El carro del chamarilero, en la nube.

El viernes está muy negro, que quieren, unos y otros que tengamos rebajas antes y después de Navidades, que es lo que siempre se ha llevado en esta puñetera piel de toro, que tanto y tanto me toca el pirindolo, como le dijo Schuster a Jesús Gil, que en su gloria esté.
Y es que pedir al españolito de a pié que afloje el bolsillo antes de que le paguen el mes, sin haber ingresado la extra de Navidad, porque el chirimbolo ese tan chulo, y que tanto nos va a hacer medrar dentro de nuestra tribute hacen creer que está superbarato, y que nunca más volverá a darse la tal ocasión de soltar ochocientos chufos por lo que ayer costaba ochocientos veinte, y cuyo valor no pasa de los treinta. Y, por cierto que se morirá en un plis, que hay que hacer las cosas con duraciones limitadas, no sea que no podamos introducir el Mark 10, que no es más que el Mark 1 repintado.
¡Lo que cuesta mantener el yate amarrado en Puerto Banús, o en Montecarlo!, y los ciudadanos, los paganos, dando vueltas a los temas en vez de seguir la doctrina cristiana de la Fe, ¡creéte lo que te digo, imbécil, que la palabra de Dios no se discute, aunque la haya escrito un hombre!.
Y así nos van las cosas, de viernes negro, a lunes cibernético, ¡que se acaba el mes! ¡que hay que cerrar balances!¡que los analistas financieros esperan!¡que la acción aún debe tener recorrido al alza, y es que en caso contrario, las stock Options del señorito no le dan ni para gasolina de la de cruzar el Atlántico!.
A lo mejor cuando el viernes, o quizás el sábado, fui a por mi barra de pan, mi chusco de carne y mis tomates de invernadero, no estuve lo suficientemente listo como para darme cuenta de mi participación activa en el movimiento este del viernes negro y del lunes cibernético, y ahora mucho criticar, pero estoy metido hasta las orejas…¡qué cosas!.
Son la sevicias de estar inmerso en este siglo XXI, en el que entre los fabricantes de cosas que viven todos, o casi todos en China, y los que andan todo el día en la nube a ver como se quedan con nuestra dirección de teléfono móvil, de correo electrónico, que viven casi todos en el Imperio, uno está vendido, no le queda resquicio para gritar aquello de ¡Hoy no como tomates, y el pan que sea del jueves!, por no caer en alguna estadística mal intencionada, de esas que convenientemente tratada demuestra que la compra por Internet del pan y la leche ha crecido un trastopecientos por ciento, siempre comparado con un período anterior perfectamente definido, y convenientemente deflactado, que las cosas deben ser y son así.
La próxima llamada de esas de ¡coomprreee, por favooorrrr comprreee!, no sé a quién le toca, y la verdad es que estoy hecho un lío, aunque me da que deben ser los carpetovetónicos ocho días de oro, antes de que empiecen las compras de Navidad, y por qué no, las rebajas.
Pero es que no se me sincronizan, que las rebajas empiezan antes en el Imperio, (cosas de la horda protestante, que diría un obispo de diócesis desde s cátedra), luego se mezclan con los ocho días de oro, pero claro, solo en el Corte Inglés, que con eso de Internet y de que en un descuido, alguien te ha pillado el correo electrónico, resulta que hay ofertas de cuchillas de afeitar inglesas, de pelotas de golf japonesas, de bolsos de señora y de señor, de esos que hacen en China, que tienes que cambiar el sofá, que tienes que cambiar las cortinas, que tienes la tele casi sin enchufes HDMI, y la versión de Bluetooth está más anticuada que bailar agarrao un pasodoble.
Un sin vivir, porque además tienes la Tablet echando sus últimas boqueadas, (cosas de la obsolescencia programada), y lo que es peor a Santa Visa bendita más deprimida que el perro de un barbero, que le dan jabón de afeitar y le sabe a pringá de puchero al pobre animal, que te canta el tanguillo gaditano.
Con tantos deberes por hacer, que además no has sacado entradas para el teatro, ni para el musical de la Gran Vía, ni siquiera para no de esos conciertos trogloditas, no tiene la tentación de optar por el absentismo, que consiste, bien en ponerte enfermo de verdad, o pedirle a tu amigo el médico, un volante justificando lo que sea, incluso una depresión, que te has dado cuenta de que no pudiste matar a Kennedy, por ejemplo.
Todo antes de que en las estadísticas te incluyan en las compras de pan, tomate y chusco de carne, y las mentes sesudas analicen tus hábitos de compra, las posibilidades que tienen las personas como uno de entrar en este o aquel centil, con las consecuencias que puede traer a la economía que vive en los cúmulo-nimbos, tu decisión de trasladar la compra a estos días especiales, que al final resulta que están en todas partes no sé si como omnipresentes o como bilocados, así que le preguntaré a Iker, a ver qué me dice, que de estas cosas sabe mucho.
Claro que después de tu compra, viene el chantaje de que valores el servicio recibido, del uno al diez, del uno al cinco, con una carita sonriente, con una carita triste, o con un perfecto documento-encuesta, en donde se pormenorizan todos y cada uno de los aspectos, reales o inventados de la transacción, que del resultado de la encuestita, se juega el contrato de la próxima semana el empleado que te la presenta, y eso son palabras mayores, tal y como está el patio y ves al dependiente talludito. Tremendo.
No sería nada, si además no te urgiesen a llevar a cabo el tal ejercicio “ipso facto”, que como todo el mundo sabe quiere decir “ahora mismo”,. A mí me encanta contestar como aquel viejo profesor navarro, creo, que lo haré “motu proprio”, es decir, ¡cuando me salga de los cojones!
Con su pan se lo coman

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