abocado la última década de expolio. Y es que es muy difícil ir marcha atrás en el tema del bienestar de los ciudadanos sin que haya consecuencias, creo.

Y claro, hablar de estas cosas no son adecuadas para que el día en la oficina sea productivo, es imposible, que además cuando triunfan estos iluminados, como el Sr. Torra, como el Sr. Maduro, o los que poco a poco van adquiriendo parcelas de poder, quienes de verdad acaban sufriendo de forma indecible son los ciudadanos, ¿verdad Sra. May?.

Así, que me quejaré al presidente de mi oficina, que, por favor, arreglen los greenes, que ajusten las tarifas, que nos dejen vivir en paz, que nos dejen vivir dignamente. Creo que no es tan difícil.

Sobre todo cuando el éxito de las políticas de educación de la gente, las políticas de comprar nuestra alma con esos espejitos de colores, han sido un verdadero éxito, al crear unas masas de gente que dirá que sí a cualquier cosa que se le proponga.

A lo mejor es el momento de que el sistema empiece a pensar en el ser humano. No parece tan difícil, ¿0 sí?.

Y esa es la cosa, estamos a punto de aceptar cualquier canto de sirena que nos prometa lo que desde luego no se va a cumplir, pero eso es lo de menos, la nueva revolución será la de los populismos, los nacionalismos, los pasos atrás que nos habrán de empobrecer aún más, y como en la Alemania de los años treinta, seremos los ciudadanos los que habremos hecho posible el dislate.

Y nuestra vieja Europa discutiendo aún el sexo de los ángeles, si el corso debe implantarse en las escuelas, si lo que realmente importa es que en mi pueblo o en mi escalera tengamos la importancia suficiente para ser admitidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Nada más importa, que el señor alcalde pedáneo quiere ser reyezuelo democrático, que se ha enterado de buena tinta que si tocas pelo del poder el subidón es la leche.

Yo estoy muy mayor, y muy cansado de que estas cosas aún me afecten, y me impidan hacer mi ración de cuatro o cinco pares, un birdie, y no perder demasiadas bolas en la oficina, que lego mi profe se me desespera, y tampoco hay que fastidiarle.

Por cierto, en Cameroun, me dicen que el presidente de ochenta y cinco años y décadas en el poder se presenta a otro mandato. Bueno, y que en las legislativas gabonesas se ha laminado a la oposición, a cambio de 15 euros por voto.

Total, ¿a quién le importa?

Con su pan se lo coman.

Más Gabón

Recuerdo, hace muchos años, quizás no tantos, paseando por Sudáfrica, me encontré con los famosos guetos en donde la política del apartheid había ubicado a la población autóctona.

Los ví en Ciudad del Cabo, los ví en Johanesbrgo, el famoso Soweto, y no lo vi en Durban, porque hasta allí no llegué.

Eran, y probablemente hoy sigue siendo así la cosa, recintos de chabolas donde una población incontable a mis ojos, se hacinaba en viviendas, mejor dicho en habitáculos de lo más precario, aparentemente sin ningún tipo de higiene, y donde los servicios básicos brillaban por su ausencia.

La ciudad de los blancos, aunque soportaba filtraciones procedentes de esos guetos, digamos que se mantenía de forma no muy lejana a los niveles que se pueden encontrar en el primer mundo. Había zonas comunes donde se encontraban los dos espacios, como los mercados, algunas calles, quizás en los taxis, poco más, y a partir de ahí la vida discurría con sus injusticias al aire libre, los pobres ejerciendo de pobres y los demás a sus quehaceres.

Guetos he visto bastantes en mi vida, de hecho son guetos los que en Palestina se han levantado encerrando a la población autóctona tras muros que casi como el ciprés de Silos a la estrellas casi alcanzan. Intramuros hay una vida, extramuros otra diferente, y las zonas de contacto se limitan al trabajo que los pobres deben hacer para los ricos, así que palestinos los encuentras, ¡cómo no! en los taxis en las tiendas de los bazares, y seguramente en las cocinas y en aquellos servicios en los que los miembros de la invasión europea de la primera mitad del siglo pasado rechacen desde sus elevados niveles de formación.

No voy más que a puntualizar que nuestra sociedad avanzada en este mundo occidental tan puñetero, también crea sus guetos, que no hay más que acercarse a “Can Tunis”, a la famosa Cañada real, o a tantos y tantos otros que a lo largo de nuestra Europa se han ido creando al abrigo de nuestras ciudades.

Pero hay otro tipo de gueto, más llamativo por lo discreto, y la primera vez que fui consciente de su existencia fue en la ciudad de Guatemala.

Y el caso es que quienes estaban dentro de las murallas no eran los desgraciados de Soweto, ni siquiera gente de “Nou Barris”, eran las clases dirigentes, los ricos, vamos que desarrollaban su vida a la sombra de las ametralladoras que sin ningún pudor mostraban los guardias que les protegían desde las garitas de vigilancia. Tremendo.

Ciertamente en nuestro mundo occidental tenemos ejemplos de ese jaez en tantas y tantas urbanizaciones cerradas a cal y canto, pero quizás sin el componente de que si salen los habitantes de allí dentro, pueden secuestrarlos, balearlos, acuchillarlos, cualquier barbaridad, vamos, y tienen que moverse con su guardia pretoriana a cuestas.

Mi impresión, tanto en Libreville como en Franceville, fue el sentir que estaba en uno de esos espacios como los de los guetos de miseria que comentaba al inicio de esta entrada, pero guetos que abarcaban todo el espacio urbano.

Me dice la gente maravillosa con la que contacté, que las cosas se han ido deteriorando en los últimos años, quizás por la caída del precio del petróleo, quizás por la mala administración de su economía, quizás por su mismo sistema político.

Seguramente es así, no lo sé, solo que demasiadas ilusiones se frustran demasiado pronto. Lo único que parece crecer es el número de nacimientos, y consecuentemente la población que parece se incrementa en casi un dos por ciento anual, lo que es una barbaridad en términos occidentales.

Quiero decir con eso, y no es el único país del África en que el crecimiento de la población se mueve en esos términos, que la sensación que me he traído ha sido la de una falta de infraestructuras de sanidad y educación que está destruyendo un potencial humano que quizás permitiese al país recuperarse de la situación en la que lo he visto.

Alguien me dijo que el abandono de las zonas rurales comenzó a producirse a finales del siglo pasado con la promesa de que las nuevas industrias ligadas a la extracción de crudo, a la minería del manganeso, y quizás en menor medida de la explotación forestal iban a producir una explosión de oportunidades. Claramente no ha sido el caso.

