Las fiestas populares.

Que nadie, por favor, piense que soy uno de esos petit-maître, que si la fiesta no es en Versailles, y con Doña Suzzette haciéndote los crêpes, me pongo mohino.
No, ni mucho menos, siempre y cuando, obviamente, se discuta con un buen Borgoña, o un verre de cognac, la conveniencia o no de permitir castrati en la corte. El tema de perseguir en plan fauno ovidiano a la nueva dama de compañía de la Pompadour, puede dejarse para otro momento, una vez los negocios importantes se hayan concluido, que no todo van a ser los anhelos del Compte de Valmont.
Así, que cuando me hablan de fiestas populares, siempre me acuerdo del famoso monólogo de Gila,
-¡Me habéis matao al hijo!, pero, ¡lo que me he reído!.
Y estos días, como casi todos los del año, las fiestas populares de nuestra piel de toro rebosan vasos y bateas, que la cosa entre que estamos a mitad de primavera, entre que llega la cosecha, y que los solsticios, siempre más sugerentes que los equinoccios, sin duda alguna, y como ya se atisban en el horizonte, lo dicho, todo el mundo a la calle, que hay fiestas populares en marcha.
Una de las cosas que son coincidentes, es el protagonismo de los mozos. ¡Ay los mozos!, que los ves tirando de caballos a ver quién sube antes la cuesta de Caravaca, o a ver quién “roba” la Blanca Paloma, llueva, truene o haga viento, que eso no es algo que se discuta.
Hay que enseñar calidad genética a las muchachas, que luego llega la noche, o la amanecida para los más remolones.
Lo que más debe preocupar ahora al mocerío triunfante, es que sus sudores repletos de feromonas, con tanta gente mirando, no llegue a las muchachas, y lo que es peor, si les llega, estén distraídas con el último guasas o caralibro de esos y se pierda el efecto.
No me extraña que la natalidad ande por los suelos, esto es un sin dios.
En la capital del Reino, (por ahora), la cosa es más pacífica, que aquí, la Señá Rita, siempre ha tenido un aquel, y obviamente dos cojones bien puestos, así que bailecito en la Verbena, y cocidito familiar en la Pradera, y lo de los sudores, enseñar músculo, y fertilidad es “pa otro día”, que el San Isidro, es como el pan francés, un “bagette”.
La cosa en Almonte, Caravaca, o la Pradera del Santo, me da, que independientemente de su sentido tradicional, o de herencia de vaya usted a saber qué rito ancestral, tiene hoy un añadido, llamémosle turístico, si el palabro les cuadra, que va todo el mundo desde todo el mundo, a ver los disfraces de los oficiantes, que parece son los guardianes hoy de las tradiciones, y adoptan una actitud pasiva, viendo el espectáculo desde lejos, casi como en un documental de la dos, de esos que vemos todos los que nos sentamos delante del “plasma” tonto.
Como no soy antropólogo, ni un especialista en nada, y mucho menos en esto de las fiestas populares, solo puedo hablar de lo que veo, ora en directo, ora en forma presencial, es así que, alguna vez me he puesto el gorro de turista a ver qué coño es eso de la Procesión de Semana Santa, o de cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir, pero nunca manchándome con el núcleo de la tradición.
Y ahí va el ejemplo. Estando hace ya varios años un otoño tomándome unas gambas con Cruzcampo en el Kiosko de las Flores, oí un piiipa, parapiiiipaa, porrón, porrón, porrón, y claro a la una y media del mediodía de octubre, sin ninguna virgen conocida que fuera a ser paseada, pregunté al mushasho, que qué es lo qué es, y claro me lo explicó, con lo que caí del guindo para siempre.
-Son los de la Hermandad del Cachorro ensayando.
Acabáramos, la tradición de la fiesta popular es mantenida durante todo el año por los que de verdad la sienten, la viven, incluso haciendo de ella una forma de vida.
Y eso me lo confirmó un valenciano, miembro activo desde hacía generaciones de la Falla de su barrio, o cuando esta primavera pude deducir, al ver a niños de pañal en culo, procesionando detrás de un Cristo cualquiera por la calle de la Amargura, camino de Santa Clara hacia la Catedral zamorana.
La fiesta popular es pues cuestión de élites locales, que la mantienen, y de espectadores pasivos que miramos un espectáculo, sin entrar, en la mayoría de los casos en la entraña del asunto.
Desgraciadamente es el signo de nuestros tiempos, que tendemos a tomar las cosas en forma superficial, excepto aquello que nos concierne de verdad, (si algo), ya que demasiadas veces el simbolismo asociado a la fiesta popular nos es negado, o mejor dicho, renunciamos a él por falta de interés y de implicación.
No creo, de todas formas, que debamos pensar siempre en estos términos generalistas que estoy proponiendo, que hay fiestas, que son de reciente invención, como ese desembarque en la playa de Catoira de las hordas vikingas, aunque hagan referencia a hechos que acontecieron alrededor del final del primer milenio. Así que en este caso quizás la fiesta en vez de estar soportada por una tradición es más una atracción turística basada en un hecho histórico relativo a la visita de ancestrales turistas nórdicos a nuestras costas cuando aún no teníamos campos de golf. ¡Vaya usted a saber!.
Las que más me gustan a mí, ver desde lejos, claro, son las de San Apapucio, que con diferentes nombres se dan en todos los pueblos de España, y que coinciden con elementos tan básicamente importantes como la siembra, la cosecha, la fertilidad, y en menor medida, con el comienzo del ocaso o del renacimiento del sol, ya que esas son coincidentes en fechas, que las organizaciones religiosas del cristianismo para eso son muy suyas, que el sincretismo les viene en el DNA, y no se les escapa una sea cual sea el país a considerar dentro, claro, de su ámbito de influencia.
Esas son las del cuento de Gila, y es donde se da rienda suelta a lo que el pagano lleva dentro, aunque pasee a un santo, o salga de misa de una, que si no, el concejal de festejos y fiestas populares te echa el ojo, y Burt Lancaster la cagaste.
Y el pagano no lleva muchas ganas de sentarse a discutir sobre la influencia en Wagner del pensamiento de Schopenhauer, que lo que quiere es hacer el burro de otra forma, y ahí se pone a perseguir con saña al toro, o a tirar a la cabra desde la torre, o cualquier otra barbaridad que se le ocurra, que lo de destrozarse las espinillas en el partido de solteros contra casados se lleva mucho menos. Así, que dentro de poco se llenará nuestra piel de toro de petardos, de sangre de animales, y de algún que otro descalabrado, y es la forma que el pueblo da rienda suelta de la forma menos cruenta posible, (las hay mucho peores, de veras) a los excesos hormonales, a la influencia de la luna, a la sensación de ser dominado, por el poder político, por el laboral, y por el eclesiástico, que todo descansa sobre los mismos hombros.
Buenas noches, y buena suerte

2 comentarios sobre “Las fiestas populares.”

  1. No será usted antropologo… pero lo pinta de maravilla! Yo me asomo todos los años por estas fechas a mi barrio, digamos de adopción… Lavapiés, y me quedo ensimismada viendo en el bar mas «okupa» de la calle Argumosa, arremolinarse a majas y majos, tomando el vermut, antes de ir a la pradera, que por agua del santo…. no les viene nada!

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