Vancouver

Se está poniendo este mundo de una forma, que si te levantas una mañana después de que te hayan tenido en movimiento una buena e indeterminada cantidad de horas, eso sí con los ojos cerrados, y sin posibilidad de que te orientes, como al abrirlos te dejen en una ciudad de nuestro mundo occidental, no habrá forma de que te convenzan de que la tal ciudad, la tal avenida, es original. Hay cientos de ellas iguales en todo nuestro mundo, no hay forma de discernir en los centros de las ciudades modernas, si estamos en Chicago o en París, si la calle es de Londres o de Berlín, o si el rascacielos que te han puesto delante de las narices es de Copenhagen o de Toronto.
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Las mismas tiendas, los mismos restaurantes, los mismos cafés, los mismos hoteles.
La gente vestida igual, haciéndolo mismo a las mismas horas, los oficinistas, estresaditos a las ocho de la mañana, que hay que empezar a dar lustre a la multinacional, al mediodía tomando su lechuga de tupper en el banco de la esquina, en el medio parque al pie de su rascacielos, y por la tarde al pub, al metro deprisita, deprisita, que hay que llegar a casa, y aún queda una hora de atasco, de transporte público, o de lo que sea. El jubilado en su banco del parque, si el tiempo y la autoridad lo permiten, con su disfraz de “sportman canoso”, todos al mismo paso, como el que llevamos en Madrid, o llevan en Heidelberg. Los pobres arrastrando sus cartones, después de despertar en ese recoveco de la calle principal, con el mismo carrito del mismo supermercado que usan los pobres de Barcelona o Estocolmo y con su aspecto de pobre/rico, (los del tercer mundo son otra cosa que hasta para eso hay clases).
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Las proporciones entre los locales y los que estamos de paso supongo que son casi las mismas que en cualquier otra ciudad, que aquí y allí las diferencias pueden redondearse sin alterar el balance. Eso incluye hasta la proporción de turistas ruidosos de esos que vienen desde España, que te pones a desayunar como si fueras un mochilero cualquiera, en plan world citizen, y se te sienta la lado el grupo del Corte Inglés, que no deja de tener su lado romántico.
Descubres que no has salido de tu ciudad, cuando el taxista que te lleva desde el aeropuerto, con las tarifas bien controladas, confirmas que es paquistaní, y que el camarero que te ofrece café en el desayuno es más de tierra caliente que el P.I.R., y te reconoce como el gachupín que eres, nada más olerte la colonia que te has puesto por la mañana.
El cupo de asiáticos se cumple también de forma rigurosa, incluso teniendo en cuenta el hecho de esa pequeña particularidad americana de los Chinatown. Quizás porque por estas tierras llevan más años vivendo, se les ve muy a la moda y muy monas ellas, tirando de Louis Vuitton, Chanel, o lo que haga falta, que a la hora de calzarse unos “Manolos” lo hacen sin despeinarse.
La exposición que andaba por Milán hace unos meses, ahora está aquí, y el festival de Jazz que pronto irá para nuestras Provincias Vascongadas, calentando motores y afinando las cuerdas y los timbales, que al final el do de pecho se espera en Montreux, lo más canadiense de Europa, como Vancouver es posiblemente de lo más suizo de Canadá.
Los centros comerciales con los escaparates, posiblemente diseñados por el mismo tipo para todo el mundo. Hay que mantener la imagen corporativa, que dice el bróker que atiende al señorito, que así se mantiene el valor de la compañía cuando vienen esos pollos de los fondos de inversión a ver cómo va la cosa, y compran unas acciones, sube la cotización y nuestro querido CEO vende con unas plusvalías sus opciones, que no sabes cómo se han puesto los precios de los puntos de amarre en Jean les Pins.
Esta especie de Singapore americana, ordenadita, limpita, con sus “malls” bien cuidados para que cuando llegue el invierno los que anden por aquí puedan gastarse las perras calentitos, y los jubilatas tengan un sitio para sentarse, da gusto verla. Que ahora no, pero seguro que en invierno se tienen que defender del frío, como todo el año en Singapore andan defendiéndose de “la caló”.
Los otros porcentajes se mantienen con sus iguales en el resto del mundo, más o menos los mismos metros cuadrados de parques por habitante, o por rascacielos, el estadio para que los locales vean los partidos de lo que sea igual de bonito que cualquier otro, y en el centro de la ciudad para mayor gloria del señor alcalde.
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Esta ciudad tiene la particularidad, que tampoco es tanta, de estar muy rodeada de agua y de montañas, algunas de ellas conservando a estas alturas del año restos de nieve en alturas que no parecen muy exageradas, y debe ser más baratito su puerto que el de la vecina Seattle, que aquí vienen las compañías de cruceros del Imperio para hacer los famosos cruceritos por Alaska, razón, entre otras que ande por estas tierras.
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Y por favor, que nadie entienda mal mis palabras, esta es una ciudad tan agradable como pueda ser cualquiera de nuestro mundo occidental, con el mismo estrés en las personas que la habitan, con su forma de vida que ha sido uniformada de forma implacable durante los últimos cincuenta años al del resto del mundo occidental, que lo que nos amenazaron nos haría el nazismo haciendo que todos lleváramos la misma ropa, vistiésemos de la misma manera y hablásemos alemán, ya se ha conseguido, salvo que no hablamos alemán, que hablamos inglés que es el idioma de los vencedores.
La ciudad no me dejará mayor recuerdo que otras que he visitado, ya que como he dicho sus características diferenciadoras son muy pequeñas, hasta en los precios que te encuentras en las tiendas cuando te quieres comprar algo. Todo es lo mismo.
Mañana iré en un ferry a pasear por la bonita (me han dicho) ciudad de Victoria en la isla de Vancouver, que está enfrente de la ciudad, veremos lo que da de sí, y me compro unos mocasines, o un totem de los indios que dicen aún quedan, aunque lo más probable es que estén fabricados en China, como los recuerdos que compran los chinos en Europa, que decía un salado el otro día en el “Caralibro”.
Buenas noches, y buena suerte

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