Consecuentemente, estamos frente a la situación dolorosa de que en un país en el que los niveles de supervivencia en términos de dignidad para la población pudiesen ser más que aceptables, nos encontramos que desgraciadamente no es así, que la mayoría de la población se mueve en términos que consideraríamos en nuestras sociedades occidentales abiertamente inadecuadas e inaceptables.

No quiero echar todas las culpas a los dirigentes que van heredando el cargo, a pesar de que hay mucha sangre según cuentan las crónicas en las manos de esa élites, ya que un fenómeno tremendo se ha filtrado aquí, y en otras sociedades de este llamemos tercer mundo, para entendernos, y es el neocolonialismo, que las potencias europeas, Francia en este caso ejerce sobre estos territorios que en un momento dado dominaron militarmente.

La moneda es el franco, colonial, desde luego,  que parece garantizado por el gobierno francés, ya que tiene un cambio inamovible, y claramente no está cotizado en los mercados monetarios.

La gasolina te la vende Monsieur Total, a pesar de que andan en mini-broncas a cuentas de la extracción del crudo, pero me temo no son más que eso, broncas de enamorados, por un quítame allá esas comisiones.

Me llamó la atención de que el grupo hotelero Accord no anduviese instalado allí, pero para el nivel de turismo y visitantes, parece suficiente que el grupo Radisson les gestione como puede el único hotel medio decente.

Y es que de hecho hablamos de un PIB de algo más de 12.000 millones de dólares, es decir lo que factura Inditex en un mal trimestre. Importa relativamente poco, salvo el supuesto valor estratégico militar que pueda tener el país.

Me pareció notable el gueto que representa la embajada francesa en Libreville, una especie de fortín donde viven, además todos los funcionarios. Espectacular.

Me comentan el interés, como en buena parte del Continente, de los chinos a la hora de comprar tierras realizar infraestructuras, y aparentemente crear riqueza, pero yo no vi chinos, y tampoco carreteras o aeropuertos dignos de llamarse así. Seguramente por mi estancia tan breve, ya iré viendo.

Volveré a hablar de estas tierras que pudieran ser maravillosas y hoy son uno de los lugares del mundo en los que sabes que la injusticia social es evidente, a lomo de tantas y tantas formas de depredación a las que están sometidos sus habitantes.

Mientras seguiré pensando que no estoy viviendo la historia del Mandarín de Queiros.

Con su pan se lo coman

Hacia Franceville

Hacia Franceville

Me dicen que para llegar a Franceville, ciudad al este de Libreville, a unos seiscientos cincuenta kilómetros de distancia hay que coger un tren, el Transgaboniano. Pues bueno, que uno ya subió en el Shangai en su momento, conoce los detalles de aquel sevillano al que según donde, llamaban el catalán, y se ha subido en trenes de todo el mundo, así que este no me iba a asustar.

Me amenazaron con doce o trece horas de viaje, y recordé aquel episodio que nos contaba Javier Reverte del “Air May be” tanzano, creo, así que paciencia, agua y unas galletas, como los marineros del siglo XV, que estas cosas sabe uno como empiezan pero desde luego, no sabe cómo acaban. Lo mejor ir pertrechados.

Siempre he preferido los trenes botijo, ya que al menos podías poner el vino en la ventanilla a refrescar, y de cuando en cuando ir tomando la parte alícuota correspondiente al trayecto a realizar.

Pero estos trenes modernos no permiten ciertas gollerías, y rezas para que el aire acondicionado no falle, que si es así lo que te queda es la oración al son del réquiem de Verdi, que no está nada mal tampoco. El problema es cuando la modernidad se queda a medias y cuando con el pretexto de no poder bajar las ventanas por aquello de la seguridad, la climatización y no sé cuantas historias más te dejan sin refrescar el botijo, con el aire acondicionado inadecuado, y con una cara de las de ¿qué cojones hago yo aquí?.

Pero no importa, que uno está bragado y para estas cosas aún le quedan restos de paciencia en ese alma cascarrabias que me acompaña. Que ni mirar por la ventana me dejaron, ya que el viaje fue nocturno a la ida.

¡Cómo desee que el viaje fuera de día y disfrutar del paisaje!. Cierto que a la vuelta los malditos dioses me concedieron el deseo, que me tiré diecisiete horas de viaje….pero no adelantaré acontecimientos.

Los trenes africanos, como las trochitas andinas, como en fin todos esos trenes que atraviesan tierras donde no habita el lujo tienen la importancia de satisfacer las necesidades de comercio locales, con lo que se llenan de las más pintorescas mercancías que acabarán en los mercados alrededor de la línea férrea, hasta animales he visto transportar en el regazo de algún viajero, que hay que vivir, que son tierras duras como aquellas tierras españolas de mitad del siglo pasado, donde el comercio sencillo a pie de tren ayudaba a no pocas economías familiares. Viejos tiempos.

Pero una cierta modernidad ha llegado a este tren, el único del país, y solo se admiten mercancías en el furgón correspondiente, y en las estaciones nadie puede recoger nada, ni siquiera hay puestecitos para atender las necesidades de los viajeros en las estaciones. ¡Aaastooorgaaa, a la rica mantecadaaaa!¡Yemaaasss de Santa Teresaaaa!¡Aguaaa de la sierraaa! Aquí, en el Transgaboniano es fiambrera o muerte, una especie de quiero y no puedo, que no nos importaría tener el TGV, aunque fuera de segunda mano.

Pero un billete de ida y vuelta es más caro que el salario de un mes de muchas personas, con lo que se deduce que no está hecho para el pueblo llano, quizás para los señoritos, que turistas tampoco parece que haya muchos.

La zona este de Gabón, se acerca al Congo Brazza, y en su momento pudo ser una región con producciones agrícolas razonables, pero hoy la cosa no da para mucho, que de la destrucción de los cultivos se han encargado los elefantes con un aterrador empeño. Así que la línea férrea se utiliza para el transporte de madera obtenido de las selvas ecuatoriales que se ven cada día más peladas, y del manganeso, que si deja algo es polvo en los pulmones de la gente de la zona, ese polvo que levantan los camiones que se llevan la riqueza para otras zonas, para otras gentes.

Franceville en ningún momento me dio la sensación de estar en una ciudad, es una estructura deslavazada, una zona de mercado mísera, que parece ha recogido lo que en nuestra Europa sobra, y con productos agrícolas de muy baja calidad. Hay hoteles pero no parece haber urbanismo, hay edificios oficiales, ayuntamiento, ejército, policía, pero lo dicho, no parece haber ciudad, solo aglomeraciones de casas en barrios duros.

