Los ciudadanos amargados.

Y sin cortarse un pelo, desde un programa de radio nos soltaba que en su opinión, la Humanidad está amargada, como nunca lo ha estado en la historia, o al menos esa era su percepción al subirse en un transporte público en horas punta en cualquier ciudad del mundo llamemos civilizado.
Y ciertamente las caras que se ven en el metro de Madrid, Paris, Londres o Santiago de Chile, son las mismas. Y la cosa empieza por que se encuentra en esos transportes a toda la Humanidad, es decir a una representación multirracial del mundo obrero.
Las caras hasta el suelo, todos y cada uno de los viajeros inmersos en su espejito mágico, bien aislados del resto por medio de esos auriculares que cancelan el ruido exterior, para que la sensación de soledad sea la máxima posible, que ya se sabe, mientras más aislado mejor.
Las energías negativas que se respiran son tremendas, y mantenía este señor, que posiblemente esta es la época en que más gente infeliz hay en el planeta.
Bueno, suena a boutade, que cada vez hay más seres humanos en la Tierra, pero realmente, incluso si hablamos de proporciones, muy posiblemente lleve razón, que la gente en el planeta salvo ínfimas minorías no tiene dinero, no tiene tiempo, no tiene derecho a ser feliz, que cada vez son menos aquellos que deciden las grandes cifras del mundo, y cada vez esas decisiones afectan a más gente.
Y si me pongo conspiranoico, diré que todo está sujeto a un plan predeterminado por no sé qué fuerzas ocultas, quizás por el famoso contubernio judeo-masónico, o por la influencia del Imperio Soviético, o vaya usted a saber qué.
Pero realmente creo que las cosas han llegado a estos puntos, simplemente por el desarrollo de la sociedad de consumo, que requiere para sobrevivir crecer a cada momento, de forma global, y de forma individual, que el tamaño es lo que importa en este estanque de tiburones.
Y quien acaba sacrificado, siguiendo las pautas que le van marcando, somos los que viajamos en el metro, cada día, a cada hora, en cada ciudad, de forma que hasta muchas veces se nos ha olvidado hasta el concepto de vivir.
Es más el hecho de entender realmente qué es lo que significa la vida, creo que demasiadas veces se nos escapa, tantos son los reclamos que están continuamente separándonos del camino que quizás nos condujese fuera del metro de las siete de la mañana, fuera del espejito, fuera del “Visite Benidorm”, fuera del cooommmpreee lo mío.
Y nuestra vida, nuestra modesta sonrisa amarga depende de un me gusta de cualquier red social miserable, en la que intentamos ser el más popular del instituto, cuando en realidad deberíamos buscar otros caminos.
Pero yo no soy Pepe “El gurú”, yo no sé enseñar a nadie donde está el camino de su felicidad, y además no creo que pudiera luchar con este sistema que ha ido apareciendo poco a poco, sin hacer ruido, infiltrándose en nuestro viaje de por la mañana en el metro, aislándonos de los otros miembros de nuestra tribu, convirtiendo nuestra naturaleza gregaria, en gregarismo virtual, en soledad impuesta.
Porque el divide y vencerás, vencerás voluntades individuales y reinos si se tercia, es a lo que nos estamos enfrentando hoy. Se nos han roto los pueblos, se nos han roto los barrios, y hasta las escaleras, se nos ha roto cualquier posibilidad de defensa conjunta, nos hemos aislado en nuestros espejitos coloreados, en nuestros utilitarios que pueden circular solo de vez en cuando, en nuestras mesas de trabajo con biombo y pantalla que actúa de protección frente a no sé qué, frente a no sé quién. Estamos solos en la multitud de solitarios.
Puede que sea así, pero también puede ser que la cosa sea solo del metro de las grandes ciudades, y uno no sabe ver más allá de sus narices, aunque cuando te paseas por el mundo, ese que está fuera del occidente creciente, lo que ves es aún más descorazonador, ves a gentes que quieren dejar su tierra, que sueñan con su móvil y su piso en un suburbio. Sueñan con crear una prole que pueda ser triste en el metro, y pagan precios altos, demasiado altos.
Pagan precios en carne de niñas que son arrastradas a la prostitución, pagan precios en muchachos arrastrados a la inmovilidad en centros de acogida, en los que se les da una manta y un bocadillo, en una prisión sin juicio. Son precios muy altos por cambiar infelicidades de la aldea del sur, del altiplano, de la selva…por tener una pequeña posibilidad de llevar un teléfono nuevo con pantallita de colores, y hablar con la aldea de vez en cuando.
Quizás lleve razón el personaje que mantenía la infelicidad del ser humano, que él veía reflejadas en los pasajeros del metro a las siete, que no importa si de la mañana o de la tarde, y que además he visto en las aldeas tanzanas, en las aldeas de Zimbawe, o en las comunidades tibetanas, en las comunidades nepalíes, en los ojos de las niñas prostituidas en las estaciones de los ferrocarriles indios.
Esa tristeza la he visto en demasiados sitios, porque también la puedes ver en la cara del ejecutivo en cualquier sala business de cualquier aeropuerto del mundo. Sabe perfectamente que ese no es su sitio, que está corriendo detrás de una liebre eléctrica de esas que ningún galgo puede cazar nunca. Y tiene la mirada triste, porque piensa, y posiblemente con razón, que la vida se le ha escapado detrás de anuncios de coches, de neveras, o de vacaciones en Benidorm, ¡¡Venga usted y emborráchese lo que quiera!!. A usted se le olvida la vacuidad de su existencia, de la que es absolutamente consciente, y las compañías aéreas, los hoteles baratos, y los que venden alcohol mal destilado, consiguen crecer el tres por ciento que ha prometido el CEO a los accionistas en la última reunión con analistas financieros.
Por no importar, el ser humano, ha dejado de importarle incluso a él mismo. Hemos creado un monstruo universal que con un poco de suerte acabará devorándonos a todos, que ya hemos empezado a pensar que reproducirnos nos quita tiempo para darle al ¡Me gusta!, y que si no hacemos lo que nos dicen que hagamos tendremos pocos, muy pocos seguidores, y eso es algo que no podemos permitirnos.
Así que volveré a releer El cartero del rey, o La luna nueva, por ver si Tagore me hace recordar que hay un ser humano dentro de mí, y que la Humanidad necesita descubrir de nuevo la felicidad del alma.
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Y la vajilla de fino oro labrada
Sea de quien la mar no teme airada.
(Fray Luis de León. Oda a la vida retirada)
Hasta luego

9 comentarios sobre “Los ciudadanos amargados.”

  1. ¡Harás muy bien si tienes un encuentro con Tagore! Reconzco que a mi me reconforta muchísimo de los cabreos cotidianos…

  2. Como dices… no hace falta ir en el metro… la gente está triste por que les han enseñado a no fijarse en las pequeñas cosas que te hacen feliz.
    Parecerá una tontería pero por las mañanas en el Retiro cuando bajo con Troya y me encunetro a gente perruna,ninguno vamos con cascos o teléfonos disfrutamos de nuestro peludo y nos reimos … y por lo menos yo encue yro un poquito de felicidad!!!!!

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