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El prefecto al que le robaron el móvil

Todos sabéis lo que es un prefecto, pero por si las moscas y en el supuesto de que no tengáis un Larousse a mano para consultar, por esta vez y sin que sirva de precedente, dado que estamos en vacaciones y hace un calor terrible, habrá que decirlo.
No se debe decir prefecto, es realmente Monsieur le Prefect, es decir, el jefe de una prefectura que no deja de ser una organización para las actividades policiales de una región, y el prefecto, es decir Monsieur le Prefect es el gran policía de esa área geográfica, el gobernador civil, que llamamos por estos pagos.
En tiempos del comisario Montalbano, esas cosas no pasaban, que a Monsieur le Prefect, se le tenía un respeto, y desde luego, a los quince segundos trincaban al pispa, que en el teléfono de Monsieur le Prefect, a saber que hay escondido, y qué datos esconde, que es un cargo de responsabilidad, y la seguridad nacional no es cosa baladí.
Pero hoy ya no hay temor de Dios, que como decían las nonagenarias tías de mi amigo el catedrático, “hijo, es que ya no se fusila”, así que Monsieur le Prefect, está sometido a los mismos riesgos que la chavalita de dieciocho, que pone su teléfono en el bosillo trasero de su mini pantalón, que se lo limpian, el teléfono, claro en un descuido, en un mirar a Carlitos, tan guapo él con su barbita rubia.
Daudet, aquel discípulo del poeta Mistral que quiso que renaciese, (sin éxito), la lengua provenzal, a caballo de los sentimientos del romanticismo cutre, nos dejó un precioso cuento en su inolvidable “Cartas desde mi molino”, en la que el Sub-Prefecto de la región de La Combe aux feés, henchida su alma de los perfumes del bosque provenzal, mandaba al carajo el discurso que tenía que dar en las fiestas regionales, y lejos de su comitiva, descamisado entre las lavandas, hacía versos.
A ese Monsieur le Sous-Prefect, no le podían robar el teléfono, no tenía, y además viajaba en comitiva, que hubiera defendido a su jefe de cualquier desmán del ratero de turno, pero hoy en día, ¡Ay Dios mío!, hoy en día todo es posible.
Y es que con los recortes, con los “Il faut faire des economies”, con eso de que ya no se necesita tanto personal, que el ordenador te lo apaña todo, Monsieur le Prefect, va literalmente de culo, y no solo en la dulce Francia enclavada en nuestra puñetera Europa, sino allá donde quedó la organización administrativa que la potencia colonial impuso en aquellos territorios en los que puso su bota, en esas que fueron “provinces de outre mer”.
Y es que eso de merendarse una organización administrativa que te colocó por el artículo treinta y tres la potencia dominante de turno, es a veces difícil, qué le vamos a hacer, y Monsieur le Prefect, orgulloso de su cargo en la policía, y feliz por ayudar a sus conciudadanos, ve que esa estructura no es la que su tierra necesita, que en su tradición se lo montaban de maravilla con los consejos del pueblo, y eso de la región, muy bien no sabían lo que era.
Pero eso no es importante, que a Monsieur le Prefect le quitaron el teléfono cuando estaba dormido, bien que fuera de servicio, pero estaba dormido, y todo el mundo sabe que los Cíclopes, los semidioses y los Prefectos, no deberían dormir nunca. Pero ya ves, los dejan caminar solos por la calle, ya no llevan escolta, no tienen siquiera un ordenanza que les saque lustre a los charoles de sus botas, y claro, les quitan el teléfono del bolsillo.
Pero Monsieur le Prefect, seguro sabía que tarde o temprano eso pasaría, que en toda la prefectura sabían que se pasaba la vida colgado de su móvil, siempre detrás de los malutos, que se esconden a la sombra de un árbol, a la que te descuidas.
Y Monsieur le Prefect, se encontró de golpe con demasiadas cosas que sacar adelante solo, que ni le habían limpiado la ciclostil para las notificaciones a la ciudadanía, y le salían los folios con esa manchita canalla que le recordaba la miseria con que la administraciones trataban a sus administrados. Y no le funcionaba el aire acondicionado en el despacho.
Parecía que todo estaba en su contra, y lo que más temía era que pensaba que hasta su carácter se estaba agriando. Y eso sí que no, que bastante tenía con que su mujer estuviera medio enfadada con él, medio contrariada, que Monsieur le Prefect se llevaba responsabilidades a casa, y todo el mundo sabe que eso está muy feo.
Además, la crisis esa de los cuarenta, que nadie le había avisado, que nadie le había dicho que la segunda vez que una chica joven le había hablado de usted, y a otra comentar el poco pelo que le quedaba, se le iba a venir el mundo encima, ya no sabía qué hacer.
Y para rematar el asunto, descubrió que entre su cabeza y sus pies se había levantado una barrera bien visible, en forma de acúmulo de grasa estomacal, que él nunca antes había tenido. Que ya no sabía si seguir apretando los botones del pantalón del uniforme, aún a riesgo de una no deseada ni esperada rebelión de los botones de la cintura del pantalón, a mitad de una actuación policial, o lo que es peor, delante de los jefes.
Monsieur le Prefect, tenía stress, que además ya le consideraban el jefe de su familia, y con el tal motivo le llovían las responsabilidades que depositaban en sus manos, los que o no podían o no querían resolver sus cuitas, y con los malutos siempre esperando su oportunidad para liarla.
Eso no le importaba, lo hacía bien, pero los temas personales le traían a mal traer, como las bailarinas del cafetín ese al que le invitaban siempre para que hiciera la vista gorda, y Monsieur le Prefect, rechazaba siempre.
Lo peor fue cuando empezó a leer las historias de Las Ramblas, cuando los Gobernadores tenían amantes entre las vedettes del Molino, que las pobres debían renovar la licencia, y en ningún sitio mejor que en la intimidad.
Nada de eso estaba a su alcance, y dicen las crónicas que se quedó dormido en una silla del Hospital, que esperaba a un amigo que andaba fastidiado, y alguien le quitó el teléfono.
Pero luego me enteré de la verdad, y es que ya no quería selfies de esos, ya no quería avisos a la hora de la siesta, ya no quería teléfonos profesionales de esos que su santa creía que eran de novias enloquecidas por sus huesos, que no quería mas twitts, más cara libro, más nada, y fue él quien deslizó su móvil en aquella alcantarilla.
Desde entonces Monsieur le Prefect, no es que haga versos, pero duerme tranquilo.
Con su pan se lo coma

