Monotonía de lluvia.

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales

Estos versos de D. Antonio Machado, me han acompañado durante mi vida, tantas veces.

Desde que los leí por primera vez en el colegio, posiblemente en la Muntsan, y posiblemente fuera D. Raúl del Pozo, quien pusiera el dedo en ese párrafo del famoso libro enciclopedia que llevaba al cole en aquellos tiempos. No sé si era el Fundamentos, o el Perfeccionamientos, ¿qué más da?.

Posiblemente fuera un día de lluvia, posiblemente en otoño, o en el invierno de Barcelona, que es más otoño o primavera que invierno, no lo se.

A lo mejor aquel día cuando salía de clase, no me apeteció liarme a carterazos con los compañeros de clase, quizás tampoco fui a ver al hombre que vendía pipas, pegadolsa, y el palo de regaliz, que acababa indefectiblemente hecho una escoba, como los cánones mandaban, quizás me fui a casa metiéndome descuidado en los charcos de Bach de Roda, o de Venezuela.

Monotonía de lluvia tras los cristales. A lo mejor me estaban hablando, mientras afuera la lluvia invernal ensuciaba los cristales, del mismo Machado, o de Felipe II, lo mismo da. Ya tuve tiempo , cuando crecí, de aprender con cierta profundidad quiénes eran, y que hicieron. Entonces eran solo sensaciones, que entraban luego en el examen, pero solo sensaciones. Tiempo habría.

Y cuantas veces me he quedado sentado junto a una ventana, en un balcón, en un tren…disfrutando de esa monotonía intemporal, dejando correr el agua tras los cristales, o simplemente mirando hacia afuera, al sol, a la noche, al campo que el traqueteo dejaba atrás.

Nada que pensar, disfrutar la monotonía del paisaje, mirar lejos, sin meditar, y si algo viene a la cabeza, se le saluda, se le deja juguetear con las neuronas, pero realmente no se le hace ni caso. Son momentos que se repiten, momentos en blanco, pero en ese blanco que la física nos recuerda que es la mezcla de todos los colores, de todas las músicas, de todas las caricias, de todos los sueños.

Nada en concreto, apenas el yo presente, quizás ahora me podrían acompañar las variaciones Goldberg, pero tampoco les haría mucho caso. Momentos de monotonía, llueva o no, haga sol, o no, sea verano o invierno, la mirada se pierde en la lejanía.

Los que me conocéis, sabéis de memoria, que siempre quiero ventanilla, y si no la tengo, estaré nervioso, miraré por encima del hombro al que me haya arrebatado el sitio, y me acabaré marchando o buscando una excusa para trincar el puesto. Seguro que alguna vez me he puesto grosero o he hecho una carga reglamentaria hombro contra hombro, por conseguir esa posición. La vista se me lanza a la lejanía sin interferencias, el horizonte abierto, aunque ese horizonte no sea más que el balcón de enfrente o el túnel del metro. Es mirar hacia afuera a lo lejos, aunque no haya a lo lejos, aunque esté pegado a las narices y sea negro.

Es esa monotonía de lo intrascendente, la lluvia tras los cristales, lo de siempre, y lo único al mismo tiempo, quizás un run run de alguien que habla, quizás me hable a mí, no importa.

Es como si estuviera fuera de mi cuerpo, es un viaje astral de esos en los que se tensa tanto el cordón de plata, que parece que ya no volverás más, que te quedarás en donde nace la lluvia, o donde los duendes guardan sus canastos con monedas de oro.

Ese momento es sencillo, solo necesitas el paisaje tras los cristales, tras el balcón, quizás a Bach, pero nada más. Crees que ves el vuelo de los pájaros, que ves formas maravillosas en las nubes, que ves las estrellas moverse. Pero no es cierto, no ves nada, aunque esté ahí, el alma ha volado por encima de todo, aunque los ojos te enseñen cosas , aunque te lleguen sonidos. Estás en ese momento repetido, monótono, lluvia contra los cristales, solo eso, y no  necesito más, ni menos.

Monotonía de lluvia tras los cristales. No se comparte, no se busca tras el cristalino de otra persona, no necesita contacto, no necesita caricia, está de más. Vale la soledad de la multitud, vale la soledad dentro del grupo. No estás, estás en tu pequeño viaje astral, estas en otro sitio, quizás con seres etéreos, quizás con un color que un cuadro fijó en tu retina, pero nada es importante, solo tú y tu monotonía, solo tú.

Sopla en medio de la canícula madrileña, una brizna de aire, ¡Niño, cállate que sopla un poquito de aire! . El cielo está limpio, y a la noche aún no le han llegado las estrellas, creo que pondré las luces de la noche en un canasto y cerraré la tapa, así podré mirar al infinito, mientras escucho a lo lejos una polonesa, de esas que tocó Rubinstein como nadie.

Mañana cuando me despierte, habré olvidado el momento, no es para recordar, está vacío, porque dio lo que debía a su tiempo, ese momento monótono habrá pasado, y yo seré un poco más feliz. No creo que llueva hoy.

Buenas noches y buena suerte

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