¡Viva Verdi!

Se acostumbra a gritar en esos espacios en donde se representan óperas, cuando la cosa no va bien, es decir, o que el programador ha preparado un pestiño infumable, que te han hecho un montaje de los de ¡No puedo creerme que se hayan atrevido a tanto!, o simplemente el público percibe que alguien está atacando a la Ópera de forma genérica.
Quiero decir con esto que el grito, tiene mucho de defensivo, y a veces he llegado a creer que a Verdi se le utiliza el nombre como sinónimo de Ópera. Está bien, no voy a quejarme ni voy a discutirlo, ni siquiera voy a ensalzar el hecho.
Pero como todos ustedes saben, en la obra de Verdi hay algo más que óperas, algunas maravillosas para mi gusto, aunque su música, a los borricos como yo nos, parece que está más próxima al repertorio de la banda municipal de cualquier pueblo mediterráneo, que a la música culta diseñada para especialistas.
Y Verdi, el muchacho, me emociona, quizás por eso, siempre que no sea ejecutado durante una representación mediocre, o mala directamente.
Su música es sencilla, o yo solo soy capaz de saborear esa capa que me ofrece, y ya está bien para mí, que el mundo de las semicorcheas solo soy capaz de disfrutarlo escuchando y emocionándome si hay suerte.
La semana pasada anduve en una de esas, que a mí esa versión musical de la obra de Victor Hugo, Le roi s’amuse, que hizo Don Giuseppe, me ha llegado al alma siempre, y se la he oído a Plácido como duque, y como bufón, he disfrutado de la voz limpia de Juan Diego cantando La donna e mobile, o la interpretación magistral que Leo Nucci nos hace cada vez que sale a cantarla.
Ya dije, creo, que la última vez que me senté en la butaca de mi teatro en Barcelona, me falló la representación, anduvo entre pobre y mediocre, con lo que la sensación de desasosiego quedó ahí dando vueltas. Porca miseria.
Pero esta tarde, y siguiendo una de esas tradiciones deslavazadas que procuro de vez en cuando honrar, y es el asistir a un concierto durante estos días de Pascua, de música relacionada, más o menos con la religión, o con la trascendencia de las fechas, que no voy a discutir si son equinocciales como la aventura de Lope de Aguirre. En el tiempo que lleva esta cosa en marcha, me ha tocado un Mesias en ese auditorio londinense, vetusto, que los de fuera llamamos Royal Albert Hall, y los de por allí,“The wedding cake”, (que también hay castizos en Chelsea) con un magnífico Sir Colin Davis a la batuta, un Stabat Mater rossiniano que no es moco de pavo, algún Requiem del Tito Wolfgang, y hoy, por fin de nuevo…¡Verdi!, que el Requiem alemán de Brahams no lo pillo ni de broma.
La misa de Requiem que nos ofrece Verdi, a mí me parece apabullante. Me lo ha parecido siempre, me pone los pelos de punta, me emociona, como lo que soy un pobre ignorante musical que vibra con la música.
La he podido disfrutar dos veces en mi vida, la primera la interpretó la Orquesta del Maggio Fiorentino, que dirigía por aquel entonces un muchachito que se llama Zubin Mehta, en el teatro Real de Madrid, cuando aún no se utilizaba más que como sala de conciertos, y la ópera vivía en el Teatro de la Zarzuela. En los equipos del coche o en el tocadiscos casero, más de una vez…y hoy.
Esta tarde han llenado el Auditorio de Música de Madrid más de trescientos coristas, y la orquesta Filarmonía con más de setenta profesores, que se han esforzado por hacer honor a ese Verdi fuera del teatro de ópera.
Y a fe que han conseguido el objetivo, ¡qué diantres!, que los demás no sé, pero yo he salido hecho un príncipe.
A partir de estos hechos, y salvo la gilipollez que ha hecho el director al dedicar el Requiem a los muertos de San Petesburgo y Estocolmo, olvidando a los niños sirios recién gaseados, como sim fueran el enemigo, apestados, o simplemente infieles a eliminar, la reflexión que se me viene, es que cada vez me cuesta más encontrar el trabajo bien hecho en cualquiera de las situaciones o de los ámbitos en los que me mueva.
Y como hoy ha sido una de esas ocasiones excepcionales, pues lo digo.
Espero seguir con otras tradiciones de estos días, que de vez en cuando al recordar los usos que las religiones monoteístas imponen, desgraciadamente, a sus acólitos, si las analizas, les quitas la capa del miedo que significa el pecado, o la anatemización de un hecho, te encuentras con cosas muy interesantes.
Así que por partes, que pocas experiencias más dignas que un buen potaje de cuaresma, de esos que se hacen con garbanzos, espinacas, bacalao, paciencia y los secretos de la cocinera. Si además lo riegas convenientemente con la materia prima del primer pecado de Noé, pues miel sobre hojuelas.
Y hablando de miel, y ya que andamos de tradiciones del monoteísmo, habrá que circular por esas maravillas que se llaman pestiños, y que ya no queda una sola persona que se atreva a hacerlos en casa como Dios manda. Y si lo hace lo mantiene en secreto, que si se enteran por ahí, bajan todos los vecinos en tropel, y no están las cosas para cesiones gratuitas.
Pero que no se me alarme nadie, que la gran tradición parece que está industrializada en Valdemoro, aunque me da que es aún un área que disfruta de un cierto aire vital en las cocinas caseras. Hablo de la reina torrija, la de verdad, no la de consecuencia de un botellón, no.
Y uno espera que en alguna cocina familiar, algún ángel se decida a buscar ese pan inglés de torrija, esa leche de torrija, esa canela de torrija, esa miel de torrija, ese aceite de to..bueno de oliva, y esos secretos que han ido pasando de generación en generación, que hasta con gotitas de anís me han llegado al paladar.
No iré este año ni a procesiones, ni a chocolate en San Ginés, que el otro día ya me tomé el del año, y aún no era ni Viernes de Dolores. Ya me tocó el año pasado el silencio zamorano, y por el momento estoy ahíto.
Eso sí, que uno es muy cumplido, y que si me invitan a torrijas, o a pestiños, uno lleva siempre una botellita de vino santo, y si es a potaje de cuaresma, un tintorro de buen año, es lo que cumple. ¡Qué coño!.
Lo del cordero pascual lo dejaremos para otro envite.
Con su torrija se lo coman

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