¿Estamos jugando a pies quietos?

Parece que hay un canal de televisión en Noruega que se llama algo así como “Slow tv”, es decir, Televisión lenta, y como la nieve al caer, muestra las cosas de la vida al ritmo en que se producen, y sorprendentemente para algunos, está teniendo un éxito considerable.
Transmiten cosas en tiempo real, como el viaje en tren desde Bergen a Oslo, el tricotado manual de una prenda de lana por una amable noruega, o el atraque de un barco en cualquier puerto como ejemplos de programas estrella.
Y digo yo, el éxito que hubieran tenido con programas como la formación de gobierno en España, la guerra de Siria, o cualquier otra cosa de las que nos están pasando desde que el mundo decidió dejar de girar, hace ya algunos años.
Porque, desengañémonos, el mundo parece parado, como mucho la sensación es que estamos en un bucle, o como un hámster en su jaula, con movimiento aparente pero sin adelantar un milímetro.
La sucesión de situaciones cotidianas que no son más que repetición de escenas ya vividas, empieza a ser algo preocupante desde mi punto de vista. Amenazamos con cambios en todo, hasta en lo personal, pero todo sigue clavado en sus posiciones de hace casi diez años. Ni siquiera es válido el argumento del príncipe Salina, “que todo cambie para que siga todo igual”, porque ahora la sensación es que ya no es necesario que todo cambie para que las cosas sigan igual, las cosas parece que han decidido seguir igual.
Las nuevas opciones políticas que van surgiendo por el mundo hacia posiciones que son extremas hacia uno u otro lado, amenazan, brillan por un día, pero al final no consiguen realmente sus propósitos, que son mover el anquilosamiento mundial, que ha aparecido en una zona que ni siquiera es de confort.
Los ingleses dicen que se van de Europa, bien, es su decisión, pero habrá que esperar dos años, la nueva fuerza republicana en USA no parece con mucha fuerza si mantiene sus postulados de arreglar las cosas a trumpazos, que deberá ir a posiciones más cercanas a lo que hay hoy en funcionamiento, es decir hacia el inmovilismo. El impulso chino, incluso, parece que se está aburriendo, y no parece que su futuro vaya hacia horizontes en donde un nuevo sol nos deslumbre con un escenario lleno de oportunidades desconocidas. Vamos que hasta nuestro don Anguita prefiere que le insulten a que le llamen progresista, ¡a él!.
Será que el progreso ya no vende.
Escuchando un poco entre líneas, (ventajas de los lectores que fuimos de Triunfo y de Cuadernos para el diálogo), descubres que el motor económico del mundo, nos pongamos como nos pongamos está en manos de dos colectivos, solo dos. El primero podríamos llamarlo “lobby jubilata”, representado por las ingentes cantidades de dinero que mueven los fondos de pensiones en los mercados mundiales, si, si, fondos como el de la Policía Montada del Canadá, o cualquier otro que se precie.
El otro colectivo se llama “fondos soberanos”, es decir fondos creados con los excedentes de países generalmente por sus posiciones en los mercados energéticos, exportadores de petróleo, vaya, y China, que aún no se cree lo que le ha pasado con eso de vender el fruto del trabajo de los esclavos del siglo XXI.
Y estos dos grandes grupos están detrás de las grandes compañías multinacionales, que la mayoría andan con capital público de más del ochenta por ciento. (Entiéndase por público, capital en acciones sujetas a cotización en los mercados bursátiles).
Y claro, el amor al riesgo de estos grupos es solo comparable al amor que sintió por mí la Schiffer el día que vio una foto mía de carnet.
Esta mañana se daban los datos adelantados del incremento de precios al consumo en España, y está claro, las variaciones solo se explican por las oscilaciones de los precios de la energía, que lo que corresponde al ciudadano, que sigue con enormes bolsas de paro y de precariedad salarial, (aquí y en Sebastopol), está parado por mucho que digan que se venden cada vez más casas, y que cada día hay más Mercedes circulando por las calles.
No sé lo que falta para que llegue el momento en que esta situación involucione, y mucho menos, como lo hará, si de forma suave, abrupta, o pelín de cada, pero lo que si está claro es que las aguas estancadas producen infecciones, y las aguas bravas fracturas de huesos, habrá que elegir, digo yo.
Los pollos del misterio, te salen con la explicación astrológica, que los tránsitos de los planetas grandones es lo que tienen, y vaticinan aún otro añito, como mínimo en esto del estancamiento global, y la salida se la callan, que a lo mejor están invirtiendo en plantas embotelladoras de agua fresquita de la Antártida, y una indiscreción les revienta el negocio.
Pero nada se mueve, los que perdieron su trabajo, siguen sin él, los que quieren cambiar no pueden, por no querer ni el banco quiere el fruto de tu calcetín, que va a ser más rentable tenerlo en el colchón y así ni pasta para el banco ni chácharas con hacienda, que somos todos, que los intereses van desde cero a menos cero, y ni los taxistas cambian el Skoda.
Quizás sea cosa del calentamiento global, que nos tiene aplatanados, que nos hacemos caribeños sin playas y sin mulatos de ambos géneros, que en el cine nos ponen las mismas sagas, las mismas franquicias, nos cuentan el mismo cuento una y otra vez, incluso de la misma manera, y con las mismas palabras y dibujos, y nosotros los atendemos, encantados, como esos niños que quieren ver dos millones de veces lo de Frozen, porque odian las sorpresas, y saben que al final el malote pasa por caja, y la condena a perpetua les toca al chico y a la chica, después de haberse dejado llevar por el hormonazo y darse el beso final declarando la eternidad de su amor con ojos vacunos.
Será eso, que nos hemos vuelto alérgicos a las sorpresas, que necesitamos conocer el final de la cosa, porque la experiencia nos ha enseñado demasiadas veces, que la sorpresa va en contra nuestra en un porcentaje demasiado elevado de veces, así que esperaremos que se nos de la imagen del beso final, que el que nos maten a Hans Solo, no nos gusta demasiado, así que habrá que buscar una parte de la historia no contada para que salga vivito y coleando.
Y así veremos “ad nauseam” los mismos gritos en Telecinco, que no distan demasiado del viaje a Bergen en cercanías, parando en todas, como la monótona Chica del Tren, que día tras día, navegando en su propia miseria de ser humano, veía e imaginaba todos los días la misma escena, la misma obsesión en su bucle particular.
Buenas noches, y buena suerte