El final de una guerra

Enrique Lister se presentó a unas elecciones en representación del Partido Comunista Obrero Español, tenía unas oficinas en la calle Embajadores de Madrid. No recuerdo si fue la primera o la segunda vez que fuimos llamados a votar en la que hoy llamamos democracia.
Creo que saco entre siete y ocho votos, desde luego nada significativo, y su formación acabó en la que luego se llamó Izquierda Unida, o algo así.
Le oí hablar defendiendo su posición política una o dos veces, y me pareció estar escuchando a un T-Rex, pero fosilizado, y meditando sobre el tema me alegré de que se cerrara de alguna manera aquella época de la Guerra Civil que tanto daño nos hizo.
A mí me pareció en aquel momento, hace casi cuarenta años, que se había cerrado el siniestro libro de aquella guerra fratricida, y desde luego parece que me equivoqué, que salió el peor presidente de los que hemos tenido en España, y resucitó el muerto.
Digo esto, porque ayer cerca de donde tenía su sede el PCOE, en el corazón de Lavapiés, asistí a la representación de un trabajo teatral basado en la obra de Max Aub sobre la guerra española.
En la pieza teatral, hablaron de Lister, de pasada, pero con cierta amargura, bien porque no supo controlar el cuerpo de ejército que mandaba y que fue perdiendo en Madrid y en Aragón, saliendo luego por pies, desde Elda hacia Moscú.
En cualquier caso, Lister me importa muy poco, de hecho, lo que me anima a escribir estas líneas, es que la representación del Laberinto mágico me hizo sentir que el drama de los acontecimientos desde la proclamación de la Segunda República, hasta la huida de los líderes vencidos, de los ciudadanos que sufrieron las consecuencias, y la desaparición de las instituciones republicanas, me parecieron tan lejanas como la Armada Invencible o la caída de los tercios en Rocroi.
Las sensaciones que tuve al ver la obra, por cierto bien estructurada como espectáculo teatral, y mejor interpretada posiblemente fueran las que el autor, tanto del texto original como de la adaptación teatral, perseguían.
Recordar las imágenes de personajes que aparecen una tras otra dibujando las pasiones que en estas situaciones extremas se manifiestan, hizo que aún tomara más distancia del período histórico que se estaba narrando.
Poca diferencia había en el entusiasmo de los revolucionarios fascistas, o en el de los obreros fieles al régimen legal establecido, pero tenían una similitud tremenda con cualquier situación parecida en cualquier parte del mundo y en cualquier momento histórico.
Vender a los amigos por un pasaporte, dar la vida por un ideal, o simplemente encontrarte en medio de una historia que no era la tuya pero que te arrastra hacia cualquier sitio que no conoces, que no esperas.
El amor en las trincheras, el juez que manda fusilar por motivos que jamás consideraría fuera de una guerra.
Y al final el pueblo llano, el que paga el pato, el que defiende su barrio y su vecindario, y claro, la maleta atada con cuerdas, el exilio.
Puede ser algo como fue lo de Eritrea, o los de los hutus y los tutsis, o los que huyen del ISIS, o del dictador sirio o tantos y tantos momentos idénticos en la historia.
Ese ha sido el hecho que ha conseguido que ponga distancia con esa maldita guerra que acabó hace más de tres cuartos de siglo, y que aunque por supuesto ha influido en todos y cada uno de los españoles, no lo ha hecho más que la expulsión de los judíos o la pérdida de Cuba y Filipinas.
Es así que quiero agradecer a esa mirada del teatro, la oportunidad que me ha dado al poder reflexionar de forma diferente sobre lo que significa hoy ese drama del pasado, que manteniendo toda su crueldad, toda su dureza, manteniendo esos comportamientos nobles y mezquinos que hicieron aflorar aquellas circunstancias, es hoy ya historia.
Si por otra parte me paro a pensar que aún queda gente que lo siente como algo vivo, lo que pienso es que deberían intentar superarlo, porque todas, todas las familias de España, sin excepción, perdieron a alguien en esa maldita guerra, y no fueron unos mejores que otros, que cada uno luchó, por lo que creía le favorecería, comportamiento humano, por otra parte.
Los que me conocen, saben que no me ha gustado nunca hablar de esa guerra, que considero haber leído lo necesario, desde la visión de los historiadores ingleses, la de los escritores exiliados como Sender, y hasta las visiones de gente como Gironella.
No me han gustado las películas sobre la guerra, ni las americanas, ni las españolas con los puntos de vista de uno y otro bando, con sus consignas políticas y los rencores vivos.
Asi que lo que me queda es agradecer al CDN, y a esta iniciativa de los artistas que la han llevado a buen término, el que me hayan hecho definitivamente colocar a Miajas y a Mola, a Lister y a Queipo en el lugar que les corresponde, en esa página de la historia de España que fue lo que fue, que no hay que olvidar como no debemos olvidar ni Rocroi ni Trafalgar, ni Pavía ni Breda, pero que no deben estar en nuestras vidas más que como capítulos de la barbarie que significan las guerras, donde sean y como sean para la especie humana.
Y por último, si los españoles que huyeron con su maleta de cartón y cuerdas, acabaron en los campos de refugiados franceses, hoy son sirios e iraquíes los que acaban en Turquía o Macedonia, de forma que también por ellos doblan las campanas.
Buenas noches, y buena suerte