Gracias por esperar

Que bueno es de vez en cuando tomar distancias de las cosas, que si no, empiezan a parecerte importantes, y es el principio del fin.
Y la distancia se toma para crear esa energía cinética necesaria que debe liberarse luego con la mesura y el tino que la prudencia siempre han aconsejado.
Porque estás unos días oliendo a mar y a montaña, con la televisión apagada, con la radio desenchufada, y de la prensa mirando solo el tiempo, que el mirar al cielo ya es suficiente para los próximos minutos, y te caes del guindo puñetero en el que los “¿qué hay de lo mío?”, que te atacan continuamente, desaparecen, o casi lo hacen.
Y tampoco hablo de sacar un carnet de socio de uno de esos monasterios de Meteora, o buscar una columna de esas tan chulis que hacían los griegos y transformarse en Luismi el estilita.
No, no es eso, es simplemente tomar distancia con los intereses de quien quiere que te fijes en su pestosa página de caralibro, quien piensa que repitiendo tres mil veces que ganó el chico ese de la nariz grande gabacha, te vas a interesar por no sé qué, de la Republique Francaise, que a lo mejor te da por visitar otra vez el Château de Valenciennes, o quieres ver si el Intercontinental o el Meurice siguen recibiendo gente que quiere despertarse viendo las Tuileries, desde su tribuna de la Rue Rivoli.
Y se necesita tomar distancia del hecho que este o aquel político sinvergonzón, o no, lloriquee por los pasillos mediáticos el que su última jugada no haya salido como él esperaba.
Con lo astuto que se sentía, con la miseria de salario que recibía del pueblo al que tanto quiere y al que tanto le debe. Con su mujer casi en olor de santidad comprando biblias para el prior, o con el que tuvo antepasado cardenalicio, y anda pidiendo árnica para cuidar de su prole, el pobre cardenal.
Y la gente normal, parece que no ha dejado de perder su empleo, en cuanto pasa de los cincuenta, que más del 50% de ese colectivo está desempleado, en paro, vaya, y no lo encuentra por debajo de treinta, bueno, si trabajo sí les dan, pero dinero no, ¡qué diantres!.
Y desde estas páginas, juro que me será difícil volver a entrar en esos “templos de la gastronomía” que explotan a los becarios, que les pagan menos que a los chinos en China, que parece que es nada lo que se llevan. Pero es que siguen estudiando con Jordi Cruz o con el Sumsun Corda, que lo mismo me da.
Habrá que redescubrir las ollas podridas y los cocidos lebaniegos, las escudellas, los salmorejos, las castas menestras y el pescadito morrallero frito como Dios mandó siempre, que a lo mejor el nitrógeno líquido ese te atranca los deferentes en el peor momento.
No ha pasado nada, al final no ha pasado nada, porque lo que pasa no es más que humo, es el catálogo de ventas del último interesado en vender su aceite en detrimento del de palma, o de sus siglas obreras y españolas que andan muriendo en peleas navajeras de barrio, como pasó en los últimos días de la Roma Imperial.
Que hasta ese catalán francés, que fue primer ministro, salta del barco que se hunde como las ratas han hecho toda la vida.
Y te topas en el periódico con esas cosas miserables que nos trae la era de Acuario que parece empezó con el siglo, que la ablación femenina sigue adelante en su más cruda expresión, y lo ves a través de las miradas perdidas que tienen las muchachas que liberan los islamistas de Boko Haran, y que devuelven a cambio de un puñado de los suyos. Ves esas miradas, y la apartas por vergüenza de pertenecer a la misma especie que ellas, y no haber sabido defenderlas cuando te necesitaron, no saber defenderlas ahora del futuro que les espera al volver a sus comunidades, donde serán basura, literalmente y la misma vergüenza por compartir ADN con sus secuestradores.
Y cuando quitas la vista de esa página, ves la versión del mundo rico, de ese que llamamos de las libertades, y que no sabemos lo que es, y te encuentras que esa ablación genital femenina horrenda y miserable, la hemos sofisticado en occidente, quizás con el mismo fin, que parece andamos ahora con la moda de que una vez bien depilado el pubis femenino, que hay que parecerse a las estrellas del porno, resulta que hay que recortarse los labios mayores que a ellas, o a ellos, o a los dos no les gusta si no están “normalizados” (buscaré en las ISO, a ver qué dice como tiene que ser la cosa), y venga todas al cirujano para que arregle la cosa.
Y así parecemos lo que no somos, paseamos los pubis impúberes, y recortamos la vulva para la autosatisfacción personal, y la aceptación consiguiente de los machos de la tribu, eso sí con garantía médica, factura acorde, y a esperar unos meses a ver si te dejan como estabas antes, que al nuevo Chuchito, ya no le gustas.
Al final motivaciones parecidas, que hay que ser de la tribu, te tienen que aceptar, y además te tienes que mutilar. Luego te salen “naturales y veganas”. Para habernos matao. http://www.lavanguardia.com/vida/20170509/422401449673/ginecoestetica-labioplastia-laser-intravaginal.html.
No, en diez días, la cosa está igual, unas perras quizás extras en eso de las bolsas, que aunque los productores de petróleo empiecen a flaquear, no se esperan debacles, que el susto del fascismo en Francia no tiene la cara de Le Pen, ahora tiene la nariz grande de un Macron que se proclama liberal social, o algo así, que me suena a ¡te vas a enterar lo que un yuppie puede hacer!.
Que me da la sensación de que ese salario universal que están planteándose los más listos de la clase, para cubrir el daño que a los más humildes y los más vulnerables están sufriendo por la nueva revolución tecnológica, es algo que va en línea con el reconocido dato de que solo quinientos millones de seres humanos son llamados a disfrutar de la nueva era robótica, esa en la que no te mueres, no enfermas, te cambias los elementos de tu físico que se deterioran, vives ciento cincuenta años por el desarrollo de la medicina preventiva.
Que sobran siete mil millones de seres humanos, que nadie sabe qué hacer con ellos, aunque sabemos dónde están como piensan, como sienten, que compran, como practican el sexo, como son sus fichas médicas, como es su ADN….se convertirán en algún tipo de mercancía vendible quienes no lo hayan hecho ya, y el resto pues ya se sabe….Malthus llevaba algo de razón, pues se les transforma en subespecie, y los nuevos humanos, a disfrutar.
Con perdón. Me cago en este puñetero mundo

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