Hay veces que me planteo si esa afición mía, modesta desde luego por conocer los secretos que esconden los arcanos es algo que realmente tiene sentido o no.
Y verán ustedes cual es la cosa, que no es otra que esa necesidad de saber, de conocer que es lo que hay a mi alrededor, pero no solo lo que me enseñan, que eso es siempre una información interesada, bueno, casi siempre, sino aquello que forma parte de lo que hemos dado en llamar saber oculto.
Que tampoco sé muy bien que quiere decir eso, pero para empezar nos entendemos, o al menos lo creo, que cuando uno empieza a navegar por los secretos del universo, al final se encuentra con más preguntas que cuando empezó, y desde luego al ser un terreno tan resbaladizo las puertas de la especulación y de la “boutade” se abren de par en par.
Porque los hay que me cuentan que la Esfinge de Gizah a lo mejor no es egipcia, que es anterior a la formación del pueblo de los faraones, que me hablan de hace diez o doce mil años, y seguramente es cierto.
Lo que ya me empieza a preocupar es que esa tecnología que dió para levantar al león con cara humana, seguro que permitió otras muchas cosas que desconocemos. Que también me dicen que llovió mucho aquellos días, y a lo mejor es cierto, que en la mayoría de las culturas de las que tenemos alguna noticia, siempre se habla de agua anegándolo todo.
Pero no sabemos qué pasó, y como los habitantes de la caverna andamos como locos mirando las huellas de las sombras para discernir si detrás de este o aquel símbolo hay un significado que esconde un hecho que solo pueden entender los iniciados.
Que tampoco crean ustedes que entiendo muy bien esa historia de los iniciados, fuera de diferenciarlos algo de los lerdos, aunque como las cosas van ahora por especialidades, uno es un lerdo en latín, pero conoce como nadie los secretos de la formación de los Continentes, por ejemplo.
Y sí, los iniciados parece que requieren superar una ceremonia, como la Reina de Inglaterra, que siguió un rito iniciático ancestral como sus antecesores, sin ir más lejos, o cualquiera que entre en la carrera eclesiástica, o supere el examen para catedrático de instituto, terror de los chicos brutos.
Lo que ya se me escapa, es si existe tras las ceremonias de iniciación, con toda su simbología colgante, un acceso al conocimiento de todo aquello que formando parte de nuestro mundo se nos oculta.
Me temo que no, me temo que es el disfraz de la mona, que aunque se vista de seda, mona se queda, y eso que no cesan de recordarme que existieron, personajes que sí alcanzaron esa luz con la que iluminaron, para ellos claro, lo oculto.
Que si Hermes Trimegisto, que si Cagliostro, que si Newton, bueno la lista no es muy larga, y la verdad es que en mi ignorancia no entiendo si realmente la iluminación que les llegaba daba para conocer todo el entorno de sus vidas, o eran otros habitantes de la caverna quizás un pelín más espabilados.
Y luego los símbolos, los gestos simbólicos que hasta donde vengo sabiendo para poco más que reconocer si alguien es miembro de este o aquel club de poco más sirve.
Que los Templarios tenían sus símbolos, claro que sí, arquitectónicos, de uniforme, de pensamiento, y hasta ese supuesto Bafumet, que muy bien nadie me ha podido explicar qué diantres era.
Pero en todos los grupos humanos la simbología existe para diferenciarse del resto, para reconocer a los acólitos, y sobre todo para que al conocer su significado ahorremos tiempo y esfuerzo al querer transmitir una idea.
Y realmente me parto de risa cuando veo que ahora a los símbolos hemos dado en llamarlos emorticones, y nos sirven para lo mismo que cualquier marca de cantero, para decir algo, pero solo a quien pueda entenderlo, que a los demás les importa un pepino la fiesta.
Como me encuentro dentro del grupo de los ignorantes curiosos, me muero por descubrir las vías del saber oculto, que el que se emite en abierto, más o menos, parece estar al alcance de uno. Sin embargo no hay forma, que ni siguiendo los programas de misterio, ni leyendo a Ceram, ni visitando Persépolis, o bajando el Nilo desde Assuan hasta Alejandría, o buscando las construcciones mayas que se esconden en la selva, no soy capaz de ver más allá de construcciones, símbolos de piedra, que hasta cierto punto puedo hasta interpretar, pero realmente no me llevan al conocimiento del saber oculto.
Seguramente me diría mi amigo el filósofo que no me preocupe demasiado, que al final el hombre lo que ha querido siempre ha sido comer todos los días, dormir ocho horas y sobre todo transmitir sus genes, y esas cosas del conocimiento oculto posiblemente no sean más que formas de hacer ese camino del ser humano.
Que las grandes preguntas que nos hacemos los seres humanos siguen sin la respuesta, no sabemos qué hacemos aquí, no sabemos de dónde venimos, no sabemos a dónde vamos, no sabemos quién nos ha fabricado, o qué diablos significa eso que llamamos alma, inteligencia, ni siquiera si ha sido creada con un fin distinto al que creemos.
¿Qué le vamos a hacer?, las cosas son así, y reconozco que me encanta buscar entre los signos que se esconden en el Zohar, o en las páginas de Cretien de Troyes, que me encanta identificar los símbolos de la alquimia o entender el alma de los cátaros.
Pero no hay forma, al final veo el símbolo, veo el mensaje que me envía quien lo dibujó o esculpió, pero sigo sin saber qué diantres hago aquí fuera del devenir cotidiano de acontecimientos, ni a donde voy a ir, y no me parece que en Hermes o en Cagliostro, o en los libros de los muertos egipcios o chinos aparezca realmente la vía de nuestra trascendencia si es que acaso existe.
No voy a marear más, pero si alguno tiene las claves del saber oculto, por favor hagan de mí un gnóstico, que a mí solo no me sale.
Dándole a usted las gracias anticipadamente por su ayuda, aprovecho la ocasión para hacerle legar mi más atento saludo