Un cuento de verano

Doña Crucifixión del Santo Amor, estaba con ganas de cagarse en todos los Santos, y el hecho de que fuera devota de San Cayetano, y siendo estos sus días, prefirió un doloroso aguante, que en un tris estuvo de ascender en el escalafón para sus escatologías, que estas cosas cuando empiezan, no hay quien las pare.
Y todo por un quítame allá esas pajas, temas con la nuera, que esto empieza por un yo creo y acaba vaciando luparas en tripas ajenas.
Ella, Doña Crucifixión del Santo Amor, que con tanto esfuerzo parió a su Juan de Dios de Todos los Santos, no entiende nada, y no sabe qué es lo que más le cabrea, si no entenderlo, o que esté pasando, que para eso, una no aguanta el peso, noche tras noche, del cabestro de su santo esposo, en pos de la preñez exigida, que la fábrica necesita un hereu.
Y aquí está ella, cumplidora y orgullosa de que nadie nunca la haya visto desnuda, que esas son cosas del diablo, y su Juanito, que se llamaba solo así, que no tenía abolengo, que lo que tenía eran duros, nunca le levantó el camisón más que lo necesario, siempre con la luz apagada, que la lujuria es mala consejera, además ella ponía el abolengo, y quedó todo muy claro en las capitulaciones matrimoniales.
Y que después de los sacrificios de educar a su Juan de Dios de Todos los Santos, con dedicación, con esfuerzo por hacer el trabajo al que se había comprometido por escrito, las cosas vinieran de la forma que lo están haciendo, no le parece justo a ella, a Doña Crucifixión del Santo Amor, que no, que no hay derecho.
Que para eso, que para saberlo, se hubiera dejado hacer cualquier cosa por aquel tenientillo de granaderos, que su padre no quería ver ni en pintura, que pinturero era, pero parecía sacado de una de esas novelas rusas, en la que los tenientillos de húsares acababan arruinados por el juego, o con las tripas en la nieve por un mal duelo, por un as en la manga equivocada, o por tocarle el culo delante del regimiento a la hija del comandante.
Ese sí le parecía un hombre, y a su padre también, pero estaba más pelado que el palo de la bandera, y su padre no quería un hombre para ella, quería dinero para seguir saliendo a cazar con sus amigos, quería dinero para mantener su palacete y a dos querindongas que le entretenían las noches que no tocaba francachela con los viejos amigos de su marchita nobleza arruinada.
Cierto que Juan de Dios de todos los Santos, nunca supo de los sueños de su madre, Doña Crucifixión del Santo Amor, y tampoco hacía falta, que las madres son siempre modelo de sacrificio, sacrificio de aguantar día tras día a su Juanito, tan preocupado siempre con el negocio, con la fabriquita de paños para camisas, que tenía en aquella colonia que el mismo fundó a orillas del Llobregat, por aquellas tierras de la carretera de Manresa a Berga.
Y es que su Juanito fue un innovador, que su competencia sacaba la energía del carbón, y a él se le ocurrió poner una turbina y aprovechar la fuerza del río.
Y eso le hizo rico, pero su vida no estaba con Doña Crucifixión del Santo Amor, y eso era un alivio, que su corazón estaba en la milicia.
Una amiga, de esas que si se muerden la lengua fallecen envenenadas, le contó que su tenientito, acabó como Don Guido, que fue a casarse con una doncella de gran fortuna, y que con tanto dinero no la recordaba ya.
