El golf, y la madre que lo parió

 

Los que me conocéis sabéis que me gusta jugar al golf desde hace mucho tiempo, creo que desde que se abrió un campo municipal en el parque de Juan Carlos I, de Madrid, ciudad donde vivo, allá por los albores de la década de los noventa del siglo pasado.

Era pues cuestión de tiempo que en estas páginas surgiera algo relacionado con este juego, y ya que la página es de vertidos, es mía, y no tengo que rendir cuentas a nadie de lo que escribo, más que a la ley, (yo no soy uno de esos pollos nacionalistas que encabeza el Senyor Mas, que si la ley no le gusta, se la salta).

El título de este vertido, hace referencia a un mal y viejo chiste que a la que te descuidas, te lo vuelve a contar cualquier jugador desesperado. Yo no voy a ser menos.

Dos caballeros van a empezar su partida, y se presentan, como mandan las reglas de educación del juego.

-Juan Fernández, abogado

-Antonio Pérez, escritor de temas de golf.

Sale Antonio, y da un golpe malísimo, de esos de casi no tocar la bola.

Los siguientes golpes no mejoran, ni de lejos el primero, y Juan, para bajar la tensión de su compañero, le pregunta,

-¿Y qué libro ha escrito usted sobre golf?

El Golf, y la madre que lo parió.

Después de más de veinticinco años perdiendo bolas por esos campos del señor, debo reconocer muchas de las virtudes de este juego, que si fuese más popular, nos recordaría algunas cosas de esas que se andan perdiendo en esta sociedad del siglo XXI a pasos agigantados, y la primera de ellas la buena educación.

Este es un juego para damas y caballeros, y te exige un comportamiento acorde con la definición, empezando por la forma de vestir, que no es poco.

En la Inglaterra de finales del XIX, y principios del XX, se jugaba con bombachos, zapatos de piel, chaqueta tweed, camisa, corbata, y gorra de lana con visera. En Inglaterra y Escocia, jugaba todo el mundo, sin necesidad de ser el rico del pueblo, (que también jugaba, claro), y aprovechaban las zonas cerca de las playas, donde podía crecer algo la hierba, pero lo que más abundaba eran matojales impenetrables, y arena de la playa. A todo esto, se le debía añadir el viento del norte, y la tradicional lluvia inglesa que hacía innecesario regar los campos. Muchos de ellos además eran de propiedad municipal, así que para jugar, con ser del municipio, bastaba.

Hoy las normas de etiqueta nos exigen a los señoritos, llevar un zapato adecuado, para evitar caídas o lesiones, (yo sigo usando zapatos de piel de los que podría utilizar en la calle, pero con la modificación necesaria en las suelas para no partirme la crisma), debemos llevar un Polo con cuello, o una camisa, con cuello también, de manga larga o corta, y caben los diseños más horteras que uno pueda imaginarse, pero cuello, por favor, nada de la camiseta del pijama.

No puedes salir con tejanos, valen unos chinos, o un pantalón corto, justo hasta la rodilla, (no estamos allí para lucir tríceps).

Me he dado cuenta, que vestido para jugar al golf, puedo ir a cualquier sitio, y estar entre el grupo de los elegantes, sin mucho esfuerzo, hasta en verano con pantalón corto de pinzas. Por cierto las damas, siempre saben cómo vestirse, y las que no saben, jamás pensarían en eso de jugar al golf.

Cuando lees el manual de reglas de golf, te das cuenta que estás delante de un manual de urbanidad, diseñado para hacer el recorrido, (que puede durar más de cuatro horas), lo más agradable posible (los dramas vienen por otro lado).

El equipamiento descrito puede obtenerse (precios de hoy en Decathlon de Platja D’Aro, por menos de cien euros, que como te descuides es lo que te soplan por una camiseta de Messi, haciendo publicidad además de uno de esos estados que se dedican a explotar a los pobres, hasta la muerte.