En mi tren viajaban políticos, que el próximo seis de octubre tienen elecciones legislativas, con sus todoterreno en la cola del tren, como aquel auto expreso que teníamos por aquí. Parece que tenía que demostrar su poder a lomos de los Toyotas, grandes, enormes, intimidatorios, que había que convencer a los jefes de barrio de la utilidad de votar al poder establecido. Yo pasé vergüenza viendo el espectáculo, luego me di cuenta que dolía la visión. Demasiada gente viviendo con menos de un euro al día.

Ya no se cultiva café, pescar en el río tiene poco sentido, los platanales me dicen que están destrozados, demasiada miseria. Nadie se merece eso.

Y de lejos, si te subes a una colina, el paisaje, el que no ha sido quemado para la recolección de madera, o para vaya usted a saber qué, es bellísimo, pero me temo que a la vez es hostil para quien quiere sobrevivir allí y no es de la cuerda de la gente del poder.

Me dolió Franceville, que te recibe con un estadio de futbol moderno, totalmente fuera de lugar que demasiadas cosas necesita aquella gente para el tal dispendio. Pero son las cosas de las dictaduras, que no las cosas de África como se empeñaban en comentarme mis amigos locales.

Ya hablaré en otra entrada de los detalles de mi visita y mi interacción con la gente, que ahora con comentar someramente el regreso a Libreville, la cosa queda cumplida.

El tren de regreso se me llenó de políticos, y lo que es peor de sus guardias pretorianas secretas, bien armados de fusiles, pistolas y lo que no pude ver. En mi vagón, lleno por cierto, no éramos más de diez ciudadanos normales, y el único blanco el que sus escribe. Tremendo.

Y la gente que debe estar cansada del dictador de turno, el que manda a sus acólitos a soltar dinero a los jefes de barrio para ganar las elecciones, decidió en cada una de las estaciones en las que se detenía el convoy, bloquear las vías, con el consiguiente aumento del nerviosismo de los matones de a bordo.

Diecisiete horas esperando que ocurriese algo, o al menos que el viaje acabase, que lo que menos importaba es que el paisaje fuera más o menos frondoso.

Llegar a Libreville fue constatar que la miseria de las casas del recorrido no diferían de las que había encontrado en Franceville, ni de las que en la capital abundaban. Demasiados niños correteando entre las vías del tren, demasiada miseria para tan bella tierra.

Con su pan se lo coman

 

Paseando por Libreville

Me andan diciendo que la cosa en un país no anda bien cuando su divisa se cotiza a más de quinientos pelotines locales por dólar americano.

Y tiene su sentido, ya que eso permite a la psiche del populacho creerse millonario muy deprisa, que no entienda a la primera que está viviendo con un dólar americano o menos, cuando da un pomposo y raido billete de mil cacharrines a cambio de unos cuantos plátanos al caer la tarde, y ver qué se cena esta noche.

Mil boñigos una carrera de taxi, eso si, un cacharro destartalado, de los que nuestra Carmena, ¡Ay Carmena!, no dejaría ni aparcar en casa aunque estuviera la mansión en Torrelodones. Es la muerte de los Toyotas que ya habían muerto hace mucho tiempo, en Europa y esperan ser enterrados en África

Pero tampoco se puede pedir mucho más, que al fin y al cabo hay que ir a uno de esos barrios de Libreville, a donde solo las cabras y el viejo Corolla se atreven a pasar, que hay polvo o barro hasta cansarse, donde hay baches que se comen el coche, donde la gasolina, en un país productor de petróleo, se vende como en Ciudad Real, como poco.

Si después de haber visitado la ciudad alguien me pregunta opinión, me veré obligado a contestar que jamás vi tanta pobreza pero tampoco ví mayor dignidad en los ojos de las personas que por allí sobreviven,

No lo sé, pero a la que empiezo a ver las estadísticas que publican por ahí gentes de diferentes agencias de la ONU, me echo a temblar, que por aquí la gente en el intervalo de edad entre los quince y los veinte se mueren en primer lugar por el SIDA, y en segundo lugar por la Tuberculosis, tremendo.

Luego parece que vienen cosas como el paludismo, accidentes…pero ya no importa, el país se desangra, y eso que escuchas a los que son poderosos hablar del paraíso gabonés, que tiene una renta per capita de ocho mil dólares más o menos.

Pero yo he visto a demasiada gente vivir con un dólar o menos al día, con una dignidad que no encuentro en la mesa del ministro de cualquier cosa. Difícil eso de hacer la retina a la visión que la realidad te pone delante de las narices, muy difícil.

Las limousinas a lo New York aquí se transforman en caravanas de todo terrenos precedidas por motos de la policía, o del ejército. Por mi finca paseo solo, que solo me faltaría una raya en mi Cayenne producida por el Toyota del taxista.

Todos a un lado en el Boulevard Nice, a orillas del Atlántico que mira hacia tierras americanas, hacia los lençoes maranheses de los brasileiros. El culo brasileño que encaja en el vientre de África.

Está pasando el sátrapa, o uno de los suyos, a nadie le importa. En la playa los chicos juegan al futbol descalzos, los viejos van cogiendo frutos pacientemente para ver si al venderlos pueden cenar algo esa noche.

Las cloacas vierten en la arena, las mareas dejan pequeñas charcas, con peces a veces, que nadan entre el mar recién llegado y los detritus de la ciudad.

Siempre hay quien los captura, siempre hay quien los vende, siempre hay quien los come, porque como seguramente dijo también Javier Reverte, aquí no se tira nada, todo son recursos, todo ayuda a que la muerte no te llegue hoy.

Y nadie sabe cuanta gente vive por aquí, que solo se registran los que nacen en algún centro sanitario, o al menos los que un médico certifica, pero no importa. Son demasiados los ciudadanos que no existen para el Estado, para su Estado. Nacen en la pobreza, no producen nada, nunca producirán nada, bueno si, quizás más compatriotas, y el Estado no quiere saber que existen. Es más barato, de forma que no se paga la educación de los nuevos ciudadanos, esos que no tienen ni un dólar al día para comer, y claro, tampoco vamos a destinar recursos para curar las enfermedades de ciudadanos que no existen. Si desaparecen un posible opositor menos.

Que los hijos de los que pueden, se educan en Europa, van a hospitales de lujo locales, viven junto a la embajada de Arabia Saudita o en la “Citè de la Democratie”.

Y me recordó a Guatemala, cuando me enseñaron el barrio donde vivían los poderosos, protegidos por muros de diez metros con torretas que cobijaban soldados armados. El populacho, ese que no existe es muy incómodo.