A Doña Crucifixión del Santo Amor, no se le rompió el corazón, que bastante tenía ella con conseguir la preñez, y liberarse del peso nocturno de su Juanito.
Temía, Doña Crucifixión del Santo Amor, las salidas de negocios con señora que su Juanito le exigía, que tenía que enseñar mujer de alta cuna, para conseguir un buen precio para ese telar nuevo inglés, de Manchester, por lo menos, y que con el agua del río ayudando, le permitiría seguir financiando el fornicio extraconyugal de su padre.
Toda una vida de sacrificios, que en aquellas comidas, en cuanto se dejaba de hablar inglés por aquello de los negocios, y que a Doña Crucifixión del Santo Amor le parecía una vulgaridad, que a ella en las teresianas de la Bonanova, le dijeron siempre que había que hablar francés, que es lo que se hablaba en las cancillerías, en la ópera, en los salones con clase a los que llegaba ese vino espumoso, francés, claro, que no daba el dolor de cabeza que daba el que hacía el primo Raventós allá por el Penedés.
Y ella, Doña Crucifixión del Santo Amor, hablaba muy bien francés, claro, que con un acento argelino de lo más sospechoso, que nunca nadie supo de donde venía, pero que tampoco importaba mucho.
Lo que más le molestaba a Doña Crucifixión del Santo Amor, es cuando se colaba en las tertulias literarias algún pisaverde de esos de la Reanaixença, inflados de romanticismo ramplón, y que les mentía acerca de las historias de su Catalunya, que ella las conocía bien, y que en el fondo cuando le hablaban de esas ansias de independencia, pensaba lo mismo.
-El Juanito, gana una pasta vendiendo telas para la guerra de Cuba, para la guerra de Filipinas, que aquí no hay ejército, y encima quieren convencerme de que el Abad Oliva mecía la cuna de la nación que nunca existió.
Y la pela ha sido siempre la pela, que de alguna forma fue la culpable de que no se encamara con su tenientito, que tenía que vender virgo, pero de eso hace ya demasiado tiempo.
Y la nuera, le viene ahora a decir que su Juan de Dios de Todos los Santos y ella se van a subir a un barco precioso, nuevecito él, y que les va a llevar desde Southampton a Nueva York, en menos que canta un gallo, que su Juan de Dios de Todos los Santos, va a trabajar en el negocio del petróleo con un tal Roquefeller, de empleado, y eso no podía entenderlo, ¡que su Juanito la había preñado a ella para que el hereu llevase la fábrica de paños del Llobregat! ¡La vida perdida!
Pero lo que más le dolió a Doña Crucifixión del Santo Amor, es que su nuera le soltó:
¡Estoy de lo más contenta, porque la oportunidad la ha conseguido gracias a papá, y él nos paga el pasaje en primera!.
¡Salimos el catorce de abril, y como aún no hemos llegado a mil novecientos treinta y uno, aún somos una monarquía, así que te mandaremos un cable y una postal de Nueva York, que es divino!
Doña Crucifixión del Santo Amor, les deseó buen viaje, claro, y masculló, al fondo del mar, ¡cabrones!.
Y meses después, en agosto, no sabía si llorar la desaparición de su Juan de Dios de todos los Santos, o alegrase de que la zorra de su nuera estuviese también dando de comer a los peces.
Lo que Doña Crucifixión del Santo Amor, tenía claro, es que el tenientito, a lo mejor, tampoco la habría visto nunca desnuda, que total sor Benedicta, la prior del colegio de las teresianas de la Bonanova, llevaba razón, que la lujuria es muy mala, y a su madre la preñó un pollo de Orán.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado

