Siria y el Estado Islámico

 

No necesité mucho tiempo. Fue cruzar la frontera entre Jordania y Siria, para darme cuenta de que estaba entrando en un país terrible.

Y eso que la primera sorpresa fue el maravilloso conjunto arqueológico de Busra, donde pude admirar el más bello teatro romano que he visto en mi vida, y eso que soy de los de todos los años a Mérida.

Fueron una serie de pequeños detalles, que concatenados, me pusieron en el camino de que estaba entrando en el ámbito de una dictadura sanguinaria.

El viejo Máxima que iba a ser mi compañero junto con el guía y el chofer, fue inspeccionado en la aduana una vez pasados los trámites de inmigración, y eso que no había salido del país.

Los funcionarios de inmigración eran como los de Birmania, o los de Kirguistán, una pobre gente que apenas daba la impresión de saber leer. Muy seriecitos ellos, e intentando buscar el signo del pecado en mi pasaporte. Unos matasiete.

El primer comentario que le hice al guía sobre esos funcionarios, absolutamente suave, creía   yo, cayó como un jarro de agua fría, y por un  momento me vi de vuelta a Jordania de una patada en el culo.

Demasiados carteles de los Al-Asad, Don Hafez, y don Bashar, para asegurar una transición pacífica dentro de la dinastía, ya que Don Hafez había muerto no hacía mucho, y el “nen” debía tomar las riendas del país en nombre de su tribu, o minoría étnica, al fin son de familia alauita.

Fui visitando una tras otra las bellezas con que la historia sembró aquella tierra,  Crac de los Caballeros, impresionante fortaleza templaria, que acabó conquistando Saladino, o la ciudadela de Aleppo, que solo recordarla me asombra de nuevo.

Pero en los primeros días de viaje ya me dí realmente cuenta que mis acompañantes, directamente tenían miedo de hablar, del mismo modo que miedo encontré en los vascos cuando alguien quería hablar de ETA  en público, o cuando en la España de los cincuenta, alguien no se levantaba en el cine cuando pasaban el himno nacional, entendido en aquellos tiempos, como un arma más de la opresión.

Mis amigos no sabían hablar en libertad, treinta años con “el león” fueron demasiados para su libertad.

Hafed  Al Asad, no hizo más que fracasar en todo lo que intentó, salvo perpetuarse en el poder con un régimen de terror.

Los israelitas le sacudieron en la guerra de los seis días, en el Yom Kippur, pero no se dio por vencido, y atacó a la población suní acabando con cerca de 40.000 personas en Hama, porque al parecer querían derrocarle.

Mis colegas de viaje, poco a poco, y sin entrar en política, me fueron contando las limitaciones que en su vida cotidiana tenían, aunque ya las consideraban normales. Demasiado tiempo con el gobierno de los dictadores, y su partido único, el Baaz. Me contaban las dificultades de supervivencia, lo difícil que era para la gente joven labrarse un porvenir sólido.

No me hablaron de corrupción, pero me decían, que sin amigos en la administración era muy difícil abrir un negocio, por modesto que fuera.

Notaba ciertos aires de socialismo barato, del que exportó la Unión Soviética, y al que Hefed Al-Asad, había hecho contínuos guiños para obtener el apoyo militar ruso, y de países con su ideología.

Entrar en el mercado de Damasco, y en su mezquita Omeya, que tanto me recuerda a la de Córdoba, fue como sumergirse en cuatro mil años de historia ininterrumpida.

Aquellos dos humildes compañeros de viaje, una vez más, sacaron a relucir la hospitalidad islámica, y acabé en la casa de uno de ellos, el guía, donde vivían dos familias, la suya y la de su hijo mayor. Ocho personas, al menos, en un espacio reducido. Pero me dieron lo que tenían, con la mejor de las sonrisas.

Continuó mi camino hacia el este, quería llegar a la tierra de la nabatea Zenobia, la ciudad del desierto, por donde pasaban las caravanas después de cruzar el Eufrates, camino del Mediterráneo, o de Anatolia.

Aquella Palmira destruída por Aureliano, solucionando un problema con un Autonomía. ¡Que Doña Zenobia desde el balcón de la Generalitat le proclamó la independencia, e incluso, se fue de conquistas hasta Egipto!, pero eso es otra historia.

Puedo decir que la ciudadanía siria, no era muy feliz en aquel comienzo del mandato de Bashar Al-Asad, pero bueno, era sangre nueva del puchero viejo. Habían resistido cuatro mil años, pues aguantar otra generación que se perdería.

El Estado Islámico que se autoproclamó, a los pocos años de la toma de poder del nen Al-Asad, surgió posiblemente de varias pifias continuadas del régimen sirio.

No olvidemos las matanzas del régimen paterno, contra la población suní, cosa que el nen no supo hacer cuando le tocó a él.

Demasiados años de descontento social, y con la imagen de que los políticos, han sido, no solo quienes se han quedado el dinero, sino que han impedido un cambio en las estructuras, de forma pausada.

El Estado Islámico, andaba como loco, buscando la forma de vengar las muertes de sus hermanos sunís, así que de la mano de la primavera árabe, intentó echar al tirano….pero no salió bien la cosa.

Ahora después de varios años de destrucción al tirano le cuesta reemplazar a los soldados. Hay deserciones de jóvenes que abandonan el país, para evitar ser alistados. Posiblemente acabe cayendo, y se implantará un régimen terrible, con posiblemente capacidad para al menos preparar bombas sucias…(menos mal que en 2007, los israelíes destruyeron unas instalaciones preparadas para producir armamento nuclear, con materia prima recibida desde Corea del Norte.

El patrimonio que dejaron tantas y tantas civilizaciones, viviendo o pasando por aquellas tierras, posiblemente desaparecerá, para ser sustituído, por el que desarrollen esto chicos, si aprenden.

Todo sea a mayor gloria del Señor, pero que nadie piense que esta guerra persigue oros y territorios, lo que interpreta  es la voluntad de Ala, y su expansión es para preservar, y hacer crecer, si se puede, la doctrina del Islam.

Quiero concluir con mi rotunda afirmación de que los tiranos, acaban destruyendo todo lo que tocan, vidas, haciendas, creencias, y al final su propio <estado.

 

Buenas noches y buena suerte