Y de vez en cuando si el hijo del señor ministro de la cosa salía del recinto a comprar un pito o una pelota, podían secuestrarlo, y la historia de Guzmán el Bueno, ya está servida de nuevo.

Pero la gente, ese pueblo que según me cuentan no ha dejado de ver como su país se deterioraba es digna, es pacífica, (temed la ira de los mansos, dijo alguien en algún sitio) pero todo tiene su límite, todo tiene el punto de no retorno del hartazgo.

Parece que les dicen que el precio del petróleo ha caído, y no llega la pasta para nada. Bueno, para nada más que para guardarla fuera del país, que si hay que comprarse un pisito en París, siempre es más seguro y más chic que hacerlo en las playas del sur o en la punta de la bahía de la capital.

Y es que parece que nadie cree en esa tierra, solo vale extraer la riqueza y transportarla lejos, como en aquella España del final de Franco, como en esta España de los impuestos confiscatorios a las clases medias.

Estoy cansado, demasiada miseria, vuelvo al Radisson, pulcro de lujo provinciano, y veo que está la guardia presidencial, que están los almirantes de la Marina, los jefes del ejército, entregando despachos a los que suben, a los hijos de ellos mismos, los encargados de procurar que nada cambie, o que las cosas cambien lo menos posible.

Algunos se formaron en España, otros en el Imperio, quizás algunos en China, esa China que quiere hacer caminos en el país, que quiere comprar tierras para producir comida, para producir quizás hasta sobornos. No se sabe, solo se intuye, pero los gorros militares recuerdan al que tengo en la memoria sobre la cabeza de De Gaulle.

Llenaré el coche en la gasolinera de Total y llamaré por teléfono desde Airtel, subiré al vuelo de Air France, y alguien me dirá que la época del colonialismo se acabó en 1960 y la esclavitud mucho antes.

Pues será verdad.

Con su pan se lo coman

Un Euro 655 XAF

Ese es el cambio oficial que los franceses han marcado para los territorios de sus colonias africanas, si, lo he dicho bien, para sus colonias africanas, y en la recepcion del Radisson blue de Libreville es lo primero que me salta a la cara.
Parece que la poblacion de este pais en pleno ecuador terrestre oscila entre un millon quinientos mil y un millon ochocientos mil habitantes. Que me dicen que no hay quien los cuente, y por lo que voy viendo tampoco es que tenga una gran importancia.
Como buen blanco occidental que soy, a punto de sacar mi doctorado de cabron con pintas, y con mi libro quizas pirateado de Hugh Thomas acerca de la trata de esclavos, me alojo en ese Radisson, un cuatro estrellas entre cutre y aburrido, que por estos lares parece que es lo mas chic.
Sera, que yo no lo veo, ni tengo ganas de hacerlo, pero uno tiende a buscar sus burbujas, esas que le aislan del mundo real y le hacen a uno sentirse seguro, protegido de lo que uno no quiere que exista, es decir de la miseria que hemos creado..
Siempre cuando me enfrento a estas situaciones me acuerdo de aquel cuento de Eça de Queiros, que luego recogio Casona, «El Mandarin», y que recomiendo a todos los cabrones occidentales que lo lean y luego reflexionen.
Porque yo me siento como ese oscuro empleado del ayuntamiento de Lisboa a quien el diablo le promete riquezas materiales sin limite, si unicamente desea la muerte de un mandarin de la China, y eso en el siglo XIX, en el que casi nadie sabia donde estaba la China, y mucho menos como se llegaba hasta alli.
Y es que la opulencia de mi sociedad, y la mia misma, esta construida a costa de tantas gentes que viven en la franja entre los tropicos, que yo me quedo con todo el pollo de la estadistica y ellos sin pollo. En los papeles se lee que tenemos medio pollo per capita. Me cago en todo, varias veces.
No quiero hablar del satrapa de turno, que como siempre lo hay, no quiero hablar de los que revolotean alrededor del poder y llenan sus bolsillos con practicas que desconozco, pero a buen seguro no pasan, por no ser necesarias, del manejo de informacion privilegiada, que si hay que matar se mata, ¡faltaria mas!.
Estoy en Gabon, creo que ya lo he dicho, pero podria estar en Nepal o en cualquiera de esos paises tropicales del Caribe, no se, en Haiti, en…es lo mismo, aqui un Bongo, alli un Duvalier en su momento, un Ngema aqui al lado, es lo mismo.
Las mujeres que tienen un cuerpo aceptable, se prostituyen, el cortesano vive en su gueto, los niños estudian o pasean por nuestro Occidente podrido. Hay que vender el petroleo a M. Sarcozy, a la reina de Inglaterra, al tio Sam, el coltan aquien lo compre, el manganeso no se a quien, el oro y los diamantes, ya veremos. No importa, siempre hay alguien que los compre.
Y poco mas que decir, que si estas fuera de la corte, cuando enfermas te mueres, nadie va a enseñarte a leer, pero no te preocupes, la cosa es un chollo, tampoco pagas impuestos.
Que cuando pierdes tu curro, si lo has tenido alguna vez, te mueres de hambre o de la primera infeccion que pase por tu puerta, que tus hijos no les importan a nadie, si llueve te mojas en tu casa, en tu chabola en tu chamizo.
No se puede pasear por los barrios sin que se te encoja el corazon no se puede entrar en los mercados callejeros, esos del hambre, de la miseria, del dolor, que enseguida recuerdas al reyezuelo bailando, trajeadito el, soñando en ser el reyecito, vamos que le reciban en el Eliseo tal y como se merece, que le reciban en la Casa Blanca, con alfombras rojas, con sus niñas preñadas a los quince años, que luego ya estan gastadas.
Y yo viajo en primera, que nunca me ha gustado otra cosa, que me quejo del calor que hace en la habitacion del hotel, si ese Radisson cutre, que paga trescientos euros mensuales a sus empleados y cobran la habitacion al precio que esperan recibir en Paris, en Copenhagen, en Roma.
A nadie parece importarle, que llega esa personalidad de occidente que puede hacerse una foto con el satrapa local y a lo mejor sale en la CNN, en el Euronews, «news at nine», antes de dormir en Chicago, en Atlanta.
Y mientras la gente esperando su turno en la puerta del infierno los que tienen suerte, que otros ya viven en el infierno, ese infierno humedo que trae la temporada de lluvias, o el monzon, o ese tifon, quizas ese huracan. El infierno que trae la naturaleza a los que no tienen mas que esperar que todo acabe mientras el Canal +, tan frances el, llena la estancia con los productos que el diablo nos ha dado, esa comida tan bonita que nos envenena, ese coche que nos mata de muchas maneras, ese traje, ese vestido.
Y a lo mejor se preguntan si es real, no lo se, de hecho esta prohibido que me importe, esta excluido del contrato que alguien firmo por mi con el diablo. Mi papel es consumir y consumirme, su papel no me importa, siempre que paguen las facturas que yo genero.
Voy a dejar la capital, y el tren que me lleva, en primera, claro, me acercara, posiblemente al corazon de las tinieblas, con permiso de Conrad.
Los de marketing de mi occidente miserable quieren que crea que voy a esa Arcadia del buen salvaje, a esa Utopia perdida en a naturaleza, y algo me dice que voy a incumplir mi trato con el diablo, ya veremos.
Juro contener las nauseas que me produce tanta injusticia, es mas me voy atener que comprometer, como hizo el empleado del ayuntamiento de Lisboa, en poner de mi parte lo necesario para compensar la muerte del Mandarin que sin desearlo conscientemente provoque antes de nacer.
¡Que los dioses nos ayuden!

