Paris bien vale una misa

Mucho tiempo que no paseo por Paris, no sé por qué, ya que la última vez que estuve por las orillas del Sena, la cosa no fue mala.
Cierto que no fue una escapada romántica, y tampoco de trabajo, que es lo que parece que reclama Paris, pero no volví satisfecho, ciertamente no.
Había quedado con una pareja de amigos que viven en Suiza, y no les venía mal del todo cenar conmigo en el restaurante del hotel en que acostumbro a alojarme, y es que el bueno de Alain Ducasse me sirve ahora la cena ahí, en el viejo comedor de la Rue Rivoli, y de vez en cuando no me importa fundir la Amex y echar mantequilla a las arterias.
Paris fue Paris, y ahora no sé lo que es, quizás tenga que buscar un hueco para una escapada, que no será de negocios, y que si quiere ser romántica, los condicionamientos son demasiados, que no todo es ir acompañado de hembra placentera, será de colesterol, o de bistrôt del Barrio Latino, por detrás de la Sorbonne, no sé, en cualquier sitio a lo mejor te dan una carne de tercera medio bien condimentada, y con suerte, el patrón ha encontrado un Shiraz de Rhônes medio decente, no lo sabes.
Quizás haya que ir a comprar quesos al Hediard de la Madeleine, o chocolates a Capucines, no lo sé, aunque lo que sí sé es que no me meteré en Bastille por mucho que quieran tentarme con una Carmen, eso no lo haré que uno es un clásico y un sentimental, y La fille du regiment no suena igual que en la Garnier. ¿Qué le vamos a hacer!.
Pero esa última vez Paris me dejó un tufo de sudor de la cola de una atracción de feria (hoy parque temático), y es que la invasión ha llegado a niveles insoportables. Esa masificación turística que tiene cabreados a los ciudadanos de Palma, a los ciudadanos de Barcelona, a los ciudadanos de…hace tiempo que transformó a ese Paris que conocí a mitad del siglo pasado en algo inhabitable para sus ciudadanos, que en la cité solo viven los que no son parisinos, que esos están en los banlieu, que tienen como poco que subirse en la Concorde una buena hora si trabajan de taquillera en el Louvre, o de limpiador en Les Halles, que en el septième no hay quien viva, que es para los árabes a los que sustentamos para llenar el depósito de nuestro utilitario. Solo queda escuchar en la radio del Renault las últimas noticias que nos adoctrinan para poder trasegar sin necesidad de crear otro Dani “el Rojo”, la próxima reforma laboral del Señor Macron.
Bueno, del señor Macron, o de quien sea, que a lo mejor el pobre es solamente el corre, ve, y dile de a saber quién, que duerme ahora en su apartamento de la Avenue Hôche.¿Quién sabe?, que hasta el Paris Saint Germain está en manos de árabes, de infieles, de los que el bueno de Luis IX quería echar de Jerusalén antes de palmarla por unas fiebres allá por Alejandría, o por donde fuera.
Quizás deba hacer como aquella prostituta de Truman Capote, y me quede mirando después del Café au lait en cualquier rincón de la rue Mont Thabor, los diamantes del escaparate de Cartier en Vendôme, no lo sé, como tampoco sé si me iré de tiendas por el Faubourg Saint-Honoré. Probablemente no.
Pero lo que sí sé es que evitaré que las manadas que transportan las compañías de bajo coste, los trenes rápidos que llegan desde media Europa, me pisen y me dejen ese olor a sudor de turista.
Y me temo que no podré saludar a la Victoria de Samotracia, ni siquiera a mi amada Mona Lisa, no lo haré, ni tampoco me acercaré a ver los Degás, los Matisse, los Chagal, ni ese jardín de esculturas del maldito Rodin.
Ya tengo la imagen en mi almario, tomada en su momento, en aquellos momentos en los que te acercabas por Champs Elysées, y podías ver el Novecento de Bertolucci sin que la Brigada político social de Franco anduviese pidiendo carnets a la salida, o el culo de la Schneider, que de todo he visto en Paris, que aquí, las cosas tardaban en llegar.
Y es que ya no está Norma Duval en Pigalle, y en la Place du Tertre, no quepo, no voy a subir a la colina de Montmartre a que me pisotee una turista teutona, por muy bonita que sea la vista desde el Sacré Coeur, no lo haré.
Y a lo mejor la solución es pasear por los Jardines de Louxembourg, aunque no sé si encontraré a los niños jugando con sus veleros en el estanque, y quizás no haya siquiera una mignone con el cochecito del bebé de sus señores con quien pegar la hebra.
Tendría que ponerme a leer Le Monde, o le Canard enchainé, o quizás el Chrlie Hebdo, pero con cuidado, que hoy los pied noirs, ya no son argelinos, que muchos vienen de los banlieus, que saben que les falló la aventura de abandonar sus tierras en Orán, y hoy son otros los árabes que viven la Avenue Klèber. Y es que no se enteraron que los parisinos también habían perdido su ciudad, por lo que se les ha llenado el alma de ese odio a cualquier otro.
No lo sé, no lo sé, quizás vuelva uno de estos días, quizás no, pero si lo hago, intentaré buscar ese Paris escondido que quizás ya no exista, ese Paris que va al teatro a La Comedie, o que pasa horas buscando un libro en los bouquinistes, de esos que no vende Amazon, siempre, claro, que el bouquiniste no haya dejado el negocio de los libros, y ahora venda “souvenirs” para turistas chinos, coreanos, o de Puerto Lápice, por poner un aquel.
Y aunque en ese Quaie de la Tournelle, me lleguen los olores del canetton, y me digan que tengo mi mesa del quinto piso con vistas al ábside de Nôtre Dame, y que tienen un Pomerol de buen año, a lo mejor no soporto el que quizás también se haya transformado en un parque temático, como pasear por Invalides, o bajar desde Trocadero a Les Champs de Marte.
Ya veré, ya veré, y a lo mejor os lo comento, o no, que este es mi territorio, es mi jardín, y por el momento solamente meo yo en él, o al menos es lo que creo.
Por lo demás buscaré en mi discoteca de jazz, ese autumn in Paris, que siempre me ha encantado.
Los americanos para eso son una delicia naïf.
Con su pan se lo coman

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