Cesc, el misógino.

Estaba, como tantas veces, apoyado en la barra de Boadas, al fondo, a mano izquierda. Siempre me ha gustado ese sitio, dominas la escena, la barra, el público heterogéneo que hacen del sitio algo incómodo, pero entrañable como siempre mantuvo “El Perich”.
El Negroni con su cereza de San Pons en el fondo de la copa, los cacahuetes a la derecha, las nueve, como siempre, antes de ir a cenar.
De frente vi llegar a Cesc, se sentó en el taburete que había dejado yo a mi derecha. El no entiende mi afición al Negroni, pidió su Martini, ese que se prepara enseñando a la ginebra la botella sin abrir del vermut, que nunca se sabe. Cesc no es de modernidades, es de los de Beefeater de toda la vida, y dice que como en Boadas no se lo preparan en ningún sitio.
Cesc es un sexalescente de muy buen ver. Le gustaba vestirse en Gales, y se llevó un disgusto cuando cerró, ahora el hombre anda un poco perdido, aunque creo que al final se ha decantado por Santa Eulalia, que los años no perdonan.
No es muy alto, pero como él dice:
– Muchacho, soy resultón, ya lo sabes, soy resultón.

A Cesc le ha gustado siempre vivir por la parte alta de la ciudad, ahora tenía un precioso ático en la calle León XIII junto al paseo de San Gervasio, seguía siendo socio del club de golf de San Cugat, como su padre. Eso le daba un constante moreno Agroman, que si no se quitaba la camisa, despertaba envidias y alguna mirada furtiva de las muchachas de su quinta.
Cesc es de los morenos hispánicos de toda la vida, y ahora su pelo entrecano cuidado por el LLongueras de la esquina del Turó Park, casi enfrente de aquel Bacarrá que en la época de la “gauche divina” barcelonesa, era templo de bailoteo casi transgresor, junto al Clochard y al Bocaccio de la calle Muntaner, aquellos templos hechos a medida para Teresa Gimpera.
Cesc, de chaval, cuando se saltaba las clases de Derecho Romano, se sentaba en el Taita, con algún colega, a jugar al ajedrez, si el tiempo no le parecía lo suficientemente grato. Luego lo compensaba siempre con un aperitivo en Tejada.
Cesc nunca entendió que a Justo Tejada, le dejaran abrir un bar en la zona noble de Barcelona, porque aunque metiera el primer gol en el Camp Nou, luego se fue al Madrit, y lo que casi es peor, acabó en el Español. Pero eran los tiempos de Matesa, y Don Juan Vilá-Reyes era un alguien y vecino de la zona.
Cesc, muy leído él, siempre te decía:
-Yo soy muy de Machado, ya sabes, recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
-Mi padre, sostenía Cesc, fue como yo, un esbirro al servicio de las familias que, desde la llegada de los alemanes a poblar la Marca Hispánica, han controlado la ciudad. Desde nuestro despacho, hemos lavado toda porquería que generaban ellos, sus familias, sus amantes, y sus empresas. Cincuenta años llevamos en estas, y otros tantos desde ahora, que mi hijo, Felip, ya volvió de Yale con su título de picapleitos. No le dejaron entrar en la Skull and bones, pero eso no le ha importado mucho. Tonterías de juventud, ni tiene alma de amo del universo ni le importa un carajo la cabeza del indio Gerónimo. Nunca me ha perdonado que le llamara Felip, cree que me podía haber vengado con la concha de su abuela, pero eso es hablar demasiado.
Cesc es un hombre políticamente correcto, tanto es así, que fue a enamorarse de una hija de los Bosch y Folch, pero claro, no de la pubilla, sino de una segundona en la línea sucesoria, que estaba de toma pan, y moja. La conoció en “La cova del Drac”, la de Tuset, antes de su destierro al Balalaika. Al piano Tete Montoliu, y cantando Nuria Feliu.
Los apretujones, la cercanía, el Raf de Gordon’s, hicieron que la feromona se les pusiera en marcha…..y “la veu, la veu de la Nuria”.
No voy a insistir en las consecuencias del calentón, porque en aquellos tiempos, los calentones te los llevabas a casa, y te aliviabas como podías.
La cosa continuó, Cesc vió en la muchacha algo hospitalario, y el proceso químico del amor se puso en marcha. Cesc me confesó, que nunca supo si a ella le había pasado lo mismo. Quiso creer que sí, porque si no, lo suyo no tenía sentido.
La cosa era conveniente para todos, los Bosch y Folch, eran clientes del despacho de su padre, las familias se conocían, tenían intereses comunes, y no se tocaba la herencia. ¡Qué bonito!¡Els nens s’estiman!.
