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Viaje fluvial

Eso de viajar es algo que nunca me ha gustado, que al final te pican los mosquitos, te entran diarreas, te tima el taxista del aeropuerto, y el avión siempre sale algo más caro de lo que te imaginabas.
Una filfa, porque además los hoteles ya no son lo que eran, que en los buenos viejos tiempos no tenías que pelearte en Internet por pillar el precio más bajo, ni mucho menos, y de vez en cuando, aunque también iban yanquis ricos, a los europeos de siempre, (españoles excluidos), nos trataban la mar de bien.
¿Y porque digo esto?, pues porque eso de leer tiene sus consecuencias, y estaba esta tarde yo, leyendo unos de esos libros por viñetas de aquel veneciano que fue Hugo Pratt, y que se empeñó en enseñarnos el mundo a través de los ojos del marinero Corto Maltés, y se me cayeron encima un par de frases de esas que se entresacan de textos míticos, de autores míticos.
El primero con que me tropiezo dice algo así como:
Viajar es útil, porque hace trabajar la imaginación. El resto no es más que decepción y fatiga, dice Louis Ferdinand Auguste Destouches, (Celine).
¡Con lo poco que me gusta a mí trabajar Sr. Celine!, pero me temo que lleva usted toda la razón del mundo, porque además de la imaginación hace trabajar otras muchas cosas, incluso a mí que soy ese viajero solitario y puñetero, al que como me descuide, el pasajero del camarote de al lado acaba molestándome.
Una persona como usted que conoció el África negra francesa como nadie, y que sacudió a sus compatriotas tildándolos de pederastras como poco, y de explotadores de negros de forma más precisa, sabe que no es solo la imaginación lo que se trabaja en un viaje, es la vida lo que viaje tras viaje se va construyendo poco a poco, que ese espectáculo no lo sirven en la butaca de casa, hay que ir a buscarlo allá donde se dé.
Y sobre todo, te enseña a tener tu propia visión de las cosas, que las que te venden los listos de turno no valen, al menos hoy en día.
Y desgraciadamente viajar hoy, como el Señor Celine quiere transmitir, creo que es demasiado complicado, que todo son agencias y circuitos, y el mundo no está para muchas tonterías, que ir a Nueva York, o a Paris, ya no es viajar, ni siquiera Constantinopla es un sitio que por mucho que pueda gustarte y hacerte vibrar Aya Sophia, no es destino de viaje, es solo un desplazamiento.
Ya estamos demasiado conectados por la puñetera red de redes que nos quita ese trabajo de la imaginación que Celine nos insinúa.
Pues qué mal, porque en cualquier caso, el amigo Pratt, inspira a Marco Steiner en el prólogo a esta recopilación de Corto Maltés, a recordar aquellos viajes que emprendían los Orellana, y que acababan con el viajero que no entendía ni la selva ni la malaria, o con Lope de Aguirre, al que su viaje fluvial le conduce a la exaltación de su presunta locura, y con ello a su final violento.
Eso era viajar sin saber a dónde se iba, o quizás sí, que se intentaba encontrar Eldorado, la ciudad mítica que se esconde en la Amazonia, sustentada por tantas y tantas leyendas, como la del rey local que a orillas de un lago redondo se hacía cubrir de polvo de oro, y lanzaba joyas al dios que dormía en el agua.
Y si eso fallaba, pues tierras para el rey, y almas para la Iglesia, que al final el objetivo, me da la sensación que era lo de menos.
Y cuando pienso en la cara de Lope de Aguirre cuando junto a la que hoy es ciudad de Manaos, se encontró con las confluencias de las aguas Negras y las aguas marrones del río hoy llamado Negro y el Amazonas.
Yo ya sabía a lo que iba, me lo había explicado aquella Aventura equinoccial de Lope de Aguirre de nuestro oscense expatriado, Ramón José Sender.
Y a mí se me vino, viendo aquello desde el barco turístico el coro de peregrinos del Tanhauser, ¡qué le vamos a hacer!. Pero imaginar cosas nuevas no fue el caso, que todo lo que me venía en aquellas grandeza eran viejas historias, viejas canciones.
Y puestos a recordar que viajar no me gusta, debo decir, que si algo no me gusta de verdad, es viajar a bordo de los ríos…
El Nilo me hizo llorar de emoción sentado en la popa del trasto en el que seguramente asesinarían a alguien, por viejas inquinas en la metrópoli, pero la muerte en el Nilo que yo veía era otra, y era que no había sitio para la imaginación, sabía a cada momento lo que iba a aparecer en cada recodo, veía al campesino en la orilla esperando la crecida, y las falúas buscando algún pez no contaminado para cenar, o algún niño jugándose una filariasis mientras chapoteaba en la orilla a la vista de algún cocodrilo que hubiera sorteado las aspas del barco.
O el Volga que te enseña la destrucción que los dirigentes del siglo XX dejaron en sus orillas llenas de fábricas obsoletas, de pueblos obsoletos, de gente obsoleta. Y piensas que ya lo sabes, que ya lo has leído, que ya te lo han dicho, que no hay nada que imaginar.
Me recuerda el prologuista Steiner a uno de mis autores preferidos, que hace de un viaje fluvial, uno de los mayores alegatos contra la explotación del negro africano que se ha escrito.
Lo personaliza en el Señor Kurtz, explotador de marfil, que al final paga con su vida el horror de su existencia.
Y el Congo, que en palabras de Conrad es “Un río inmenso, parecido a una inmensa serpiente desenroscada, con la cabeza en el mar y el cuerpo en reposo, curvándose indefinidamente por un vasto país, y la cola perdiéndose en las profundidades del territorio” quizás despertara mi imaginación como Celine pretendía que hiciera el viajero. Pero yo no soy Charlie Marlow, ni el barco que contrató a Conrad navega, que el Roi des Belges ya no sigue a flote.
No, no me gusta viajar, pero quiero subir ese río, si no me apiolan a mitad de travesía, incluso si mi imaginación no se despierta que entre Conrad, el cine y el Javi Reverte me lo tienen muy contado.
Ahora cerraré un poco los ojos, y pondré a trabajar la imaginación, aunque lo que me venga a ella sea un lago tranquilo desde mi terraza en Saló, o la pared del Eiger mientras tomo en la terraza del hotel un Dartigalongue de buen año.
No, no me gusta viajar, entre otras cosas porque no he aprendido a hacerlo, y a estas alturas de la película, no estoy para atravesar la tundra siberiana en una troika, que ya no hay Zar, y no soy Miguel Strogoff, aunque quiero ver el Baikal.
See you later

