El comercio mundial

A los hombres siempre nos ha gustado comerciar, pero siempre nos ha molestado la competencia. Recuerdo, que cuando empezaba mi vida profesional, me llamaba la atención la facilidad con que los productos japoneses llegaban a los mercados, que simplemente los podían pagar.
Cualquier país que quisiera enviar sus productos a otros territorios fuera del suyo, debían limitarse a ponerlos en un transporte, y calcular los aranceles que su importador debería pagar a sus respectivas haciendas públicas, facturarlos, y cobrarlos. Si funcionaban en el país de origen podían funcionar casi en cualquier parte, y si había problemas, para eso teníamos al maestro armero.
El arancel, como todo el mundo sabe es, y era en aquel momento una forma burda de evitar que las empresas locales sufrieran los ataques de competidores. Los cálculos de los aranceles se negocian en el seno del GATT, (Acuerdo General sobre aranceles aduaneros y comercio) en sus siglas inglesas.
Para los productos manufacturados, mi impresión es que las tarifas arancelarias, han dejado de tener la importancia que tuvieron allá por los setenta del siglo pasado, ya que al final, podían obviarse con precios en origen, bien subvencionados, bien rebajados artificialmente por las compañías vendedoras, que las formas de obtener beneficios, son inescrutables, como los designios del Señor.
Recuerdo, que esa fue la causa de que en aquellas épocas, circuláramos con coches españoles, menos los ricos que llevaban coches americanos o los Mercedes de toreros, futbolistas y banqueros.
Y a los japoneses no había quien les vendiera un alfiler…
Independientemente de los aranceles que aplicaban, como todo el mundo, los japoneses tenían otra forma de proteccionismo sobre su industria, que impedía sin casi ningún riesgo, la entrada de productos foráneos. Esa forma era el desarrollo de regulaciones que regían para cualquier producto, nacional o importado, que iban desde normativas de uso de ciertas materias primas, que no podían formar parte de los fabricados, que debían garantizar de una forma determinada los procesos de fabricación, que debían cumplir normas de etiquetado, de caducidades en su caso, de garantías frente a fallos potenciales del producto, y así “ad nauseam”.
Esta política comercial, permitió que su economía desde el final de la segunda guerra mundial hasta 1989, tuviera un espectacular desarrollo, valga como ejemplo que el índice Nikkei pasara de un valor 100 en 1949, hasta casi 39000 a final de 1989.
Un país que había perdido la guerra frente a los Estados Unidos, y que sufrió su ocupación hasta 1952, consiguió, gracias, entre otras cosas a su política comercial, vender sus coches en América, comprar medio Hollywood, y en definitiva, dar la sensación de que estaban comprando el Imperio.
Fueron capaces de vendernos coches, cámaras de fotos, televisiones, en definitiva tecnología de todo tipo, electrónica, química avanzada, y encima no lo hicieron mal desde el punto de vista financiero. Fue el éxito del Sol Naciente.
Desde Occidente, la respuesta no se hizo esperar, Estados Unidos promovió el TLC (Tratado de libre comercio) con Canadá y Méjico, que supuso la supresión de aranceles entre esos países, y la creación de un área de bloqueo comercial importante, pero no suficiente.
En Europa, la respuesta con la ampliación de la Comunidad Económica Europea, supuso también la creación de una zona de influencia y de control comercial que pudo enfrentarse contra las políticas japonesas, y contra la asociación Norteamericana.
Desde el final de los ochenta, empezaron las normativas de calidad, y más que simplemente para mejorar los productos que recibíamos los consumidores, ha sido para proteger las industrias locales. Siempre he creído que la FDA (Administración americana del medicamento y la alimentación) o las agencias europeas del medicamento y de la alimentación, son las barreras que se ponen para que los alimentos, los medicamentos producidos por unos y otros tengan serias dificultades para venderse aquí o allá.
Hay multitud de otros ejemplos, desde sistemas de televisión o normativas de niveles de patógenos en alimentos, hasta el uso de alimentos transgénicos, o las condiciones de producción de pollo, sin ir más lejos, que se han ido estableciendo para proteger esta o aquella industria, este o aquel grupo de influencia.
La historia de los automóviles en Europa y USA, es enormemente ilustrativa. La idea es diseñar normativas, que en Europa facilitan el uso de automóviles con motor diésel, que emiten menos CO2 que los de gasolina que a su vez emiten menos N02. Los primeros protegen la capa de ozono, los segundos la respiración de los ciudadanos. Como consecuencia las ventas de coches americanos en Europa es marginal, y de los europeos en América, lo mismo. La realidad es que ni a unos nos interesa el planeta, ni a otros los pulmones de los ciudadanos. Lo que importa es la cuenta de resultados de General Motors y de Volkswagen, principalmente.
En ese contexto, evidentemente, es donde debemos encuadrar la última trapallería de los alemanes, y la habilidad de los yanquies en descubrirlo. Es una patada en el culo de la cuenta de resultados de la competencia, y solo eso. (Por cierto, a todo esto, los japoneses andan con sus híbridos, y pensando en eliminar en cualquier momento la utilización de combustibles fósiles en sus vehículos).
Supongo que ya estarán pensando sus competidores alguna forma de anular con las regulaciones adecuadas esa iniciativa japonesa, antes de que alguien se haga daño. Veremos.
Estos días, se ha firmado el TPP (Acuerdo Transpacifico de asociación comercial), del que se ha excluído a China, y que al TLC, ha añadido países como Japón, Corea del Sur, Perú, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, o Malasia entre los más importantes.
Los chinos no están muy felices con esto, ya que les deja fuera de una zona en la que las regulaciones comerciales se van a facilitar enormemente, así como los movimientos de capitales. Claro que con Japón muy debilitado desde su pico de finales del 89, queda Estados Unidos como potencia dominante en la zona, facilitándose la entrada en mercados muy importantes para su desarrollo económico.
Veremos cuál será la situación de estos países a la vuelta de dos o tres décadas, ya que si tomamos las consecuencias para México y Canadá del TLC, no auguro nada bueno para las economías que se han unido, especialmente en el caso de los países de economías más débiles que acabarán transformándose en reservorios de mano de obra barata, y receptores de productos que por su calidad o salubridad no tienen acomodo en los mercados más evolucionados.
Y ahora, a por nosotros, los acomodados europeos. Como es bien sabido, se lleva ya tiempo negociando el TTIP (Acuerdo trasatlántico para el comercio y la inversión), con lo que Estados Unidos se asocia con el bloque europeo para colocar sus productos con más facilidad, admitiendo aparentemente la recíproca. Se trata sobre todo de obviar las regulaciones, que se descubre ahora, no estaban diseñadas para la protección del ciudadano, sino para la protección de las cuentas de resultados de los más fuertes.
La fuerza ahora, la da el tamaño. Las absorciones y fusiones de compañías transnacionales sobre cada vez menos banderas comerciales, están llenando el mundo de oligopolios, para los que todos estamos obligados a trabajar, de una u otra forma, por cada vez menos beneficio personal…¡Ah, con China fuera de todos estos bloques y Estados Unidos, en todos!. Parece que el Imperio va ganando.
Buenas noches, y buena suerte