La postverdad

Parece que tenemos un nuevo término acuñado por el Oxford dictionary, y que se refiere a esa moda de mentir para obtener el poder, mentir descaradamente, prometer lo imposible, y una vez conseguido el objetivo, reconocer que simplemente os he engañado, que sois unos pardillos (me gusta más pardalet), y además me largo de toda la mierda que os he dejado, que ya pillé lo mío.
Y lo hemos visto en Inglaterra, lo estamos viendo en los Estados Unidos, y lo seguiremos viendo aquí y allá sin duda. Una vez ganado el referéndum de abandonar la Unión Europea, los votantes se arrepienten, y los líderes admiten sin ningún pudor que lo que dijeron para inclinar el voto era simplemente mentira.
Vamos, como las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, o lo que quieran ustedes buscar como ejemplo poco constructivo, que valió el hundimiento del Maine, y de otras que ni me acuerdo ni aportan ya nada para la tesis que mantienen los que hablan de este puñetero fenómeno.
Y al final es que siempre nos ha gustado, creo, que nos manipulen, en contraposición al ejercicio del análisis, del contraste de informaciones, o simplemente el hecho de pensar. Que nos lo creemos todo, que es la alabanza al pícaro con amplificador, el sueño de aquellos timadores de la estampita, pero a lo bestia. Y lo más divertido, es que el ejercicio de la postverdad, simplemente no está legalmente castigada, aunque sea una estafa con todas las de la ley, con perjudicados y con beneficiados, como tiene que ser.
Vamos, que nos va la marcha, que somos imbéciles, o simplemente nos han ganado la partida por abandono, al vivir únicamente, como fuentes de información, de las piojosas redes sociales, de medios de comunicación dependientes del dinero que les ofrecen los grandes grupos interesados en publicar esto o aquello, o en la publicidad condicionada. Todo menos hacer con nuestro dinero, pagando el servicio en el quiosco, lo posible para que no nos cuelen mantra tras mantra que digerimos sin el más mínimo filtro.
Vivimos el sueño de Goebbels.
Tenemos lo que queremos, no nos debemos quejar, que estamos ya viendo los altos precios que se pagan por el “todo gratis”, que al final a quien compran y venden es a nosotros los pardalets, que si se caen del árbol porque hace demasiado frío, a quien alegran la mañana es al desayuno del gato callejero.
Yo, desde que me planteé en serio eso de conocerme, empecé a darme cuenta de que no había forma de saber qué es lo que pasaba a mi alrededor, que nada es sólido, y que cualquier decisión que tomas en la vida, está sujeta a variables de tu entorno que simplemente desconoces, aunque tienen un importante impacto en las consecuencias.
Es por eso que el alumbramiento tardío del palabro, “postverdad”, no va a llegar a quien debe, que somos todos y cada uno de nosotros, y seguirán aquellos que lo deseen seguir utilizando la tal técnica en su beneficio y en nuestro detrimento.
Muchas veces me pongo a meditar sobre cómo reaccionaría la Humanidad si de pronto saliese de la caverna esa que nos utilizó Platón para ilustrarnos un poco acerca de nuestra situación cognitiva frente a la realidad con mayúsculas.
Y vayamos ejemplo tras ejemplo. Whatsapp, empezó a funcionar hace apenas diez años, y hoy es algo que está presente hasta en los sopicaldos, aunque si te pones a controlar cifras, solo aparecen los mil millones de usuarios que quería Zuckenberg cuando la compró por veinte mil millones de dólares, para llevar por todo el mundo 2000 millones de mensajes diarios, 1600 millones de fotos, 250 millones de vídeos….y gratis, sin publicidad.
Cierto que mantienen una plantilla muy reducida, cincuenta y cinco personas, en el momento de la compra por Zuckemberg, pero los ingresos, aparte de los 0.99 dólares que alguien pagó por el uso por vida del sistema no se le conocen, y claro, entre el desembolso astronómico, con el consiguiente gasto financiero que supone, y la ausencia de ingresos…no sé yo.
Claro que si el producto soy yo, mis conversaciones, mis familiares, mis amigos, mis opiniones, mis viajes, mis compras….entonces empiezan a salirme los números, ya que esos big data bien movidos, pueden preparar al mundo de las postverdades, prácticamente para cualquier cosa.
Y me temo que eso lo que estamos viviendo, esa guerra soterrada entre algoritmos matemáticos que esconden grandes bases de datos bien organizadas con todas nuestras conversaciones, nuestros escritos, nuestra voz, la gente con la que nos relacionamos, donde estamos… y que cuando es necesario lanzan el mensaje adecuado para que demos la respuesta adecuada o tomemos la decisión que creemos más favorable a nuestros intereses y anhelos.
Así que cuando alguien tiene que sacar un negocio adelante, o unas elecciones, con preguntar las tendencias semanales de los sentimientos de millones de personas, todo lo que te queda es poner delante de sus narices, el producto soñado…y lo compran.
Luego viene el llanto y el crujir de dientes, que cuando los dioses quieren castigar a los humanos, no tienen más que concederles sus deseos.
Así que al día siguiente de la toma de posesión de Mr. Trump, una patética demostración de indignación femenina cubre las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos, cuando lo que deberían hecho, simplemente es no votarle, pero los datos dicen que entre los votantes femeninos blancos en las elecciones, estos se decantaron por él, quince puntos por encima de los que votaron a Clinton…y ahora a llorar.
Como lloraron los ingleses cuando se les echó encima la posverdad del paraíso que les esperaba con la salida de Europa, paraíso que al día siguiente, cuando el pescado estaba ya vendido, ya no les pareció tan maravilloso, y muchos de quienes salían a la calle a protestar, no habían hecho el trabajo adecuado de poner en la urna la papeleta adecuada, cuando se les pidió.
Y encima, sale el político sinvergüenza, diciendo que el mensaje trasmitido por su equipo, favorable a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, era falso….pero no está penado.
Y lo dicho, tan listos, tan universitarios, tanto coeficiente intelectual por encima de 160, y a la hora de la verdad, ignoramos si son galgos o podencos, no entendemos la información, nos lo tragamos todo, no somos capaces de contrastar casi nada, y si quien habla es de nuestro equipo de “jumbor”, pues nos lo tragamos, lo expandimos por los interneses, y luego, eso sí, llenamos el Mall de Whasington, las calles de Chicago, Trafalgar square, o la Meridiana, cuando toque, llorando porque en el paquete que se suponía lleno de billetazos de quinientos euros, había solo papeles de periódico.
Disfrutad de la jornada

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