El tren que chufla

Ayer estuve viendo un documental, no, no era de la dos, que no soy tan progre, rama intelectualoide, era de un canal que se llama Viajar.
El documental, bastante ramplón, por cierto, estaba dedicado a los ferrocarriles, y la cosa se trataba de un pollo que se subía a un tren cutre/salchichero, allá por los Vietnames, y nos contaba cosas del país de esa forma en la que se les cuenta a los turistas, es decir, de un modo superficial, haciendo hincapié en alguna historieta humana, más forzada imposible, y con esas tomas desde la ventanilla, que parecen hechas con el tomavistas de mi abuelo.
A mí, el tren, me gusta, y ya he comentado alguna vez mis experiencias, en ese elemento del paisaje, de los sueños, de las vidas que se mueven, que alguien con poca imaginación ha dado en llamar medio de transporte, y encima te cobran tarifas de esas que pillas por Internet, y te parecen más baratas que en Andorra.
En el documental, salía un tren de esos que se llaman “lentos”, circulaba por una vía aparentemente métrica, y tan pichi él, se ponía a cincuenta por hora, y en un plis de más de veinte horas, dejaba atrás Saigón (no me sale llamarla ciudad Ho-chi-ming), y se plantaba en Da-nang, a cerca de mil kilómetros hacia el norte en la costa.
Sirvan las visiones de los vagones de tercera o cuarta clase, con asientos de madera de esos que llamaba yo “Sleeping taula”, en contraposición a los “Sleeping cars”, que hicieron famoso al “Orient Express”, y a la no menos famosa Wagons Lits Cook….Compañía Internacional de Coches Cama, y de los grandes expresos europeos, que siempre me pareció un nombre que se le ocurrió a un creativo de mercadotecnia portugués, cosas.
El presentador, siempre sonriente, como he dicho, nos presentó un viaje para turistas, es decir, sin profundizar en la tremenda historia de Vietnam, y repitiendo uno a unos los mantras que el guía turístico local seguro suelta a los grupos que les manda “Viajes El Corte Inglés”.
En Vietnam, tuve ocasión de hacer un viaje en tren, desde Hanoi a Sapa, en las montañas del norte no lejos de la frontera China, y me busqué un departamento privado con cama para mí solito, que en estas cosas nunca se sabe.
Menos mal que siempre llevo mi saco de dormir, porque el camastro tenía aspecto de palo de gallinero, no como en el documental promocional, que el vagón aparecía “pobre, pero honrao”.
El tren, sudó, sufrió, llegó cuando quiso, volvió lloriqueó, y arrastró con él toda su carga de humanidad, como esos trenes de la posguerra española, que llevaban el aceite de estraperlo en el techo de los vagones de cola.
El siglo veintiuno, con su afán de cambiarlo todo, ha transformado casi todos los aspectos de nuestras vidas en productos protocolizados, a los que se les debe enviar el mismo mensaje, para que reaccionemos igual, compremos las mismas cosas, usemos los mismos transportes, vivamos de los mismos mantras, que no son más que consignas de la mercadotecnia interesada.
Y el mensaje que recibí desde ese documental, había perdido toda esa aureola nostálgica, goteada de la magia de otros tiempos, pero estaba lleno de guiños al consumo, que Vietnam está de moda.
Teniendo en cuenta que soy una persona que se ha movido algo más que la media por este mundo, y que sigo haciéndolo, debo constatar, que el concepto de viaje que he tenido siempre en mi almario, ya no existe, o queda de forma residual en un vaya usted a saber dónde. Sí, ese loco que se sube a una bicicleta a patear el mundo, que luego hay que vender el libro o el documental, o el que te dice que se ha metido por el Salar de Uyumi en busca de restos de civilizaciones, que, si se han perdido poco le importa al mundo.
Hoy cruzas, cruzo, incluso, si se tercia Europa a trescientos por hora, conectado a Internet, y pendiente del correo que te manda el jefe. Vamos deprisa, el tren también que sueño en volver a cenar a no más de cien por hora un pescado fresco con un Chablis, como cuando cogías el Mistral (nombre de poeta para un tren) dejabas Paris atrás y desayunabas entre Marseille y Niza, antes de que te llevaran al Negresco.
Los que nos hacemos viejos, tenemos el alma llena de nostalgias, y pienso yo, que si aún puedo recordar el olor del humo de una locomotora cruzando los túneles de Mora de Ebro, camino de Caspe, no sé qué podrán recordar las generaciones que me siguen fuera del sentimiento que tarde o temprano les invadirá de haber pasado su juventud como producto a la venta de una aplicación de esas que se te cuelan en el teléfono inteligente, porque son gratis.
En cualquier caso, en este mundo que aún cuatro pringaos seguimos creyendo que es global, y que Tito Donald quiere empeñarse en que no lo sea, hay aún mucha gente que se sube a un autobús de línea, o de no tan línea para cruzar los arrozales vietnamitas en el viaje de su vida, aún hay mucha gente que se sube en un barco de “May be lines” y remonta el curso del Congo, para visitar a su nuevo nieto, que está viviendo dos días río arriba.
Aún queda mucha gente que se sube a un barco para bajar el Amazonas de Manaos a Belem, con su hamaca extendida en cubierta y pasar los cuatro o cinco días de la travesía lo mejor posible, que a lo mejor Petrobras les da trabajo en Sao Luis.
Nuestro mundo occidental, que se ciñe a las torres de marfil en las que cuatro imbéciles nos hemos refugiado, nos está llevando a un alejamiento de la vida de tales dimensiones, que nos acabará transformando en una nueva especie destinada a la extinción.
Habremos olvidado que el éxito de una generación está en la calidad de la siguiente, y no queremos tener nuevas generaciones, habremos olvidado que el ser humano es mucho más que un producto a la venta, y seguiremos criticando los muros del Tito Donald, cuando los muros que hemos levantado a través de nuestro status social, de nuestras redes sociales, de nuestras cuevas de lujo con seguridad exterior, son infinitamente más altos.
Habremos olvidado, que para vivir, hay que sentir, y los sentimientos llevan aparejados tantos momentos de alegría como de tristeza.
Así, que le pediré al documentalista, que la próxima vez que se suba a un tren humano, evite los mantras turísticos, no le diga a la compañía que van a hacer un documental y te llene el vagón, recién pasada la mopa, de extras locales. Que por favor se suba a la vida que está tanto en la primera clase como en la cuarta clase del Andrea Doria, por no fastidiar mucho
Buenas noches, y buena suerte

