el alma y el diablo

Los que me conocéis, tenéis claro, creo, que soy tirando a inocentón, que me lo creo casi todo, que siempre cuando intentas encontrar la verdad de algo, la verdad de la buena, o no llegas nunca, o en el caso de hacerlo, te arrepientes de haberlo hecho.

Y cuento esto a raíz del caso Epstein, del que no voy a hablar de forma directa, ya que mi conocimiento del tema no sobrepasa de ninguna forma lo que se haya podido decir en prensa, o en programas de esos que se encuentran en los podcast disponibles en cualquier plataforma.

Para mí, este caso sirve ahora para que recuerde dos de los más terribles libros que he leído en mi vida, de esos que el pasar una página me costaba un terrible esfuerzo por el miedo a encontrarme algo más duro, más dañino de lo que ya llevaba leído, y además en ambos se hicieron versiones para el cine, que aunque suavizaban algo el relato escrito, te hacían cerrar los ojos ante alguna de las escenas por el nivel de corrupción y degradación que mostraban sus protagonistas.

Me estoy refiriendo a “Las ciento veinte jornadas de Sodoma” del Marques de Sade, y American Psicho de Bret Easton Ellis, dos obras en las que se habla como elemento común de la relación que hay entre sexo degradado y poder, y de la destrucción del alma de los inocentes por aquellos que ya en su momento la habían vendido. Las noticias que nos han llegado del caso Epstein, dicen de forma superficial, que este tipo al parecer hizo su fortuna allá por los ochenta, cuando el dinero más obsceno andaba suelto por Wall Street, y la sensación es que apoyado en ese status, y con las conexiones adecuadas llegó a ser una especie de proveedor de sexo a los grandes del mundo.

Se habla de ex Presidentes americanos, grandes empresarios involucrados en el uso y disfrute de su poder en las carnes de casi niñas, de casi niños, que el género no parece que fuera algo esencial. En la obra de Sade, el hilo conductor es el mismo, niñas y niños casi pre-púberes, sometidos a toda clase de depravaciones, por nobles, políticos y ricos comerciantes, que en una casa bellísima y aislada en donde se podía dar rienda suelta a la imaginación.

Hasta la tortura física y la muerte. La misma idea que transmite el tal Bateman, en la novela de Easton Ellis, aunque la diferencia fuese que no ejercía en grupo, que su vicio era solitario.

Al final el tipo, a través de su profesión alcanza una de las cimas intermedias de Wall Street, que le permite tener acceso a las mejores mesas de la ciudad, a los ambientes más refinados, a su apartamento por encima del piso cincuenta al que se cambia la decoración cada vez que le apetece….es el rico de los pobres, para entendernos.

Pero tiene acceso a las mujeres más ambiciosas, a las que no tiene inconveniente en torturar y asesinar, o simplemente asesinar sin razón a desconocidos. (Quede claro que no hay razones para asesinar a nadie).

Este personaje sale mal parado por no tener la cobertura necesaria. La policía al fin y al cabo, más tarde que pronto, acaba su trabajo, pero el grupo de Epstein, o los poderosos del Marques de Sade, tienen muchas protecciones.

La primera es entre ellos mismos, y no olvidemos que dicen que había políticos, jueces, artistas, empresarios. A ninguno le interesaba la publicidad, y en el supuesto de que algún ataque de mala conciencia le asaltase a alguien, los videos y las fotos repartidas por cajas de seguridad de todo el mundo, seguramente descorazonaría a cualquiera a la hora de levantar la alfombra.

No quiero entrar en detalles, que el que quiera puede buscarlos con toda tranquilidad, seguro que Internet está plagado de datos, nombres y apellidos indemostrables a todas luces, quiero entrar en el otro aspecto de estas historias, y es lo que puede significar el ejercicio del poder en su forma más absoluta.

Es el conseguir dominar los cuerpos de otros seres humanos, en primera instancia, para después dominar hasta la destrucción el alma de las personas. No quiero imaginar las variantes de las víctimas supuestas del tal Epstein, las de Sade las ví y las leí, e incluso ahora, al recordar escenas, se me erizan los pelos del cogote.

Hay otras víctimas, que en esos círculos, hoy en día hay material suficiente para poder cazar al cazador, y a nadie le extraña pensar que los servicios secretos, cualquier servicio secreto que se precie, tiene un terreno abonado para controlar voluntades fuera de juego, y derivar el uso del poder del cegado por el sexo a sus intereses.

Ya lo usó Taillerand en el Congreso de Viena, que con fiestas, orgías gastronómicas y sexuales, consiguió convencer a las potencias que habían derrotado a Napoleón, de que el real damnificado de todo fue el pueblo francés, la dulce Francia.

Seguramente las víctimas de esas fiestas modernas llegaron simplemente por secuestro, y una vez usadas en una isla lejos de la justicia, hacerlas desaparecer era la tarea más fácil del mundo.

Pero estoy seguro también de que en más de un caso se han colado en esos círculos, mujeres que han sido engañadas simplemente por la publicidad del lujo, en la creencia de que por tener un cuerpo más o menos apañado, van a lograr entrar en esos círculos y solucionar su vida.

Quizás algún pequeño porcentaje lo consiga, pero no es el camino, y me pongo moralista ahora. Demasiadas cunetas están llenas de esas mujeres, y para ellas no hay memoria histórica. Me ha traído todo esto al coleto un trabajo de Iker Jiménez, publicado en Ivoox, hace muy pocos días, y que recomiendo escuchar, aunque pueda estar con más conspiranoia de la cuenta, seguro que vosotros lectores inteligentes sabéis destilar aquello que realmente importa.

¡Madre mía!