Post nubila Phoebus

Leyendo un artículo, hoy, en El País, no diré que me he emocionado, pero desde luego me ha puesto a meditar más que un poco, no solo sobre Europa, sino sobre temas que parece que acaban de aparecer y realmente tienen unas raíces muy profundas.
Hablaba el articulista de la conveniencia, según un profesor italiano de recuperar el latín, esa lengua que no hemos perdido del todo, y que convive a retazos en nuestra vida diaria.
De motu proprio, destacaré, que puestos a escoger una lengua imperial, no sé si me apetece el puñetero inglés que se me cuela hasta en los anuncios de condones, y que en cuanto dejo el suelo patrio, o lo chamullo, o no me como una pizza como quiero, sino como quiere el mesero, (que por cierto lo es más que camarero, que no me atiende normalmente en mi cámara).
Y ya sé que todo fue culpa nuestra, de los europeos, quiero decir, que con tanto pueblecito galo con su Astérix incluido, al final acabamos dándonos tortas, de familia (reales, claro), hasta en el carnet de identidad. Nos enfangamos en una guerra dividida en dos partes, una que acabó en el dieciocho, y la segunda parte en el cuarenta y cinco. Las consecuencias de que fueran los menos europeos, los ingleses, junto a sus “primos” americanos los que nos sacaran las castañas del fuego, trajo la consecuencia de que el nuevo Imperio, el americano, al que prefería yo sembrando maíz en el Medio Oeste, algodón en Louisiana, o pescando ballenas en Nantucket, nos impusiera una lengua extraña, para comunicarnos urbi et orbe.
Los europeos tenemos aún demasiadas heridas, o mejor dicho cicatrices de las infinitas mataduras que por nuestro cuerpo lacerado han dejado los imperios que por aquí han pasado, desde aquellos romanos con su cultura, sus gladium, sus desfiles de triunfo, y sangre tanta sangre regando nuestros campos, el imperio, no tan grandón ni evidente el del germanico/gabacho Carlomagno, que desde luego consiguió que en vez de mezquitas Europa se llenara de catedrales, pero con sangre europea, de nuevo en nuestros ríos.
La vieja España, aquella tierra de conejos, que se dedicaba asus Numancias y sus Saguntos, de repente se da cuenta de que tenía la mejor tecnología militar de la época, y la utiliza para expandir su concepto de democracia, y su idioma, por el mundo (catolicismo, se llamaba entonces), a base de coscorrones, arcabuzazos, puñaladas con buenas vizcaínas de acero toledano, sangre, y más sangre.
Napoleón lo intentó después, que también quería que las ideas de los ilustrados franceses que dieron lugar a la Revolución Francesa, (su democracia, para entendernos) se propagara, junto con su idioma por toda Europa.
Claro que a cañonazos, a sangre y fuego…pero no hay otra forma si queremos los resultados a final de trimestre, que habrá que decir algo en la conferencia de inversores.
Y claro, la Europa austro-húngara, mitad cabreada y mitad acojonada, que su imperio siempre nos pareció de charanga y pandereta, a pesar de que nos regalara Mozart, Beethoven…y hasta Goethe.
Y ya no hablamos del siglo XX que lo hicimos al principio.
Pero todo con un denominador común, el latín enfrentado a inglés, que fueron los ingleses quienes le pusieron a Adriano en la tesitura de hacer un murete que parece que lo van a saltar los caballos del Grand National, que a Carlomagno no le interesó demasiado la Pérfida Albión ni su chamulla, que los españoles tuvimos un problema con el Servicio meteorológico nacional, y los barcos a pique.
Vamos que a Napoleón lo tuvo que parar un inglés, que por aquí no andábamos con ganas de pelea con el corso, y cuando en el siglo XX nos aparece el hundimiento de las casas reales, y su consecuencia, el nazismo, lleno, por cierto, de símbolos del viejo Imperio Romano, tuvieron que ser de nuevo los británicos quienes, apoyados por sus primos del otro lado los que nos metieran en cintura….con mucha sangre, claro, de europeos.
Y claro, con el plan Marshall, se nos coló la lengua del Imperio Americano hasta los tuétanos, y en ello estamos.
El profesor italiano, que ha tenido una brillante idea con lo de proponer el latín que vive escondido en los recovecos de nuestra cultura como lengua común europea, ha tirado con mucha elegancia de lo que supuso la aportación de la vida romana a través de sus obras, y nos habla de los españoles, que tanto enriquecieron el Imperio, como Séneca, el gran estoico, o el Trajano emperador, no menos importante que su pariente Adriano….pero no renuncia a Cicero, ni a los poetas, que como Marcial, andaban escapando a las iras del poder como mi amigo Miguel.
O aquel epopeyista Virgilio, que hizo de Eneas el personaje más odiado en los Liceos italianos, sin desmerecer ese art amandi, que nos dejó Publio Ovidio Nasón, el mismo que puso a fornicar a todos los dioses….
Cuando casi nadie leía ni apenas escribía en esta Europa, cuando eran los monasterios los únicos, casi, que custodiaban la cultura, el populacho…es decir nosotros, empezamos a usar la fabla de nuestro pueblo, de nuestra tribu, que los europeos somos muy nuestros para esas cosas, y claro de ahí al “llibertat amnistía y estatut d’autonomía” un paso muy pequeño.
Así que dejamos de hablar la lengua del Imperio que fue común a los europeos, por vagos, (no diseñar estructuras con la suficiente fuerza), y por tribales….(lo de nacionalismo me parece un adjetivo para rellenar de grandeza al tribalismo).
Pero como dice el profesor italiano, ahí tenemos los restos en el casticismo de las profesiones más básicas, las que siempre han existido, como el derecho, la medicina…y la religión hasta que el puñetero concilio de Juan XXIII, decidió que imperara el idioma de cada tribu, con lo que los cristianos dejaron de entenderse, y la bendición “urbi et orbe” del papa o su felicitación de Navidad, suene a sainete de los hermanos Quintero. Hay una lengua común enraizada en Europa y América, al menos, que es latín.
Pues sí mi querido profesor, hemos pagado un precio muy alto, para que el Imperio Británico nos librara de nuestras estupideces, y es que perdimos nuestra lengua común, y se nos ha colado de rondón esa cosa que damos en llamar inglés, a la que siempre me ha gustado transformar en palabra llana, que es ahí donde debería colocarse el tal idioma.
A lo mejor, en un ataque de cordura, conseguimos los europeos que el latín sea una lengua viva, de esas que se escuchan hasta en tele cinco.
Veremos qué pasa, veremos si dentro de unos siglos esta Europa doliente siempre, con las entrañas desgarradas desde Estambul a Faro, puede entenderse, y la irreductible aldea gala se transforma en una gran aldea europea.
Vae victis

4 comentarios sobre “Post nubila Phoebus”

  1. si, seguro seguro que nos ponemos de acuerdo y lo conseguimos, y volvemos a declinar eso de «lupus-lupi lupo lupum lupe lupo». Me temo que quedan muchos siglos.
    A mi que no «me se da» mu bien el inglés…. entre el italiano, el español y algún que otro idioma, siempre me hice entender…. y al inglés… que le vayan dando.. sigo poniendo en los correos electrónicos , llamada, despacho y ahora como tú dices mercadotecnia.
    Mu bueno el artículo…. yo odiaba más a Sallustio, que a Virgilio lo leíamos en italiano, antiguo, pero italiano al fin y al cabo! jejejejje

Los comentarios están cerrados.