El campo dei fiori

Hay veces que las cosas son inexplicablemente divertidas, y hace unos días comiendo unos huevos fritos cubiertos de tartufo bianco en La Carbonara, curioso restaurante romano, no me di cuenta del todo de la magia que tenía el asunto´
Y ciertamente no hablo del tartufo bianco, ni de las alcachofas a la romana, y no, tampoco hablo del Barolo de buen año que trasegué sin despeinarme, la cosa era mucho más divertida, y como todo lo romano nada simple, y llena de capas que para conocerlas se necesita tiempo paciencia, y una sabiduría de la que carezco, desgraciadamente.
Pero aquí se viene llorado, así que al grano, y por pasos.
El primero, que la tal Carbonara, está en una de las plazas romanas con más enjundia, El Campo dei Fiori, originariamente lugar donde se levantaba la mansión de los Orsini, y donde tenía su Taverna della Vaca la Signora Vannozza Cattanei, amante de Alejandro VI, nuestro papa valenciano, y generadores de la Casa Borgia a través de sus cuatro hijos.
Cierto que la Cattanei, andaba con vocación, que antes lo intentó con el Cardenal Della Rovere, el bueno de Julio II, pero la cosa no anduvo como ella esperaba, así que abrazó pija valenciana, que no debe ser mala cosa. No consta el lugar de la Taverna della Vaca, y sería casualidad que coincidiese con la ubicación de La Carbonara.¡ Porca Troya!.
Estás disfrutando tu Barolo, y oliendo el tartufo bianco de los huevos, mal fritos, por cierto, que como han de freírse ya solo se hace en las casas particulares de nuestra España, donde queda tiempo y ganas de evitar una chapuza, y te observa desde su pedestal una especie de monje encapuchado, que temes se baje y no te deje llegar a ese postre de prostíbulo veneciano que es el tiramisú (literalmente, échame arriba).
Pero por el momento lo ignoras, porque sabes que por esa zona se habla catalán, bueno el catalán que se hablaba en Barcelona hacia 1391, cuando el pogrom contra los judíos, y la posterior expulsión en 1492 por los Reyes Católicos y acaban recalando en Roma, en ese barrio delicioso entre el Campo dei Fiori y el Foro, que para mí ha sido siempre el barrio de los gatos.
Roma acogió a los judíos, como las pocas grandes ciudades del mundo han recogido a quienes desde la desesperación ha llamado a sus puertas, recibiendo beneficios insospechados en su momento, durante siglos. Y fue ese aragonés valenciano, cabrón, putero, y Papa, que todo se puede ser en esta vida, si uno se empeña, quien los acogió. Alejandro VI, una gran Papa, tal y como lo recuerda la historia, que lo demás, pelillos a la mar.
Y alguien te cuenta que en esa plaza, testigo de tu pitanza, hubo un mercado notable de caballos, y que las flores llegaron mucho más tarde, hacia 1869. Que hubo un Calixto III, que la pavimentó para hacerse grato a los ojos de los Orsini allá por los finales del siglo XV. Los Barberini tardaron casi dos siglos en ser alguien en Roma…y ya se sabe el dicho romano, “Lo que no destruyeron los Bárbaros, lo hicieron los Barberini”.
Ahora, tan felices con su estación de metro al pié de Vía Veneto, su fontana del Tritone, y el proyecto abandonado de la de Trevi, a la muerte del Papa Barberini.
Volviendo a mis corderos, que diría el gabacho, también me cuentan que Anna Magnani hizo una película sobre ese mercado, y lo que veo hoy es un mercado de baratijas, muy animado, eso sí.
Claro que la Inquisición romana, la utilizó para sus ejecuciones. Mala cosa, y ya veo desde la perspectiva de mi tiramisú la inscripción de la estatua que me mira…BRUNO-IL SECOLO DA LUI DIVINATO-QUI DOVE IL ROGO ARSE…recibiendo cagadas de palomas desde 1889. Para eso nacimos, no somos nada.
¡Acabáramos!, es la efigie del Dominico de Nola, del gran Giordano Bruno, aquel que pretendía que la única forma de llegar a Dios, a la Luz, es la sabiduría. ¡Madonna!.
¿ Y qué hacemos con la Fe? ¿Y qué hacemos con los dogmas que tanto tiempo nos ha costado construir, tras tantos y tantos compromisos eclesiásticos?
¿Perdón?, que dice usted que nuestro sistema planetario cercano es heliocéntrico, y que los planetas están en movimiento, y que el Universo es infinito, y que hay, seguro, más humanidades dando vueltas en constante vibración dentro del Universo en el que nos encontramos.
No puede ser así, desde luego que no. Por lo tanto, y ya que tenemos la plaza pavimentada, Don Giordano, vamos a quemarle, para que el pueblo de Roma vea lo malote que ha sido usted, y sobre todo que no le dé a nadie más marear con esos temas….¡por favor!. Que entre Copérnico, Kepler, y las trazas que se le ven a ese Galileo Galilei, nos están ustedes poniendo los dogmas patas arriba, y eso no se debe permitir, ¡que no!,¡he dicho!.
Y ahí estás en La Carbonara, sentado casi donde se sientan obispos y cardenales romanos para sus refrigerios, que debe tener una energía especial la tal plaza. Y me han dicho de buena tinta que estos pollos contubernian de lo lindo, que hasta hay periodistas españoles, de esos que se especializan en el Vaticano, que me los han pillado en los reservados. Creo que hasta Eric Fratini, lo comenta en esos libelos malévolos sobre la institución eclesiástica…
¿Quién le iba a decir a la mujer del carbonero, que allá por 1906, decide montar su casa de comidas enfrente de la carbonería de su marido, que en su casa, de comida honesta, de matrona romana, iban a conspirar cardenales?´
Tampoco creo que se asustara mucho, si lo hubiera sabido, que estas romanozzas han sido siempre de armas tomar, desde la Livia de Augusto, hasta mi Anna Magnani, pasando por todas las que no conozco, ya que creo llevan en su sangre lo necesario para ser el soporte de cualquier Imperio, y el aguante para sobrevivir a un romano, que creo tiene también lo suyo.
Me tomé una grappina barricatta antes de salir de La Carbonara, no creo que me hayan dado de la buena, que se ve de lejos que no soy eclesiástico, ni Colonna, ni Orsini, ni siquiera Barberini, y aunque la pedí en catalán del siglo XVI, la cosa no creo que haya colado. No pasaré por sefardí. Pero es lo mismo, cerraré los ojos y a otra cosa.
Pero recordar esa plaza, recordar ese barrio, cerca de la isla Tiberina, donde parece que empezó todo, siempre es una experiencia grata y escasa.
Con su pan (Grissini) se lo coman

De Roma a Firenze

Estas cosas de desplazarse por ahí, siempre he dicho que tienen consecuencia, y esta vez, no podía ser menos, que desplazarme a la dulce Italia, siempre tiene la virtud de equilibrarme.
Y por equilibrarme quiero decir que los cabreos que pillo los acaban equilibrando las alegrías que me dan cuando salen las cosas en la forma que esperas de una tierra, que tiene carros de historia llenos de toneladas de delicadeza.
Así, que ciertamente, hoy toca recordar que Roma está llena de fuentes, que no hay sitio para más iglesias, que no puedes marcharte nunca, que siempre llevas en la retina el descaro de su gente, que nunca te faltará una fuente para refrescarte, ni un recuerdo a Tiberio, a César, o incluso al magnífico Augusto que parece llenar todo el Foro con su magnífica presencia.
Pero todo el mundo sabe que la ciudad es Borgia, a veces Medici, y siempre Barberini, huele a cera de misuca de doce, huele al pedorreo del besamanos papal, huele a una devoción que es la palabra que inventó esa Iglesia que se empeñó en traducir la palabra de Cristo, y todo lo que hizo en su capital imperial, fue llenarla de oro.
Roma me gusta, es como esa vieja puta con la que nunca te acostarías, pero con la que compartirías una buena copa y una conversación inteligente, que la inteligencia que no viene de fábrica, se moldea en las mentes de quienes pueden ver la trastienda de la vida.
Roma no ha hecho otra cosa, lleva casi tres mil años levantando las faldas de la mesa de camilla donde el mundo se toma el chocolate con picatostes, o con recortes de hostias, que a todo se amolda uno.
Alguien me dijo que en Roma hay más de novecientas iglesias, y puede que sea cierto, claro que también hay más de novecientos pobres que duermen en la calle, con sus pertrechos su perro y su flauta, mientras te comentan que en San Pietro caben la catedral de Sevilla y San Giovanni Laterano.
Son historias de vieja puta, y cuando te acercas a la catedral de Roma, su atrio te espera con la estatua de Constantino, adorador de nadie, excepto de él mismo, y quizás de alguno de sus lares, por pura superstición, que al morir el márketing eclesiástico nos lo puso de ejemplo cristiano para la eternidad…..y a la gran prostituta que fue su madre, la llamaron Santa Elena, a cambio de operaciones inmobiliarias en Jerusalén.
Y el pueblo, no el romano, claro, el que tiene esa cosa que evita discusiones, y que hace rebaño de los fieles, admira tanta grandeza, tanta devoción, tanta entrega a la causa de Cristo.
Pero esa Gran Meretriz que es Roma, que tiene mucho de nuestra madre, se enorgullece sin alharacas de sus plazas con iglesia, con fuentes, con mármoles, con luces en Navonna, y oscuridades en el Gesú, con oscuridades en Sant Angelo y luces en La Trinitá del Monte. Se enorgullece, aunque parezca que los pechos se le han caído, de sentirse una de las capitales del mundo, donde el taxista es un Séneca redivivo, donde el metro es en sí mismo una ruina, donde los santos están limpios.
Y a mí siempre me ha gustado gastar los zapatos y ver que cuando subes al Quirinale, tienes en línea recta los dos poderes vigilándose que la cúpula de San Pietro y el balcón del Preside, se miran día y noche.
Como uno es ya perro viejo, no cree en las casualidades, piensa que fue cosa de un Barberini, o de un Borgia que leía a Maquiavelo.
Esa Roma que pone flores en donde se queman a los herejes, pero donde se les recuerda con su efigie sombría, esa Roma despreocupada donde los judíos del Imperio español encontraron un cobijo, donde el dinero es de Dios, a pesar de que hay un César, y donde ni el Emperador medio español, medio alemán, consiguió arruinar tras el saqueo, que el reino de la Citta Santa es muy de este mundo, y sus tesoros viajan muy mal.
Y sí, si alguien quiere saberlo, amo a esa vieja puta, que sabe calentarme la cama sin colarme unas venéreas de rondón, aunque pueda infectarme el alma con esa sabiduría que vive fuera de mis posibilidades, esa vieja puta, que como dice mi amigo, de ella debo guardarme, que Roma…doma.
Así que cuando creo que he dejado a toda velocidad en una de esas flechas rojas las siete colinas, resulta que aunque viaje hacia el Norte, hacia la sofisticación de la Toscana, el semen de la vieja puta duerme y se desarrolla en lo más hondo de mi cerebro.
No podré por menos que admirar en la esplendorosa Firenze, la delicadeza que el alma de los Medeci supo grabar en el corazón de su tierra.
Y no podré tampoco olvidar, que Roma nunca fue ni amiga ni enemiga, ni siquiera rival, que por estas tierras nunca se sabe cuál es la relación que une a las personas, ni a las ciudades, pero lo que si se sabe es que depende del negocio se actúa.
Y hoy, día uno de enero, las iglesias de Firenze están cerradas, que si quieres echar un padrenuestro, debes acercarte a Roma, que aquí lo relacionado con los estados pontificios, son más negocio que devoción.
Parece una broma de mal gusto de Lorenzo de Medeci, o quizás un consejo de Maquiavelo, a quien socavar el poder del de enfrente, aunque no sea enemigo, siempre le pareció algo positivo, sobre todo si llenaba los arcones de la Piazza della Signoria de buenas doblas de oro, o mejor deberían decir de fiorines, aprovechando el dialecto local.
Y sí, el Ponte Vecchio sigue con sus joyerías abiertas, y el novísimo mundo, ha decidido cruzar Gobi, como un renovado Marco Polo, para apretujar a las gentes en plazas, puentes, y calles, porque los fiorines deben seguir manando para mayor gloria y poder de los Medeci, que nunca sabe uno las intenciones de esos Sforza, o de esos Dux de la Laguna.
Yo seguiré caminando por sus plazas, por su lonja, viendo las iglesias desde fuera, que el ser cristiano bautizado, no te da el derecho al rezo en esta ciudad que adora al fiorin de oro, que solo te permite estar en la calle para que interactúes con sus comerciantes, que todos hemos de vivir de algo.
Y así, al acabar mi ribollita, o mis cantucci con vino santo, pensaré que jamás podré entrar en el alma Fiorentina, aunque mi corazón siga siendo de Simonetta Vespucci, mi bella Simonetta.
A vosotros me encomiendo