Lisístrata

Un interesante artículo que me ha llegado casi de rebote, se me ha hecho, de pronto, muy útil ahora que enfrentamos la famosa jornada de la reivindicación del feminismo el próximo ocho de marzo.

Sé que el que un hombre se meta en esos jardines, tan llenos de razón como de posiciones extremistas, es una locura, que lo más probable es que a uno le pelen por la derecha, por la izquierda, por el centro, y además sufra del síndrome de Lisístrata, que a ciertas edades puede ser una gaita, que no a la mía, así, que con poco que perder, me lanzo al jardín encharcado.

Menciona el artículo, el papel del hombre en la sociedad keniata, en un momento en el que la mujer, en un país muy conservador va asumiendo roles que de alguna forma invaden el territorio de lo que el hombre ha considerado como su área de responsabilidad.

El papel que aún se reserva al hombre en la sociedad keniata, (válido para otras regiones africanas o del tercer mundo y parte del puñetero occidente, que aquí las fronteras son muy difusas) es el de protector/suministrador, y de esa forma, se ha ido la sociedad construyendo.

No estoy para juzgar si es bueno o es malo, no es mi objetivo, solo quiero hacer constar, que desde mi punto de vista, se había llegado a un mal equilibrio, ya que la fuerza la ostentaba el hombre, y al ser el responsable de los suministros, creaba una dependencia terrible de la mujer en esa estructura, ya que sin la protección podían ser violentada por cualquiera, y sin el suministro se le condenaba a la miseria.

El hombre, a cambio de dar esos servicios, se garantizaba que la transmisión de los genes le quedaba bastante asegurada, lo que no deja de ser un principio básico en cualquier sociedad del mundo zoológico que se precie.

Cuando la sociedad basada en la estructura básica que he mencionado, piensa incluso que la garantía de la transmisión genética no es suficiente, pasa a mayores, es decir entra en el mundo de la mutilación genital femenina, para que el hecho de mantener relaciones sexuales sea un verdadero tormento para la mujer, y transforme cada acto en una violación por parte de la pareja.

Que el hecho de que tus suministros y tu protección dependan de un hombre a quien has sido entregada convenientemente mutilada, te van a forzar a una situación de esclavitud doméstica de por vida.

Los keniatas, en su legislación tienen prohibidas las prácticas de mutilación sexual femenina, lo que por otra parte tampoco es algo que se persiga, pero algo es algo, y los resultados, poco controlados, desde luego, si muestran progresos en cuanto a la reducción de ese estigma social.

El hecho de que la mujer keniata vaya cada vez más alcanzando áreas profesionales que antes les estaban vedadas, conduce a la eliminación del rol suministrador que el hombre ha mantenido de forma tradicional, siendo la pérdida de poder que conlleva, algo difícil de aceptar en una sociedad conservadora.

El reto es ahora, no solo en Kenia si no en otras partes del mundo del Sur (estoy cansado de llamarle Tercer Mundo), conseguir que la cultura, la formación, las oportunidades profesionales lleguen con fuerza a esa mitad de la población sujeta a la esclavitud por necesidad, por cultura, y por fuerza física y moral a la que están sometidas.

Son muchas las cosas que los hombres, y no solo ellos, si no la sociedad entera deben cambiar, en el caso de que la cultura y la formación superior vaya extendiéndose a la mujer del sur.

No es el hombre quien debe proteger a la mujer, no estamos en una manada en la que el macho dominante controla que no se le cuele ningún jovencito y les reviente el harén. Es la sociedad quien debe proteger a sus miembros, independientemente del sexo que ostenten de cualquier intento de violencia por parte de quien sea, que sin esa premisa fundamental, el Estado deja de ser útil, pierde de hecho su razón de ser.

No es el hombre quien tiene que proveer a la mujer o al clan, es el clan, convertido en algo más que una sociedad familiar quien debe garantizar que los medios de subsistencia están al alcance de sus miembros en función de los méritos y las aportaciones de cada uno de ellos.

Parece ser que la llegada, tímida aún, de nuevas vías para que la cultura profesional se vaya acercando a las mujeres en Kenia, y ojalá sea en todo el Sur, está provocando ciertas incomodidades en los hombres, que empiezan a no entender el papel que las nuevas corrientes le reservan, y que no es más que el de igual, que tan ser humano se es siendo mujer que siendo hombre, claro con la pequeña diferencia de que el hombre pare fatal.

Comprar una niña es fácil, cuando se tiene el dinero que la familia exige, que la preparen a tu gusto, es fácil, si lo pagas, y que se transforme en tu esclava sexual, en tu esclava doméstica, y en garante de que serán tus genes los que se transmitan, no tiene mayor problema en la sociedad del Sur, de muchas de las sociedades del Sur.

Además en el momento en que la mujer deja de ser útil para la transmisión de tus genes, enferma, y además no tiene que criar a tus hijos, como esclava que es, puedes dejarla abandonada sin protección y sin suministros.

Tú, gran hombre del Sur, puedes repetir el proceso tantas veces como quieras, que la situación es cómoda y conveniente.

El hecho de que el Estado, que en el Sur es algo muy poco consistente, considerase que la mujer, ha adquirido derechos por la situación que ha vivido, a lo mejor atenuaba el escenario, pero no es así, que uno de los pocos caminos que quedan es la toma del poder que corresponde a cada individuo por su formación y sus méritos, y el de la mujer posiblemente se encuentre en la formación superior.

Espero que los caminos de las sociedades del Sur fuercen al hombre a ganarse la compañía de una mujer, de forma que no sea necesaria su protección, que para eso ya está la sociedad, y que su sustento no dependa del trabajo masculino, sino de la aportación a la sociedad familiar realizada en libertad y con igualdad de recursos por ambos miembros de la pareja, que por otra parte puedan sobrevivir económicamente en soledad, si así lo consideran oportuno.

