Populistas

El otro día, unos de mis amigos venezolanos, de los que vivieron en aquella tierra cuando estudiante, las épocas en que iban a comprar los fines de semana a Nueva York, y que decidió vivir lejos de su tierra hace ya varias décadas, comentaba en una de esas cenas medio rituales a las que de vez en cuando asisto cuál a su juicio era el problema de estos gobiernos populistas.
Y lo dejó clarito como el agua del Canal, “arrasan con los medios de producción de un país, lo destruyen todo, se quedan con el dinero que pueden, que siempre es menos del que quizás obtendrían sin llevar a cabo los procesos de demolición en que se empeñan, y luego queda un erial, sobre el que es imposible que siquiera en el medio plazo pueda crecer algo que sea productivo para la sociedad”.
¡Glup!, demoliciones Iglesias, es como en nuestras cortes calificaron al grupo del Señor Iglesias, Don Pablo, y pareció durante el esperpento que organizó el tal diputado en la sede de la soberanía nacional, cuando fue calificado de esta forma quizás alguien estaba exagerando, y no, estaba soltando una verdad como un puño.
He tenido ocasión de visitar países donde estas formas de gobierno han tomado el poder, sea por una vía digamos que democrática, o simplemente a las bravas, y he visto los solares que deja el populismo de derribo.
No quiero decir que las alternativas conduzcan a la Utopia de Moro, no es eso, pero creo que debemos diferenciar entre una mala distribución de la riqueza, y la desaparición de la riqueza, que de mala forma tras ser malvendida, acaba solo en el bolsillo de una minúscula camarilla de políticos.
He paseado por Cuba varias veces, y he visto lo que el populismo cubano ha hecho con sus ciudadanos, literalmente los ha sumido en la más absoluta miseria durante más de seis décadas, y no creo que haya muchas posibilidades de cambio a mejor para el cubano de a pié.
Desde luego, el régimen de Batista no era el ideal, es más, era una absoluta cabronada, pero la isla tenía al menos unos activos productivos que desaparecieron con la llegada del castrismo. De la misma forma había una clase que empezaba a ser media, por los requerimientos de servicios que iban surgiendo de las estructuras hoteleras, de clubs y casinos que se iban creando. Y era el momento en que de alguna forma el sistema esclavista de los ingenios azucareros iba desapareciendo, con el regreso de los terratenientes españoles a la metrópoli.
No lo sé, pero parece que si alguna familia rica hay en el mundo, entre ellas está la de los hermanos Castro, sin duda, pero la isla ha sido esquilmada hasta límites imposibles de soportar.
Y todo a cambio de formar algunos muy buenos médicos, sin medios, claro, y mantener la prostitución que se pretendía eliminar con la revolución, pero que no pudo ser. Y es que el balance es desolador, tanto, que la población que ha visto secuestradas sus vidas ha desarrollado el síndrome de Estocolmo, y hasta son capaces de alabar a sus raptores.
En Venezuela, las dos décadas de chavismo, han conseguido lo mismo, y mi sentimiento es que el proceso ha avanzado tanto, que será difícil revertir el derrotero en el medio plazo.
Las noticias que llegan son asoladoras, especialmente en un país que se sienta sobre las mayores reservas petrolíferas del mundo, de las que no llega nada a la población, a la ciudadanía.
Y es que como en Cuba, se enfrentan al drama de las estanterías vacías, esas que ví en el Berlín de Honecker donde los ciudadanos llevaban sus bolsas de plástico por si había algo en las tiendas que les fuera útil, o en la desolación de las ex repúblicas soviéticas donde la destrucción es total, tras el paso de los populismos, aunque fueran los del siglo XIX, o XX. Fábricas abandonadas desde el Volga hasta el Pamir, tierras yermas como consecuencia de la sobre explotación de la tierra, lagos desecados tras el negocio del algodón, y gente miserable, abandonada, muerta en vida.
Los temblores que el socialismo está experimentando en Europa, posiblemente provengan del fracaso venezolano, como afirma en una entrevista a Diario 16 Pedro Carmona Estanga, antiguo presidente de la República. La carta de presentación exhibida es penosa, al constatar que el Estado es el peor de los empresarios, el peor de los emprendedores, y a veces el peor de los administradores.
Así que a las tierras quemadas que dejaron los movimientos comunistas del siglo XX, y de la que apenas ha levantado cabeza Alemania del este, se va a sumar ahora la Venezuela chavista.
Debo reconocer que el populismo que se está intentando infiltrar a lomos del descontento en E·spaña y en algún que otro país de Europa, con signos quizás ligeramente diferentes, ha sido motivado por el desencanto que la gestión de la crisis provocada por la falta de control a las acciones de grupos ultraliberales del comercio y las finanzas, y la consecuente pérdida de recursos que ha sufrido la ciudadanía.
Y soy capaz de entender, que apetezca demoler todo, (la aparente opción de estos grupos), y luego ya veremos, morir matando, vaya, pero al final morir.
Y el socialismo internacional de forma tímida se ha acercado a estos movimientos, sufriendo las consecuencias electorales que conocemos, y que en la Europa continental son más que evidentes.
Pero pensar que la actual situación es idónea, también es un error, ya que la distribución de la riqueza se ha vuelto enormemente injusta en las sociedades occidentales, y el populismo, me temo que no es la solución.
Desde mi ingenuidad, esa que se cree que Oswald mató a Kennedy el solito, porque le caía fatal, pienso más en la corrección del sistema que en la demolición, lo mismo que pensaba hace cuarenta años cuando estaba encima de la mesa la famosa disyuntiva entre ruptura y reforma, porque he ido viendo a través de estos años de vida que lo más fácil es destruir, lo casi imposible es reconstruir tras la demolición, y lo más práctico, aunque desesperante a veces en su lentitud, es ir mejorando todo aquello que es susceptible de hacerlo, y por supuesto sin perder nunca de vista que los ciudadanos van primero.
Ciertamente la tarea es ingente, y las dificultades de los acaparadores de recursos ponen a un proceso en el que vean peligrar el desvío de dinero hacia sus arcas serán infinitas, pero yo es el camino que veo más eficaz.
En el intermedio, seguiremos los pobres confiando en que Dios nos envíe el maná, sea lo que sea, pero que alimente, sane, eduque, y dé cobijo. Lo demás, me temo, es secundario.
Con su pan se lo coman

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