Bella Italia

Hace, creo ya casi tres años que no me subía a un avión para visitar alguna de esas partes de Italia que siempre te quedan por conocer, que conocer el mundo al detalle es algo que como poco requiere tiempo, y aunque lo tengo ahora, me temo que no es suficiente para lo que me apetecería hacer.
Estoy en una fase de mi vida de esas en las que si algo quiero hacer es al menos aprobar las asignaturas básicas de mi educación elemental, como por ejemplo la clase de historia del arte en la que me explicaron eso de los mosaicos de San Vitale en Ravena, con las caras un poco pasmadas de Justiniano y Teodora, junto a su generalote Belisario.
No voy a contar la historia de la vecchia putana Teodora, pero quien tenga ocasión, lo haga y descubrirá un personaje de una categoría excepcional. Recomendado a feministas.
Pues si, quiero ver qué impresión me causa su contemplación de la misma forma que en su momento busqué sensaciones parecidas en otros enclaves del mundo.
Y a Justiniano le debo unos buenos lagrimones, cuando por primera vez me quedé plantado en medio de Aya Sophia, allá en Bizancio. Será pues un acto de reconocimiento personal a su memoria.
Así que tendré que darle las gracias al Gran Arquitecto que me está permitiendo asistir a las clases prácticas de la curiosidad que se me despertó en aquellos años de mi adolescencia, y que de tanto me han servido en la vida.
Y los que me conocéis, sabéis perfectamente que no soy un erudito, ni siquiera un academicista, que como buen liberal, siempre me he sentido cómodo en las lindes de la anarquía cultural, que eso de aprenderme la lección por imperativo legal, nunca ha sido santo de mi devoción, qué le vamos a hacer. Al final todos los caminos conducen a Roma. Y este aunque me lleve un poco más al noreste, también me vale.
En el avión me han ofrecido el Corriere della sera, y no pierdo ocasión de navegar entre sus páginas para ver con esa curiosidad malsana que me caracteriza como andan las cosas por este país de la bota, con el que tantas veces y tan alegremente nos comparamos, cuando queremos sacar pecho de lo bien que lo hacemos por estos lares.
La primera página del giornale, me deja de piedra, suena la cosa a historia doméstica, con un médico con no sé cuántos años de experiencia que decide enfrentarse al examen de admisión a su carrera.
Uno más de los sesenta y pico mil más que lo han hecho, para cubrir las nueve mil plazas que ofrecen las universidades, nada nuevo.
El médico, con más de treinta años de experiencia, reconoce que falló en once respuestas, y que no fue cuestión de tiempo, vamos que no venían en su libro. Eso no es lo peor, lo peor fue que a la salida los chavales reconocieron que el examen había sido facilongo. Digo yo, que nuestro buen doctor debería haberse aplicado un poco más en, bueno, en hacer los deberes con sus hijos, o sobrinos, que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Pero la cosa podía haber pasado tranquilamente en la piel de toro, que aquí no todo son saragüetes, y que después de la “laurea”, no siempre la peña se pone al día con el último plan de estudios, que sería un sinvivir.
Envidia cochina me ha dado el ver que se están preparando los presupuestos esos que hay que enviar a Bruselas dentro de unos días, y que Don Renzi ya va enseñando. Que le faltan dieciséis mil milloncitos para el equilibrio, que quiere gastarse 439 mil millones y cree que puede recaudar 423 mil. Ya me gustarían, no solo esas cifras para nosotros, sino que esté viendo cómo ayudar a los pensionistas sin recursos. Pero no somos Italia, y no tenemos gobierno, que con lo que pagamos en impuestos es lo que nos toca por estos lares. “Porca Troya”, que diría el maleducado transalpino.
Y luego, parece que lo del bueno de Beppe Grillo, ahí anda, que se ve al bueno del payaso con sorisso doppio, que huele el poder, como puede, claro o como diría otro, como podemos. Las cinco estrellas tienen mejor diseño que las coletas, desde luego.
Les duelen aún, y estoy con ellos, las consecuencias de los terremotos que han sufrido, y se quejan de que la justicia no ha condenado a suficiente gente por las muertes por los derrumbamientos, que unos dicen que se ahorró en cemento, y otros en mantenimiento, pero los muertos, bien muertos están, y no los va a resucitar nadie.
Y por lo demás el Corriere, como nuestra canallesca, quejándose de que lo del brexit no tira ni para un lado ni para otro, que estamos en lo de “ni jodemos ni se muere padre”, o que el otro italiano ilustre que se sienta en BCE, “Il dottore Dragi”, no nos mete en inflación ni llenando de Bin Ladens el foro romano, que hasta Sanofi y Henkel, se atreven a sacar bonos con intereses negativos, que siempre habrá bancos que piquen.
Claro que por aquí dicen que no crecen, quizás lleven razón, que a mi estas cosas de las grandes contabilidades nacionales, nunca me han parecido agua limpia, ¿verdad Doña Roussef?.
Ya veremos cómo se me da esta corta estancia por tierras italianas. Sé que al primer descuido me van a changar y me daré cuenta al volver a España, que el diablo se esconde en la letra pequeña, pero no importa, se sobrellevará, como siempre, con dignidad, que si puedo yo también buscaré alguna compensación.
Algún libro llevo conmigo para que me ayude en el trance, como “El conde Belisario”, o algún trabajo sobre el apóstata Giordano Bruno, que dejó un cierto olor a chamuscado en el Campo dei fiori, con lo que seré un poco más culto a la vuelta, o al menos eso espero.
Veremos pues cómo encuentro esta bendita tierra, que la última vez la vi andaba un poco tocada, con esa impresión que te deja un ferragosto desbocado, cuando chocas a cada momento con los turistas a tres niveles, (locales, europeos, y otras hierbas), y te das cuenta de que hay cierta angustia en la población. Espero que haya pasado esa sensación, y vuelva a ver el optimismo y la sabiduría en la mirada de la gente.
La cultura italiana, que se está hoy enseñando en Venecia, y que se salpica con eventos musicales como al que pienso asistir es el gran acicate que tiene este desplazamiento para mí, aunque por los dioses capitolinos, juro, que si encuentro una buona grappina barricata, o un Barolo a buen precio que acompañe a cualquier invento de la cocina local, no quedará por mí, que no todo van a ser las emociones artísticas.
Buenas noches y buena suerte

