La cosecha del cincuenta

 

Que le digo yo a mi amigo, que en Rioja no fue de las mejores, la dieron “normal”, pero en otras cosas no estuvo mal la cosa, desde luego que no.

Y hoy mi amigo me ha hecho repensar la cosa, que no está nada mal eso de reconsiderar como se fue puliendo esa piedra bruta que somos todos y cada uno de nosotros.

Y es que le ha dado nostálgica al hombre, y mira que es leído, así que se ha puesto a pensar en cómo llegó hasta aquí, haciendo un repaso a sus lecturas de juventud. Y dice bien de juventud, que a estas alturas de la película no hay quien se meta ni con Balzac ni con Roa Bastos, que para pillar el nuevo matiz que se te escapó en su momento, casi prefieres cambiarlo por una buena siesta.

Dice mi amigo, y eso explica muchas cosas, que cuando Dany el rojo estaba por el “quartier latin” intentando desarrollar su carrera política mediocre e insulsa, el andaba a florete con Zola y su bestia humana.

Reconoce el shock que le produjo su lectura, y yo no puedo decir ni pío, que Zola nunca fue santo de mi devoción, pero si Stendal, o aquella Nôtre Dame de Paris, o los grandes rusos cuento a cuento o con un Guerra y paz o unos Karamazov para dejarte seco.

Y sí, nos llamó la atención y nos levantó la hormona aquellos Trópicos de Miller, o la buena de Anais Nin, sin olvidar que don Ernesto nos enseñó poesía con su viejo y el mar, o que como no había con qué para ir a San Fermín, nos creíamos que lo que nos contaba era más o menos la verdad.

Sí, los sueños del viejo suicida, nos enseñaron a soñar, como nos metió el viejo maño Sender en el mundo de Cagliostro, o de Roger de Flor, que lo de la guerra civil estaba muy cerca aún y las heridas todavía sangraban en casa.

El pensamiento elevado fuera del Ripalda nos lo ofreció Hesse, que Mann y su sanatorio antituberculoso, no me venía, que se me habían muerto un amigo y una amiga de esa cosa, y recuerdo ir a visitarlos a Torrebonica….pero eso es arena de otro costal.

No sé si mi amigo, ya se lo preguntaré, o no, que tampoco nos moriremos por ello, era de los que a la ciencia le llevaron Powells y Bergier, que a mí aquel Retorno de los brujos, o las historias de Lobsang Rampa, fuera o no un mecánico inglés, me animaron también por la senda del misterio, de lo oculto, de los símbolos, pero sin exagerar que uno siempre ha sido muy superficial, y tirando a frívolo.

Que si no hubiera tenido esa pizca en mi carácter hubiese acabado de catedrático de instituto, terror de los chicos brutos, y eso sí que no.

Pero a lo que iba, que a mi amigo parece que le enternecía eso de hacer una buena escudella en la chimenea, a fuego lento, con brasas de Zola, y mano de Biscuter, y a mí también, que siempre he respetado a las rabizas de Raval, que siempre han sido honestas y grandes pajilleras, oficio que tuvieron que desarrollar para calmar la marinería de la Quinta flota americana del Mediterráneo, pero es otra historia.

No recuerda mi amigo lo que significó para nosotros un poquito más mayores la llegada a los teatros de Sartre, con aquella Puta respetuosa o a puerta cerrada, o las luces de bohemia que Alonso nos llevó a las tablas.

Y es que fue también una forma de forjar nuestra personalidad, como lo fue aquel Novecento de Bertolucci, o en otro plano aquel tango en París que a los españolitos provincianos, y a mí nos dejaron con la boca abierta, y es  que el Ripalda habitaba aún en nuestros corazones.

Y dice mi amigo que lleva treinta años, desde que se separó de Gabo, de Borges, de Paz, de Asturias, de Roa Bastos, sin casi una oportunidad de llevarse un buen nuevo libro a la boca, un libro que le cuente la historia de la humanidad, sea cual sea el punto de vista del autor, y lleva razón, o casi, que en estas épocas de populismo lo fácil es sentar cátedra, y es que sueltas una, nadie la contrasta, se repite por las redes sociales un millón de veces, y ya tenemos una nueva verdad.

Bueno, cierto que hay excepciones, pero pienso que a lo mejor también fueron excepciones esos grandes autores que forjaron a estos rebeldes que somos hoy, aburguesados, sí, pero rebeldes, ¡qué coño!, que nadie se acuerda ni del Caballero audaz, ni de Pérez y Pérez por poner un ejemplo, que lo de José Mallorquí, o Marcial Lafuente Estefanía, lo discutiremos otro día, cuando hagamos la crítica a Corín Tellado.

Y yo le decía:

-Mira, me preocupa lo de mis nietos, que están abducidos por los juegos de ordenador, por la tele, por las redes sociales. Que para que lean algo, no sé qué nueva versión de Moby Dick voy a encontrar para ellos, que a los niños hoy no les atrae Huckleberry Find, que no les apetece cazar lagartijas, y si se manchan de barro les da la alergia a no sé qué.

En ello estamos, que el nuevo Pepe Carvalho es hoy el Inspector Mascarell, que Hercules Poirot no tiene nada que hacer frente al C.S.I. de turno, que Poe ya no inquieta, que Lowecraft no se entiende, no mola, no renta, que te diría un chaval de instituto.

Y como le he dicho a mi amigo, que debía estar cansado porque me ha dado la razón sin discutir, estamos creando, están creando la generación de humanos más manipulables de la historia.

¿Y qué?, ya saldrá un Mulo, como en la Fundación de Asimov (mi amigo no mencionó la ciencia ficción, aunque se lo disculpo) para destrozar en plan Sheldon.

Desde el pesimismo generacional, a lo mejor lo que intuimos los de la cosecha del cincuenta, es que como nuestros abuelos, no hemos sido capaces de descubrir como se va a pulir la piedra bruta a las generaciones hoy en formación, pero seguro que dentro de cincuenta o sesenta años, de alguna forma alguien exprese con cierta carga de nostalgia, que a las generaciones nuevas no es posible hacerles entender la simbología oculta en Star Wars, o en lo que significó el Caralibro, el Silbidito, o QuéApp, y no sabe como hacerles vibrar como sus abuelos vibraron leyendo a Conrad, a Stephen Wolf, o incluso a Umberto Eco.

Pero eso, si os empeñáis, lo discutiremos otro día.