La joven Europa

No se me puede olvidar que el siglo XIX empezó con una guerra generalizada en Europa, que el corso se nos había puesto en plan Carlomagno, y nos quiso hacer a todos, europeos o franceses, que a él se le daba una higa, a cañonazos.
Claro, el pobre a falta de una buena cadena de televisión europea no tenía otra forma de hacer pasar a la peña por su aro post Revolución.
Tampoco se me puede olvidar que ahora, hace un siglo más o menos, las casas reales europeas habían decidido tirarse los trastos a la cabeza, y nos metimos en una guerra, que de alguna forma nos duró casi medio siglo en territorio europeo, y casi el siglo entero dentro de lo que llamamos civilización occidental.
Deberíamos estar acostumbrados a vivir en un ecosistema como éste, en el que la inestabilidad, la guerra, y los movimientos migratorios son algo natural, y por mucho que nos esforcemos por evitarlos, está en los genes humanos. Queremos lo que tiene el vecino, ya sea su casa, su pareja, su fortuna, su cultura, aunque sea para destruirla, que es lo que habitualmente hacemos al final de la conquista. Tabla rasa, destrucción de las señas de identidad del vencido, eliminación de sus estatuas, de sus dioses, de sus escritos, de su cultura, aunque luego no lo compensemos con las aportaciones del vencedor. Queda tierra arrasada, y punto pelota.
Se acepta, de forma general, que hemos empezado nuestro siglo en guerra, y yo creo que es así. Ya conocemos todos donde están las guerras cruentas en las que se mata, asedia, destruye, roba….y nos tememos que hay otras en las que los nuevos señores de la guerra no cogen espadas ni metralletas, pero que son mucho más dañinos que aquellos que solo matan.
Me refiero, cómo no, a los nuevos reyes de las finanzas, de las grandes empresas, que están guerreando entre sí a todo momento, en todos los terrenos posibles, y eso es realmente global, como lo es la gran mentira de que la generación de riqueza es permeable y pasará de las grandes fortunas a las clases populares.
Tras los treinta años, desde finales de los setenta hasta más o menos el séptimo año de nuestro siglo, el desarrollo de la sociedad de consumo en Europa produjo esa alegría similar a la de los años veinte, pero ha concluido de la peor forma posible, con la destrucción de buena parte de la clase media, y un enriquecimiento de elites empresariales hasta límites obscenos. En definitiva, el crecimiento de la sociedad de consumo, no ha supuesto la mejora de las clases trabajadoras, sino todo lo contrario.
La precariedad, la inseguridad se han instalado para quedarse, lo que paralelamente conlleva una desviación de fondos crediticios que podrían ir a la población general, al no poder satisfacer las exigencias de garantías exigidas por los inversores y han acabado en manos de las grandes empresas mundiales, y en los gastos incontrolados de los estados.
No olvidemos del giro semántico que supone la palabra inversores, no son más que los antiguos propietarios de los elementos de producción.
En esta guerra, la joven Europa, se ha quedado sin ejércitos. De hecho se ha puesto en manos de los yanquies, por medio de la OTAN. Sigue pues Europa, soñando con su pasado imperial, en el que tenía puesta su fuerza, su poder y la expansión de su forma de entender la vida. Ha perdido impulso económico, y poblacional, que eran sus poderes.
Hoy Europa, la joven Europa, se está haciendo vieja, es decir, ya es vieja, y lo digo en el sentido más peyorativo de la palabra. Nos estamos perdiendo en un marasmo de miedos a perder estatus que procedentes del viejo colonialismo nos permitían creer que el mundo estaba hecho solo para nuestro disfrute, y eso se acaba.
La joven Europa ve con pavor el envejecimiento de su población, y el empuje de su entorno, que impulsado por guerras que se idearon hace más de un siglo en los salones del Crillon parisino, no hace más que traer gentes que quieren ocupar el nicho ecológico que estamos dejando libre para ellos.
Ese nicho es el de la creación, el de las ideas nuevas, el de emprender aventuras como las que nos hicieron querer conquistar la China, o poder navegar por los siete mares.
Hoy la joven Europa, todo lo que ofrece son vallas para que no entre la nueva savia que viene del sur, del este, hasta de las Américas. No hay sitio en los teatros de ópera para tanta gente. Los cafés donde se discute sobre el sexo de los ángeles tienen numerus clausus en forma de IVA, y los miedos de los ciudadanos se están expresando de varias formas que coinciden en un final, la desaparición del concepto Europa está a la vuelta de unas cuantas décadas.
Hay algunos síntomas que me hacen pensar seriamente en el futuro incierto que vislumbro.
El primero, es que la mujer europea, ha decidido que no quiere tener hijos, con lo que las tasas de repoblación han pasado a mejor vida, y consecuentemente el traspaso generacional de tradiciones, de nuestras normas morales, las que se hacen en el seno familiar, van perdiendo fuerza, y serán sustituidas por otras, que o no han nacido aún o están llamando a la puerta.
El segundo, es el reforzamiento de movimientos centrífugos como los del Reino Unido, Grecia, Dinamarca, Suecia, hablando de países, y de regiones como Lombardía, Córcega, Catalunya, Escocia, flamencos versus valones en los Países Bajos. La idea de la unión europea, se ha transformado en una tremenda máquina burocrática, ineficaz, y sobre todo sin capacidad de ilusionar a los ciudadanos, que se limitan a pagar impuestos a cambio de empobrecerse, y ganar en inseguridad.. Literalmente nos tienen hartos, y nuestra respuesta es el individualismo exacerbado, expresado a través de los nacionalismos, de las redes sociales, donde podemos tratar a nuestro grupo como elementos de consumo, prescindibles con un click anónimo, sin llegar a verles la cara. Es como cambiar de móvil o de auriculares.
El tercero es la reacción del individuo que ha decidido llevar al poder a partidos lo más alejados posible del sistema establecido. Lo vemos por todas partes, desde el ultranacionalismo francés, polaco, holandés, danés o austríaco, a la demagogia portuguesa, italiana, o española. Pero estos partidos son muy activos al proponer lo que hay que destruir, pero vienen sin soluciones, además de una ignorancia total del alcance de su poder dentro de la escala mundial. De hecho prometen lo que saben que no pueden cumplir, y nos lo creemos. Espero que no sea una nueva República de Weimar.
Así que, amigos, esto se acaba, que los nuevos habitantes de Europa, no serán europeos, serán sudamericanos, vendrán de oriente medio, o del África que las potencias del XIX, se repartían en los salones de la British Geographical Society, o incluso del subcontinente indio. No creo que del otro bloque de allende el Himalaya nos vengan los nuevos jóvenes europeos. La nueva joven Europa, aún no existe, sus cimientos son muy frágiles, y por ende se nos está diluyendo el espíritu.
Buenas noches, y buena suerte

2 comentarios sobre “La joven Europa”

  1. Interesante reflexión… pero a la vez que miedo….. da pena! Será la historia, esa que nos empeñamos en no aprender????

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