He jugado en infinidad de países a este juego, ya sabéis que antes muerto que quieto, Sudáfrica, Kenia, Thailandia, Europa, América, el Caribe, en fin donde he caído, y la ocasión se ha presentado, y siempre que he jugado con alguien a quien no conocía, he acabado haciéndolo con un amigo, porque sufrir juntos une hasta límites irreales, lo juro.

Una de las cosas que más me atrae de este deporte, es que quién juega contigo, no es tu adversario, más bien al contrario, es tu amigo, y se alegra con tus buenos golpes, y si cree que puede darte indicaciones que no te molesten para que mejores tu juego, lo hará sin dudar.

No hay otro juego, o deporte con esas características, ni siquiera el tenis, que es de lo que más se le acerca. Quizás el atletismo, pero no lo sé, de veras.

No hay nada como ver un partido de grandes figuras que se están jugando una pasta, y muchas veces una carrera, caminar juntos entre golpe y golpe charlando amigablemente, e incluso bromeando. Claro que siempre hay ovejas negras que se cuelan, pero son excepciones, como un tal Harrington, al que deberían echar de los campos, por intentar desequilibrar a su compañero de juego. Pero eso es harina de otro costal.

Ya he empezado a ser considerado como una persona con cierta antigüedad, o como un clásico, y veo que podré seguir disfrutando de este juego, casi hasta que las fuerzas que me permiten caminar estén conmigo, y eso, ahora que tengo tiempo, me permiten caminar mis siete kilómetros diarios, persiguiendo una bolita, blanca las más veces.

Los cardiólogos recomiendan este juego, sobre todo los que no juegan, que no saben cómo se te puede acelerar la víscera si haces esas cosas que se reconocen como hoyo en uno, o un vulgar birdie en un hoyo difícil.

Tu oponente, como en la vida misma, eres tú, y tu entorno, es decir, el campo, la lluvia, el sol, el viento, y está solo en tu mano mejorar tu juego, quien juegue contigo, es tu amigo, aunque te hayas jugado unas cervezas al que haga menos golpes.

Por último, es un juego, en el que puedes tranquilamente ganarle al número uno del mundo, ya que en función de tu nivel la puntuación se adecúa, así que donde Sergio García debe hacer setenta y dos golpes yo con noventa y nueve, le empato.

Dos de las grandes críticas que se le han hecho a este juego, es lo caro que sale, y el agua que usa, por no hablar del desastre ambiental que provoca.

No voy a calificar caro o barato, pero diré que a mí jugar todos los días del año en mi club, me cuesta menos de ciento veinte euros al mes, que el agua con que regamos es agua reciclada, que como te caiga encima, estás oliendo a mierda dos semanas.

En mi club, los conejos se te quedan mirando a tres metros mientras juegas, tenemos rapaces, culebras, víboras, palomas torcaces, jabalíes, topos, encinas, olivos, matorral mediterráneo, olmos, y yo qué sé.

Hoy en Santa Cristina d’Aro, los patos del estanque que estaban tomando el sol, ni se apartaron cuando me acerqué a menos de un metro, que la pelotita había ido a donde no debía, además de pinos, olivos, alcornoques, encinas, y robles, por lo menos. Y juro no son excepción. He jugado con caimanes mirando cómo le daba a la bolita en Puerto Rico, impasibles, en medio de cafetales en Kenia, con letreros de “serpientes venenosas” cerca de Sacramento, o en campos Thai con estanques llenos de peces de colores. Hasta ahora, lo único que me falta es que una gaviota escocesa se me cague encima cuando vaya a hacer un birdie en el 18 de Saint Andrews….y no desespero.

Mañana…quizás más.

Buenas noches y buena suerte.

2 comentarios sobre “El golf, y la madre que lo parió”

  1. ⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️⛳️
    ¡Sigue diafrutándolo mucho tiempo!

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