El reto es complejo y largo en el tiempo, las barreras culturales, basadas en tradiciones que copian las sociedades animales, en ritos que se han entremezclado con creencias religiosas, deben ser eliminadas a la mayor brevedad posible, sea vía legislación (difícil en el Sur), o vía formación adecuada de la mujer, más difícil aún pero absolutamente necesaria.

Confío en la llegada de nuevas profesionales al poder político y económico en el Sur, y que sean capaces de forma sólida de introducir los cambios que conduzcan a la libertad de sus ciudadanos, de todos sus ciudadanos, independientemente de su sexo.

Con su pan se lo coman

Desde la frontera

Te levantas por la mañana, y te das cuenta que de golpe, choca el invierno con la primavera, choca el sur con el norte, que no sabes de qué forma se te van a quedar las cepas que tienes sembradas en tu jardín para hacer el vino del año.
No importa, y es que la sensación de que el sur empuja está muy presente, el norte pone barreras de hielo, como esas que salen en la serie esa de los tronos, y no nos damos cuenta que la vida está en el sur.
Somos muy borricos, pero no importa, está bien, que contra las vocaciones no se debe luchar, nunca, de ninguna manera, y el norte ha decidido hacerse viejo y suicidarse.
Parecemos el Señor Scrooge de Dickens, en pos del dinero, de la soledad, y de la supuesta seguridad que a lo mejor creemos que nos ofrecen ciertos principios morales y amorales, sobre los que imaginamos se sustenta nuestra sociedad y por ende, nuestra existencia.
En África, la población se dobla cada quince años, en el norte la población, sin los que nos llegan emigrando iría hacia atrás, y tan felices, no nos importa, de hecho poco o nada nos importa, que dicen, y es verdad, que estamos viejos, y los de Iberdrola van a prejubilar a tres mil quinientas personas para rejuvenecer plantillas, para bajar salarios de paso, para hacer que las opciones de los señoritos que mangonean sobre el precio de la acción se revaloricen convenientemente.
Nadie lee esas cosas que tienen una cierta carga de obscenidad implícita, a la que los más jóvenes no prestan atención, sumidos en la pantalla del teléfono listillo, y los más mayores miramos con cierta condescendencia, con hastío, diría yo, aburridos de tanta manipulación, de tanto interés económico realmente ajeno a los intereses de todos y cada uno de nosotros.
No, no nos damos cuenta, o lo que es peor, no nos importa, que a lo mejor el indio navajo ese que de vez en cuando sale en los videos que te mandan por todas partes y nos recuerda que el oro no se come, y que lo que vale es el agua de los ríos, el verde de las praderas, y todas esas cosas bonitas que, así, aisladas nos hacen sentir en estado de elevación, nos hacen sentir que nuestra relación con el planeta es adecuada, y soñamos con ríos cristalinos en los que podemos beber directamente sin que haya peligro de E.coli, S. fecales, o bichejos similares.
Pues no, vamos a dejarnos de sueños provocados, pues a poco que leamos las estadísticas que caen de tapadillo por ahí, veremos que el mundo tiene varias tendencias terribles:
– La población tiende a concentrarse en las grandes ciudades a velocidades que las están dejando inservibles. En las mayores urbes del mundo, retos tan sencillos como el suministro de agua están empezando a ser un verdadero problema, y si no mirad como en Ciudad del Cabo, en Roma, en Beijín, en Ciudad de México, sin ir más lejos, los ciudadanos van a tener que beberse sus orines, no mañana, hoy mismo. Pensaremos que el orín propio tiene propiedades terapéuticas y así tan felices.
– De la contaminación ambiental no es necesario hacer el gran panegírico, se hace solo, no pasa nada, nos asfixiamos lenta y constantemente, y tan felices.
– Los miles de toneladas de deshechos que abandonamos día a día empiezan a ser ingobernables, no hay quien lo recicle de forma inocua, ni aquí ni en Alemania, así que de Nairobi de Shangai, de Bangkok, ni hablamos, ¿para qué?.
Pero la tendencia es imparable, que en el campo no llega la señal de Internet de alta velocidad, el telediario se ve fatal, las series de la tele no las puedes comentar con casi nadie. Un desastre, que te quedas aislado, con tu sentido gregario por desarrollar, una verdadera angustia.
Y la alternativa, tremendamente inteligente es conseguir que la gente pueda trabajar como mucho esos veinte o veinticinco años que van desde el final del último master que necesitas para el curro, hasta que te viene la prejubilación, cuando empiezas a hacer bien tu trabajo. La gestión de recursos humanos se te lleva por delante de forma impía, y así no cumples el mínimo de pensiones, con el ahorro que eso significa para el Estado (suena a l’etat cest moi, señor presidente).
Pero no te preocupes, haces tu plan de pensiones, de esos que pierden dinero cada año, que dejan comisiones en las gestoras, y que cuando los rescatas, el señor Estado, te liquida a marginal el IRPF. Tú a lo tuyo, ahorra de los ochocientos euros brutos que ganas al mes, no seas manirroto, que te dejamos a cambio vivir en una maravillosa ciudad en la que no funciona el transporte ni público, ni privado, que llena de mierda tus pulmones, que no tiene agua para beber, que te asaltan por la calle, que pagas por ese dudoso privilegio una increíble fortuna, fuera de cualquier razón.
Puedes ser feliz, mira la pantalla de tu móvil, ahí está dios, o uno de ellos al menos, que debes estar conectado, que eres el eslabón necesario para que esta rueda nos siga haciendo sentir que hay movimiento, que hay progreso, que prefiero el telefonino que el agua para ducharme.
No podemos olvidar que los recursos están lejos de nuestras ciudades, y desde luego que a quien cumple no se le ha olvidado. Y es que Europa no puede alimentarse con su producción local agrícola, pero China tampoco, ni posiblemente USA o Japón, de forma que tenemos que buscar y comprar, lo más barato posible las tierras del Sur, y el ello estamos.
Me cuesta ser profeta y analizar el futuro de nuestra amada Gaia, pero la tendencia es que muy pocos tendrán a disposición los elementos vitales suficientes para llevar adelante una vida desahogada, ya es así, pero me temo que será peor cada vez, sobre todo por la deshumanización que supone la adoración única al becerro de oro.
Si llevaría razón Fray Luis de León en aquello de
“Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruido
Y sigue la escondida senda
Por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido
………………………………………………………………..
Del monte en la ladera
Por mi mano plantado tengo un huerto…”
……………………………………………………………..
Y la vajilla de fino oro labrada
Sea de quien la mar no teme airada”
Lo que pasa, es que los huertos que quedan, querido Fray Luis, los están comprando a marchas forzadas los chinos y los árabes, con el dinero de tus ahorros.
Con su pan se lo coman

Teléfonos de sangre

No sé dónde lavarme eficazmente la sangre con la que mi teléfono móvil ha manchado mis manos. Y es que me temo no hay agua suficiente en los siete mares para la tal tarea.

