El prefecto al que le robaron el móvil

Todos sabéis lo que es un prefecto, pero por si las moscas y en el supuesto de que no tengáis un Larousse a mano para consultar, por esta vez y sin que sirva de precedente, dado que estamos en vacaciones y hace un calor terrible, habrá que decirlo.
No se debe decir prefecto, es realmente Monsieur le Prefect, es decir, el jefe de una prefectura que no deja de ser una organización para las actividades policiales de una región, y el prefecto, es decir Monsieur le Prefect es el gran policía de esa área geográfica, el gobernador civil, que llamamos por estos pagos.
En tiempos del comisario Montalbano, esas cosas no pasaban, que a Monsieur le Prefect, se le tenía un respeto, y desde luego, a los quince segundos trincaban al pispa, que en el teléfono de Monsieur le Prefect, a saber que hay escondido, y qué datos esconde, que es un cargo de responsabilidad, y la seguridad nacional no es cosa baladí.
Pero hoy ya no hay temor de Dios, que como decían las nonagenarias tías de mi amigo el catedrático, “hijo, es que ya no se fusila”, así que Monsieur le Prefect, está sometido a los mismos riesgos que la chavalita de dieciocho, que pone su teléfono en el bosillo trasero de su mini pantalón, que se lo limpian, el teléfono, claro en un descuido, en un mirar a Carlitos, tan guapo él con su barbita rubia.
Daudet, aquel discípulo del poeta Mistral que quiso que renaciese, (sin éxito), la lengua provenzal, a caballo de los sentimientos del romanticismo cutre, nos dejó un precioso cuento en su inolvidable “Cartas desde mi molino”, en la que el Sub-Prefecto de la región de La Combe aux feés, henchida su alma de los perfumes del bosque provenzal, mandaba al carajo el discurso que tenía que dar en las fiestas regionales, y lejos de su comitiva, descamisado entre las lavandas, hacía versos.
A ese Monsieur le Sous-Prefect, no le podían robar el teléfono, no tenía, y además viajaba en comitiva, que hubiera defendido a su jefe de cualquier desmán del ratero de turno, pero hoy en día, ¡Ay Dios mío!, hoy en día todo es posible.
Y es que con los recortes, con los “Il faut faire des economies”, con eso de que ya no se necesita tanto personal, que el ordenador te lo apaña todo, Monsieur le Prefect, va literalmente de culo, y no solo en la dulce Francia enclavada en nuestra puñetera Europa, sino allá donde quedó la organización administrativa que la potencia colonial impuso en aquellos territorios en los que puso su bota, en esas que fueron “provinces de outre mer”.
Y es que eso de merendarse una organización administrativa que te colocó por el artículo treinta y tres la potencia dominante de turno, es a veces difícil, qué le vamos a hacer, y Monsieur le Prefect, orgulloso de su cargo en la policía, y feliz por ayudar a sus conciudadanos, ve que esa estructura no es la que su tierra necesita, que en su tradición se lo montaban de maravilla con los consejos del pueblo, y eso de la región, muy bien no sabían lo que era.
Pero eso no es importante, que a Monsieur le Prefect le quitaron el teléfono cuando estaba dormido, bien que fuera de servicio, pero estaba dormido, y todo el mundo sabe que los Cíclopes, los semidioses y los Prefectos, no deberían dormir nunca. Pero ya ves, los dejan caminar solos por la calle, ya no llevan escolta, no tienen siquiera un ordenanza que les saque lustre a los charoles de sus botas, y claro, les quitan el teléfono del bolsillo.
Pero Monsieur le Prefect, seguro sabía que tarde o temprano eso pasaría, que en toda la prefectura sabían que se pasaba la vida colgado de su móvil, siempre detrás de los malutos, que se esconden a la sombra de un árbol, a la que te descuidas.
Y Monsieur le Prefect, se encontró de golpe con demasiadas cosas que sacar adelante solo, que ni le habían limpiado la ciclostil para las notificaciones a la ciudadanía, y le salían los folios con esa manchita canalla que le recordaba la miseria con que la administraciones trataban a sus administrados. Y no le funcionaba el aire acondicionado en el despacho.
Parecía que todo estaba en su contra, y lo que más temía era que pensaba que hasta su carácter se estaba agriando. Y eso sí que no, que bastante tenía con que su mujer estuviera medio enfadada con él, medio contrariada, que Monsieur le Prefect se llevaba responsabilidades a casa, y todo el mundo sabe que eso está muy feo.
Además, la crisis esa de los cuarenta, que nadie le había avisado, que nadie le había dicho que la segunda vez que una chica joven le había hablado de usted, y a otra comentar el poco pelo que le quedaba, se le iba a venir el mundo encima, ya no sabía qué hacer.
Y para rematar el asunto, descubrió que entre su cabeza y sus pies se había levantado una barrera bien visible, en forma de acúmulo de grasa estomacal, que él nunca antes había tenido. Que ya no sabía si seguir apretando los botones del pantalón del uniforme, aún a riesgo de una no deseada ni esperada rebelión de los botones de la cintura del pantalón, a mitad de una actuación policial, o lo que es peor, delante de los jefes.
Monsieur le Prefect, tenía stress, que además ya le consideraban el jefe de su familia, y con el tal motivo le llovían las responsabilidades que depositaban en sus manos, los que o no podían o no querían resolver sus cuitas, y con los malutos siempre esperando su oportunidad para liarla.
Eso no le importaba, lo hacía bien, pero los temas personales le traían a mal traer, como las bailarinas del cafetín ese al que le invitaban siempre para que hiciera la vista gorda, y Monsieur le Prefect, rechazaba siempre.
Lo peor fue cuando empezó a leer las historias de Las Ramblas, cuando los Gobernadores tenían amantes entre las vedettes del Molino, que las pobres debían renovar la licencia, y en ningún sitio mejor que en la intimidad.
Nada de eso estaba a su alcance, y dicen las crónicas que se quedó dormido en una silla del Hospital, que esperaba a un amigo que andaba fastidiado, y alguien le quitó el teléfono.
Pero luego me enteré de la verdad, y es que ya no quería selfies de esos, ya no quería avisos a la hora de la siesta, ya no quería teléfonos profesionales de esos que su santa creía que eran de novias enloquecidas por sus huesos, que no quería mas twitts, más cara libro, más nada, y fue él quien deslizó su móvil en aquella alcantarilla.
Desde entonces Monsieur le Prefect, no es que haga versos, pero duerme tranquilo.
Con su pan se lo coma

3 comentarios sobre “El prefecto al que le robaron el móvil”

  1. No sé muy bien de qué va la vaina…. pero como me has chinchado con cuentos… pues me he leido otra vez «cartas desde mi molino»…. y claro lo del perfecto me suena… jijijijijiji

    1. Es un simple cuento a mi forma basado en una historia que me contaron de un Prefecto en una ex colonia francesa, al que le quitaron el teléfono cuando se quedó dormido en un hospital esperando noticias de un allegado

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