Los procesos iniciáticos

La primera vez que me enfrenté al proceso iniciático, fue en cabeza ajena a costa de un supuesto fontanero británico que firmaba como Lobsang Rampa, y en uno de sus libros, no recuerdo cual, quizás en el Tercer Ojo, o en el Médico de Lasa, o seguramente en La caverna de los antepasados, por no equivocarme, describía lo que un aspirante a monje debía hacer para ser admitido en un monasterio.
El aspirante debía pasar sentado en loto, a la puerta del monasterio días y días, sin comer y sin beber, en estado de meditación, hasta que en un momento, determinado no sé por qué, alguien le permitía la entrada, o se la denegaba.
En esa figura, he podido entender mucho después, cuando he visitado esas tierras, lo que significa ser monje, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, no solo física sino espiritual.
Los monasterios protegen a sus monjes, les dan cobijo, comida y formación, a cada uno según sus posibilidades, y ciertamente a cambio de trabajo para la comunidad que les acoge, pero fuera la vida es infinitamente más dura, era vivir en las tinieblas.

Me dejó apechuscado por un buen tiempo, que en aquellos entonces era yo muy chaval, y no daba abasto con tantas y tantas iniciaciones a las que me enfrentaba, que era un sin vivir.
Cierto, que como no se les llamaba iniciaciones, pues no las disfrutaba, pero hoy que medito, mal, pero medito, recuerdo a mis diez u once años la iniciación que tuve que superar para ser admitido a la comunidad del bachillerato, enfrentándome a un cátedro de instituto, en un examen oral tremendo, que hoy, más de diez lustros después, aún me acuerdo.
Y esa fue una importante iniciación, que me permitió acceder a un mundo de conocimientos que a la mayoría de chicos de mi barrio se les negó, que su iniciación más se parecía a la de los masais que debían cazar un león casi con dientes de leche.
En mi Barcelona de los sesenta del siglo pasado, los chavales tenían su iniciación en el mundo laboral a los catorce años, y su devenir por ese mundo, tenía aún mucho del sistema gremial salpicado ya por desgracia del tufo industrial que luego se impuso.
Eran aprendices sin maestro, eran los aprendices de la fábrica, pero seguro que esa iniciación que se materializaba en un sobre los sábados con algo de dinero les permitió una iniciación al mundo del sexo, en las noches de la calle Robadors, y a la del alcohol barato, en la taberna del barrio….de al lado.
Y hasta no llegar a oficial, no podía buscar novia seria, que la cosa no llegaba, claro siempre y cuando no apareciese una preñez no esperada, que entonces las cosas se precipitaban.
Era la iniciación del niño al mundo cabrón de obrero de barrio de ciudad industrial.
Pero como a todos los que andamos por este mundo dando patadas, muchas de ellas sin sentido, nos esperaron muchas más iniciaciones, que todos los recintos tienen puertas, y has de enseñar la patita.
La iniciación que siempre me ha gustado observar es la de la religión católica, que me iniciaron sin que me enterase, pero claro era solo como cliente, que para ser parte de los órganos de gestión si hay que iniciarse en temas pastoriles, de ritos de símbolos, y de obediencias, sobre todo de obediencias.
Luego, la vida me ha hecho transitar por caminos iniciáticos siempre, de nivel bajo, pero todos con su aquel, como la iniciación al ejército de cuando me llevaron, de la iniciación a la universidad, al mundo laboral, y al proyecto o empresa que llamaremos esto o aquello, que para que marear.
Al final lo que parece que tenemos es un mundo de tribus en el que si quieres ser parte de una manada, tienes que pedir permiso, tienen que aleccionarte, y en general, a posteriori debes ser un buen chaval, que si no se te cabrean, y o te sacuden, o te consideran un proscrito.
Realmente, si no caes en manos del maestro adecuado, o de los maestros, no es posible, por muy puñetera que haya sido tu iniciación, que puedas progresar a algo más que elemento de relleno, lo que no es poco, ya que al menos tienes acceso a las sobras de los banquetes, que a la chicha ya es otra cosa.
Pero lo que decía de la iniciación aquella que contaba el tal Lobsang Rampa, fuera de las paredes del monasterio hace mucho frío, y se pasa mucha hambre.
Es así, que tu parte debes cumplirla, bien si te toca limpiar letrinas, o salir a los caminos para que las buenas gentes te llenen el cuenco de arroz.
Y esa es nuestra historia, siempre y cuando no llamemos a la puerta equivocada, que siempre te puedes encontrar en ese salón en el que no pintas nada, no tanto por ti, sino por lo que de un neófito se espera que aporte.
Y ahora esta “New age” o Antropoceno, que estamos viviendo, y que los eruditos cuadran su nacimiento con el mío, parece que ha decidido directamente comprar las almas de todos nosotros a cambio de espejitos mágicos que además nos cuestan una pasta, y absolutamente abducidos, los seguimos como si fuésemos las ratas de Hamelín, hacia el precipicio que decidan los Google, Facebook…Wilkipedia, y nos hacen miembros “conectados” de esa matriz universal en la que encontramos todo lo que podamos soñar, es el paraíso en la Tierra pero sin estar a las puertas del monasterio días y días meditando.
Aquí todo es inmediato, todo es superficial, sin necesidad alguna de maestros, de neófitos, que todo está en el protocolo y en la hoja Excel, bien cuadrada, eso sí.
Desechamos pes el pensamiento humanístico de nuestros ámbitos, que inmediatamente han sido invadidos por los que ofrecen soluciones inmediatas a cualquier necesidad que se nos ocurra, que tenerlas, lo que se dice tenerlas, en el mundo occidental, si son materiales básicas, pocas hay, y si son del espíritu lo arreglamos con dos me gusta de una red social, sobre algo que en diez segundos estará olvidado.
Hay que volver a esas cámaras de reflexión pre-iniciáticas, que aunque fuera el patio de la venta en la que Don Quijote veló sus armas antes de ser armado caballero, o los claustros maternos de San Saturio o de la Vera Cruz, o simplemente mi cuarto del día antes del examen de ingreso de bachillerato, donde debemos reflexionar sobre el paso que vamos a dar, lo que va a significar en nuestro futuro, y en la carga de libertad que tiene ese momento de reflexión.
Eso es lo que estas nuevas tecnologías nos han distraído, ahora somos miembros de una de esas comunidades virtuales y globales, sin saber por qué ni para qué, y además pagando el precio de nuestras almas. Así que…
Con su pan se lo coman.