Y es que se estima en más de cinco millones y medio las muertes producidas en la guerra que sacude desde 1998 el Congo por el control de la producción y el control del puñetero coltan, la fuente del tantalio tan importante para la industria electrónica, en donde mi teléfono móvil, y otros cientos de cachivaches que rodean mi vida, tiene sus orígenes.

Cierto que no es solo el centro de África donde están los yacimientos, cierto que las estimaciones de las reservas de coltan en esa zona cerca del 80% de las reservas mundiales no son muy fiables, cierto también que no es cuestión de la República Democrática del Congo únicamente el origen de la sangre que mancha nuestra tecnología.

Que aunque se vean en reportajes de televisión realizados por reporteros casi suicidas, las minas a cielo abierto, sin ningún tipo de protección de los esclavos (si, esclavos negros esclavizados por negros en primera instancia), donde si no se muere por un desprendimiento, se muere por inanición, se muere por cualquier tipo de cáncer que gracias a la radioactividad de las zonas mineras va socavando la salud de los seres humanos que extraen el maldito mineral, son los países vecinos de la República Democrática del Congo, Ruanda principalmente quien acaba comercializándolo para el mercado internacional a base de hacer cruzar la producción de forma clandestina la frontera.

Eso, realmente es lo de menos, que al final las grandes compañías mundiales son las que utilizan este mineral para la fabricación de nuestros cachivaches, esos que nos tienen embobados la mayor parte del día, y compañías mineras como las de la familia Bush quienes intermedian en el negocio.

Negocio que para su protección, según se puede leer en multitud de artículos, utiliza las subvenciones en forma de ayuda militar americana a Ruanda y Uganda, que además reciben los halagos de las administraciones americanas, una tras otra, mostrándolos como ejemplos de países africanos que tienen un desarrollo sostenible y de muchas formas envidiable.

Si molesta, a nuestra sensibilidad de europeos, el saber que hay sangre de niños detrás de nuestros maravillosos smartphones, esos de a mil chufos la pieza y colas interminables el día de lanzamiento en las zonas más importantes de las mejores ciudades del mundo. Pero como lo de que ojos que no ven, corazón que no siente, está tan de moda, simplemente con no hacernos ver la sangre que mancha las carcasas ultrafinas, ultraligeras, ultrasensibles, que nos conectan con todo el mundo con pantallas de no sé cuántos pixeles y no sé cuántos superamoled, seguimos babeando con la última ocurrencia coreana, o del espíritu de Steve Jobs, o la baratija china que es casi tan molona como la que más.

Coltan de sangre, como hace varias décadas eran de sangre los diamantes, que también sirvieron para el progreso tecnológico. Y como ahora, la sangre la ponen los africanos y el dinero queda en Amberes, en Amsterdam, en los mercados globalizados, con otras familias Bush por en medio, que en flamenco se traduce por De Beers….lo mismo.

Y la tradición posiblemente arranque de las minas de los romanos, los que esquilmaron las Médulas bercianas, a saber con qué costo de sangre, y con qué familia romana forrando su villa en Capri con el oro español. Seguro que los españoles aprendimos la lección, y solo hay qe darse un paseo por la boliviana Potosí, y ver la montaña de plata, en la que hoy todavía se muere, demasiadas veces antes de cumplir los veinte años, que con catorce ya andan buscando vetas. Aquí no se quién se enriqueció, quizás los Alba, o los Medina Sidonia, o los Medinaceli…¿quién sabe?. Pero que nadie olvide que las imágenes en plata de nuestra Semana Santa están llenas también de sangre boliviana, y española, por supuesto.

Volviendo a la sangre de mi cachivache electrónico, debo decir que lo antedicho, por supuesto no es más que una historia ficticia, ya que todas las compañías que fabrican productos para los que el coltan es necesario, aseguran que el producto que ellos utilizan está controlado, que su origen es limpio, que la extracción del mineral que ellos compran tiene todas las garantías de que las personas que han trabajado en su extracción, transporte y comercialización, lo han hecho en condiciones de seguridad acorde al entorno laboral, que sus salarios son equiparables a los de los obreros occidentales, que su protección sanitaria, familiar, de jubilación de accidentes, sigue los mismos patrones que los de la industria bávara, californiana, nipona. Así, que todos tranquilos.

Por cierto, la empresa que extrae y comercializa coltan en Australia, ha tenido que cerrar por no poder competir con el coltan mal llamado de sangre por algunos irresponsables como yo, sin ir más lejos.

Así que, por favor, que nadie relacione las matanzas entre tutsis y utus con el coltan, que nadie relacione las disputas actuales en la República Democrática del Congo entre tropas ¿gubernamentales? con las facciones de los Mau Mau, con el hecho del control sobre las zonas donde se extrae este mineral, que nadie relacione con este comercio las violaciones de los grupos armados sobre las mujeres de la zona, nada de eso existe, nada de eso es real, que las grandes compañías no utilizan coltan de sangre, que controlan la cadena de suministro.

Me dan ganas de tirar el teléfono inteligente a la basura, el ordenador, cualquiera de los circuitos integrados que me rodean, pasar de las redes sociales, del comercio virtual, de los viajes a la Luna, a Marte, o de la Concha de su madre. Y es que a lo mejor llevaba razón aquel cuento que nos enseñaba que para ser feliz no debíamos tener camisa, y que la riqueza del emir no le ayudaba a escapar de la enfermedad, del dolor, y al final de la muerte,

Y otro día hablaremos del Litio, de las baterías de los coches eléctricos, esos que no contaminan nada, hasta que la batería se torna inservible.

Me voy a comprar el pan, que por hoy ya vale.

Panafricanismo

Estuve el otro día en una conferencia sobre el Panafricanismo, y debo reconocer que aprendí muchas cosas, pocas sobre el Panafricanismo, cierto, que las ideas que ya se habían instalado en mi cerebro se confirmaron, no sin cierto dolor en mi corazón.

Para quienes no tengan ganas de acercarse por las enciclopedias digitales, les diré que se trata de un “movimiento político, filosófico, cultural y social, que promueve el hermanamiento africano, la defensa de los derechos de las personas africanas y la unidad de África bajo un único Estado soberano, para todos los africanos, tanto de África como de las diásporas africanas”.