Pasaron los años, y como en esta Barcelona de mis amores, el tiempo es lo único que pasa, todo siguió como siempre. Cesc se encargó de pasar de las cuentas donde se le enviaban las comisiones a Porcioles a las cuentas del Jordi, y además ahora con esto de las Olimpiadas, seguro que salían más a participar del reparto. Pero no había problemas, todos conocían su parte de la tarta, y los repartos se hicieron discretamente. Siempre se ha hecho así.
Felip ya era un hombrecito, y Cesc empezó a cansarse de que la nena Bosch y Folch estuviera demasiado cansada de él. Se separaron como amigos, ante todo no perder la cuenta Bosch y Folch. De todas formas, no había peligro, demasiada porquería compartida, y demasiado dinero para hacer el tonto. Todo quedó en casa, Cesc compró un ático en Borí y Fontestá, y siguió yendo a las casas de Alp y de Sa Tuna, que tenían sus padres.
Cesc, no era nacionalista, ni dejaba de serlo. En la vida hay que saber adaptarse a lo conveniente, y rezar para que la cosa no hiciese mucho ruido.
-Muchacho, me dijo, tras mi separación de la nena Bosch y Folch, no me deprimí, no salí a la caza loca de faldas, nada de eso. Mi trabajo me gustaba y me permitía cambiar el Porsche cada tres años. Viajaba sin excesos, desarrollé nuevas aficiones. Empezó a gustarme ir al Liceu, y sentarme algunas noches en el Elephas, a charlar con una panda de amigos de la farándula que se reunían allí después de los espectáculos, nada trascendente.
-Pero descubrí un peligroso estado, muchacho, la de sentir que pasase lo que pasase, siempre que el despacho fuera bien, no debía dar explicaciones a nadie de lo que hacía en mi vida personal.
-Eso fue lo que al principio me llevó poco a poco a separarme del corazón de las mujeres, y no te equivoques, muchacho, sexualmente ya sabes que soy hetero hasta la cachas. Que por ahí no van los tiros.
La hormona me traicionó varias veces, y creí encontrar algo hospitalario en algunas mujeres con las mi camino se cruzó. Se parecían a la Bosch y Folch, tanto que me llegó a preocupar, y consulté aun especialista que me aclaró el tema.
-No chaval, no echas de menos a la nena de los Bosch y Folch, no, no es eso. Tu hormona te lleva a los receptores químicos que emanan genomas femeninos afines al tuyo, no te alarmes.
-Me había llevado algunos disgustos, de esos que llaman mal de amores, pero cuando descubrí, gracias a la consultoría, que la cosa era una especie de mono, provocado por la dificultad de encontrar los receptores a los que me había acostumbrado, la cosa cambió radicalmente.
Cuando Cesc llegaba a ese punto inevitablemente se hacía el silencio, se ponía trascendente, y muy serio te soltaba.
-Muchacho, ahí empezó mi misoginia. Me dí cuenta que la gestión que yo hacía de mis receptores, era totalmente diferente de como lo gestionaban ellas, y llevaba siempre las de perder. Decidí entonces que la sesión más larga con una dama debía de ser de unas horas, porque siempre se aprende de ellas, pero no más. Se podían repetir sesiones con espaciamientos temporales que impidieran crear dependencias a mis receptores neuro químicos.
-Creo, seguía diciendo, que al tener estructuras químicas diferentes, vivimos en universos diferentes, que buscan puntos de unión temporales, para garantizar nuestra misión en la tierra que es la de transmitir nuestro material genético a otra generación, pero realmente somos inmiscibles.
Las excepciones, las parejas eternas, tienen, en general, explicaciones económicas, educacionales, y hasta religiosas. Incluso puedo aceptar que un pequeño porcentaje, realmente lleguen a una armonía completa, pero también pienso que es a costa de que uno de los dos ceda hasta casi desaparecer.
-Así que, muchacho, dejaré que el universo de ellas se me abra cuando ellas quieran, pero no más de lo que yo crea conveniente para la preservación de mis receptores.
El cartel de misógino que me habéis colgado me protege.
Las cosas de Cesc me dejan siempre patidifuso. Acabé mi Negroni casi al tiempo que Cesc su Martini, iba a pedir otro, pero me paró mi amigo.
-Muchacho me dijo, paga esto y vámonos. Te invito a cenar, que el Señor Monje tiene siempre una mesa para mí en Ganduxer.
Buenas noches, y buena suerte