Por Transcaucasia, Azerbayan

….Y en la U.R.S.S., tienen petróleo en Bakú, según rezaba mi libro de segundo de bachillerato, de forma que ya que andaba por esas tierras, no podía por menos que acercarme a orillas del Caspio, a ver que había de verdad en ello.
Y lo que me encuentro al llegar es una ciudad que parece haber sido levantada por un nuevo rico, y algo de eso hay. Un fantástico estadio olímpico, una villa olímpica, vacía claro, a espera de que alguien les mire, edificios que parece que me he equivocado de aeropuerto y me han aterrizado en Doha, por lo menos, grandes avenidas y autopistas donde se mezclan los Bentleys con los Lada….sin ningún Renault o Toyota por en medio.
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Y la cosa es que sí, que el petróleo sale a partir de 30 metros, que en tierra y en el Caspio, sacan lo que quieren, y como ya no hay Unión Soviética, pues todo para ellos, pero no para todos ellos, que aunque tienen una renta per cápita el doble que sus vecinos, resulta que solo un tres por ciento de la población, realmente disfruta de esos excesos energéticos.
Al final, como en toda Transcaucasia, este es un país de agricultores y ganaderos pobres, con unos recursos energéticos que se cifran en algo más de un millón de barriles de petróleo diarios y un buen chorro de gas , que supone una renta de unos 25 mil millones de dólares anuales, para una población de alrededor de 9 millones de habitantes. Es decir que ese 40% de la renta del país está en manos de unas doscientas mil personas.
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A poco que hurgas un poco el tufillo del socialismo rancio aparece por doquier, junto a la sociedad rural que representa la mayoría de la población. Lo ves en la forma de los comercios fuera de las grandes marcas del lujo, lo ves en los restaurantes, lo ves en el concepto de la actitud de los trabajadores, y sobre todo en la eficacia de las infraestructuras faraónicas que llenan la ciudad.
Es interesante pasear por su barrio antiguo, que como todo en estas tierras tiene más de quince siglos, sin despeinarse, y ver que les encanta enseñarte la inscripción de la legión doce que perdieron los romanos un poco más al sur, los del Craso error cuando los partos les masacraron por la ambición desmesurada de dinero de su general.
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Claro que por estas tierras de paso, salvo la inscripción en latín que se ha encontrado no dejaron más memoria.
Algunos yacimientos prehistóricos sin demasiado interés, ya que no creo aporten demasiado al conocimiento de las migraciones y asentamientos humanos desde el punto de vista arqueológico, y poco más aparte del petróleo que empezó a explotarse a mediados del XIX, con los hermanos Nobel de por medio.
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Este pueblo, que es realmente independiente desde hace unos veinticinco años, tiene, como el armenio, el dolor de una guerra, y su monumento correspondiente con los enterramientos de los caídos en 1991, a manos armenias, y claman por el genocidio que mantienen sufrieron cuando la población azerí de Karabaj fue desplazada hacia el Este.
Al final muerte y odio en los dos lados, y con mala solución, que en esta parte de Transcaucasia, el ochenta por ciento de la población es musulmana, pero me da que con unos índices de práctica muy bajos, ya que los velos y similares que he visto olían a iraníes que apestaban, y las cervezas volaban por las terrazas a velocidad de vértigo.
Y no, no era para los turistas, que debíamos ser cuatro gatos, que aquí la mesnada islámica no se lo gasta todo en Bentleys, que guardan algo para un chupito.
Poco que enseñar tienen estos azeríes, fuera de lo que concierne a lo que rodea al petróleo que en muchos sitios casi les aflora. Así que sus fortalezas, y palacios utilizaban el crudo en sus fosos para desanimar a posibles conquistadores, y hoy para sustentar a unos dirigentes, que parece llevan el país como un sultanato de las mil y una noches, por mucho parlamento que te enseñen.
Claro que esa riqueza debían canalizarla toda hacia la Madre Rusia, aunque ahora se ha redirigido hacia el Mediterráneo cruzando Georgia y Turquía. El gran yacimiento de gas que están comenzando a explotar, permitirá una alternativa a la UE, de su gran dependencia de Rusia y Ucrania en este importante elemento energético, Putin mediante.
La explotación del Caspio, no es únicamente azerí, ya que otros países de la zona también actúan sobre este que no deja de ser el mayor mar interior del planeta con sus más de doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados.
Los niveles de contaminación se han elevado a cotas que han forzado a las autoridades iraníes a desrecomendar el baño, y la industria del caviar, muy posiblemente acabe desapareciendo en aras de la venta de energía.
Por lo visto, la mentalidad soviética aún está muy presente, ya que en las escuelas es el ruso
la lengua principal, aunque el azerí también se estudie, y tres generaciones pensando de una forma determinada no se liberan de un plumazo.
En este punto, siempre quiero reflexionar sobre lo que ha significado el paso del comunismo sobre el entorno, y lo que está significando hoy en China. Es una lección que en occidente empieza a preocuparnos, pero que en la mentalidad del oriente que ha pasado o está en el socialismo de estado, no preocupa en absoluto.
Quiero recordar el Mar de Aral desecado por sobre explotación, el Volga donde se pueden encontrar casi todos los elementos de la tabla periódica, o los cientos de estructuras industriales abandonadas, los países que como Uzbekistán han sufrido por la existencia de un monocultivo de algodón que ha destrozado sus sistemas hídricos, un Beigin donde literalmente no se puede respirar….la lista es interminable.
Pero al final me temo que estos muchachos de Azerbayan, vivirán una edad de oro reservada a sus sultanes, y cuando se acabe esta forma de energía, los pobres seguirán siendo pobres, y tendrán menos recursos. El 3% de los ricos, no me preocupan.
Verán salir aún llamas de las montañas un par o tres generaciones más por el gas que se filtra, harán edificios más bonitos que los de Doha, los de Dubai, o los de Abu Dabi, pero no veo esa fuerza que debe tener un país para conseguir ser ese sitio donde los ciudadanos dejen de ser súbditos.
Las dictaduras parlamentarias son muy malas de digerir.
Buenas noches, y buena suerte

