Cesc, el misógino.

Estaba, como tantas veces, apoyado en la barra de Boadas, al fondo, a mano izquierda. Siempre me ha gustado ese sitio, dominas la escena, la barra, el público heterogéneo que hacen del sitio algo incómodo, pero entrañable como siempre mantuvo “El Perich”.
El Negroni con su cereza de San Pons en el fondo de la copa, los cacahuetes a la derecha, las nueve, como siempre, antes de ir a cenar.
De frente vi llegar a Cesc, se sentó en el taburete que había dejado yo a mi derecha. El no entiende mi afición al Negroni, pidió su Martini, ese que se prepara enseñando a la ginebra la botella sin abrir del vermut, que nunca se sabe. Cesc no es de modernidades, es de los de Beefeater de toda la vida, y dice que como en Boadas no se lo preparan en ningún sitio.
Cesc es un sexalescente de muy buen ver. Le gustaba vestirse en Gales, y se llevó un disgusto cuando cerró, ahora el hombre anda un poco perdido, aunque creo que al final se ha decantado por Santa Eulalia, que los años no perdonan.
No es muy alto, pero como él dice:
– Muchacho, soy resultón, ya lo sabes, soy resultón.

A Cesc le ha gustado siempre vivir por la parte alta de la ciudad, ahora tenía un precioso ático en la calle León XIII junto al paseo de San Gervasio, seguía siendo socio del club de golf de San Cugat, como su padre. Eso le daba un constante moreno Agroman, que si no se quitaba la camisa, despertaba envidias y alguna mirada furtiva de las muchachas de su quinta.
Cesc es de los morenos hispánicos de toda la vida, y ahora su pelo entrecano cuidado por el LLongueras de la esquina del Turó Park, casi enfrente de aquel Bacarrá que en la época de la “gauche divina” barcelonesa, era templo de bailoteo casi transgresor, junto al Clochard y al Bocaccio de la calle Muntaner, aquellos templos hechos a medida para Teresa Gimpera.
Cesc, de chaval, cuando se saltaba las clases de Derecho Romano, se sentaba en el Taita, con algún colega, a jugar al ajedrez, si el tiempo no le parecía lo suficientemente grato. Luego lo compensaba siempre con un aperitivo en Tejada.
Cesc nunca entendió que a Justo Tejada, le dejaran abrir un bar en la zona noble de Barcelona, porque aunque metiera el primer gol en el Camp Nou, luego se fue al Madrit, y lo que casi es peor, acabó en el Español. Pero eran los tiempos de Matesa, y Don Juan Vilá-Reyes era un alguien y vecino de la zona.
Cesc, muy leído él, siempre te decía:
-Yo soy muy de Machado, ya sabes, recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
-Mi padre, sostenía Cesc, fue como yo, un esbirro al servicio de las familias que, desde la llegada de los alemanes a poblar la Marca Hispánica, han controlado la ciudad. Desde nuestro despacho, hemos lavado toda porquería que generaban ellos, sus familias, sus amantes, y sus empresas. Cincuenta años llevamos en estas, y otros tantos desde ahora, que mi hijo, Felip, ya volvió de Yale con su título de picapleitos. No le dejaron entrar en la Skull and bones, pero eso no le ha importado mucho. Tonterías de juventud, ni tiene alma de amo del universo ni le importa un carajo la cabeza del indio Gerónimo. Nunca me ha perdonado que le llamara Felip, cree que me podía haber vengado con la concha de su abuela, pero eso es hablar demasiado.
Cesc es un hombre políticamente correcto, tanto es así, que fue a enamorarse de una hija de los Bosch y Folch, pero claro, no de la pubilla, sino de una segundona en la línea sucesoria, que estaba de toma pan, y moja. La conoció en “La cova del Drac”, la de Tuset, antes de su destierro al Balalaika. Al piano Tete Montoliu, y cantando Nuria Feliu.
Los apretujones, la cercanía, el Raf de Gordon’s, hicieron que la feromona se les pusiera en marcha…..y “la veu, la veu de la Nuria”.
No voy a insistir en las consecuencias del calentón, porque en aquellos tiempos, los calentones te los llevabas a casa, y te aliviabas como podías.
La cosa continuó, Cesc vió en la muchacha algo hospitalario, y el proceso químico del amor se puso en marcha. Cesc me confesó, que nunca supo si a ella le había pasado lo mismo. Quiso creer que sí, porque si no, lo suyo no tenía sentido.
