Libertad para la actividad económica

Los jubilatas lo tenemos de maravilla cuando vamos de compras.

A no ser que la tienda sea una de esas del Paseo de Gracia de Barcelona, cuando ha llegado un crucero de los de ricos, que los de 400€ todo incluido no cuentan, que esas están a tope de chinos a las once de la mañana.

Y me refiero a que si vas a media mañana te atienden de maravilla, casi al grito de ¡un cliente!. Las tiendas vacías, los empleados algunos limpiando, otros haciendo arqueo de caja, eso sí, por lo general, guardando las composturas por aquello de que nunca sabes si hay cámaras grabando, o el encargado está mirando desde la trastienda.

Yo, encantado, de verdad encantado, miro, pregunto, puedo comparar los precios, darle la vuelta a la tela para ver si de verdad es lana de Béjar….esas cosas, vamos, que hasta si no está mi colonia en el estante, siempre hay alguien, que amablemente consulta las existencias en el ordenador, y si hay que bajar al almacén, pues se baja, que se trata ni más ni menos que del cliente de las 11.45. Un lujo, repito.

Pero claro, hablo con los de la generación que me heredará en algún momento, y esos van de cabeza, es decir, no van de compras, no van de tiendas, al menos con la tranquilidad y la parsimonia que puedo permitirme yo. Bastante tienen con sacar tiempo para la compra de víveres y cuatro calcetines de esos del super, que siempre parecen más baratos, que cuando podrían ir a gastarse las perras, están cerradas las tiendas.

En la ciudad en la que vivo, Madrid, la cosa no es tan dramática, aquí hay cierto nivel de libertad a la hora de establecer los horarios de los comercios, y eso está bien, pero en mi pueblo, en mi amada Barcelona, el triunfo del “botiguer”, chapado a la antigua, y con mentalidad de funcionario, es clamoroso.

Tengo que reconocer que la intervención del Estado en los horarios de las actividades privadas siempre me ha parecido un disparate, sobre todo si con esas regulaciones se perjudican a los más y se favorecen a grupos que pueden representar, digamos, el incremento de votantes para tal o cual partido político. Desde luego no me imagino al gobierno diciéndole a la fábrica de tornillos o a la firma de abogados, que lo mismo me da, cuando tienen que abrir la fábrica o el despacho, o cuando tienen que cerrar.

Ya sabrán los responsables de esos negocios, como tienen que organizar su producción, su tiempo, ya que consecuentemente, los resultados del negocio estarán directamente relacionados con el tipo de decisiones que se tomen.

Pero a los “botiguers” les dicen que hay que abrir a tal hora, y cerrar a cual, que todos igualitos, y que al que se salga del tiesto, estacazo. De hecho, lo que se pretende es evitar una competencia de grupos más fuertes, que el “botiguer” quiere también tener tiempo para su familia, que sin patatín, que si patatán, que si el domingo es para ir a misa, que poner un dependiente más cuesta una pasta, vaya, toda una serie de argumentos que desde luego chocan frontalmente con lo más básico de la actividad económica, desde mi humilde punto de vista profano.

De hecho, lo que se hace es decirle a los clientes, de alguna forma, que solo importa que vayan a dejar la pasta a su mercería, que la única comodidad que importa es la del “botiguer”, no la tuya, que eres el que paga.

Me imagino diciendo a mis amigos que trabajan en hospitales que se atiende de diez a dos, y de cuatro a siete. Que los domingos hay que ir a misa, que por favor no se me pongan malos, ni se me caigan por las escaleras, y todo el mundo a casa, incluidos los enfermos, claro.

Perdón por las exageraciones, pero no quiero ser moderado en este tema que en el mundo global en que vivimos no deja de ser un enorme anacronismo, según lo veo. Tener abierto cuando tus clientes están trabajando me parece cuanto menos poco inteligente, y tener cerrado cuando tus clientes están en la calle tampoco lo haría yo, si el negocio fuera mío.

En definitiva, lo que están diciendo, es que no saben competir, que no han sabido encontrar los nichos que el mercado les deja para que puedan desarrollar, y lo fácil es recurrir a la intervención gubernamental, como si esto fuera una república de la vieja órbita soviética. Como si en cualquier otro sector no hubiera multinacionales, grupos grandes, medianos y pequeños.

Claro, ahora va y les meten el gol por entre las piernas, con eso de internet ya hay segmentos del mercado que han derivado a ese canal que abre las veinticuatro horas del día, y ahí no llega el conceller ni el regidor de turno a legislar a favor de corriente.

Creo que esta situación es mala, para la ciudad, para los ciudadanos, para los mismos “botiguers”, para el empleo, y en general para todo el mundo incluidos los políticos que creen que así tiene unos pocos votos más.

Lo que se ha conseguido, es hurtarle al sector la posibilidad de reestructurarse de forma libre y competitiva, permitiéndole buscar nichos en el mercado que permitan el servicio que pretenden dar, a cambio de la rentabilidad necesaria para la supervivencia de las iniciativas que los miembros más imaginativos del sector puedan poner en marcha.

Si hay algo en lo que he creído siempre es en la creatividad de las personas de mi ciudad de origen, de su facilidad para encontrar soluciones imaginativas a los retos que los cambios en los entornos de negocios se van abriendo, y en esta historia creo que han perdido una oportunidad muy buena, y que además espero no acabe siendo el fin del sector.

Confío que en algún momento alguien abra los ojos, y vea los beneficios que tiene la evolución, y la adaptación a las condiciones cambiantes de los entornos. Que los manguitos y las viseras fueron magníficos avances en su momento, pero hoy están obsoletos.

Buenas noches, y buena suerte