Tolerancia

¿Somos tolerantes?
Estos días, con todas las historias, los acontecimientos, e incluso las reacciones, no solo de los medios de comunicación sino de las redes sociales a las que accedo, me he planteado cuál es el nivel de tolerancia de nuestra sociedad y me he dado cuenta de algunas cosas que pienso compartir.
La primera en la frente, y ese es el contexto en el que la tolerancia debe considerarse, y como decía un buen amigo mío, la tolerancia debe entenderse siempre dentro de la ley imperante.
No vamos mal, pero también debemos pensar acerca del sentido que tiene la ley según de quien emane Quiero decir que en un país democrático en el que las leyes surjan de un Parlamento escogido por los ciudadanos, con todas sus deficiencias, los límites están claramente definidos. Así que a la hora de verme como tolerante o no, analizaré mis comportamientos dentro de ese marco en el que vivo. Quizás no me guste este o aquel aspecto de mi sociedad, pero si sus comportamientos están dentro de la ley, mi nivel de tolerancia estará en relación directa con mi capacidad de entender otras posturas, incluso de llegar a asumirlas.
La famosa frase que supuestamente le dijo Churchill al nazi de turno, en relación a la diferencia básica de un tolerante y un intolerante, (demócrata y nazi debe leerse), era que el nazi sería capaz de matarte por tu forma de pensar, y el demócrata lucharía hasta la muerte por preservar el derecho del nazi a pensar como quisiera. En cualquier caso, nótese el matiz, en ambos casos la palabra clave es “pensar”. Bien.
Rápidamente podría salir el argumento de que buenos esfuerzos gastó el que fue premier británico, en hacer que desaparecieran los nazis. Ya hablaremos.
Otro amigo mío, piensa, y no sin razón en ese aspecto de la tolerancia que está más cerca de la conmiseración que de la aceptación intelectual de la postura que se nos enfrenta. Es decir, que como no piensa como yo en este o en aquel aspecto de la vida o de la sociedad, siento pena por su error, que seguro le llevará al lado malo del valle de Josafat.
La conmiseración, pues, no deja de ser una defensa del “falso tolerante”, que como está perfectamente convencido de su postura, no trata de entender los postulados y las ideas que tiene enfrente. Las califica, y las elimina de su trayectoria para siempre, no sea que contaminen su pureza de criterio. Eso sí, no se lanza contra su, digamos oponente, con ánimo avieso. Le da pena, y se ahorra varias cosas incómodas de golpe. La primera escuchar para entender, no solo para responder. La segunda, se ahorra el análisis que le llevaría a encontrar el “ying” del otro argumento, con lo que no corre peligro de ver socavados sus inmutables creencias basadas siempre en una experiencia de vida, en una educación, o en un deseo de llegar a algo.
Y la tercera, se ahorra el empatizar, tarea siempre ardua, ya que al ponerte en los zapatos de otro, nunca sabes si te va a quedar para siempre un olor a pies ajenos de los que no se quitan ni con disolvente ni con Eau Sauvage, que vale una pasta, por cierto.
Todo esto, bien entendido dentro del marco legal democrático, y entre personas sacadas de una de esas pelis canadienses de Denys Arcand* de las que tanto aprendió Woody Allen, en donde puedes aceptar orientaciones sexuales diferentes a la tuya, la eutanasia siempre que lo requiera el guión, orientaciones políticas, religiosas, comportamientos de pareja, o incluso sitios en donde pasar el verano, colgado de tu Galaxy, o de tu iPad, que lo mismo me da.
Pero eso se puede desarrollar en esos entornos idílicos de cabaña a pié de lago, con amigos de la universidad carísima, durante un fin de semana que se dedica a esa especie de gimnasia mental. Ahí es fácil ser tolerante, aunque muchas veces la feromona saca a un cristiano de estos de madre, y la lía parda. Esos entornos idílicos, de alguna manera son nuestros confortables países occidentales, en donde nos asombramos que una ciudad no huela a Miss Dior, y suba un pestazo cloaquero de esos que te hace replantearte el voto para las próximas municipales. En estos entornos, como digo, es fácil, y que cada uno mire hacia su ombligo, y se califique a si mismo, en cuanto a la nota de su nivel de tolerancia.
Hay un segundo plano, que me gustaría traer a esta merienda, y es la tolerancia intelectual con culturas diferentes, entre países diferentes, que obviamente comparten infinitamente menos leyes y solo algunas costumbres.