Por Transcaucasia, Georgia

Le dije a mi compañera de viaje, nada más entrar en Tbilisi, las mágicas palabras “me parece que esta ciudad no me va a gustar nada”.
Me puso como un trapo, con toda la razón, que esas cosas no se dicen, que esas cosas no se hacen, pero tiene uno ciertas tendencias de cabestro mal amaestrado, y a la que me descuido me sale la vena cerril, y no hay quien me ponga freno. Así que allá vamos con la confirmación de mi primera impresión, que antes muerto que perder mi condición de más tozudo que un mulo romo.
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Lo más positivo del pueblo georgiano, es que parece que todo les viene bien, sus vecinos dicen de ellos que son majetes, vamos, que no hay que liarse a tiros con ellos, que no vale la pena.
Tienen su salida al Mar Negro, y no parece importarle a los turcos ni a los rusos, y a los de Azerbayan, me da que hasta les viene bien por aquello de que por algún sitio tienen que sacar el petróleo y el gas, que no todo se lo va a quedar la madre Rusia.
Y ahí están, con algo más de sesenta mil kilómetros cuadrados, con una renta per cápita miserable también, muy parecida a la de sus amigos armenios, con la que intentan sobrevivir de la mejor forma posible.
No escuché grandes cosas de sus recursos mineros, o de su industria, más bien al contrario, que vi desastrosas ruinas industriales, hijas de los planes quinquenales con los que los soviets trataban de producir lo que necesitaban a costa de quemar la tierra, que para eso tenían las Repúblicas Soviéticas a su disposición. Y si había que secar el Mar de Aral, pues se secaba, si por aquí había que levantar plantas químicas para complementar tal o cual explotación, minera o de lo que fuera, no había más que decir que era cosa del politburó, o de Don Stalin, que venía a ser lo mismo.
Yo no sé si el hecho de que Stalin fuera georgiano les ha perjudicado o les ha beneficiado, el caso es que mientras en Armenia, con toda la razón se siguen doliendo del maldito genocidio atribuído a Ataturk, pero realizado con demasiadas connivencias, (kurdos, azerbayanos, rusos, por lo menos), aquí le ponen un museo al mayor asesino del siglo XX, que si hay que hacer caja, se hace.
Te enseñan la casa donde nació, y la cama donde lo fabricaron, un museo completo a mayor gloria de uno de los genocidas más cobardes que ha conocido la Humanidad, eso sí, con ese polvillo que deja el socialismo soviético allá por donde va y que afecta hasta a sus trabajadores, que ponen siempre aquella cara, de “yo hago como si trabajo, y tú haces como si me pagas”
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Pero en Georgia, el tufo a ese socialismo rancio está presente, con todo su polvo y miseria por allá donde vayas. ¡¿qué le vamos a hacer?!, y el visitante ocasional, como yo, no puede por menos que recordar en que se basaba ese sistema.
-Yo hago como si trabajo, y ellos hacen como si me pagaran, y así vamos viviendo.
Aquí el cristianismo está presente, pero las iglesias tienen su iconostasio, y se persignan como los herejes, que diría el padre Pío, pero que al final andan con su autonomía religiosa, que les encanta eso de ser independientes del patriarca ruso, y a mi se me da una higa, por mucho que el guía se esfuerce en comentarme la importancia que tiene para ellos ese sentimiento de ficticia libertad de las garras de Moscú.
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La capital, está en un valle que protege a un río que dicen truchero, así que cuando aparece uno de esos pescados en tu plato, busca una buena excusa para no comerlo, porque algo de veneno llevan esas truchas que tuvieron mejor vida que muerte, ya que a poco que te asomes al cauce, ves las cañerías vertiendo los deshechos de la ciudad, me temo, por el color que tienen no demasiado bien depurados.
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Y si, la ciudad de Tblisi, te enseña su historia, su castillo en la montaña, su catedral y su monasterio, hasta la estatua ecuestre de su fundador, si me apuras, pero las gentes que he visto pasear por sus calles tenían una tristeza en la mirada que no la quiero para mí.
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De esta forma, diré que tampoco quiero ser georgiano, por muchas avenidas amplias que te enseñen, o por mucha arquitectura moderna que hayan intentado poner en solfa los nuevos gobernantes.
Aceptaré que haya una plaza de la libertad, que la presida un San Jorge dorado, que haya un teatro de la ópera en aquello que se dio un día en llamar Avenida Lenin, donde te pueden sorprender con n Giselle, o incluso con una Carmen. Pero todo es triste, hasta el hotel, que no ha podido quitarse el último plan quinquenal de encima.
Los monasterios, las catedrales que te encuentras fuera de la ciudad, en el ámbito rural, aparecen protegidas por buenas murallas, que debían aguantar continuas arremetidas de sarracenos, y de cualquier cosa que se dignase a pasar por aquellos pagos, que al final de lo que se ha tratado siempre es de hacer caja a costa de los tesoros de los otros, y si son de la religión de la competencia, mejor que mejor.
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Para los monumentos religiosos, el paso del comunismo no fue, desde luego, la mejor de las noticias. Se perdieron pinturas, frescos e iconos, se utilizaron edificios casi milenarios para fines civiles, como establos, almacenes, o incluso con fines militares, lo que dejó una huella de barbarie inútil, que tardará mucho tiempo en curarse.
Y sin embargo, la población a pesar de todo, ha seguido con su tradición religiosa hasta el final, que al pobre poco consuelo le queda fuera del que fue llamado opio del pueblo, y que personalmente creo, en caso de que sea así, que mientras sobre la gente caiga el peso de los poderosos, ese opio es necesario.
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No da mucho más de si esta tierra, en la que ciertamente los tomates saben a tomate, y donde se puede comer cordero, y vaca si el bolsillo alcanza, que me temo no es el caso. El problema añadido que tienen es que alguien les ha dicho que saben hacer vino, y lo que les sale, siento decirlo, no tiene calificativo.
Ya que encima de todo, tuvieron, como en Armenia que arrancar cepas porque al Señor Gorbachov, le pareció que podía acabar con el problema de alcoholismo ruso, (el muy inútil), prohibiendo el consumo, y arrancando cepas, a un pueblo que se bebe la colonia, si la pillan en un descuido.
Como a los armenios, les deseo que vivan en paz, ya que la riqueza, me temo, les va a estar negada aún por unas cuantas décadas, pero el pueblo georgiano es fuerte.
Buenas noches, y buena suerte.

