Viaje al Himalaya 2014

Regreso al Himalaya
Hay regiones en el mundo a las que hay que volver, siempre que el cuerpo lo permita, y el Himalaya es una de ellas.
Y eso hice hace tres años, lo hice con el tiempo ese que me fue dado a cambio de más de cuarenta años currando, y quería descubrir más el Nepal tropical en primera instancia, que luego ya tendría tiempo, y lo tuve de entrar en el reino perdido del Butan, y en el Tibet, donde me esperaba el Potala. Pero todo a su tiempo.
Llegar a Kathmandú desde el lujo de Qatar, es como retroceder más de cien años en el tiempo, y siempre que lleguemos lo suficientemente alejados del desastre natural de turno, que fue mi caso, ya que a los pocos meses hubo un terrible terremoto que dejó el país aún con más dificultades para la supervivencia de las que habitualmente deben de soportar.

El Nepal, esa maravillosa tierra tan alejada de nuestra cultura por más que nos empeñemos en acosarlos con los reclamos de la sociedad de consumo, está llena de días de fiesta, y yo llegué en plena fiesta.
Se adoraba de forma especial a Kali por aquellos días, siendo esta divinidad hinduista una de las más controvertidas, desde mi punto de vista del elenco de los dioses indios.
Es Kali, la fuerza de Shiva, destructora de los demonios, ( a mí como Lucifer que soy, no sé lo que me hubiera pasado si me pilla), y tiene una cantidad enorme de facetas, desde la de vencedora del hombre, representado en Shiva), hasta la gran madre universal. Una especie de virgen negra, pero en ese charco, por el momento, no voy a meterme, que me lo mezclan con tradiciones egipcias, cristianas, y a saber donde terminamos.

Para mí, miserable viajero occidental, llegar al templo de Dakshin, para admirar no solo el colorido de la mezcla de gente, sino la devoción de los adoradores de Kali que iban a rendirle tributo, ya me curó del paso por el aeropuerto de Doha, en el que se siente uno tratado como un ser de segunda, ya que no soy más que un maldito infiel.
La gente se agolpa en Nepal de todas las formas posibles, y siempre hay excusas para hacerlo, y esta vez en el templo de Kali, en el día de la adoración y los sacrificios, la plaza del templo era un hervidero humano.
La plaza del templo estaba abarrotada, y por supuesto llena de puestos en los que podías comprar el animal que posteriormente fueses a ofrecer a la diosa.
Y todo según tus posibilidades, desde gallinas a corderos o cabras, que se sacrifican mientras los fieles se presentan ante la diosa de seis brazos.
Huele la sangre vertida de los animales, huelen las especias aromáticas que se queman, huele el sudor de la gente, huele la comida que se preparan las familias para disfrutar del día de la diosa, huelen las heces de los animales, las cloacas abiertas, el barro acumulado, huele en definitiva la vida y a mierda, claro.

Pero el espectáculo, el colorido, la devoción de la gente hace que cualquier pensamiento negativo desaparezca como por ensalmo.
Así que mi chofer me lleva a Manakamana, y me deja al pie de un teleférico de esos que tan bien hacen los suizos, pero que en estas manos te pone un poco nervioso, que seguimos con sacrificios de cabras, aquí a la diosa Bhagwati, una Fátima local, que también según la tradición es una imagen aparecida de forma astral…
Más sacrificios de cabras, todo en ambiente festivo, más sangre de animales, más Nepal. Y sobre todo una ceremonia de presentación de los niños a los dioses, ya que se celebra la ceremonia del “Mundan”, o primer corte de pelo a los niños.
Las tradiciones se parecen en todas partes, es como si hubiese un tronco común a todas ellas. Aquí la diosa se presentó como una niña brillante con un león acompañándola.
Pues muy bien, que seguramente es tan cierto como la historia de Fátima o Lourdes, y un día sabremos qué es lo que de verdad esconden esas apariciones.

Pero estas vírgenes sirven para todo, que con la conveniente devoción, ofrenda, y dedicación, garantiza una amplia descendencia a los recién casados. Todos contentos.
Mi viaje debía seguir hacia Lumbini, ya que al parecer, la tradición sitúa el nacimiento de Shiddarta en esas tierras, y quería ver el templo, quería ver el árbol de sus meditaciones, y sobre todo el parque que promocionó la UNESCO,
Así que te acercas al templo Maya Devi, y sientes, siempre y cuando tengas la sensibilidad adecuada, la fuerza del lugar donde el Buda Gautamá ve la luz, y aquí seguramente se mezclan los conceptos de nacimiento natural, y nacimiento al conocimiento.
Puedes sentarte debajo de una higuera sagrada, y creer, si te parece adecuado que la madre del Gautamá Shiddarta se apoyó en sus ramas después del parto. No deja de ser una estupidez más del viajero que se transforma de vez en cuando en turista, y busca sensaciones de parque temático. Me disculpo, la iniciación al camino de la luz no requiere sentarse debajo de una higuera, aunque sea la del Gautama Buda.
Vuelves a Kathmandu, temblando en uno de esos aviones nepalíes que son al menos tan peligrosos como las carreteras, pero ves la línea de los Himalayas, uno a uno, recuerdas tu querido Annapurna, allí a la izquierda, el Katchalunga, el Manaslú, el Sagarmata…ya habrá tiempo de saludarlos más de cerca.
Y en esa capital nepalí, que despierta en mí ese sentimiento de amor/odio, vuelvo a pasear por la plaza Durban, o por Patan, y quedarte de nuevo extasiado con los templos, con la gente que se mezcla contigo, turistas de medio mundo, despistados en busca de un gurú, que de todo hay, el pícaro local, el que vende recuerdos turísticos, el que te ofrece pachuli, el que te ofrece a su hermana pequeña, que ya se sabe, todos los turistas solos somos pederastas, o quien detrás de un uniforme se cree aún miembro de una compañía de gurkas al servicio del Imperio Británico, o de su señor feudal, que a saber cuál es por aquí, la casta de cada uno.
Aún me queda tiempo para visitar Kokhara, una de esas poblaciones del valle de Kathmandu, de pasado no exento de cierto esplendor, y de nuevo ciudad engalanada, que al fin y al cabo, los mozones ya se han acabado, y te ofrecen tantos y tantos templos engalanados, plazas con barro y mierda, gente a sus cosas, que desgraciadamente son pocas, si dejamos a un lado la búsqueda de algo para comer.
Otra vez me siento turista, no soy viajero, no soy capaz de interactuar con la gente, no importa, o sí, ¿qué más dá?.
Este Nepal es pobre, es rural, está dominado por clanes, que han destrozado su economía, que antes donde exportaban arroz, hoy deben importarlo, se malvive del turismo, de la explotación de los qataríes que los utilizan de mano de obra esclava para sus estadios del futuro campeonato del mundo de fútbol, de coser para las marcas internacionales de ropa deportiva.
No sé si volveré, pero lo que si sé es que me llevo una huella intensa de mi paso por esta tierra.
Sigo viaje a Buthan, y a lo mejor cuento algo.
Allez!

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