Vendido a Lucifer

“Pues voy a ver si un día de estos me pongo y lo arreglo, que no sé si hoy estoy preparado para hacerlo”. Es el mantra del vago, o el mantra del indeciso, que estas cosas nunca se sabe por dónde andan, y normalmente lo hacen por donde menos te lo imaginas.
Porque uno, desde su cátedra del jubilata se puede permitir muchos lujos, y en sus cosas casi concederse el “vuelva usted mañana”, pero no dirigiéndose al administrado estando uno en su atalaya de funcionario, que eso es muy aburrido, y además, ya habló de la cosa el bueno de Larra hace casi dos siglos, si no desde la misma tierra, esa que hay que pisar con los pies día a día.
No, lo del jubilata es un algo de, “mire, no me maree mucho hoy, que tengo la mente en otra parte”, o es que tengo una cita en el tee del uno, y no me voy a poner a ver si llamo al fontanero, que lo mismo me dice que viene, y la liamos.
Así, que uno recuerda la cantidad de urgencias inútiles que ha tenido que aguantar en su vida, normalmente para nada, o al menos para nada que le beneficiase a uno directamente, y reconozco que es muy placentero, es decir, casi morboso, el poder marcar uno las urgencias, marcar uno los imprevistos, e ignorar a derechas, o hacerlo a izquierdas según convenga.
Aún en mi vida de empleadillo en activo, recuerdo mi respuesta cuando me decía alguien, “por favor atiende a Fulano, que dice que es muy urgente”.
-Será para él, contestaba yo, que si la urgencia hubiera sido mía ya habría llamado yo, así que vaya pidiendo una tila.
Cierto que tiene algo de exageración, no voy a negarlo, pero ya en aquellas épocas mostraba maneras que hoy se han ido afianzando, y no quiero ni pensar lo que de mí pueden estar diciendo aquellos que no me interesan demasiado y esperan algo de mí, no ya por las redes sociales esas, sino simplemente por el WhatsApp familiar, o de amigos íntimos.
Quizás sea aquello de a la vejez viruelas, pero reconozco que no estoy para urgencias, ni siquiera estoy para agobios no esperados, y he desarrollado una habilidad para salir de ese tipo de situaciones increíble.
Y es que después de mucho tiempo, me he dado cuenta, que el hecho de poner tu culo en consejo, no acaba en que obtengas un beneficio, solo termina en que unos dirán que es blanco, y otros dirán que es negro, amén que puedes llevarte un pellizco no deseado, y sin ningún tipo de compensación.
Las urgencias ajenas son así, tú cometes el error, normalmente por una cuestión de vanidad, de ofrecerte, de hacerte visible, que es lo que se dice ahora, y ciertamente lo consigues. Cuelgas cuatro fotos para que las vea todo el mundo, transformas a quien quiera, (sin examen de entrada previo, claro) en tu círculo de ¿amigos?, dices cuatro paridas con más o menos gracia, o copias/pegas algo ajeno que te haga brillar en tu visibilidad, y ya está eres visible.
Lo que quiere decir que te transformas en alguien en teoría a disposición de eso que ahora se llaman “mis amigos”, del Twitter, del Facebook, de Linkedin, incluso, o si eres poco comedido del mismísimo WhatsApp, y ahí es donde empiezan las urgencias ajenas, que ¡cómo no atenderlas, si son de mis amigos!. Ya has caído en la trampa, acabas de transformar tu vida en un espectáculo ajeno, a cambio de nada, o quizás sí, a cambio de ver otros espectáculos similares. Bueno, si eres consciente de que es así, y te gusta, felicidades.
Porque diferente es el obtener algo de todo ese maremágnum, que créanme ustedes, es casi imposible, ya que no acostumbra nadie a ofrecerte ni trabajo, ni amistad sincera, de esa de contigo hasta donde haga falta, y al final hacen que pierdas el Norte, siendo carnaza de publicidad no deseada, que es de lo que todas estas porquerías viven.
Entiendo que mi postura a veces es demasiado radical, y me temo que es cierto, aunque quiero también destacar, que estas (no todas, sólo alguna de ellas), bien utilizadas y con los controles necesarios, pueden servir para no perder el contacto con gente cercana en el corazón, pero lejanas en la distancia física.
Así, que voy a ver si un día de estos, me pongo y lo arreglo, que si no lo mismo voy y me aburro, y nada hay peor para un jubilata que eso del aburrimiento.
Ya, que sí, ya lo sé, hay muchas cosas que arreglar, hay muchas cosas en las que pensar, y mientras uno anda con la excusa del curro, de los niños, de la hipoteca, y de si te están poniendo los cuernos, por un decir, que te tienen ocupado, como los del WhatsApp, como los del Facebook, así que lo mejor es que lo haga mañana, o mejor, que no lo hagas nunca, que tampoco pasa nada, pues al final siempre estás regalando tu tiempo a otro que se enriquece con él.
Y pasa el tiempo, ves una vieja foto, y casi no te acuerdas de aquella vivencia, de lo que pudo significar un momento en tu vida, porque entre muchos te la vampirizaron, la absorbieron hasta el fondo, y a ti, casi no te quedó nada, las manos vacías, que a lo mejor te estaban llamando desde la oficina, quizás te estaban llamando para que hicieras algo inane para alguien huero, y como era tu amigo, le diste ese irrepetible trozo de tu vida.
Así somos, quizás sea ese el precio de ser parte de la tribu, de querer disponer de un espacio en ella, y a cambio solo te queda vender tu alma a un diablo que te rodea, que interfiere contigo, y que, a cambio de nada o como mucho de hacerte creer que eres algo alabando tu orgullo, te roba la vida.
Será porque hoy llueve en Madrid, y no es otoño, que sé de buena tinta que a muchos les cabrea, pero no, es que estamos en momentos de hartazgo con estos foros económicos diseñados para que gente que no lo merece siga acaparando, y el ninot coreano tirando cohetes como si esto fueran las Fallas.
Mientras no le estalle la mascletá en los morros todo seguirá más o menos bien.
Con su pan se lo coman

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