Estos días con Felipe, Sir Winston, e Isabel

Lo que da el tener amigos tan leídos, es que sin querer te descubren cosas que a uno ni se le hubieran ocurrido.
Mi amigo Felipe, al regreso de uno de sus viajes al sur, escribe un precioso texto sobre sus impresiones, y lo adorna con datos históricos de una panda de cabestros españoles que anduvieron haciendo de las suyas por aquellas tierras. Y digo cabestros, desde la visión que tenemos hoy de las cosas, que en aquel momento histórico, no eran más que unos tíos muy bragados hijos de la primera potencia militar del orbe, y con una tecnología en cuanto a diseño de buques, navegación, tácticas militares, entrenamiento, y calidad de las armas, comparable solo a la de Roma en su esplendor. Como lo ha puesto en caralibro, yo lo he compartido, y quien quiera aprender que lo lea.
Pero orillando lo dicho, y con el gusanillo que el muy cabrón me ha metido en el cuerpo, y que me va a llevar a esas tierras del sur en cuanto me descuide, quiero hacer mención a un comentario que desliza…”en passant”, que decimos los cursis, y es una mención al familiar segundón del Duque de Malborough, Sir Winston Churchill, que dicen que dijo algo así como:
“Hay que intentar escribir un artículo todos los días, aunque pueda parecer que siempre escribes el mismo”.
Pues sí, mi querido amigo, llevaba razón ese pollo pintor de bahías en Madeira, trazador de puñeteras líneas en África, fumador de dobles coronas, responsable de que los buenos cognacs alcanzaran precios desorbitados, de que los Breguet se creyeran lo que no son, de que Gran Bretaña siga siendo una isla, y de no sé cuántas cosas más.
Porque a esto de las frasecitas, no sé yo si ha llegado a ganar a Wilde, pero por ahí le anda.
Ahora que si todas las frases que dicen que dijo, las dijo, me parece que no tuvo tiempo para más.
Pero dejemos a Sir Winston con sus cosas y sus frases, y quedémonos con el consejo que a través de la extraña autoría, mi amigo lanza al espacio internauta, de que hay que escribir un artículo todos los días.
A mí no me da el cacumen para tanto, que uno es iletrado, y eso de poner palabro tras palabro, ya es áspero, si además quieres que tenga sentido, nos empezamos a meter en luchas contra molinos, y si encima quieres que alguien lea el fruto de tus preñeces, acabe las cuatro líneas, y encima reconozca que ha pasado un buen rato, o que le ha aportado algo, nos metemos en terrenos que apenas explican las alegorías, que es como el milagro de los panes y los peces, como poco.
Claro, que teniendo el nombre de un paquete de cigarrillos, siempre hay alguien que como la rana abre la boca de asombro, se siente tenor, y canta, pero el resto de los mortales, los de mi pelaje, no aspiramos a resultados tan brillantes.
Pero le doy la razón a Sir Winston, (creo que es cosa de Felipe la tal frasecita, y que por la modestia que le adorna ha cedido los derechos a la familia Malborough, pero eso es otra historia).
El hecho de forzarte a reflexionar sobre algo, todos los días, o cada dos días como hago yo, que soy muy dejado, te acaba ayudando a ver el mundo de otra manera, y además te fuerza a esa auditoría constante que es la opinión de quien se atreva a leer lo que has escrito.
Llevo casi dos años con este ejercicio, y debo reconocer que me sienta bien, porque me fuerza a pensar en las reacciones ajenas, porque me obliga a reflexionar sobre los acontecimientos que se me vienen todos los días. Me mantiene despierto, y por ende me obliga a ver el mundo con ojos más críticos. Bien. Gracias Sir Winston, gracias Felipe, o gracias Mr. Oscar Wilde.
Con mis disculpas adelantadas, pediría a mi amigo, que escribiese él la historia de esos cabestros españoles que anduvieron por donde el anduvo, que si se lo quita Hollywood, tendremos un batido de fresa con mucha soda, y si lo pilla el señor Canales, le hace un libro en un plis, aunque este también lo haría bien, me temo.
Y con esta carrerilla, doy por sentado que voy a ser arrollado por la vorágine que se nos viene encima con esto de la culminación de las fiestas del consumo, vamos, la explosión de las Saturnales, que diría Paqus el Centurion.
Y lo que me da más miedo, es que tía Adelaida, que aún no se ha dado cuenta de que soy un chico bien educado, volverá a regalarme ese bello jarrón de los chinos, que como se me rompen cada año en enero, y nunca le he dicho otra cosa que
-¡Gracias tía!, que bonito.
Pues ella dale que dale, hasta que saque el tal jarroncito, las oposiciones de notario, y deje la pasantía en el bufete de Don Fabián, que tan bien dice que le trata.
Claro que en el pecado está la penitencia, que los sobrinos de tía Adelaida, le regalamos todos los años ese perfumito tan rico, que a la pobre dejó de gustarle desde el día en que rompió con su Anselmo.
Que la cosa no podía ser seria, que Anselmito era el quarter back del equipo de fútbol americano de los jesuitas de Sarriá, y le gustaban las faldas más que a un político una caja de tizas de colores, y Doña Adelaida, siempre ha sido muy seria con esos asuntos, que ya le dijo Sor Angustias que esas cosas las carga el diablo, que Anselmito luego se pone a notarías o abogacía del Estado y a tí se te pasa el arroz.
Pasará otro año el canto de San Ildefonso, y te quedarás viendo como la mona aunque se vista de seda, mona se queda, que el Gordo aquí se celebra con Rondel semi-seco, que esas cosas de Reims son para los de siempre, y no hay que hacer alardes.
Te entrará esa compasión íntima por los dependientes de Sederías Carretas, que llevan viendo, y oyendo, como beben los peces en el río a cambio del jornal de seis euros la hora, que eres un eventual, y la cesantía la tienes a fin de enero.
Le preguntaré a otro buen amigo mío, que es muy leído en esas cosas, lo que dice la ciencia psiquiátrica en torno a las consecuencias de la exposición continuada de los vendedores de telas a la música navideña. Que yo he buscado en Jung y en Freud, y no he sabido encontrar nada.
Pero, sin embargo, cuando de pronto te enfrentas a uno de esos coros de voces blancas, que en el lugar adecuado, y con el espíritu del escuchante en posición receptiva, rebuscan en el folkclore saturnal, y encuentran la belleza que en él se esconde, no puedes por menos que agradecer el ser quien eres, que no vendes telas en Sederías Carretas, y que tienes amigas como Isabel, que de vez en cuando te envían trozos de los conciertos de su Antal Korai, porque uno es un vago redomado, y no va a escucharlas.
Y con esa carga enfrentamos la semana, a ver si al acabar seguimos en pié, y no nos salen los hepatocitos uno a uno por el colédoco con bandera blanca, que todo puede pasar.
¡Ah!, y no, no se me olvida eso de felicitar las fiestas, que no las felicito, que me produce sarpullidos, que lo mío, es desear una sonrisa cada día, al menos, y sin mirar el calendario.
Con su pan se lo coman