Veinte céntimos por un ciudadano

Hoy me he enterado que los europeos le hemos largado una multa a Facebook, Caralibro a partir de ahora, porque engañó a la comisión, que por cierto le puso fácil el engaño.
Para mí, una pastita, que me necesito varias vidas para reunirla, siempre que las subprime no hagan de las suyas, claro, ciento diez millones de “chuflos”, que para estos pollos cuya valoración en bolsa a finales de abril era la no desdeñable cifra de trecientos treinta y dos mil millones, ha debido sonar a chufla y chirigota, como las de Cádiz, vamos.
Y todo porque prometió, cuando en 2014 pagó diecinueve mil millones de dólares por Whats app, que no mezclaría los perfiles de los clientes de una y otra “marca”.
Se tienen que estar descojonando a nuestra costa, y para mayor recochineo, seguro que ni se plantean impugnar la multa de marras, y lo que es peor, el mal que se quería evitar no se evitó, y no se evitará.
Que nadie olvide, que para una compañía de este calibre, y de cualquier otro, lo peor que puedes hacerle es revocarle la licencia, de forma temporal o definitiva, y si como al parecer ha engañado en esto a los europeos, mucha fe es creer que no lo hayan hecho en cualquier otro aspecto de su estructura empresarial, pero la multita cutre salchichera, solo sirve para que imbéciles como yo creamos que se ha hecho justicia.
Yo he sido cliente de Caralibro, hasta que por razones que no vienen al caso, un día borré todo, o creí hacerlo de la tal página, porque seguro que por perfiles ignotos, andan aún dando vueltas aquellos “me gusta” que pudiera enviar, o cualquier comentario a cualquier chorrada que se pusiera debajo de mis ojos, y que “pardalet” de mí comenté o publiqué.
Que pensándolo bien, a quién coño le importa si estoy feliz, si estoy triste, o si me he levantado a Chuchita por fin. Fui un verdadero imbécil que cayó en eso que se llama intentar ser la más popular del instituto, y es que los seres humanos somos así . Que si la tribu no nos alaba, se nos viene el mundo encima.
Los quinientos millones de europeos a los que de buena o mala fe, o por simple negligencia estos señores engañaron, tal y como ha indicado la comisión, hemos sido valorados a 0,2 euros por barba. “Porca Troya”.
Pero no podemos cabrearnos, o por lo menos no podemos cabrearnos más de lo que ya nos estamos cabreando, ya que hemos conseguido en esta Europa, a la que ya ni Zeus se plantea secuestrar, que quienes manden aquí sean las grandes compañías, incluso aquellas que nos usan como producto, que nos mienten, que no pagan los impuestos que si fueran el panadero de la Calle Mayor de cualquier pueblecito cerca de Breda, por decir un algo, pagarían.
Y luego, eso de los ciento diez millones, seguro que no se los dan a los griegos, que últimamente no me llegan a fin de mes, pero quizás sirvan para las dietas de los señores eurodiputados, o para la iluminación de cualquier edificio de carísimas oficinas que andan repartidas a nuestra costa por toda Europa.
Pues sí, me considero un perfecto imbécil por haber entrado en el juego de ese tal Zuckemberg, y mucho más me duele, que nadie en nuestro entorno político haya salido realmente en defensa de nosotros los ciudadanos.
Pero claro con multas de veinte céntimos de euro por barba engañada, la temporada de caza se da por abierta, y a mí se me abren las carnes, que quieren ustedes que les diga, que todos estos tienen las Holland-Holland 750 bien engrasadas.
Y es que nos gusta que nos envíen ese corazoncito de San Valentín, tan mono él, o que Don Pepito, como yo mismo he hecho, lance sus ocurrencias al éter y tengas el increíble pago de tres deditos levantados por tu maravillosa idea del día.
Claro, que entre col y col te llenan el cesto de lechugas, con esas que se llaman publicidad no deseada, o incluso maliciosa, que tú estás ahí para hacerte popular, para estar conectado, (falsamente), por gente que en la mayoría de los casos no conoces, o que quisieras que no estuvieran chafardeando tus cosas, y el premio es un dedito hacia arriba.
A la vista de todo esto, me están entrando ganas de volver a la epístola de dos cuartillas, sobre elegante, y sello de lo que corresponda, así si se la mando a la novia de mi amigo con intenciones aviesas, en caso de que la moza sepa leer, lo peor que me puede pasar es que me conteste encendida de amor, y lo mejor es que ese que creo que es mi amigo, se cabree como una mona y no me vuelva a dirigir la palabra, lo que también es las más de las veces un respiro.
Ahora, eso sí, tendré menos amigos, y tomaré más veces el té en la terraza del Ritz de Picadilly.
Así, que nadie se olvide, valemos veinte céntimos para nuestros políticos europeos, esos pollos de la comisión que ni sabemos quienes son, que han salido de contubernios, de acuerdos de los de tú me das, yo te doy, que a quien hay que defender es a esas maravillosas empresas tecnológicas increíbles que valen más que la mayoría de los estados.
Me pone de los nervios, así que intentaré ser lo más breve posible, y mi brevedad es seguir apoyando a todo aquel que desee recibir en su intimidad ataques contínuos de publicidad ni deseada ni útil, de los que quieran enseñar el color de su culo, a propios o extraños, pero el color de su culo pasado y presente, que las cosas son como son, y cierto, seguiré apoyando a todos aquellos que además intentan continuar en esa vía de niñato de instituto buscando ser el más popular de la clase, el más ocurrente, el más querido, el más admirado.Eso si, exigiendo que se revisen al alza las tarifas que veinte céntimos poco parece.
Y no soy un enemigo de las nuevas tecnologías, es más las apoyo y las utilizo, pero esta vaina que lo que hace es vender a veinte céntimos de euro cuentas de ciudadanos para que la publicidad de cualquier porquería les llegue a su cuenta por la mañana, la encuentro huera, y digna del corazón de un seguidor de seriales de amor.
Por cierto, que a ninguno de ustedes se le ocurra intentar engañar a la Comisión, que son capaces, si no es usted lo suficientemente grande, de volver a montar una buena guillotina en la Place de la Bastille, para escarmiento de atrevidos y disfrute de la plebe.
Con su pan se lo coman