María Dolores, qué deprisa..

Que sí, que sí, que hay días en los que uno está para pocas gaitas, que le tienen harto los de las perras de la geoeconomía, los de las elecciones en Ecuador, que aún me acuerdo del bueno de Correa entrando en el aeropuertín de Galápagos recién salido presidente, que parecía un Don Quijote saliendo de la venta.
Que no me viene nada con que me diga la canallesca que el gobierno está cuchicheando con mis queridos catalanes por aquello del “pruces”, y no nos enteramos de lo que se discute, que han puesto en las paredes DDT, para que las moscas se mueran.
Así que en secreto, que nadie se atreve a decir nada de lo que se negocia, que luego a lo mejor nos escandalizamos de la porquería que a buen seguro están sacando unos y otros a ver quién se achanta antes.
Es un aburrimiento, que te descuidas un momento y le meten cuatro al Barça, y encima para la remontada, ni juegan en el Bernabeu, ni juega Santillana, aunque por mi les pueden ir dando por donde les amargan los pepinos.
Ahora, la mala noticia de estos días, es que mi rincón de Boadas nunca más volverá a ser el mismo. Me sentaré en la barra, pediré un daiquiri, o un Negresco, o quizás simplemente uno del día, pero no podré olvidar que Maria Dolores nos ha dejado, la hija de quien nos enseñó a tomar un cocktail. A María Dolores, le debo que me enseñara, cuando casi era un crío a beber whisky, entre ella y su marido, un ratito en Boadas y otro ratito en el museo del whisky en la vecina calle de las Sitjas.
Es una época que se nos va, poco a poco se nos va, y en cuanto llegue a Barcelona, en la primera ocasión me tomaré en su memoria lo que me digan que debo tomar. Ha pasado a Oriente, y recordaré siempre su sonrisa y el cariño con el que siempre me trató.
Y no voy a seguir por este camino, porque todavía acabaré poniéndome triste y melancólico, y es lo último que María Dolores querría que le pasase a un cliente de los de toda la vida.
Eso sí, como decía, todo se va acabando poco a poco, y casi no nos damos cuenta, el paisaje urbano en el que se ha desarrollado mi vida, va modificándose de forma que tanto en una como en la otra de mis dos ciudades, tengo que fijarme en las fotos de época para reconocer mis paisajes. Mala suerte. Las cosas son como son, no como eran.
Y en estos tiempos de la inmediatez, a mí me falta el tiempo a veces para degustar las cosas, que parece que el que viene detrás quiere su pequeña sensación superficial para poder disfrutar la descarga de su hormonilla del placer, y a por otra cosa. Me temo que ya ni siquiera sirven ya los martinis como Dios manda en el Orient Express. Una pena.
Oigo por ahí que los conspiranoicos se han llevado un disgusto con eso de los papeles de la CIA que andan desclasificando, y es que parece que al bueno de Carrero me lo mandaron al cielo de Madrid los de la ETA, que el embajador americano llegó a decir hasta lo del gas a su presidente. Si no era un “pardalet” de los que no se enteran de nada, parece que la operación ogro fue cosa de la ETA, y de la inútil policía que teníamos, que ni lo vió venir a pesar de que lo hicieron delante de sus narices.
Todo muy deprisa, demasiado deprisa, que aún me acuerdo cuando el cocktail del día valía cinco duros, y María Dolores nos miraba desde su cátedra en la barra. No sé si tuve el tiempo necesario para disfrutarlo tal y como se deben disfrutar las cosas de la vida. Pero no, estamos en un torbellino incómodo, en el que el Presidente es capaz de decirte a la vez que lo del Puigdemont no tiene arreglo, y que la izquierda moderada no le apoyan los presupuestos.
Otra historia a mil por hora, que si no hay presupuestos, me llaman de nuevo a las urnas en mayo, y no sé si votaré que les den o que el cantón de Cartagena por fin consiga liberarse, y se dediquen a exportar a Albacete todos sus melones y sandías.
Era un corredor de bolsa en activo, el que el otro día comentaba eso del rojo y el verde de las bolsas. Contaba que entraba en el edificio y miraba a ver si en los corros había más papeletas blandidas por otros corredores, verdes, (compra) o rojas (venta), y con eso tomaban luego las decisiones. Previa discusión claro en una sesuda reunión.
Y ahora viene el algoritmo amparado por el chip y en un microsegundo, te destrozan la libra, compran Unilever, por ejemplo, y despiden por redundancia de funciones a treinta mil cristianos sin que a nadie le importe.
Es la historia de Eça de Queiros, en su cuento El Mandarín, deseas el dinero que te ofrece el diablo, y a cambio tomas la vida del Mandarín que no conoces, que hoy son miles de personas a las que les quitas la vida. ¿Qué importa?, la conciencia está blindada, tiene esa callosidad que da la costumbre de eliminar al que no conoces. No hay nada personal, es simplemente un negocio, y tú eres el daño colateral.
Y sí, me encuentro que mi nieto tiene ya nueve años, que han pasado demasiado deprisa, demasiado apresurados, como si lo dirigiera la monotonía del algoritmo de la vida, montada en esos trenes de lo que hay que hacer.
Mañana me despertaré y lo veré cabalgando en sus sueños, a toda velocidad, deprisa, deprisa, porque si no caerá sin posibilidad de levantarse. Él, que es una persona capaz de disfrutar todos los microsegundos de un acontecimiento. A poco, se verá en el túnel de vacío que soportará al tren electromagnético que circulará a dos mil por hora….sin ventanillas, sin coche restaurante con vagón para fumar los puros de la charla del café y el cognac. Pero lo necesitará para su vida.
El diablo sabe seguramente lo que ha hecho, y yo no tengo muy claro cómo hacerlo, que en un espacio de tiempo más corto del que me imagino, se meterá la realidad virtual en nuestra vida, de forma que alcanzaremos la esquizofrenia con las realidades en la que no sabremos cual es nuestra realidad. Podremos dislocarnos, y estaremos a la vez en Tokio y en Quebec Pero para eso ya nos han entrenado.
Con su pan se lo coman

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