El progreso, cualidad de Dios

Shem Shemaforash, (la palabra que abarca el nombre de dios y la
creación) Baal Shemaforash…guardian de la palabra

Cuando estás tan tranquilamente escuchando las variaciones Goldberg, en tu “celda” como si del profesor Lecter se tratara, añadiendo algo de lluvia ahí fuera y con los pies fríos, porque las zapatillas que te has puesto son aún las del verano, te apetece pensar aunque sea en una de esas playas que ya casi no recuerdas de las Antillas Menores, o de las Islas Vírgenes caribeñas.
No se me puede pasar el recuerdo de patear el agua de la playa coralina de Saint John, y quedarme una vez más extasiado viendo los fondos multicolores a cincuenta pasos de la orilla. No se necesitaba más. En la playa polvo blanco de coral, algunos cocoteros asomando de entre la vegetación tropical.
No fue menor el recuerdo que aún tengo en mi retina, del Mont Peleé de la Martinique (las fotos seguro murieron de hambre en un cajón, o huyeron como el Conde de Montecristo).
Las historias de la explosión Peleana, que me contaban en segundo de bachillerato, y que desencarnó, a cerca de treinta mil personas, a pesar de los avisos de la montaña, ignorados por las autoridades locales que solo pensaban, como no, en el vil metal.
Se salvó un preso y un zapatero, según me dijeron. Hasta los barcos anclados en la bahía se transformaron en verdaderas piras primero, y osarios después. Eso de ver las cosas que me han contado, siempre me ha gustado. De alguna forma el niño que soy estaba tranquilo, conocía el final.
Pero tengo los pies fríos, voy a tener que ponerme unas zapatillas calentitas, a ver si me pongo a pensar en el Cervino, por aquello de la teoría de la opinión contraria.
No sé si me gustaría ahora andar por aquellos parajes, desgraciadamente para mí, en estas cosas soy culo de mal asiento, y además la experiencia me ha demostrado que volver, siempre ha sido un error. Las cosas tienen siempre su momento, como las personas, y volver significa que lo que vas a encontrar es diferente a lo que ya conocías, y no siempre te apetece la sorpresa que te ofrece la evolución. Sin embargo la de lo nuevo, es para mí siempre bienvenida.
Leí una vez la razón del por qué a los niños les gusta tanto ver la misma película cientos de veces, hasta que casi, (y sin el casi) se la aprenden de memoria. Al parecer, sostenía el autor, era una razón de seguridad. Se sabían confortables con un final que ya tienen perfectamente asimilado, y no les apetece nada que al final Blancanieves sea la usurpadora del trono del país del cuento, y que la bruja, sea una pobre emigrante sufriendo injusticias por parte de los padres de la tal princesita.
La zona de confort, criticada por parte de aquellos que laconsideran no adecuada para el progreso.
El progreso, al que se acepta como un dios nuevo de nuestra sociedad, una nueva palabra que se incluye en el ”Shem Semaforash”, con su correspondiente Baal Semaforash en que se ha erigido la sociedad occidental.
Los nombres de dios, los 21 de la tradición judaica, los 99 del Islam recogen cualidades que a dios le otorgan los humanos, y aunque en ambas tradiciones se cree que el verdadero nombre, es la Palabra, la que contiene el poder de la creación y que en el Islam es el desconocido número cien, las sociedades modernas nos han traído más calidades de dios a las que adorar.
Es de la sorpresa del progreso de lo que quiero hablar hoy. Nunca sé si la realidad es la del príncipe Salinas, (que todo cambie para que todo siga igual), o si realmente estamos evolucionando como especie y las cosas no son iguales, es decir, que realmente hay una evolución continua del ser humano considerado en su conjunto.
A principios del siglo XX, la población mundial era de unos 1700 millones, que pasa a mitad de siglo, cuando yo nazco a unos 2650 millones, a pesar de las dos guerras que asolaron el mundo, más la revolución rusa, más la guerra de Manchuria, y alguna más que recordar no quiero. Hoy hemos sobrepasado los siete mil millones. Tremendo.
Analizando estas cifras vemos que el mundo occidental donde el “progreso” se ha asentado, es decir, donde la tecnología se ha aplicado de forma generalizada, la población no ha aumentado demasiado, de forma que ya se empieza a discutir el tema del envejecimiento de la población, y todas esas cosas que sirven para que los más jóvenes de nuestra sociedad contraten deprisita fondos de pensiones. Porque duramos más, pero procreamos menos.
Ese es un trabajo que dejamos al casi 70% de la población mundial que vive con menos de dos euros diarios, por utilizar el lenguaje de la ONU.
Cuando visitas esos países, te das cuenta que el progreso para ellos no ha significado siquiera un teléfono móvil. Siguen sin acceso al agua saludable, a una sanidad acorde con los estándares que rigen en el Occidente rico, se mueren como media a los 40 años, no muy lejos de cuando la población se moría a principios del siglo XX.
Su nivel de educación, se circunscribe a aquello que necesitan para comer cada día, y para comunicarse con el vecino. Su movilidad es extremadamente reducida, lo que da en el mejor de los casos, una bicicleta vieja.
Si pretenden salir de sus comunidades y rozar el mundo occidental, lo más probable es que acaben como esclavos de nosotros los ricos, fabricando nuestros caprichos consumistas, así que esa nueva calidad del dios, que es el progreso, solo afecta al mundo desarrollado, y muchas veces pienso que no de una forma positiva.
Nuestra capacidad de matar se ha multiplicado por infinito, pero matamos a otros, a los de esos países a los que el progreso les llega en forma de los desechos del primer mundo, nuestros coches viejos, nuestros teléfonos viejos, nuestras armas viejas…
Así que quizás haya que tener un carnet especial para beneficiarse del progreso de verdad, porque me temo que a los habitantes de Bombay, Lagos, o Daca, les llegan migajas, o lo que es peor, les llegan los deshechos del progreso.

Si al hablar de progreso, nos alejamos de todo aquello que suene a material, quizás las cosas deban verse de otra manera. Honestamente, sigo pensando que el desarrollo de la Humanidad no es demasiado boyante en lo que se refiere a la evolución espiritual, al conocimiento íntimo, y a la misión que el ser humano tiene como primordial en el planeta. Fuera de los slogans consumistas, nuestra esencia es la misma en Manhattan que en Calcuta, y la minoría que desarrolla verdaderamente su espíritu en lo que llamamos cúspide de la civilización y en el culo del mundo, creo que porcentualmente son parecidas.
Recordaremos aquello de que el hombre feliz no tenía camisa, y el desarrollado emir, no tendrá consecuentemente una cura a sus males.
Dejemos, o no, que el dios, o la cualidad de dios que llamamos progreso, no nos confunda, y sigamos buscando en nosotros mismos, aquello que nos haga felices, y olvidemos (dentro de un orden) los escaparates del Corte Inglés.
Buenas noches, y buena suerte
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