L’amour est bien plus forte que nous

Esto se lo cantaban Mme. Aimeé, y M. Trintignant en aquella peli de los sesenta, de Un hombre y una mujer. Un folletín infumable, nos parecería hoy, pero en tiempos de Franco, pues, se dejaba ver. Eso sí, la música aún podemos disfrutarla, hasta aquella “Samba Saravah”, que a mí me sonaba a Bossa, pero como no entiendo, lo mismo es una de esas típicas montañas de residuos escatológicos con los que acostumbro a orlar estas páginas.
Eso era al inicio de la segunda mitad del siglo pasado, y cuando se hablaba del “amour”, así, en francés la cosa anunciaba finales maravillosos, entregas sublimes, sacrificios, pasión.
¡Vamos, una maravilla¡.
Eran una serie indiscriminada de efluvios de feromonas, testosterona, y no sé cuantas cosas más sueltas por el aire, que llevaban a los personajes a estados que hoy parecen irracionales.
Y digo esto, porque parece que las estadísticas con que los periódicos a coro con los telediarios, nos saludan esta mañana, hablan del amor de hoy en el que cada diez minutos una mujer es asesinada por su pareja en el mundo…y eso es mucho.
Una en toda la eternidad es mucho, un asesinato por posesión, por orgullo aparentemente herido, por demostrar que es alguien el más fuerte de no se qué. Hoy nos lo recuerdan diciéndonos que por esa maldita causa hoy morirán 1440 mujeres a manos de machos airados.
L’amour est bien plus forte que nous, y claro, resulta que estamos hablando de amor, y me da en la nariz que algo se ha metido en la cabeza de este mundo a lomos de nuestra maldita sociedad que confunde eso del amor con sexo posesivo y a ser posible, inmediato…como todo, que si aparece el deseo nos han convencido de que implica sexo y posesión automática, tanto que estoy cada vez convenciéndome más de que somos productos los unos para los otros. Vamos, como nos hacen las aplicaciones para los móviles. A los humanos nos encanta aprender por mimetismo.
Pero la cosa no está, desgraciadamente circunscrita al macho airado, joven con su ataque hormonal, apoyado por su tribu, desgraciadamente parece que la cosa no tiene edad, no tiene color, no tiene un ámbito cultural definido. Las fronteras entre clases sociales, a la hora de mostrar esa indignidad no existen, y me temo que las peores no son las de la paliza que un animal le pega a su mujer.
Mi reflexión va hoy por algo mucho más duro, mucho más sangrante, mucho más vomitivo, con sus dos versiones, las de la acción, y las de la falta de reacción por parte de nuestras maravillosas sociedades occidentales encerradas en corrales de confort.
La mayoría de nosotros, no somos capaces de explicar con detalle, la dimensión del drama de la ablación genital femenina en demasiados países, con los que no tenemos ningún reparo en comerciar y relacionarnos.
No quiero recordar lo que significa esa mutilación en niñas aún impúberes en muchos casos. Sin considerar los elementos psicológicos, sin considerar las muertes que eventualmente pueden derivarse de esa práctica por infecciones adquiridas durante ese acto, sin considerar siquiera el posible rechazo social al que se vería sometida quien por cualquier causa eludiese la ablación en su tribu, en su aldea, en su ciudad, posiblemente significase un sufrimiento de por vida, ya que en muchos casos puede forzar a esas mujeres, por su “impureza”, a entrar en los más sórdidos mundos de la prostitución.
Y en las zonas en las que la ablación es considerada como parte de la cultura, la prostitución es algo indefinible, por horrendo.
Y detrás de todo este entramado, lo que nos encontramos no es más que la debilidad y la inseguridad del hombre, ya que si hace que el sexo sea para la mujer algo muy doloroso, (la ablación muchas veces va seguida de un proceso por el que se cose parcialmente la entrada de la vagina), y así no piense en buscar otro hombre que el que le haya caído encima.
Creo que pierden todos, ellas una parte importante de su vida, y ellos la posibilidad de desarrollar relaciones en libertad, por las que hay que luchar.
No voy a hablar ahora de las niñas esclavas sexuales que andan pululando por Asia. Niñas que son vendidas por sus padres en el área del Mekong, y que acaban llenando los clubs y los burdeles de Bangkok, de Saigon, de Phon Pen.
Ni de las niñas que son prostituidas en las ciudades de esa India que tantas veces me han querido vender como el centro espiritual del mundo, y donde me he encontrado la mayor degradación humana que jamás pude imaginar.
O de las niñas que son compradas en Nepal por los grandes jeques del Golfo Pérsico, para satisfacer los más bajos instintos de sus gerifaltes, y no tan gerifaltes.
No nos importa que nuestro nuevo teléfono venga de China, si es barato y hace fotos chulas, y de la misma forma tampoco nos importa que se haya tratado a la mujer en la maravillosa China exportadora de porquerías de la forma humillante que persiste siglo tras siglo.
Cuando escuchamos que una de las acciones de guerra más comunes, ha sido y es la violación masiva de mujeres, no pasamos de decir lo de ¡que bestias!, pero no nos paramos a pensar lo que podemos hacer para que eso se pare. A lo mejor una de las soluciones debería ser analizar el conflicto y castigar con no comprar los productos de las potencias que los soportan. O que al menos alguno de nuestros politicastros saliese a la palestra a denunciar esos malditos actos contra las mujeres, contra millones de mujeres.
Así que, aprovechando que en estos días la sociedad pretende reflexionar sobre el maltrato contra la mujer, quisiera pedir que no nos quedemos solamente con el vergonzoso vídeo de la mujer arrastrada por los pelos, y ese macho hijo de puta que se sentirá muy hombre. No nos quedemos con las cincuenta mujeres que mueren año tras año en nuestro país. Eso es solo un ligero atisbo de lo que hay en la actitud del mundo frente a la mujer, y hay que denunciar, y las mujeres también deben acusar a las compañías que discriminan en salarios, las compañías que echan embarazadas a la calle. A mí me encantará dejar de comprar esos productos de mierda.
Me avergüenzo demasiadas veces del género con que la Naturaleza me diseñó, un género miedoso, cobarde, que teme las relaciones de igualdad con lo femenino, y que solamente ha tomado la vía de la represión, de la mutilación, de la intimidación, de la indignidad frente a sus compañeras de viaje.
Así, que me encantaría, que todos, los hombres y las mujeres que vivimos en estas sociedades desarrolladas, nos preguntásemos hoy mismo, o en cualquier otro momento cual ha sido nuestra aportación para que esta lacra desaparezca, aparte de colgar una frase ingeniosa en el caralibro.
Yo reconozco que aparte de esta nota, no he hecho nada, y espero dentro de un año poder decir algo muy diferente, y que si alguno de vosotros íntimamente piensa que está en deuda por omisión con esta situación, que tome aquella decisión que le dicte su conciencia, y ver si algo se consigue.
Me voy a vomitar un rato
Con su pan se lo coman

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