Rudos y nobles

¿Cuántas veces habré oído aquello de que esta o aquella es una tierra de hombres rudos, nobles, valientes, y en ocasiones bravucones?. Muchas, desde luego, que parece que la cosa va por ahí, que si quieres ser aceptado como un pueblo que valga la pena, por lo menos tienes que ser dos de esas cosas, y conste que no añado la calidad de tozudo, porque entonces la cosa se dispara.
Y es que me acuerdo de un amigo, que dejó de serlo, claro, cuando al insistir que los de su tierra eran muy nobles y muy brutos, le contesté que entonces eran magníficos caballos.
Que no parece que quede bien decir que los hombres de mi tierra somos inteligentes, amantes de las artes, sensibles, que nos apasionan las discusiones creativas, que nos desagrada la violencia, en cualquiera de sus formas, incluyendo la verbal y la gestual.
No, no parece que quede bien el que nos atraiga la ironía, que nos sintamos enriquecidos con cualquier punto de vista ajeno, que en momentos de discrepancia sepamos que nunca llevamos toda la razón, y que la solución a un conflicto siempre está en el trabajo conjunto de las partes.
Son cosas que no quedan bien, es más, a la que te descuidas sale uno de esos pueblos de hombres rudos, y no sé qué más y te suelta lo conveniente que hubiera sido para la sociedad el haberte arrojado desde el monte Taigeto al nacer, que aquí lo que se necesitan son hombres y no nenazas como tú.
Y ya empezamos, que a uno le gustan las mujeres en grado apropiado, que a uno le parecería exceso y a otros defecto, y nada tiene que ver una orientación sexual con una forma de ver la vida alejada de los que son nobles, y brutos.
Bruto, desde luego, y noble lo justo, es la imagen que nos da Tito Trump, que cuando lo veo junto a Shinto Abe, me dan escalofríos solo el pensar lo poco que tiene que hacer Tito Trump en algo, frente a don Shinto, diferente a dirimir a puñetazos o a tiros, donde por cierto deberíamos indagar en las habilidades con el arco de Don Shinto, o su dominio de las artes de lucha que pueden utilizar la fuerza del oponente (anotad que no he dicho enemigo) para facilitar tu victoria.
Así, esperar una cierta supremacía de lo sutil frente a lo rudo, quizás ayudase a la Humanidad a superar muchas de las rijas que acarrea de tantos siglos a esta parte.
Pero es que quizás sea más fácil ser rudo, noble, valiente, bravucón, tozudo, que ninguna de esas virtudes requiere demasiado esfuerzo, que es la piedra tal y como te la dan, sin haber sido trabajada, sin haber sido pulida, y la encastras o no en el muro que toque sin más historias, que si algo va mal, y hay que sacudir unas cuantas bofetadas, tu tribu de gente ruda….está ahí para defenderte. ¡Faltaría más!.
Y si hablamos de las cotas de placer que se obtienen en una y otra posición, pues a saber, que esto va por barrios como la famosa disputa de quién goza más en el sexo, si la hembra o el macho, que seguro la recoge Ovidio de tradiciones griegas que a su vez beben de fuentes sumerias, que a su vez…y solo hablamos de seres humanos.
Yo desde luego prefiero no ser demasiado rudo, (soy un patazas en fase de reconversión), intento ser noble, pero no siempre me sale, para unas cosas soy valiente, que viene a ser sinónimo de inconsciente, y otras veces cobarde, y así con todos los atributos, que voy a la ópera o al teatro, y siempre me duermo cinco minutitos al principio, y ustedes disimulen.
Pero no estoy aquí para hablar de mí, aunque el circunloquio me beneficie, sino para constatar que al final estamos todavía en el universo en el que quien triunfa, aparentemente es el miembro de la tribu más rudo, más noble, más….que es capaz únicamente de intentar solucionar los retos que le va poniendo la vida por delante actuando en manada con tal de llevar, que no arrimar el ascua a su sardina.
Y así nos vemos violentados una y otra vez, a tiros si eres un ex marine que se ha cabreado por un no sé qué, y a no preocuparse, que a él le dará la solución otro rudo tejano metiéndole un tiro por el culo, y Tito Trump, que es partidario, ¡oye!.
O el otro que decide que hay que meterle cinco tiros en la cabeza a esa hembra ingrata que no se ha dejado dominar, y si hay que hacerlo delante del chico, pues oye, se hace.
Y nos llega la violencia del rudo, del noble bruto, que necesita como el caballo, bien andar en manada con un líder que le conduzca, o directamente con un amo que canalice todas sus virtudes. Pero solo…..va jodido, que diría mi amigo, ese que ya no lo es.
Y a lo mejor, los seres humanos, que nos sentimos gregarios, que la tribu nos gusta, que nos apiñamos en macro ciudades, no nos hemos dado cuenta del precio que debemos pagar por nuestra pertenencia tribal, en la que soñamos con ser libres y felices.
Terribles palabras, que ni una ni otra se consiguen en la tribu, que allí lo único que se consigue es un ámbito en el que transmitir nuestra carga genética, que ya se sabe, mi libertad acaba donde acaba la del prójimo ¡anda, no fastidies!, que para tener libertad, casi total, lo primero que necesitas es no tener un prójimo cerca, y lo de la felicidad, ya se sabe, el hombre feliz, no tiene ni siquiera una camisa.
La verdad, no sé si me hubiese apetecido lo del monte Taigeto, que buenas broncas me hubiese ahorrado, pero diremos lo de “se hizo lo que se pudo”, que todas estas cosas son como los números reales, como las sucesiones de Cauchy, que en un espacio acotado acaban convergiendo, aunque sea en el infinito.
Y es que quizás fuera buena idea ahora que la tribu será global como dice el Presidente Chino, preguntar al Simeón el estilita, si tiene su columna aún sin alquilar subirse allí y mandar a todos estos gritones que nos rodean al pedo.
Con su pan se lo coman