Hasta ahí, bien, nada nuevo, que el proyecto tiene varios comienzos, y si nos ponemos finos, podríamos hablar de un movimiento que arranca hacia la segunda década del siglo XIX, pero que es a mediados del siglo XX en Estados Unidos donde toma una cierta fuerza.

Podemos decir que este movimiento ha tenido cierto impacto en el proceso descolonizador africano, aunque sus objetivos más importantes distan aún mucho de haberse conseguido.

A mí, esté tipo de movimientos, debo reconocer que me gustan, que me gustan mucho, en lo que en principio tienen de intentar que la vida de la gente sea mejor, que a partir de una unidad de valores se pueda acceder a niveles de poder que permitan una defensa de intereses comunes más eficaz. Me gustan, como ya he dicho.

Sin embargo, cuando uno racionaliza e intenta poner negro sobre blanco las experiencias que sobre el continente africano he ido desarrollando, me doy cuenta que estamos hablando de unos mil doscientos millones de seres humanos, que viven en cincuenta y cuatro países, integrados en la Unión Africana alguno de ellos que pueden considerarse Estados fallidos, otros como La República Árabe Saharauí Democrática, y Somalilandia no está reconocidos.

Se hablan cerca de dos mil lenguas en el Continente de las que mil setecientas pueden considerarse autóctonas, aunque las haya que apenas las hablen cien personas.

Con estos mimbres, la idea de crear un único espacio político es desde luego ambiciosa, pero no demasiado realista desde mi punto de vista, hecho que además produce la sensación de una pérdida de eficacia tremenda, sobre todo si se trata de incluir la diáspora en el movimiento.

Pero me centraré en la actitud de las personas que dirigieron en el Ateneo la conferencia/charla del domingo pasado, y que de alguna manera explica la situación africana (me veo obligado a expresarme en general, cuando estos temas siempre prefiero analizarlos de forma individualizada, es decir tratarlos o por países, o mejor aún por regiones.

Me llamó la atención la falta de preparación y la pobreza intelectual con la que se trataron los temas, y como se intentó comunicar la idea del panafricanismo, sin tratar de explicar antes los problemas básicos de África.

El potencial africano es extraordinario, desde cualquier punto de vista sea humano o de recursos naturales, pero la explotación de los mismos, desde mi punto de vista, es inadecuado, y los africanos presentes en la reunión se empeñaban en culpar a las potencias colonialistas de la mala utilización de esos recursos.

Y quizás lleven parcialmente la razón, no se la quito, pero hay mucho que arreglar en casa antes de quejarse o culpar a maldito blanco colonialista, de absolutamente todo, argumentando indefensión frente al expolio al que ciertamente han sido sometidos.

Si leemos la historia de la esclavitud de Hugh Thomas, veremos que ciertamente los blancos, (portugueses, holandeses, ingleses, mayoritariamente), comerciaban con vidas humanas, pero quienes suministraban a los seres humanos eran miembros de tribus rivales, que se lucraban con el comercio de la esclavitud de su rival, lo eliminaban y a la vez ingresaban dinero. Una justificación de guerras tribales perfecta.

Pero de ese hecho no se quiere hablar demasiado, dada su incomodidad, que si se hubiese puesto resistencia “panafricana” la caza de humanos para su venta por europeos, posiblemente no se hubiera llevado a cabo, simplemente por el coste económico. Quien lo hizo casi gratuito fueron las guerras tribales.

El mantener el victimismo, creo que es un enorme lastre para el movimiento panafricanista, ya que una vez identificado al “malo”, y constatado que sin un esfuerzo muy alto es difícil tomar las riendas, lo más fácil es echarse a llorar en un rincón y esperar que llegue algo gratis desde el cielo.

Se intenta hablar de la importancia que la mujer africana debe tener en el desarrollo no ya del panafricanismo, sino de las sociedades que conforman el continente, y es estupendo, pero nadie identifica las inversiones necesarias para formar adecuadamente a la población, y no hablo de enseñar cuatro letras y a manejar una Singer vieja, sino de acceder a estudios universitarios de calidad de forma local.

Y es que entre esos 1200 millones de personas, no ha salido una iniciativa que permita cambiar materias primas por educación, (prefieren cambiarlo por Ferraris), ya que en el ranking de las mejores universidades del mundo, no figuran las africanas. Y hablamos de un tercio de las materias primas del planeta.

Y como consecuencia funesta, los problemas no se solucionan por la inacción local sumada desde luego al poder del neocolonialismo de la sociedad capitalista.

En un entorno como el que nos ofrece el panafricanismo, cabe de todo, pero en ningún momento de habla de la necesidad de la educación de calidad, que no se trata de que vayan cuatro misioneros, con todos mis respetos, a enseñar las letras para que se pueda rezar luego, el compromiso debe ser de la sociedad africana, y ese me parece que no existe.

Porque en el momento en que se analiza el panorama de los regímenes que rigen los diferentes países, nos encontramos siempre con títulos que llevan la palabra democracia por todas partes, pero que en la realidad son satrapías muchas de ellas hereditarias que en el momento en el que se enfrentan a unas elecciones, la cosa acaba a tiros como hemos visto en Kenia, en Benin, en Gabón….

Los índices de percepción de la corrupción de los sectores público en África son decepcionantes, y sin corregir educación, corrupción, organización política más allá de las preponderancias tribales, que desde luego intentan adaptarse a unas fronteras impuestas por las potencias coloniales, es imposible acceder a la mejora de las condiciones de vida de la población en los aspectos que más les puedan interesar, como son la sanidad y el aumento de la calidad y la esperanza de vida, la capacidad real para gestionar los recursos locales, la creación de las comunicaciones que garanticen una movilidad acorde a las necesidades del desarrollo, el establecimiento de vías para que los proyectos de inversión locales vayan más allá de un taller de costura monjil, o un puesto de bananas en el mercado local.

Se necesita formación para desarrollar los países, en definitiva para lograr la libertad que tanto necesita el continente africano, y hablo de formación no para unas élites, sino para el conjunto de los ciudadanos.

Claro que eso pone en peligro demasiadas satrapías, demasiados intereses económicos extranjeros, y requiere una voluntad que no existe ni en África, ni en Occidente, ni en China, que en vez de pagar con carreteras que duran dos años debieran pagar en educación de calidad para los africanos.

Pero eso hace que los negocios sean mucho más difíciles de hacer.

Seguiré hablando de esto, si G.A.D.U. lo permite.

Con su pan se lo coman