Por Transcaucasia, Armenia

Tenía muchas ganas de acercarme a Armenia, y a estos países de la Transcaucasia, que iré en los próximos días visitando en uno de esos viajes algo apresurados en los que intentas hacerte una idea sucinta del entorno, para después profundizar lo que se pueda, y con ello intentar ampliar un poco tus horizontes, y sobre todo continuar con la labor de saber en qué puñetero mundo vive uno, aunque sea a un nivel básico.
Antes de venir hacia estos pagos, mi conocimiento de los mismos era, (y aún es) muy básico. Una tierra con una historia reciente muy movida, que yendo hacia atrás y a salvo de mejor opinión, o tecnicismo, está en guerra con dos países, con Turquía y con Azerbayán.
Con los primeros, por el ansia de territorio de los turcos, que no les importaría que el actual estado armenio desapareciese, y con él, ese incómodo enclave cristiano que tiene en su retaguardia, y que por una razón o por otra llevan un siglo intentándolo, ahora que, con los georgianos, que más o menos mean en el mismo tiesto, no parece que tengan la misma animadversión. Será porque georgiano era el bueno de Stalin, y eso apechusca.
Por el momento, batallones del ejército ruso apostados en la frontera evitan enfrentamientos, lo que no es poco, salvo que, cuando te acercas a admirar a montaña sagrada que es el Ararat, ves los puestos fronterizos, y las torres de vigía que te impiden el paso, y ya te dicen:
-Por ahí se tira a matar, a no ser que seas campesino con permisos especiales para trabajar en la franja fronteriza.
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Con los azerbayanos, el principal problema es el conflicto del Karabaj, que con apoyo armenio ha conseguido que una parte del territorio azerbayano, se haya constituído en república independiente, dado que la población, según nos cuentan en Armenia, y seguro es así, es de mayoría armenia, aplastante.
Claro que los azerbayanos, enseñan en su monumento nacional las tumbas y las fotos de todos aquellos que murieron a manos armenias hace veinticinco años, y te recuerdan que si los armenios hablan de un genocidio, las tierras de Karabaj también sufrieron el suyo, al ser sustituídas por armenios en tiempos de Stalin.
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Así que seguirán matándose con poca intensidad, llevando los dos parte de la razón, lo que no deja de ser la historia del mundo.
En esas fronteras si que hay claramente intercambio de hostilidades, con consecuencias fatales, posiblemente por los dos lados, aunque aquí solo nos comentan las muertes propias. Pero yo no estoy aquí para juzgar, simplemente para dar mi opinión sobre lo que me llega.
Mi primera impresión al llegar a Yeraban, capital de Armenia, es la de entrar en el mundo post soviético, como ya lo había visto en otros países más al este, o la misma Rumanía.
Tierra arrasada desde el punto de vista industrial, un paisaje urbano que se va recuperando poco a poco, y esas infraviviendas del socialismo marxista que dejan muy claro el concepto que se tiene del trabajador, sea el sistema el del café para todos, o el de que el que más chufle capador.
El nivel de vida es bajo, la renta per capita alrededor de los 3700 dólares, y el salario mínimo alrededor de 180 euros. No es fácil la supervivencia.
Comentan los armenios, que tras el genocidio que sufrieron a manos turcas, y que se llevó por delante millón y medio de personas, posiblemente, hubo una diáspora que hoy desde occidente ayuda al sostenimiento del país con ayudas de todo tipo, pero la realidad que yo ví no me anima demasiado a pedir la nacionalidad armenia, dicho sea con todos mis respetos.
En definitiva, es un país que tiene guerra larvada con dos de sus vecinos, que es un enclave religioso de creencias diferentes a las de sus enemigos, sin recursos naturales, sin salida al mar, y con solo dos fronteras abiertas, una con Irán, y otra con Georgia. Agricultura y ganadería básica, y al final un país pobre con difícil acceso a la educación y a la sanidad.
Pasear por su capital, es pasear por una capital de provincia española, quincenos arriba y abajo, ellas pizpiretas, y ellos con un aspecto innoble que da miedo.
Dos cosas me llamaron la atención, la primera es la cantidad de garitos de prostitución que hay por todas partes, y la segunda es la impresión que me he llevado de que quizás sea un buen sitio desde el punto de vista geoestratégico para el contrabando de armas, teniendo además en cuenta su situación de estado en guerra. Seguro que no es así, pero lo parece.
Visitar iglesias y monasterios con más de mil años, es algo que ni siquiera en la católica España es algo que se pueda hacer, pero la historia de la Iglesia armenia que según ellos arranca en el año 301, gracias a un San Gregorio que supo atemorizar al rey de turno con alguna actuación que le pareció asombrosa al monarca. Se sustituyeron así los cultos mazdeístas que eran comunes, así como cultos procedentes de la tradición griega o mitraica.
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La gran Armenia que se añora por estos pagos, llegó en su momento a alcanzar más de trescientos mil kilómetros cuadrados, y llegaba desde Trebisonda a orillas del Mar Negro, y Konya, en el centro de la actual Turquía, hasta el Caspio. Hoy les quedan apenas treinta mil kilómetros en las condiciones que ya he mencionado.
La liturgia de la iglesia Armenia, que ya vi en su momento visitando un templo/monasterio en Teherán, no difiere demasiado de los ritos de la Iglesia Romana, pero mantienen sus patriarcas independientes, eso sí, disfrutando de buenas relaciones con el Vaticano. (Menos en el templo del Santo Sepulcro de Jerusalén en donde se andan tirando los trastos, pero esa es otra historia)
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Las construcciones que han pasado por todo tipo de avatares en estos más de mil setecientos años, no son joyas arquitectónicas, pero si construcciones que han sido realizadas teniendo en cuenta su situación geográfica en medio de una importante vía comercial como fue en su momento la Ruta de la Seda, y que podía despertar deseos no adecuados en demasiadas personas.
Curiosamente, el paso de los soviets por estas tierras, que duró más de setenta años, no acabó ni mucho menos con la fe de estas gentes, que aparentemente se muestra hoy en día en todo su esplendor.
Al final, nos queda una tierra montañosa, con sus leyendas de amantes que sufren por el amor y por la riqueza, de gigantes feos, y de historias moralizantes para campesinos, que algo han de contarse en los tiempos de tedio, y tratan de hacer olvidar el frío, que es, por cierto, tan intenso como el calor. Una tierra de gentes que se sienten acosadas y que aún les duele la barbaridad que se hizo con ellos a principios del pasado siglo, que quieren a los suyos, estén donde estén, que 3speran que vuelva Aznavour, como cada año a cantarles alguna vieja canción en armenio, y ponga unas flores en el monumento que recordará por siempre la masacre que sufrieron a manos de Ataturk.
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Que seguirán soñando, sin muchas esperanzas, en que aquella gran Armenia de hace tantos siglos, algún día vuelva, y que no sea necesario apoyarse todos los días en esa madre Rusia, que desde principios del siglo XIX, les da tantos pescozones como sonrisas.
La poca gente local que conocí, me pareció encantadora, pero eso, sin estar allí mucho tiempo, y aún así no es más que una impresión muy superficial.
Espero de corazón, que arreglen sus problemas, que dejen de morir sus jóvenes en las fronteras, y que encuentren los caminos que llevan a la paz y a la libertad, que como todo el mundo debería saber pasan todos por la sabiduría.
Buenas noches, y buena suerte

Hacia Yeravan

Eso de viajar en agosto debería estar sujeto a numerus clausus, como lo de entrar en una universidad pija, de esas que cuando acabas te vienen a buscar, como en las pelis chanis, los señores de negro, que lo mismo son de la CIA, de un gabinete proabortista de Alabama, o de un grupo ecologista del Segorbe, que lo mismo me da.
Yo no debería hacerlo, pero año tras año, y siempre con escusas de lo más adecuadas a la situación y al momento, me veo atravesando cualquier continente con la gomina intacta.
Y siempre me digo lo mismo, que la gasolina está de lo más cara, que el tío del chiringo te vende los mejillones de uno en uno, y le llama media tapa, el muy cabrón, con chupito de cerveza a precio de British pint.
Y lo darías todo, o casi todo por bien empleado, si consiguieras al menos un par de palmos cuadrados en la playa D‘en Bossa, para ver la caída de la tarde, que ya me dirás que gracia tiene, que te vas a Matosinhos, la ves con menos peña, y además te canta un Fado la tuna de Coimbra como poco.
Pero esto debe ir en los genes, en la parte que define la conducta gregaria que nos caracteriza a la raza ovina, y a la humana. Porque, qué gusto ver en la autovía con más baches que la Nassioná II en tiempos del Tío Paco, los camiones esos que te venden cuando quieres un coche, y el tipo del concesionario te coloca un “cross over”, ¡que va a epatar hasta decir basta!.¡Oiga don Usted!.
Los ves con una dignidad heredera del Simca mil, adelantando camiones con la suegra en la guantera y los pequeños energúmenos quejándose porque se han fundido las pilas del móvil de papá por no hablar de la tarifa plana de datos que contrataste un día de agobio con Telefornica.
Pero tenemos que viajar en agosto, que los precios son más bajos en El Corte Inglés, que los de AENA nos confirman records en los aeropuertos, y por último con tanta peña fuera de su casa, va el índice de precios al consumo, y no se pega la galleta hacia abajo que se merece, sino que se mantiene porque las cerezas del Jertes y los melocotones de Alcañiz se han puesto por las nubes.
Y si, nos vamos de vacaciones, de viaje, ponemos unas cuantas mudas en cualquier maleta, y simplemente dejas de ir a los sitios que ibas por un tiempo, para volver, a lo mejor a sitios a los que no ibas desde hace tiempo. Pero ya no te despides, que con los guasaps hemos perdido aquello de tirar rollos de papel higiénico por la borda de los barcos, cuando se separaban del muelle. Pero ya no se viaja así, que si vas en un barco, viajas generalmente en círculo, que es como estar en un parque de atracciones que se mueve.
El viaje de verdad se hace para cruzar desde las costas africanas a España o Italia, y ese no empieza en el puerto, sino que lo hace a muchos kilómetros del mar, en medio de una llanura de hambre de guerra, o de ambas cosas, en cualquier sitio al Sur, eso si al Sur, o como poco al Este. En esos viajes si hay lágrimas de despedida, no hay rollos de papel en el muelle, y el barco nunca vuelve.
Pero los demás, los hijos de este occidente descastado, salimos todos el doce de agosto, para volver el veintinueve, y así poder hablar a la vuelta de que viste el partido de Nadal en la tele en blanco y negro de aquella casita tan mona en mitad de los Montes Universales, tirando hacia Bronchales, que todo el mundo sabe que es un sitio muy chulo y muy fresquito.
Pero los neoesclavos necesitamos dejar de ver al cabrón de Bermúdez unos pocos días al año, necesitamos creer que las Perseidas existen, y que se transforman en lágrimas cuando se cumple ese deseo imbécil que tuvimos mientras mirábamos el cielo, sin recordar que del cielo también caen cagadas de gaviotas. Tenemos que cambiar de miseria por unos días, y como valor añadido, ayudar a la economía nacional gastando lo que no tenemos para que siga rodando la rueda.
Asi que yo también cambio de aires, a contar los frailes que se ha perdido el Prior, como diría alguno de mis ancestros enseñándome a no preguntar nunca aquello de ¿a dónde vas?, ¿de dónde vienes?, y ¿cuántos años tienes?.
Confío que las habaneras de Calella salgan preciosas, que el ron cremat de la playa no tenga más consecuencias que una resaca mañanera, que las sardinas asadas del desayuno en la playa estén en su punto, y que el Txacolí lo sirvan fresquito.
Confío en que los que aún andan en la edad de las brincadeiras, no hagan el imbécil más que lo estrictamente necesario, que luego cumplirán años y tendrán que contar, como yo, historias de jubilatas.
Que lo más que les pase como me contaba una querida amiga, microbiólogo hospitalario ella, allá por donde Asturias se confunde con Galicia.
-Pues si Luismi, que vienen las fiestas del pueblo, los mozos se me van a putas, y todo los años tengo cinco o seis gonorreas que tratar.
-Qué previsible es la vida ¿verdad querida microbiólogo?.
Y así año tras año, hasta aburrirnos, y yo, buscando mayor espacio para mis anhelos, intentaré cambiarle el paisaje a mis ojos, sin darme cuenta que el paisaje vive dentro de mí, y siempre es el mismo.
Acabo, como aquel que dice de aterrizar en Yeravan, y me acabo de dar de bruces con el holocausto armenio, así que a lo mejor cuento algo, cuando lo digiera.
Buenas noches y buena suerte