En la barra de Boadas

 

Si no fuera porque el malogrado Alvite, utilizó antes que yo  aquel «Noches de Harlem»que luego colgó de la serie Mike Hammer, os pediría que mientras leéis esto, lo buscarais en vuestra discoteca para acompañaros la lectura.

Ya que no debe ser, buscad esa grabación clásica de Stan Getz, “Samba Jazz”, y dentro encontrad Desafinado, o Samba de una nota so, que también acompañará bien. Y por supuesto lo que salga se lo brindo al Alvite allá donde esté con todo mi cariño y mi respeto por los ratos que aún me hace pasar con sus Crónicas desde el Savoy. Cosas de los podcast.

Aquella tarde al doblar la esquina de la Rambla, para entrar lo justo en la calle Tallers, sabía que no iba a ser una tarde cualquiera, cosa que tampoco me importaba demasiado, así que abrí la puerta, tuve cuidado con el escalón, que al entrar no tenía mérito, cosa que al salir se tornaba a veces en misión imposible.

Había poca gente, y el fondo izquierdo de la barra tenía un sitio libre. Siempre me han gustado los fondos de la barra a la izquierda, si acaban en pared. Como en el Florida de la Habana, que si no fuera porque me colocaron en medio una estatua de Don Ernesto, hubiera marcado el sitio con una meadita, como un buen lebrel, antes de darle al daiquiri como Dios manda.

El barman me tiene muy visto, y empezó a preparar un Negroni, como a mí me gusta, fuerte, frío, seco, con su guinda, de esas que te venden en la calle Hospital a finales de enero cuando Sant Pons.

Había cuatro turistas algo gritones que posiblemente habían descubierto Boadas en una Lonely Planet.

El barman me echó esa mirada de ¿qué le vamos a hacer?, con la parroquia local, hace tiempo que el negocio estaría cerrado. Acusé el golpe, no demasiado, la verdad.

Tenía pues que agradecer a aquellos bárbaros del norte, que me pudiera tomar mi Negroni, en la barra, al fondo, a mano izquierda, pasado el mingitorio de imposible puerta.

En el segundo Negroni, alguien dijo mi nombre….Luismi.

-Mierda, pensé, es Pau, con ganas de cháchara.

A Pau lo conocí, como a casi todo el mundo, mucho después de haber conocido a Boadas, es un buen tipo, aparentemente expansivo hasta que se echa al coleto la segunda copa, y se te pone íntimo.

Y le ví esa cara.

– Se me va a confesar, y ya he visto esa película, pensé nada más verlo.

Soy muy previsible, los que me conocen saben dónde encontrarme, aunque gracias a Dios no siempre cuando.

Pau tiene la virtud de caer bien a las mujeres, triunfa con ellas, yo no lo he entendido nunca, creo que es por pesado, por insistente, pero el gato se lo lleva al agua.

Eso sí a Pau lo abandonan con la misma facilidad, es, ¿cómo diría yo?, un trago corto, un tequila a pelo, se lo toman, les reconforta, pero no vuelven a repetir.