La cosa era conveniente para todos, los Bosch y Folch, eran clientes del despacho de su padre, las familias se conocían, tenían intereses comunes, y no se tocaba la herencia. ¡Qué bonito!¡Els nens s’estiman!.
Pasaron los años, y como en esta Barcelona de mis amores, el tiempo es lo único que pasa, todo siguió como siempre. Cesc se encargó de pasar de las cuentas donde se le enviaban las comisiones a Porcioles a las cuentas del Jordi, y además ahora con esto de las Olimpiadas, seguro que salían más a participar del reparto. Pero no había problemas, todos conocían su parte de la tarta, y los repartos se hicieron discretamente. Siempre se ha hecho así.
Felip ya era un hombrecito, y Cesc empezó a cansarse de que la nena Bosch y Folch estuviera demasiado cansada de él. Se separaron como amigos, ante todo no perder la cuenta Bosch y Folch. De todas formas, no había peligro, demasiada porquería compartida, y demasiado dinero para hacer el tonto. Todo quedó en casa, Cesc compró un ático en Borí y Fontestá, y siguió yendo a las casas de Alp y de Sa Tuna, que tenían sus padres.
Cesc, no era nacionalista, ni dejaba de serlo. En la vida hay que saber adaptarse a lo conveniente, y rezar para que la cosa no hiciese mucho ruido.
-Muchacho, me dijo, tras mi separación de la nena Bosch y Folch, no me deprimí, no salí a la caza loca de faldas, nada de eso. Mi trabajo me gustaba y me permitía cambiar el Porsche cada tres años. Viajaba sin excesos, desarrollé nuevas aficiones. Empezó a gustarme ir al Liceu, y sentarme algunas noches en el Elephas, a charlar con una panda de amigos de la farándula que se reunían allí después de los espectáculos, nada trascendente.
-Pero descubrí un peligroso estado, muchacho, la de sentir que pasase lo que pasase, siempre que el despacho fuera bien, no debía dar explicaciones a nadie de lo que hacía en mi vida personal.
-Eso fue lo que al principio me llevó poco a poco a separarme del corazón de las mujeres, y no te equivoques, muchacho, sexualmente ya sabes que soy hetero hasta la cachas. Que por ahí no van los tiros.
La hormona me traicionó varias veces, y creí encontrar algo hospitalario en algunas mujeres con las mi camino se cruzó. Se parecían a la Bosch y Folch, tanto que me llegó a preocupar, y consulté aun especialista que me aclaró el tema.
-No chaval, no echas de menos a la nena de los Bosch y Folch, no, no es eso. Tu hormona te lleva a los receptores químicos que emanan genomas femeninos afines al tuyo, no te alarmes.
-Me había llevado algunos disgustos, de esos que llaman mal de amores, pero cuando descubrí, gracias a la consultoría, que la cosa era una especie de mono, provocado por la dificultad de encontrar los receptores a los que me había acostumbrado, la cosa cambió radicalmente.
Cuando Cesc llegaba a ese punto inevitablemente se hacía el silencio, se ponía trascendente, y muy serio te soltaba.
-Muchacho, ahí empezó mi misoginia. Me dí cuenta que la gestión que yo hacía de mis receptores, era totalmente diferente de como lo gestionaban ellas, y llevaba siempre las de perder. Decidí entonces que la sesión más larga con una dama debía de ser de unas horas, porque siempre se aprende de ellas, pero no más. Se podían repetir sesiones con espaciamientos temporales que impidieran crear dependencias a mis receptores neuro químicos.
-Creo, seguía diciendo, que al tener estructuras químicas diferentes, vivimos en universos diferentes, que buscan puntos de unión temporales, para garantizar nuestra misión en la tierra que es la de transmitir nuestro material genético a otra generación, pero realmente somos inmiscibles.
Las excepciones, las parejas eternas, tienen, en general, explicaciones económicas, educacionales, y hasta religiosas. Incluso puedo aceptar que un pequeño porcentaje, realmente lleguen a una armonía completa, pero también pienso que es a costa de que uno de los dos ceda hasta casi desaparecer.
-Así que, muchacho, dejaré que el universo de ellas se me abra cuando ellas quieran, pero no más de lo que yo crea conveniente para la preservación de mis receptores.
El cartel de misógino que me habéis colgado me protege.
Las cosas de Cesc me dejan siempre patidifuso. Acabé mi Negroni casi al tiempo que Cesc su Martini, iba a pedir otro, pero me paró mi amigo.
-Muchacho me dijo, paga esto y vámonos. Te invito a cenar, que el Señor Monje tiene siempre una mesa para mí en Ganduxer.
Buenas noches, y buena suerte