L’ou com balla

Hay veces que descubres que los caminos del Señor son no solo inevitables, sino inescrutables, así que el otro día me vi en vuelto por esa sensación de lo predestinado.
Andaba yo por mi Barcelona, y como siempre me he considerado menos que nadie, jamás se me ocurriría eso de ir a comprar el pan y el periódico con tal de empezar un artículo, así que yo, en mi modestia, pongo la radio, y las más de las veces, esa que pago con mis impuestos.
Y me sale un alguien que suelta, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, afirmando de la forma más rotunda, que lo que más le gusta es no hacer nada, y disponer de todo el tiempo para hacerlo.
Como “boutade” no está mal, pero cuando te viene de nuevo la frase al cacumen y te pilla en el patio del Archivo de la Corona de Aragón, y frente a ti se alza sobre el chorro de la fuentecilla del rincón, un huevo en baile eterno, sin hacer nada, y con todo el tiempo para hacerlo, “L’ou com balla”, te pones en eso de lo inescrutrable.
Porque ciertamente, “l’ou”, no hace nada, y tiene todo el tiempo para hacerlo, y mira hacia abajo, a su cohorte de admiradores que le sacan fotos con el móvil.
No voy a entrar en los simbolismos que hay tras el huevo de Pascua, que desde que google y la wilkipedia están al alcance de nuestro ratón, ahí lo encontráis todo. Pero ese “ou” seguirá allí, solo hasta que cierren el chorro y se convierta en verdadera materia prima para una buena tortilla.
Y la reflexión me vino al considerar cuantos “ous” tenemos en nuestra España, bailando encima de un chorro, que no controlan y que un día cuando no se lo esperen, que el Corpus habrá terminado, vendrá un empleado del Archivo de la Corona, y cerrará el grifo.
Se me ocurrió contar los “ous” caídos esa misma noche bajando por el Paseo de Gracia, que ya era domingo y hasta el Portal del Angel, me salieron quince, la mayoría de menos de cuarenta años, encogidos detrás de harapos, con cartel contando historias de que querían volver a casa, o que era para un bocadillo, o que ¡yo que sé!.
Demasiada gente me pareció a mí, que pensaron que lo mejor era no tener nada que hacer, y todo el tiempo del mundo para hacerlo. Mientras el chorro de agua les hizo bailar, supongo yo, pensaron que ese equilibrio podría ser eterno, pero no, el domingo por la noche, un empleado, cuando se ha ido el último turista, cierra el grifo, y el huevo trastoca en tortilla, o en juguete roto.
Me temo que en esta sociedad en la que vivimos hay demasiados huevos bailando, no se mueven del vértice del chorro que aparentemente les mantiene en un movimiento falso, y además precario, ya que es el capricho o el protocolo de una mano poderosa quien en un momento hará que se rompa ese movimiento.
Pienso también, demasiadas veces, que nuestra sociedad es también, en si misma, como uno de esos huevos, que van saltando una y otra vez, siempre con ese horizonte inalcanzable y con una sensación de movimiento constante que no es tal, pero no lo sabe.
Y así estamos, sin nada que hacer, subidos en un movimiento generado por algo extraño a nosotros, y nuestra fragilidad moviéndose en una carrera sin sentido para no salir del sitio en el que estamos hasta que no haya turistas con la máquina de fotos y se corte el chorro.
Cuántos de nosotros hemos pasado al final nuestra vida a lomos de ese chorro, sin hacer nada, y con todo el tiempo del mundo para hacerlo. Subidos en una profesión que te da de comer, pero que la mayoría de las veces no es más que el chorro que te mueve y te mueve hasta que se cierra el grifo.
Una profesión que en millones de seres humanos es algo externo a ellos, que han aparecido ahí arriba, bailando descontrolados en un patio gótico de una casa judía del Raval barcelonés, sin saber qué hacen allá arriba, o peor aún sin darse cuenta de que están ahí, que creen que están corriendo y haciendo cosas importantes, que la gente te hace fotos.
Estos días mi querida Ciudad Condal estaba sufriendo algaradas callejeras por un quítame allá ese local. Se cabrearon los anti-desahucios que les desahuciaron de un banco okupado, se cabrearon los ex legionarios, que les quitaron el Casal, se cabrearon los legisladores porque las leyes que ellos gestaban no eran legales. Y el espectáculo era patético, estaban todos saltando encima del chorro de la fuente, sin avanzar, solo arriba y abajo en su perpendicularidad, haciendo ruido para que les oyeran, para que siguieran los turistas haciendo fotos, y el empleado de la mano inexorable, no cortase el chorro.
Ya hace algunos días hablaba del inmovilismo al que está sometido el mundo, y es como si estuviésemos en ese ojo de huracán en el que hasta la mar se pone como en un plato, preparándose para saltar. Espero que sea solamente una pobre impresión mía y mi falta de visión hace que vea a nuestro mundo alejado hasta de su traslación, que parece nos han subido al chorro del “ou”, quedándonos en esta rotación errática.
Seguiré escuchando las variaciones Goldberg en esa versión para clave de Trevor Pinnock, vieja como yo, y serena como yo quisiera ser, aunque debo reconocer que cuando a mí me cerraron el grifo de la fuente en la que cabalgaba, alguien, seguro que uno de esos equipos de limpieza de patios góticos de casas judías del Raval barcelonés, me depositó en un suelo inclinado, y ahí estoy rodando, rodando, hasta la próxima etapa, que tampoco podré controlar, porque soy un huevo. Al menos no manché ese patio.
Debo, sin embargo reconocer, que una de las cosas que más admiro en los seres humanos, es cuando muestran un desarrollo personal fuera del chorro de esa fuente engañosa, y ese desarrollo es fruto de un deseo y una necesidad interior que te fuerza a ser algo diferente al “ou com balla”.
Y acabaré este aparentemente pesimista escrito, con la fantástica impresión que me ha dejado esa primatóloga, la Señora Goodall que da la receta en una reciente entrevista de como conseguir un sueño, una receta por otra parte bien conocida por todos, pero muy poco puesta en práctica.
Saber a donde se quiere ir, luchar siempre, y no cejar en la lucha nunca. Si haces eso, dejarás de bailar encima del chorro, y caminarás.
¡Pero qué difícil es hacerlo, cuando ves a los turistas desde ese falso pedestal haciéndote fotos!.
Buenas noches, y buena suerte

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