En la barra de Boadas

 

Si no fuera porque el malogrado Alvite, utilizó antes que yo  aquel «Noches de Harlem»que luego colgó de la serie Mike Hammer, os pediría que mientras leéis esto, lo buscarais en vuestra discoteca para acompañaros la lectura.

Ya que no debe ser, buscad esa grabación clásica de Stan Getz, “Samba Jazz”, y dentro encontrad Desafinado, o Samba de una nota so, que también acompañará bien. Y por supuesto lo que salga se lo brindo al Alvite allá donde esté con todo mi cariño y mi respeto por los ratos que aún me hace pasar con sus Crónicas desde el Savoy. Cosas de los podcast.

Aquella tarde al doblar la esquina de la Rambla, para entrar lo justo en la calle Tallers, sabía que no iba a ser una tarde cualquiera, cosa que tampoco me importaba demasiado, así que abrí la puerta, tuve cuidado con el escalón, que al entrar no tenía mérito, cosa que al salir se tornaba a veces en misión imposible.

Había poca gente, y el fondo izquierdo de la barra tenía un sitio libre. Siempre me han gustado los fondos de la barra a la izquierda, si acaban en pared. Como en el Florida de la Habana, que si no fuera porque me colocaron en medio una estatua de Don Ernesto, hubiera marcado el sitio con una meadita, como un buen lebrel, antes de darle al daiquiri como Dios manda.

El barman me tiene muy visto, y empezó a preparar un Negroni, como a mí me gusta, fuerte, frío, seco, con su guinda, de esas que te venden en la calle Hospital a finales de enero cuando Sant Pons.

Había cuatro turistas algo gritones que posiblemente habían descubierto Boadas en una Lonely Planet.

El barman me echó esa mirada de ¿qué le vamos a hacer?, con la parroquia local, hace tiempo que el negocio estaría cerrado. Acusé el golpe, no demasiado, la verdad.

Tenía pues que agradecer a aquellos bárbaros del norte, que me pudiera tomar mi Negroni, en la barra, al fondo, a mano izquierda, pasado el mingitorio de imposible puerta.

En el segundo Negroni, alguien dijo mi nombre….Luismi.

-Mierda, pensé, es Pau, con ganas de cháchara.

A Pau lo conocí, como a casi todo el mundo, mucho después de haber conocido a Boadas, es un buen tipo, aparentemente expansivo hasta que se echa al coleto la segunda copa, y se te pone íntimo.

Y le ví esa cara.

– Se me va a confesar, y ya he visto esa película, pensé nada más verlo.

Soy muy previsible, los que me conocen saben dónde encontrarme, aunque gracias a Dios no siempre cuando.

Pau tiene la virtud de caer bien a las mujeres, triunfa con ellas, yo no lo he entendido nunca, creo que es por pesado, por insistente, pero el gato se lo lleva al agua.

Eso sí a Pau lo abandonan con la misma facilidad, es, ¿cómo diría yo?, un trago corto, un tequila a pelo, se lo toman, les reconforta, pero no vuelven a repetir.

Pau lo sabe, y no lo lleva mal, sabe que a reina muerta, reina puesta, que aún tiene labia, que aún da el pego, que aún se lo beben de un trago.

-Luismi, ando jodido.

Pau, no te pide dinero, lo tiene y de sobras, de salud y de aspecto va perfecto, una fantástica moral laxa, de esas que pueden convertirte en político en cualquier momento, y de amores ya hemos hablado.

-Tómate algo hombre, y me cuentas.

Pau ha sido más del cocktail del día, que era lo que yo hacía, hasta que dejaron de interesarme las aventuras, y me amoldé en mi rincón con mi Negroni.

-Estoy con una mujer maravillosa.

-Como todas las tuyas, son siempre fantásticas. (Siempre le decía lo mismo, aunque él y yo sabíamos que desde que Lauren Bacall dejó el cine negro, las mujeres son simplemente bellas).

-¿La conociste ayer?

-No, llevo casi un año con ella y me he enamorado.

Solo se me ocurrió decirle que lo sentía, que por fin Aracne atrapó a la mosca, vaya, que me alegraba.

El barman ya le había preparado el segundo “del día”, que es un profesional como la copa de un pino, y con la excusa de los cacahuetes, decidió pegar la oreja a la historia de Pau.

-La conocí de la forma más vulgar, en el sitio más vulgar, tuvimos la conversación más vulgar, y no hubo por mi parte más magia que la que he tenido siempre con cualquiera de las mujeres que he conocido.

Hicimos el amor, con la eficacia que siempre me ha caracterizado, y cuando pasó el primer mes, y ella debía dejarme, no lo hizo, Luismi, no lo hizo.

Eso me desconcertó, no me había pasado nunca. Siempre he pensado que era un pañuelo de papel, que una vez te has sonado, lo último que esperas es que de nuevo te metan en el bolso.

Pensé, Pau, te haces viejo, ya no tienes piernas para correr, porque ahora te toca a ti. Antes, es que no te habían dado tiempo, que te tiraban a la papelera de Escudillers antes de que te dieras cuenta, y no te importaba.

-Bueno, Pau, la cosa no es tan mala, hay gente que incluso llega a disfrutar del amor, no serías el primero, y además ese amor que supongo sereno, en tu madurez, seguro que te ofrece unas posibilidades de disfrutar la vida de una forma diferente, junto a una persona que al final te ha enseñado un camino por el que la vida no te había dejado transitar, o simplemente que tú no habías querido.

La expresión de Pau no podía ser más sombría, perdió la mirada en el fondo de la copa de cocktail, allí estaba inerte la cereza, verde en esta ocasión, que Sant Pons había llevado a Boadas.

Pensé de nuevo en la Flaca, ¿tenía los ojos verdes?, a lo mejor el amor de Pau también los tenía. A saber, que en estos silencios entre copas son muchas las cosas que se vienen a lo que el alcohol aún no ha eliminado del cerebro.

Decidí no romper el silencio, transcurrieron unos minutos, lentos, de la forma en que el tiempo pasa en Boadas, el barman mezclando colores, los rusos a punto de cantar algo de los bateleros del Volga, alguien entrando o saliendo del mingitorio, un tropezón en el escalón de la entrada, ¿más cacahuetes?.

Pau levantó la vista, me miró con los ojos que deben poner los cabestros sanfermineros….y me espetó.

-Hace una semana que no sé nada de ella.

Casi le doy la enhorabuena.

-Chico, pensé decirle, ya sabes, que quién pierde una gran mujer, no sabe lo que gana.

Me tragué el chiste,  Pau estaba jodido, y si Murakami lleva razón y Pau,  enamorado, es ahora un hombre sin mujer, su fin puede ser terrible.

Pero ya se sabe, estos escritores son unos exagerados.

-No te preocupes, aparecerá, ya verás.

Pau puso cara de que no, que eso no iba a pasar.

El barman vino a salvarme.

-Señor Rodríguez le recuerdo que le esperan para cenar en Vía Véneto.

Venga, Pau, ánimo, tengo que irme. No te preocupes, llámame un día de estos, y nos vamos a cenar los tres.

Las mentiras piadosas nunca han sido mi fuerte.

Buenas noches y buena suerte

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