Creo en principio que es fácil ser tolerante con el sintoísmo practicado en Japón, incluso acercarse a esa filosofía religiosa, por ejemplo, es algo que no repugna ni mucho menos a ningún personaje de Arcand o de Allen, tampoco creo que acercarse a los sufíes turcos en Konya, represente un rechazo, y adaptar muchas de sus creencias y sus prácticas es algo que no se hace, por mero desconocimiento.
Ahora, si en Nueva Guinea, me proponen comer chichas de cristiano, para asi respetarlo, y adquirir alguna de sus cualidades, a lo mejor no soy tolerante al cien por cien, y me quedo en la fase de conmiseración, pensando lo de ¿qué coño hago yo aquí?.
Hay marcos legales universales o casi, algunos, directamente creados por consenso aparente de muchos gobernantes, y es la Declaración Universal de Derechos Humanos, otros como la Ley Natural, cubierta por alguno de los famosos Diez Mandamientos.
Pero movernos a ese nivel, empieza a ser más difícil, ya que en esos textos caben demasiadas cosas que a los occidentales judeo-cristianos nos ponen los pelos como escarpias. Cierto que no es eso de peregrinar a lugares sagrados, que son prácticas de Indúes, Budistas, Mahometanos o Cristianos, y siempre han ido bien para la mezcla de genes, sin embargo ya empezamos a ponernos estupendos si hay que discutir sobre la poligamia, o sobre la emasculación femenina, o sobre el uso del burka, o sobre la exclusión por razones de creencias de personas. También se ponen estupendos en el otro lado, cuando ven bikinis, y menos incluso, en las playas. O cuando se utilizan signos o imágenes religiosas de esta o aquella manera.
Formas de organización social, distribución del poder y forma de ejercitarlo….Ahí la tolerancia desaparece, porque ciertamente nadie quiere uno u otro de esos usos en sus sociedades. La solución es no invadir y no tratar de imponer. Hablar y razonar, «ad nauseam», o establecer barreras sanitarias, ya que si no el enfrentamiento violento comienza a ser posible.
Es posible que yo no crea en paraísos de huríes “sensu estricto”, pero si puedo, y de hecho creo, en la continuación de esta vida una vez desencarnados, y puestos a creer, por qué no en un lugar mejor.
Ya me cuesta más lo del premio y el castigo, por parte de un tercero, pero asumo perfectamente, que esas ideas se presentan de formas diferentes según las culturas, aunque estemos hablando de lo mismo.
Muchas veces nuestra falta de tolerancia, directamente nuestra ignorancia, o nuestra repulsión cultural, nos impide descubrir lo bueno que pueda haber tras alguna de estas prácticas que a nuestros ojos son execrables, de la misma forma que a otras culturas nuestros usos puedan ser igual de nefastos. No somos capaces de analizarlos en el contexto en el que se desarrollan.
Esa actitud nos ha llevado a cometer muchos errores, y uno de los más terribles ha sido el querer colonizar de democracia a gentes en contextos muy diferentes al nuestro, o imponer nuestras formas religiosas, de nuevo, en entornos sociales y culturales que no se corresponden.
Mi reflexión me lleva a considerar mis límites de tolerancia en la muerte ajena, por ejemplo, al enfrentarme a otras culturas, dada mi formación cultural judeo-cristiana, que le da a la vida un valor determinado. Pero el valor de la vida no es el mismo en todas partes. Hay gentes que piensan en la muerte como una liberación, o la vida como un camino de perfeccionamiento para una nueva etapa. En esos casos respeto su derecho, lo comprendo, y lo comparto en su entorno que no es el mío, y pido respeto para mi derecho a estimar la vida como un don a preservar.
También mi intolerancia se manifiesta contra el sufrimiento, pero no dejo de pensar en el concepto que mi cultura da al sufrimiento, y no es otro que ofrecerlo a mayor gloria de Dios.
Yo intentaré evitar sufrimiento y muerte, con todas mis fuerzas, y siento mi intolerancia en estos aspectos, de la misma forma que siempre entenderé que todos y cada uno de los seres humanos tienen derecho a desarrollar su vida y su sociedad como quieran, sin interferencias ajenas, y pediré de forma intolerante que se me conceda lo mismo. Ni más ni menos.
Buenas noches, y buena suerte
*Recomiendo revisitar “El declive del Imperio Americano”, y “Las invasiones bárbaras”

3 comentarios sobre “Tolerancia”

  1. Interesante refelxión! Yo invitaría a leer y comparar la declaracion de drechos humanos del islam de 1990 con la declaracion de los derechos humanos de 1948 de la ONU… y refexionar sobre la Tolerancia!

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