Por el Tibet

Llegar al Tibet era uno de esos sueños que uno no puede dejar de cumplir, siempre que tus condiciones vitales lo permitan.
Y a mí me lo permitieron una vez que dejé atrás los valles del Buthan, volví a encharcarme en el valle de Kathmandu, con tiempo apenas de despedirme, no sabía yo que para siempre, de algunos de los espacios monumentales que me subyugaron en su momento, y que el terremoto que nos robó tanta y tanta maravilla, destrozó apenas cinco meses después de aquellos días.
Los chinos me llevaron a través de los Himalayas, que esta vez se mostraron esquivos, hasta un aeropuerto nuevo bastante alejado de Lhasa, que era donde confiaba en pasar unos días, sobre todo para comprender qué estaba pasando ¡más de cincuenta años después de la invasión china!.
Y como estoy muy mayor, no pienso entrar en esas cosas que son las guerras de cifras, la destrucción de culturas autóctonas ancestrales, se lo dejo a más doctos geoestrategas, de forma que solo diré que mi primera impresión fue la del disgusto que siempre me ha producido el choque con la cultura china.
Y es que donde me encontraba, en ese Lhasa mítico, el del Potala, el centro de la meditación budista, el templo de los templos, el “Palacio real”, de alguna forma, donde el poder religioso y el poder político y administrativo del Tibet, todo eso ya no estaba, quiero decir que lo que quedaba era la carcasa, que el espíritu de la cosa había pasado a mejor vida hacía ya demasiado tiempo.
Decir en China que algo se ha occidentalizado parece que suena a cuento “chino”, pero realmente es así, que llegué a un aeropuerto de provincias muy occidental, viajé por autopistas muy occidentales, crucé una frontera muy occidental, cambié yuanes en un cajero muy occidental, vi líneas férreas muy occidentales, y finalmente me metieron en un hotel chino, regido por chinos guarros como solo ellos saben serlo, pero a precios muy occidentales.
Es creo una de las consecuencias del siglo XXI, estamos rodeados de carcasas vacías del espíritu con que fueron construidas, y nosotros seres vacíos visitamos esos espacios sin la más mínima posibilidad de entender absolutamente nada de lo que realmente quiso significar el Potala, o la catedral de Reims, o incluso el Palacio de invierno de San Petesburgo. Hoy no son más que espacios vacíos llenos de turistas haciéndose auto retratos.

Hasta las interminables colas de peregrinos que llegan al Potala creo que llegan por una inercia de siglos, pero sin saber a qué van, quizás a un lugar de poder, quizás en busca de un consuelo espiritual que esperan encontrar entre las paredes, entre las paredes donde nos mezclamos turistas de todo el mundo, chinos que quieren desarrollarse también como turistas de los de móvil con cámara, auto retratos, cuenco de fideos o de arroz y cerveza, y los peregrinos que serpentean por toda la ciudad en colas kilométricas.
Y el Potala, la parte de la carcasa que me dejaron ver, me emocionó, ya que iba predispuesto a ello, no me había puesto aún el sombrero del escéptico ni del agnóstico, que fue creciendo poco a poco durante la visita.
Y es que como en tantos y tantos centros de poder que he visitado, sobre todo cuando se mezclan ambos, el poder religioso y el administrativo, se crea el espacio idóneo para la esclavización del ser humano.
Y junto al Potala el palacio de verano del Dalai Lama, más poder, más lujo, más oro. En fin, la historia del mundo, así que me quedo con la carcasa, recuerdo las historias del cambio de dueño sangriento que tuvieron los tibetanos, los coches occidentales que circulan por sus calles, con poco orden y menos concierto, así que ya que estoy en medio de una ciudad nueva del siglo XXI, pienso que lo mejor es cruzar la calle, visitar un par de templos “carcasa”, que andan por la ciudad, mirar el mercado, ya occidentalizado, y marchar tranquilamente a cenar a una especie de pub regentado por un holandés que vive aquí desde hace más de cuarenta años, y a saber qué tendría en la cabeza cuando se trasladó.
No pasa nada, te tomas tu hamburguesa de yak, una Heineken, pagas con Santa Visa, procuras que no te escupan por la calle mientras vuelves al hotel, y a otra cosa.
Pues no, técnicamente no está prohibida la religión en el Tibet, no pero su peso se ha reducido enormemente, y ha dejado de ser una forma de vida para muchos tibetanos que pasaban a formar parte de las “nóminas” de los monasterios, esos monasterios que hoy son carcasas vacías, repletas de libros, que posiblemente encierren un saber ancestral, que dudo mucho acabe siendo publicado, no apetece, no hay voluntad en el gobierno chino.
Y lo que se ha hecho desde Beigin, al final, es construir otra sociedad sobre la que existía, y no sé si el nuevo régimen occidentalizado, con valores diferentes mejorará la vida de alguien, la verdad es que tampoco me importa demasiado, salvo por el hecho de que ha sido realizado, al parecer derramando demasiada sangre.
Y hay un progreso material evidente. Nuevas gentes, que quizás puedan ser tachadas de invasoras, quizás nuevas hordas de funcionarios, quizás ratios relativos al bienestar de la ciudadanía se hayan mejorado, quizás formas ancestrales de vida estén llamadas a desaparecer. No voy a juzgarlo, veo una realidad que ni me gusta ni me disgusta, no es para mí, no voy a vivir allí, ni siquiera puedo decir honestamente que me importa, pues al final es cosa de individuos, y los pensamientos individuales se forman en función de la educación, o del adoctrinamiento que reciben, y al final la felicidad es cosa de cada uno.
Ellos verán, lo que yo he visto es un país invadido, una ciudad nueva, un palacio que es como tantos y tantos palacios que he visitado por todo el mundo, carcasas del pasado de las que ignoramos los más de los ciudadanos la razón de ser que tuvieron en su momento, ignoramos los símbolos que querían transmitir, ignoramos si esos símbolos estaban para mejorar las vidas de los más o para que los menos conservaran el poder.
sé si hoy son más felices que ayer, no sé más que si hubo una invasión esta fue cruenta, y eso es inaceptable, como lo fue la revolución de Mao, si hablamos de China, pero como lo han sido las invasiones europeas en América, o las otomanas sobre el imperio romano de oriente.
Hablamos de la historia de la Humanidad, y yo no sé qué decir.
Seguiremos en el Tibet, hablando de montañas, que también existen.

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