Pau lo sabe, y no lo lleva mal, sabe que a reina muerta, reina puesta, que aún tiene labia, que aún da el pego, que aún se lo beben de un trago.

-Luismi, ando jodido.

Pau, no te pide dinero, lo tiene y de sobras, de salud y de aspecto va perfecto, una fantástica moral laxa, de esas que pueden convertirte en político en cualquier momento, y de amores ya hemos hablado.

-Tómate algo hombre, y me cuentas.

Pau ha sido más del cocktail del día, que era lo que yo hacía, hasta que dejaron de interesarme las aventuras, y me amoldé en mi rincón con mi Negroni.

-Estoy con una mujer maravillosa.

-Como todas las tuyas, son siempre fantásticas. (Siempre le decía lo mismo, aunque él y yo sabíamos que desde que Lauren Bacall dejó el cine negro, las mujeres son simplemente bellas).

-¿La conociste ayer?

-No, llevo casi un año con ella y me he enamorado.

Solo se me ocurrió decirle que lo sentía, que por fin Aracne atrapó a la mosca, vaya, que me alegraba.

El barman ya le había preparado el segundo “del día”, que es un profesional como la copa de un pino, y con la excusa de los cacahuetes, decidió pegar la oreja a la historia de Pau.

-La conocí de la forma más vulgar, en el sitio más vulgar, tuvimos la conversación más vulgar, y no hubo por mi parte más magia que la que he tenido siempre con cualquiera de las mujeres que he conocido.

Hicimos el amor, con la eficacia que siempre me ha caracterizado, y cuando pasó el primer mes, y ella debía dejarme, no lo hizo, Luismi, no lo hizo.

Eso me desconcertó, no me había pasado nunca. Siempre he pensado que era un pañuelo de papel, que una vez te has sonado, lo último que esperas es que de nuevo te metan en el bolso.

Pensé, Pau, te haces viejo, ya no tienes piernas para correr, porque ahora te toca a ti. Antes, es que no te habían dado tiempo, que te tiraban a la papelera de Escudillers antes de que te dieras cuenta, y no te importaba.

-Bueno, Pau, la cosa no es tan mala, hay gente que incluso llega a disfrutar del amor, no serías el primero, y además ese amor que supongo sereno, en tu madurez, seguro que te ofrece unas posibilidades de disfrutar la vida de una forma diferente, junto a una persona que al final te ha enseñado un camino por el que la vida no te había dejado transitar, o simplemente que tú no habías querido.

La expresión de Pau no podía ser más sombría, perdió la mirada en el fondo de la copa de cocktail, allí estaba inerte la cereza, verde en esta ocasión, que Sant Pons había llevado a Boadas.

Pensé de nuevo en la Flaca, ¿tenía los ojos verdes?, a lo mejor el amor de Pau también los tenía. A saber, que en estos silencios entre copas son muchas las cosas que se vienen a lo que el alcohol aún no ha eliminado del cerebro.

Decidí no romper el silencio, transcurrieron unos minutos, lentos, de la forma en que el tiempo pasa en Boadas, el barman mezclando colores, los rusos a punto de cantar algo de los bateleros del Volga, alguien entrando o saliendo del mingitorio, un tropezón en el escalón de la entrada, ¿más cacahuetes?.

Pau levantó la vista, me miró con los ojos que deben poner los cabestros sanfermineros….y me espetó.

-Hace una semana que no sé nada de ella.

Casi le doy la enhorabuena.

-Chico, pensé decirle, ya sabes, que quién pierde una gran mujer, no sabe lo que gana.

Me tragué el chiste,  Pau estaba jodido, y si Murakami lleva razón y Pau,  enamorado, es ahora un hombre sin mujer, su fin puede ser terrible.

Pero ya se sabe, estos escritores son unos exagerados.

-No te preocupes, aparecerá, ya verás.

Pau puso cara de que no, que eso no iba a pasar.

El barman vino a salvarme.

-Señor Rodríguez le recuerdo que le esperan para cenar en Vía Véneto.

Venga, Pau, ánimo, tengo que irme. No te preocupes, llámame un día de estos, y nos vamos a cenar los tres.

Las mentiras piadosas nunca han sido mi fuerte.

Buenas noches y buena suerte