Mi querida Turquía, algo más que decir*

Me enteré el otro día, que Napoleón dicen que dijo, que si el mundo tuviese una sola capital, sin duda sería Estambul, que por lo visto en una suerte de griego acomodaticio, quiere decir algo así como “en a la ciudad”. (Eis tin poli)
Mucho le costó que la reconocieran por ese nombre, que como todos sabemos fue antes la sin par Bizancio, la ciudad de Constantino luego, y para los del plan del cincuenta y ocho, pues eso, Estambul, antigua Constantinopla, ignorando lo de Bizancio, por un aquel de los de S.M. editores que mirar hasta el 330 de nuestra era les costaba un tortícolis.
Dejó de ser la capital en 1923, que fue cuando Ankara tomó el relevo, pero me temo que no perdió ni un ápice de su esplendor, todo lo contrario.
A mí la ciudad me enamora, y empiezo a soñar cuando el taxi que me lleva desde el aeropuerto se enfrasca en el atasco alrededor de las murallas del Topkapi, y no sé si pensar en los almogávares intentando colarse por las defensas bizantinas, o a Melina Mercouri, intentando robar, con la ayuda de aquel gran Peter Ustinov, la más preciada de las gemas….la famosa cuchara, que dicen era el quinto diamante más grande del mundo.
No siempre me he alojado en Sultanameth, así que lo más normal el que el taxi siguiese su ruta a paso de caravana, hacia Pera, aquel barrio de las embajadas europeas, o siguiendo por Istiqlal, hasta los hoteles que están en la zona de negocios que abajo en la orilla del Bósforo, junto al Dolmabache, solo me quedaba cuando engañaba al señorito, pero eso es otra historia.
Así que normalmente, mi primer paseo ha sido casi siempre por “la calle del tranvía”, la bella Istiqlal, con sus tiendas occidentalizadas, pero oliendo a Oriente, y esos restaurantes donde nos mezclamos los visitantes con los locales, en las terrazas abigarradas, jugando al noble deporte de volver loco al camarero y al cocinero discutiéndoles la idoneidad de los entremeses, y la frescura del pescado….y eso convive con el gran centro sufí de Estambul, que anda a caballo entre la religiosidad y la recaudación turística….pero ¿a quién le importa?.
Bajas tranquilamente hacia la torre Galata, que preside el barrio que fue de Genoveses…también, y de judíos, y que se incendió, y que volvió a rehacerse, y que a los almo….
Es lo que tiene, que hablas de un trozo de esta ciudad, y no sabes quién puso allí el huevo antes, pero a mí me gusta entrar en los supermercados del barrio a comprar cosas como barras de jabón de afeitar, que ayudan a apurar la barba, pero nunca el bigote, que entonces no te reconocen como amigo, y es bien sabido que lo peor de este mundo es un enemigo turco.
Y si no que se lo pregunten a Churchill que llevó a la muerte para nada en Galipoli, a decenas de miles de hijos de la Commentwealth, y eso enfrente de Troya, como aquel que dice.
Pero dejémonos de disgresiones que estoy a punto de cruzar el puente de Gálata, y con tanta historieta, aún no he cenado. Y me dejo enamorar por alguno de los voceros que me juran que su restaurante es el mejor del mundo, pues claro, que no estoy para discutir. Y la cosa sale como sale, pero el blanquito local se puede beber, es más, está muy rico, y me permite llegar a Emimonu, a coger un barquito que me devuelva a las cercanías del Çiragan, que después de mucho llorar me dieron la habitación con vistas al Bósforo, y yo les pago cenando en los bajos del Gálata.
Y en el barquito, me acuerdo, de la historieta que me contaban, o que leí, que tampoco importa, de la cadena que protegía el famoso Cuerno de Oro, de las entradas de buques no deseadas, o de las salidas de buques que no habían pagado impuestos.
Ya con el sol te pierdes en el mercado, consigues salir, y por fin en un ataque de cordura, te paseas por el de las especies, pero es lo mismo, estas metido en la ciudad, y vuelves a subir hacia la Universidad, junto a la gran Madrasa de esa mezquita que a mi me gusta más que la azul, y me encuentro de nuevo con esa columna en la puerta del Gran Bazaar, siempre en restauración, donde dicen que se guarda el hacha con la que el patriarca Noé cortó los árboles para hacer su arca..
El tranvía me deja de nuevo frente Aya Sophia, esta vez no entras en el recinto sagrado de Justiniano, sino que paseas por el estadio romano que unió Bizancio con el Islam, y con la famosa cisterna presidida por Medusa, todo un ejemplo de gestión romana del agua, que nos regala un acueducto en medio de una ciudad tan abrumadora, que si te descuidas ni te enteras que existe.
Y las iglesias fuera de muros, o las historias de que con la amenaza de la llegada de aquel cabroncete de Methmet II, enterraron en la bahía las riquezas de la ciudad con el ánimo de recuperarlas cuando el Islam se fuera…así que ese cuerno de mar acabó siendo el Cuerno de Oro.
Inabarcable ciudad, la de Belisario y Narsés, la de Constantino y de Justiniano, la de Methmet y de Ataturk, la de todos nosotros, la de los cruzados que la quemaron, la guardiana de Mar Mediterráneo y del Mar Negro a la vez, la del puente sobre el Bósforo, y al final la de los turcos, que son herederos de miles de culturas, a las que siempre han acabado por rechazar de alguna forma.
Que con tantos dioses que han visto pasar y morir, navegan como maestros en un agnosticismo de misa de una, o de canto de muecín, pero sin molestar demasiado. Que ya no hay harén en Topkapi, ni existe la favorita del emperador, del sultán, que es oficio devaluado.
Y si ahora se ponen integristas recordarán que en Pummukale tienen una de las puertas del infierno, o te invitarán a sus casas con ese alarde que enamora y que ellos llaman hospitalidad, a comer un buen kebab, aunque no gire, que la señora de la casa estará encantada de hacer lo mejor que esté en su mano para que sientas que se te acepta, como uno más de lafamilia.
Ankara siempre me cayó mal, y no debería ser así, que por ahí anduvo Midas, el de los duros, la buena de la reina Zenobia, intentando dar la lata a los romanos, pero también anduvieron los hititas, seleucydas, griegos, persas, frigios…..y lo que de verdad importó fueron sus gatos de Angora y sus ovejas que daban la raza tan especial y las lanas chivatas que te dejaban pelillos en la americana si la muchacha del jersey se te apretaba demasiado.
Así que si Erdogan cree que va a poder con todo esto, y con mucho más, en una tierra en la que los hombres hicieron la mejor arquitectura como en Efeso o en Pérgamo, y los dioses construyeron la Capadocia, se equivoca, aunque parezca que durante algunas generaciones lo ha conseguido.
Buenas noches, y buena suerte

* Una entrevista de Miguel Blanco, me animó a sacar de mi baúl los recuerdos que tengo de esa tierra