El tren que chufla

Ayer estuve viendo un documental, no, no era de la dos, que no soy tan progre, rama intelectualoide, era de un canal que se llama Viajar.
El documental, bastante ramplón, por cierto, estaba dedicado a los ferrocarriles, y la cosa se trataba de un pollo que se subía a un tren cutre/salchichero, allá por los Vietnames, y nos contaba cosas del país de esa forma en la que se les cuenta a los turistas, es decir, de un modo superficial, haciendo hincapié en alguna historieta humana, más forzada imposible, y con esas tomas desde la ventanilla, que parecen hechas con el tomavistas de mi abuelo.
A mí, el tren, me gusta, y ya he comentado alguna vez mis experiencias, en ese elemento del paisaje, de los sueños, de las vidas que se mueven, que alguien con poca imaginación ha dado en llamar medio de transporte, y encima te cobran tarifas de esas que pillas por Internet, y te parecen más baratas que en Andorra.
En el documental, salía un tren de esos que se llaman “lentos”, circulaba por una vía aparentemente métrica, y tan pichi él, se ponía a cincuenta por hora, y en un plis de más de veinte horas, dejaba atrás Saigón (no me sale llamarla ciudad Ho-chi-ming), y se plantaba en Da-nang, a cerca de mil kilómetros hacia el norte en la costa.
Sirvan las visiones de los vagones de tercera o cuarta clase, con asientos de madera de esos que llamaba yo “Sleeping taula”, en contraposición a los “Sleeping cars”, que hicieron famoso al “Orient Express”, y a la no menos famosa Wagons Lits Cook….Compañía Internacional de Coches Cama, y de los grandes expresos europeos, que siempre me pareció un nombre que se le ocurrió a un creativo de mercadotecnia portugués, cosas.
El presentador, siempre sonriente, como he dicho, nos presentó un viaje para turistas, es decir, sin profundizar en la tremenda historia de Vietnam, y repitiendo uno a unos los mantras que el guía turístico local seguro suelta a los grupos que les manda “Viajes El Corte Inglés”.
En Vietnam, tuve ocasión de hacer un viaje en tren, desde Hanoi a Sapa, en las montañas del norte no lejos de la frontera China, y me busqué un departamento privado con cama para mí solito, que en estas cosas nunca se sabe.
Menos mal que siempre llevo mi saco de dormir, porque el camastro tenía aspecto de palo de gallinero, no como en el documental promocional, que el vagón aparecía “pobre, pero honrao”.
El tren, sudó, sufrió, llegó cuando quiso, volvió lloriqueó, y arrastró con él toda su carga de humanidad, como esos trenes de la posguerra española, que llevaban el aceite de estraperlo en el techo de los vagones de cola.
El siglo veintiuno, con su afán de cambiarlo todo, ha transformado casi todos los aspectos de nuestras vidas en productos protocolizados, a los que se les debe enviar el mismo mensaje, para que reaccionemos igual, compremos las mismas cosas, usemos los mismos transportes, vivamos de los mismos mantras, que no son más que consignas de la mercadotecnia interesada.
Y el mensaje que recibí desde ese documental, había perdido toda esa aureola nostálgica, goteada de la magia de otros tiempos, pero estaba lleno de guiños al consumo, que Vietnam está de moda.
Teniendo en cuenta que soy una persona que se ha movido algo más que la media por este mundo, y que sigo haciéndolo, debo constatar, que el concepto de viaje que he tenido siempre en mi almario, ya no existe, o queda de forma residual en un vaya usted a saber dónde. Sí, ese loco que se sube a una bicicleta a patear el mundo, que luego hay que vender el libro o el documental, o el que te dice que se ha metido por el Salar de Uyumi en busca de restos de civilizaciones, que, si se han perdido poco le importa al mundo.
Hoy cruzas, cruzo, incluso, si se tercia Europa a trescientos por hora, conectado a Internet, y pendiente del correo que te manda el jefe. Vamos deprisa, el tren también que sueño en volver a cenar a no más de cien por hora un pescado fresco con un Chablis, como cuando cogías el Mistral (nombre de poeta para un tren) dejabas Paris atrás y desayunabas entre Marseille y Niza, antes de que te llevaran al Negresco.
Los que nos hacemos viejos, tenemos el alma llena de nostalgias, y pienso yo, que si aún puedo recordar el olor del humo de una locomotora cruzando los túneles de Mora de Ebro, camino de Caspe, no sé qué podrán recordar las generaciones que me siguen fuera del sentimiento que tarde o temprano les invadirá de haber pasado su juventud como producto a la venta de una aplicación de esas que se te cuelan en el teléfono inteligente, porque son gratis.
En cualquier caso, en este mundo que aún cuatro pringaos seguimos creyendo que es global, y que Tito Donald quiere empeñarse en que no lo sea, hay aún mucha gente que se sube a un autobús de línea, o de no tan línea para cruzar los arrozales vietnamitas en el viaje de su vida, aún hay mucha gente que se sube en un barco de “May be lines” y remonta el curso del Congo, para visitar a su nuevo nieto, que está viviendo dos días río arriba.
Aún queda mucha gente que se sube a un barco para bajar el Amazonas de Manaos a Belem, con su hamaca extendida en cubierta y pasar los cuatro o cinco días de la travesía lo mejor posible, que a lo mejor Petrobras les da trabajo en Sao Luis.
Nuestro mundo occidental, que se ciñe a las torres de marfil en las que cuatro imbéciles nos hemos refugiado, nos está llevando a un alejamiento de la vida de tales dimensiones, que nos acabará transformando en una nueva especie destinada a la extinción.
Habremos olvidado que el éxito de una generación está en la calidad de la siguiente, y no queremos tener nuevas generaciones, habremos olvidado que el ser humano es mucho más que un producto a la venta, y seguiremos criticando los muros del Tito Donald, cuando los muros que hemos levantado a través de nuestro status social, de nuestras redes sociales, de nuestras cuevas de lujo con seguridad exterior, son infinitamente más altos.
Habremos olvidado, que para vivir, hay que sentir, y los sentimientos llevan aparejados tantos momentos de alegría como de tristeza.
Así, que le pediré al documentalista, que la próxima vez que se suba a un tren humano, evite los mantras turísticos, no le diga a la compañía que van a hacer un documental y te llene el vagón, recién pasada la mopa, de extras locales. Que por favor se suba a la vida que está tanto en la primera clase como en la cuarta clase del Andrea Doria, por no fastidiar mucho
Buenas noches, y buena suerte

5 comentarios sobre “El tren que chufla”

  1. Generaciones venideras a las que se empeñan en hacerles vivir una vida irreal, sin contacto humano. Tan de bo obrin el ulls ràpid. Sino, como dices, abocados a la extinción. Si me apuras, en benefecio de los otros habitantes de este planeta.

    Un saludo desde Barcelona.
    Te seguiré leyendo con gusto!

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