De clics y me gusta.

Hoy, mientras me iba con paciencia, arrancando una a una las legañas, escuchaba en la radio esas cosas que pasan, o que nos dicen que pasan, y alguien mencionó el tema de los biga data, ¡de nuevo!, y lo que al parecer, y gracias a nuestra, iba a decir estupidez, y no, es gracias a nuestra forma de ser, que hemos dado tantos datos nuestros y de nuestros contactos, sin quererlo, desde luego, que las posibilidades de ser dirigidos hasta en la forma en que nos limpiamos el culo, están alcanzando niveles estratosféricos.

En el momento, parece, en que nos hacemos miembros de tan prestigiosas comunidades, como las de Twitter, como las de Facebook, quizás si compramos pañales por Amazon o por Alibabá (por lo menos este en su nombre deja claras sus inteciones), los me gusta, las páginas que visitamos nosotros, o nuestros amigos, pasan a ser un activo de venta publicitaria de gran valor, ya que los tales poseedores de esa información venden nuestros perfiles a quien necesite cosas como:

“Varón entre cuarenta y cincenta años, de posición económica desahogada, de ideas conservadoras, al quien le gusta el jazz, la ópera, y los Rolling Stones, que se va de viaje tantas veces al año, que se gasta tanto y cuanto dinero en sus tarjetas de crédito, que tiene un teléfono móvil que ha de morir por eso de la obsolescencia programada dentro de unos seis meses”.

“Que le gustan las series de ciencia ficción, los libros antiguos, que visita regularmente los oficios de la Iglesia Ortodoxa del barrio tal, que se mueve usando tal coche de tantos años de antigüedad, que se gasta en transporte público tanto y cuanto, que sus amigos son de esta o aquella tendencia, que va a hoteles de esa o aquella categoría…y”.

Cuánto más saben de nosotros, de cada uno de nosotros, que incluso cuando enciendo esa puñetera televisión inteligente, me sale el listado de lo que según el análisis correspondiente que ha hecho el algoritmo, debería ver, que es la selección personalizada que me han preparado, así que hay que merendarse la última de ciencia ficción, sin posibilidad alguna de revisitar “Lo que el viento se llevó”, que en tu lista personalizada, que con tanto cariño hemos preparado para ti, ni aparece, ni falta que hace.

Los anuncios que aparecen de forma subrepticia cuando estoy leyendo el correo de amor que me manda Chuchita, me recuerdan el tiempo que hace que no visito tal o cual ciudad, que el nuevo montaje de Aida está en el Real, y que no debo perdérmelo, que hay unos nuevos auriculares de la marca Pepe, que están diseñados para mí…(a veces me dan ganas de visitar páginas de audífonos, para que no me recuerden lo de los auriculares), que el nuevo Iphone estará disponible el día que mi viejo Sony empiece la agonía que habrá de llevarle a la tumba.

Mis datos médicos, seguramente estarán en manos de alguien, pero como estoy, por el momento, bastante sano, no me aparecen anuncios de paracetamol, ni siquiera de Viagra, que ya uno se lo toma hasta como un piropo. Pero estoy seguro que conocen mi forma de acercarme a la política, y cuando lleguen las elecciones, bien se preocupará alguien de que vea aquella peli del “Vota a Gundisalvo”, o “El disputado voto del señor Cayo”. Que los rusos ya saben qué tienen que hacer para que vote su conveniencia, y a mí no me toca más que hacerlo, y ya está.

Lo malo de todo esto, es que uno que de natural es curioso, no va a tener a su disposición alternativas fuera de las relacionadas con los “me gusta”, que de forma casi inconsciente uno pulsa sin ser consciente de las consecuencias, incluso, ahora que ya no ando por esas redes. Pero es lo mismo, me compro un pito en Amazon y me mandan anuncios de disfraz de árbitro de segunda división, cuando estoy leyendo desde el ABC al Público, que en eso de leer uno es muy plural.

Porque estos amables clicks, demuestran deseos, tendencias, sueños, olvidos, alegrías tristezas, y sobre todo son una información de un valor incalculable para quien me recuerda que Le Meurice, sigue estando en la calle Rivoli de forma machacona, aunque el médico me haya prohibido cenar en Ducasse, por aquello de los colesteroles. Y no son ya solo míos, que al compartirlos como si fuera una encíclica papal, “urbi et orbe”, lo mismo traen asociada la consecuencia de que solo sabré que están a la venta los vinos de Borgoña, que como no me intereso por otras denominaciones, para qué perder el tiempo con publicidad que no me interesa, piensa el algoritmo, digo yo.

Y en este mundo sutil y grosero de los clicks y los me gusta, vienen y me dicen los que saben de esto, que los humanos tomamos sin pensar, es decir, de forma automática, o por influencia del último vocero, el ochenta por ciento de nuestras decisiones, así, que no hay más que ir descubriendo los instintos de todos y cada uno de nosotros, guisarlos convenientemente en la marmita de los “big data” y a vender tejanos, Ugly sneakers, y paellas del Paellador, de esas que te manda Amazon o Deliveroo, que uno se hace bola con estas cosas.

La cosa es terrible, porque me veo votando a quien no quiero por error si en el último anuncio colado por debajo del sobaco, me lanzan el día de echar a Rajoy las bondades del PP valenciano, y acabo votando a Zaplana, aunque vaya el número tropecientos de la lista, y a saber en qué queda la cosa.

Estoy preocupado, porque a lo mejor las informaciones que recibo, no son realmente lo que está pasando, que cuando leía el Caso y el Marca, más o menos me hacía a la idea de que Kubala jugaba muy bien al futbol, y que el Lute era, por aquel entonces un pájaro de cuidado.

Y ahora a lo mejor me mandan las noticias feas de Trump, porque saben que no me cae bien, y necesitan mis clicks, o me cuentan esto o aquello de los indepes, porque así mantengo el espíritu despierto, y me tienen satisfecho con la versión que me mandan. Que a lo mejor hasta las noticias van personalizadas, y yo me gusta tras me gusta, como un carnero bien disciplinado, que por mi culpa no se me cabreen ni los algoritmos, ni sus señoritos.

Espero por mi bien, no cabrear al algoritmo, que en 2001, Una Odisea del espacio, ya nos enseñaron que los cabreos de los Inteligentes artificiales tienen muy mal arreglo.

Con su pan se lo coman

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