Joao Gilberto

Me han dicho que el gran Joao Gilberto, el hermano de Astrud, ha viajado al Oriente Eterno. Iba a decir que lo echaré de menos, pero no es verdad, que lo único que me ha importado de él fue su música, y esa la tengo en mi discoteca….y en Spotify, sin ir más lejos.

Quiero también manifestar con toda la claridad del mundo, que hace años fui a pasear por aquel barrio medio pijo de Ipanema en Río, con la escondida esperanza de que el olor a bossa nova me invadiera, como por otra parte así fue. Anduve buscando los garitos que entendía habrían sido refugio de aquella panda irrepetible de los Gilberto, De Moraes, Jobim, Creuza, Bethania, Buarque, Toquinho, y, sí, algo alcancé, en uno de los pequeños tugurios del barrio, el Veloso bar, en la calle Vinicius de Moraes, donde mientras me tomaba mi cervecita vespertina, resulta que María Creuza se puso a cantar.

Y es que somos como niños, que nos gusta escuchar la misma canción una y otra vez, y a María la había visto no hacía mucho en uno de esos festivales de verano en Madrid, que no sé si lo organizaba el ínclito Manzano, o cualquier otro que dejo grasa de su culo en la poltrona municipal.

En aquel “Veranos de la Villa” me afané en conseguir entradita para ver a María Creuza, y me… bueno digamos que disfruté el espectáculo, y sobre todo me dio la oportunidad de abordarla en el Veloso, simplemente para expresarle mi reconocimiento por su carrera. Punto y final.

No recuerdo que cantó en aquella ocasión, pero casi seguro que cayó la Garota, el Você Abusou, o la Saudade de Bahía, que al fin y al cabo me da que era su tierra.

Me recordó el sitio, salvando las distancias, aquella Cova del Drac del Carrer Tuset de Barcelona, a donde iba a escuchar a Tete, acompañando a Nuria Feliu, las veces que abandonaba el Jamboree, o cuando aparecía al mismísimo Sidney Bechett con su “petite fleur” bajo el brazo.

Siempre soñé con haber sido uno de los asistentes a los conciertos que esta panda daba allá por Mar de Plata en los setenta, en aquel, que no imagino como era, tugurio conocido como La Fusa, pero no era mi tiempo aún, pero si fue mi tiempo el disfrutar, como hago ahora, con los discos que por allí se grabaron, aquel inolvidable Vinicius+Bethania+Toquinho, sin ir más lejos.

Son los recuerdos de los setenta, recuerdos de los veinte años, llenos de bruma, por cierto, pero con los posos que dejan en el espíritu para siempre todas y cada una de las veces que se abren por primera vez los ojos a algo.

Escuchar en esta caída de la noche mesetaria esa música cálida me devuelve otra vez al barrio carioca donde casi María Creuza cantó para mí. (No creo que en el Veloso fuéramos más de diez personas), o a los años en los que la vida aún estaba por escribir.

Y al final, no recuerdo haberme cruzado con la Garota del barrio, es más, caminarr por la playa no dejó nada especial en mí, ni tampoco recuerdo haberme puesto a pasear tras ninguna de ella a contemplar su gracia, o su balanceo.

No era el momento, que el momento estaba en el recuerdo, y en el imaginar a Vinicius y a Jobim seguir por la playa a “La menina que pasa”.

Tengo que reconocer que me faltan esos sitios hoy, y eso que alguna vez el Jamboree te da una alegría, porque el viejo Whisky jazz madrileño donde veías a Pedro Iturralde, a Lou Bennet y su órgano Hammond, o a la Canal Street jazz band de sonido New Orleans, mientras te sacudías un whisky de Kentucky, pasó a mejor vida.

Cosas de la rentabilidad, que ese sitio de Santa Ana, no es lo mismo, y el antro chamberilero tampoco. Mis sitios ya están dichos, como el Blue Note antes de que entrara en las guías turísticas y te hicieran cenar un N.Y.steak recién descongelado con una Bud para oir a Chris Botti, por ejemplo.

Hablaba de nostalgia esta mañana, de ese tiempo que pasó, aunque queden sus sombras aún impregnándolo todo, débilmente, desde luego, y de como los recuerdos aún pueden llenar los momentos de hoy.

Quiero recordar que por aquellos tiempos las Bossa Nova enamoró también a los yanquis, y le faltó tiempo a Sinatra para abrazar a Jobim, en un disco inolvidable. Por cierto que no sé donde leí que el “blue eyes” abrazó al pobre Antonio Carlos, como los Grizzlies abrazan a sus presas, pero esa es otra historia, que “la Voz” y sus amigos de Las Vegas mandaban mucho.

Pero nos han quedado las grabaciones de Stan Getz con Astrud Gilberto, la forma que Ella dio a la Bossa, Gerry Mulligan…. Todos iban a Brasil, a navegar en el movimiento musical que estaba floreciendo. Está bien.

Siento tanto en mi incultura acerca de los movimientos musicales de hoy, aunque me temo lo peor, que cuando veo llenarse los pabellones de deportes, los artistas son de mi quinta o peor, las más veces (no todas), y no sé donde puedo escuchar a quien esté abriendo un camino musical de esos que llegan al corazón de varias generaciones, si ese alguien existe, en Petit comité como escuché, no hace tanto a María Creuza en el Velasco.

Y es que parece que el mundo, gracias a Dios ha cambiado, porque aunque un saxo no suene igual en un estadio que en un garito lleno de humo de tabaco o de lo que sea, mientras te ponen otro trago de Jim Bean, y dejas de contar cuantos te has tomado, que la verdad tampoco importa, las carencias las ahogaremos en más redes sociales, que es lo que de veras importa.

Perdón por estas líneas un tanto deslavazadas, pero es lo que tienen las noches de verano cuando se ponen nostálgicas, que le vienen a uno tantas y tantas cosas que pasaron y que al final no han hecho más que conformar quienes somos hoy, o así lo creo.

Buenas noches y buena suerte